miércoles, 21 de diciembre de 2022

CIENTO SESENTA Y DOS

Para un pobre sudamericano pobre como yo, vivir en el primer mundo tuvo sus beneficios. Vivir en el primer mundo otorga el privilegio de estar cerca de todo, cerca de la pomada. Además, al estar un poquito más holgado con el dinero me dio algo de soga y pude dedicarme a ponerme al día con la carrera de una buena cantidad de artistas a los que me interesaba escuchar desde hacía rato pero que tenía relegados por no disponer de los recursos económicos necesarios para despuntar el vicio. Completé discografías de artistas que sabía que apreciaba enormemente, aunque los hubiera relegado para poder acceder a otros que llamaban mi atención momentáneamente. Completé discografías de artistas que quería tener en mi colección, aunque no coincidieran plenamente con el resto de mis gustos. Completé discografías de ciertos artistas que habían llamado mi atención en algún momento de mi sonívora vida, aunque hubiera sido tímida o fugazmente. Completé discografías de artistas que ni siquiera sabía que existían hasta que no empecé a frecuentar las disquerías de Montréal. Allí, accedí a material de artistas que nunca hubiera imaginado que llegaría a estar entre mis manos. Accedí a material raro, rarísimo, casi inconseguible. Un mundo aún más extenso se me abrió cuando empecé a comprar discos on-line a través de Gemm, Musicstack, Ebay o Discogs. Compré de todo. Discos impensables, discos increíbles, discos impactantes, discos intensos, discos interesantes, discos inescuchables, discos impresentables, discos inexcusables, discos que me hicieron sentir como un imbécil.

No recuerdo con precisión cuál fue el criterio que adopté para ir completando, acrecentando, mi colección. Creo que cuando algo despertaba mi interés, profundizaba. Quizás para no perder el hilo, para fortalecer el vínculo con el artista, para tratar de no tener discos huérfanos, difíciles de rastrear en los estantes. Lo único cierto es que el crecimiento fue exponencial. De un grupo que a uno le gusta, se puede seguir la carrera de cada uno de sus miembros. De cada uno de los integrantes de esos grupos, se puede seguir la discografía de cada uno de sus proyectos paralelos, de sus proyectos solistas. Esos proyectos paralelos, proponen nuevos músicos a los cuales uno puede seguir escuchando para incluirlos en la colección. Es un círculo vicioso interminable, eterno. Ejemplos, sobran. 

Siempre leo los créditos de los discos que escucho. Ese ritual, esa manía, los respeto desde el primer día en el que compré un casete. Continuó con los vinilos. Con los CDs no hubo excepción. A pesar de que en Discogs se encuentra toda la información necesaria de cada disco, sigo leyendo – ayudándome con una lupa, tanto los títulos de las canciones como los créditos de los álbumes de la cubierta del disco, mientras lo escucho. Lo que más extraño de los vinilos es la abundancia de imagen, de color, de información, que permite el tamaño de sus embalajes. Tamaño que se puede duplicar o triplicar si te ofrecen un diseño que se despliegue, ese que en la jerga llaman gatefold. Codiciado. Cotizado. Impactante cuando lo tenés delante de los ojos. Además, no te olvides que también te pueden ofrecer un sobre interno impreso o decorado – en coherencia con el arte de tapa – en lugar del clásico sobre protector blanco neutro con el agujero central para poder leer la información disponible sobre la etiqueta del disco. 

Durante mi adolescencia tuve tres vinilos de un mismo grupo que disfruté intensamente: “Another Music in a Different Kitchen”, “A Different Kind of Tension” y “Singles Going Steady”. Con estos tres álbumes me di cuenta de algo raro. Al leer los créditos, vi que los integrantes del grupo, en algunas canciones, diferían de los autores; algo poco usual cuando no se trata de una banda de covers, de homenaje; algo que me desconcertaba. Parecía que todo había quedado ahí, que se trataba de un nombre más. De un nombre sin rostro, sin historia. Craso error. Atando cabos descubrí que el nombre de ese tipo aparecía también en otros álbumes a los que había tenido acceso, en algunos casos sin haberlo sabido en su debido momento. Escuché un disco llamado “The Correct Use of Soap”, en la casa del gordo Gonza, compañero de banco de la escuela secundaria canuto como nadie, que se negó a prestármelo para que me lo llevara a mi casa para degustarlo como corresponde y leer los créditos para enterarme de los pormenores del álbum. Algunos añitos más tarde supe que el de los créditos de aquellos tres vinilos también cantaba ahí, además de ser el artífice de las letras de las canciones. Más o menos en esa misma época, cuando todavía me cautivaba la mística del sello 4AD, pude comprar “It’ll End in Tears”. Cada vez que lo escuchábamos con mi amigo Juan Carlos, cuando llegaba “Holocaust”, el tercer tema del lado A, él me decía emocionado: Howard Devoto, Howard Devoto, Howard Devoto; suspiraba y se mordía levemente el labio inferior, mientras le brillaban los ojos por el deleite que le provocaba disfrutar de esa canción. Tenía toda la razón al emocionarse.

Por si no lo conocías, Howard Devoto, fue el cantante de la primera formación de un grupo punk británico originario de Manchester conocido simplemente como Buzzcocks. El talento vocal de este muchacho solo puede apreciarse en “Spiral Scratch”, primer 7" del grupo, disco al que pude acceder recién cuando el sello Mute Records lo publicó por primera vez en CD, disco al que pude acceder durante mi adolescencia tardía, cuando ya me acercaba peligrosamente a ser un viejo choto. Honestidad brutal, ante todo. Era un pibe, pero del ayer. Los años pasan, che. Sin embargo, a pesar de que esta música tiene un alto contenido de rebeldía adolescente, envejeció bien y cualquier adulto que aprecie el rock fresco, espontáneo, puede disfrutarla sin ruborizarse, sin avergonzarse, por tratar de ocultar alguna que otra canita bajo la transpiración del pogo improvisado en el living de su casa. Quizás sea el aporte del letrista y cantante, nuestro adorado Devoto, que ofrece una pluma mordaz, punzante, incisiva, crítica, creativa. Para algunos, ambiciosa, por proponer temáticas inusuales para el género. Para otros, peligrosa, por incentivar a las neuronas del oyente a despertarse del agónico letargo propuesto por la sociedad de consumo. Para los menos, soberbia, por dedicarse al buen escribir cuando la inmensa mayoría prefiere el mero entretenimiento al aporte intelectual duradero que trascienda fronteras espaciales, temporales o culturales. Luego, este muchacho formó la descomunal banda Magazine, única en su género, imposible de encasillar, imposible no caer rendido ante sus encantos. De esta segunda banda de Devoto, me quedé con las ganas durante unos cuantos años por la mezquindad del flaco de la escuela secundaria del que te hablé antes. Al final, me desquité con creces. Tuve la suerte de conseguir en el Parque Rivadavia los CDs de “Play” y “Magic, Murder and the Weather”, a buen precio. Me cautivaron. Pero más me cautivó la posibilidad de conseguir todos y cada uno de los álbumes del grupo en su versión japonesa, réplica del vinilo original en miniatura, en el Tower Records de Tokyo, cuando visité el país del sol naciente. Un lujo. 

El llamado del coleccionista completista que llevo adentro me llevó a descubrir la existencia de varios proyectos del venerado Howard Devoto de los que nunca había escuchado nada, de los que nunca antes me había enterado. Primero, conseguí “Jerky Versions of the Dream”, su único álbum solista, publicado al siguiente año de la disolución de Magazine, con el que me brindó lo que esperaba de él. Ni más, ni menos. 

Luego, supe de la existencia Luxuria, su dúo de finales de la década de los ’90, que continuaba con las obsesiones a las que nos ha acostumbrado desde el comienzo de su carrera y lo posicionaba – para bien y para mal – al margen de las propuestas de sus contemporáneos, con elementos que lo han hecho inventarse un tiempo paralelo que le permite moverse a sus anchas sin caer en la tentación de la imitación como medio para tratar de obtener un lugarcito en el Olimpo de la música pop. Sus logros, le pertenecen. Sus logros, son su propio mérito. Lamentablemente, los discos de Luxuria son tan buenos como son esquivos. Me costó conseguir este material. Me costó, porque no fue fácil. Me costó, porque lo pagué bastante saladito en Ebay, gracias a una amiga que no paraba de apostar y mientras el valor subía decía: “si Dios quiere, lo vas a tener”. Ganó la apuesta por obstinada y porque ella no pagaría la cuenta. Dios quiso que el que pusiera la tarjeta de crédito fuera yo. De todas maneras, no puedo quejarme demasiado. Conseguí una edición japonesa increíble. Un box-set naranja flúor – apropiadamente llamado “Beast Box” – que contiene los dos álbumes del grupo con bonus tracks, un VHS con videos de cada una de las trece canciones del segundo disco de la banda y un libro con cada una de las letras de Howard Devoto desde el comienzo de su carrera, a finales de los años ’70, hasta las de estos dos álbumes, de finales de los ’90. Otro lujo.

Aparentemente, el flaco se pudrió del show business y decidió retirarse del mundillo de la música para dedicarse al archivado fotográfico. Acto seguido, silencio de más de diez años. Merecido descanso para la billetera del coleccionista. Vos tranquilo, Howard. 

Nuestra crisis del corralito del 2001 me hizo pasar por alto su proyecto del nuevo milenio. Como no tenía ni un triste peso para gastar en nada, no me informaba sobre los discos que se publicaban. Me mantenía totalmente al margen para no desesperarme por no poder comprar ni un disco usado rayado. Otra compra relegada, pateada para adelante. Y fueron… Afortunadamente, no pasó tanto tiempo entre el momento de la publicación del disco y el momento en el que tuve acceso a este material. Como te decía, vivir en el primer mundo, tiene sus ventajitas. De su proyecto ShelleyDevoto no solo pude conseguir sin ninguna dificultad un ejemplar nuevo y sellado del álbum “Buzzkunst”, sino que además conseguí el simple promocional de la canción “’Til the Stars in His Eyes Are Dead” que incluye dos temas inéditos. Lujazo. Con este dúo, Devoto nos termina de confirmar algo que ya se sabe: el flaco ha sido un genio comprendido a medias, esquivo, fuera de tiempo y lugar. Como me gustan a mí.

Quizás porque el silencio también es parte de la música, una vez más, silencio. Por suerte, Howard Devoto no se hizo desear por otros diez añitos. Reunió a Magazine, incluyendo a la otra mitad Luxuria, para dar unos shows y ofrecer un DVD de los conciertos, además de un disquito en vivo de las viejas épocas de la banda y otro recopilando temas de la carrera del grupo. El fan, aquietado. Pero la máxima sorpresa estaba por venir. El último aliento de este veterano que permanece en la memoria colectiva de los amantes de la música, de la contracultura, no se hizo esperar demasiado. Me chantó en la cara, sin pompa ni platillos, un “No Thyself” que me dio la impresión de se un adiós, no el hasta luego al que me había acostumbrado. Cuando comprendí esto, casi se me escapa una lágrima.

Finalmente, compré todos los discos que tuvieran escrito en la tapa Magazine, Luxuria o Howard Devoto. Si se cruzaron por mi camino, están en mis estantes. Por las dudas. Para que nada se me pasara por alto. Para disfrutar de la música de este capo sin ningún tipo de límite.

lunes, 5 de diciembre de 2022

CIENTO SESENTA Y UNO

Cupones vienen, cupones van, nuevos discos sonarán… Gracias a esta iniciativa de los muchachos de Atom Heart fui enriqueciendo mi colección. Ya te había contado que esta disquería de música alternativa situada sobre la rue Sherbrooke est, a metros de la rue Saint-Denis, en el Quartier Latin de la ciudad de Montréal, con cada compra te reconoce el 10% del importe de la factura transformándolo en cupones con puntos. Una vez que juntás suficientes cupones, si al sumar sus puntos te acercás al precio de un disco que te interesa, te lo llevás sin más trámite que darle los papelitos que fuiste guardando celosamente en tu billetera tanto a Francis, a Raymond, como al empleado de turno. ¡Un éxito! De esta manera, multipliqué la cantidad de los discos de mi colección sin prisa, pero sin pausa. Cada tanto me hacía de algún título nuevo que no conocía más que de vista. Con los cupones siempre elegía algo que me llamaba la atención pero que no habría comprado naturalmente, que de otra manera no habría llegado a mis manos. Así fue que empecé a conocer nuevas propuestas musicales a las que el saldo de mi cuenta de banco no me habría permitido acceder. Finalmente, gracias a Atom Heart, logré expandir mis gustos. Pensá que en una época, cuando sacaba un billete, como el dinero siempre ha sido un bien medianamente escaso en mi realidad, iba a lo seguro. Con el tiempo me volví un poco más osado, más impulsivo. Lamentablemente, terminé comprando muchos discos a los que hoy no les encuentro el sentido en mi colección. Ocupan lugar, juntan mugre y polvo. Algún día los venderé, no te preocupes. 

Todos los sonívoros – algunos más, otros menos – nos obsesionamos con los árboles genealógicos de los grupos y de los artistas que nos apasionan. Seguimos sus ramificaciones considerando proyectos paralelos, colaboraciones y apariciones varias para degustar las trayectorias de esos músicos que muchas veces se convierten en una insignificante agujita en el pajar cuando barajamos los nombres de aquellos que han hecho su aporte a nuestra cultura musical. Nos preguntamos qué le hace una manchita más al tigre y compramos otro disco, y otro, y otro más… Aunque el tipo solo haya estado respirando en el estudio mientras se grababa una canción, lo consideramos un aporte inestimable e imprescindible para su discografía. Somos bastante pelotudos. Nadie lo puede negar.

El rock nunca ha sido mi fuerte. El rock de garage, menos. Sin embargo, unos cuantos exponentes del género me han permitido descubrir algo digno de apreciar en esta música tan primitiva como visceral. Creo que lo que más me atrae es el componente tribal, hipnótico, que obliga al oyente a entrar en un trance brutal que lo abstrae de su realidad cotidiana, que lo hace moverse y saltar impulsivamente como una bestia irracional con ánimos de romper todo lo que se cruce por su camino. Además, el cántico simple y directo de estas canciones suele ser altamente recordable. No se puede decir que las melodías o las armonías que se escuchan en los discos de este género sean de una gran sofisticación, pero cumplen con su cometido: instalarse en la memoria colectiva del rebaño que las usará como himno hasta el hartazgo y les extirpará de raíz el sentido – siempre y cuando hubiera existido alguno, que las tarareará desvergonzadamente, que agitará tanto la cabeza como los pies al recordarlas, que se verá obligado a mover gran parte de su esqueleto sin lograr contener los impulsos espasmódicos provocados en su cuerpo al confrontarse con el incesante pulso del ritmo de esta música. Creo que los que me iniciaron en el género fueron The Birthday Party y, más tarde, The Stooges. Para muchos sería más que suficiente conformarse con esos dos pesos pesados. No para mí. Seguí indagando. 

Gracias a una remera amarilla con la ilustración de un zombi medio punk que parecía salir de una película de terror de clase B con la leyenda “Bad Music for Bad People” que llevaba un compañero de la escuela secundaria, conocí el nombre de los Cramps. Ni él, ni yo los escuchábamos por aquel entonces. Pero, al menos, el nombre me quedó picando. Cuando pude, compré algunos de sus álbumes. La intriga había quedado intacta a pesar de todo el tiempo que había pasado. Finalmente, al escuchar la música de estos exacerbados yanquis, la promesa de aquella imagen con mirada torcida que parecía exigirte sin derecho a réplica que prestaras atención a este grupo de deformes fue cumplida con creces, lo que me hizo sentir que la larga espera había valido la pena. 

Muchos años más tarde, en la casa de mi amigo Cristian, pude escuchar por primera vez “The Modern Dance” de Pere Ubu. Grupo raro, cautivante. Todavía hoy sigo buscando sus discos para completar mi colección. Tranquillement, pas vite.

Creo que también gracias a Cristian me introduje en el extraño mundo de Captain Beefheart & His Magic Band. Todos sus discos me han dejado sin palabras y me han hecho mover la patita sin parar. ¿Ocultismo, hechicería, encantamiento o brujería? Simplemente magia, pura magia.  

La revista Esculpiendo Milagros, allá por 1992 ó 1993, me llevó a descubrir a Gallon Drunk, de los que pude conseguir los dos primeros álbumes casi de inmediato gracias a mi amigo Leo que por aquel entonces importaba discos para vender en el Parque Rivadavia. Quedé pegado a la primera escucha. Desprolijos, rotosos, gritones. Con la mejor de las ondas. Encima, las tapas eran geniales. Me hice fan instantáneamente y fui consiguiendo cada uno de sus álbumes, simples y todo disco que incluyera alguna de sus canciones que no estuviera disponible en otro lado. Como dicen, me hice completista. Tal fue mi interés que seguí la trayectoria de sus integrantes. Por suerte mis magra economía, era breve y sin demasiados meandros. Algún que otro disco solista del cantante. Alguna colaboración con otros grupos. Efímeros proyectos. Efímeras participaciones. El único que montó un verdadero proyecto paralelo, fue Max Décharné, el primer baterista de este combo londinense. Desarmó los tachos, se las tomó y agarró el micrófono. Se hizo cantante, che. Lamentablemente, demoré en percatarme de sus talentos vocales. Pasaron muchísimos años hasta que gracias a los famosos cuponcitos de la disquería Atom Heart, me decidí a llevarme de las bateas “A Walk on the Wired Side”, cuarto álbum de su banda The Flaming Stars. Había logrado sobrevivir sin esa música durante largos lustros y no me parecía reveladora. Sin embargo, tenían algo que me enganchó y me hizo seguirles la carrera hasta el último de sus alientos, en 2006. Si no los ubicás, fijate en el arte de las tapas de sus discos, seguro que te terminás tentando con alguno.