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sábado, 20 de febrero de 2021

NOVENTA Y UNO

Mientras cursaba la escuela secundaria el sello DG Discos publicó unos cuantos álbumes de grupos que me cautivaron y por los que aún conservo cierto interés. The Wolfgang Press, Bauhaus, Cocteau Twins, Modern English, The Go-Betweens, Love and Rockets, The Fall, The The, Peter Murphy, son los que puedo citar sin pensar demasiado. De todos ellos tengo discos, de unos más, de otros menos. 

Lamentablemente, la forma de conocer a todos los artistas no siempre es tan directa, tan sencilla. A algunos llegás por recomendaciones, a otros por casualidad. Después de haber escuchado varias veces el casete “Should the World Fail to Fall Apart” de Peter Murphy, me enteré de que dos de las canciones que más me gustaban de ese disco no eran de la autoría del cantante de Bauhaus. Una de ellas, “The Light Pours out of Me”, pertenecía a Magazine, un grupo del que conocía la existencia porque un compañero de banco de la escuela me había hecho escuchar uno de sus álbumes. Además, ya conocía a su cantante, Howard Devoto, por haber leído su nombre en los créditos de varias canciones en los discos de los Buzzcocks. En aquella época, desconocía que Devoto había iniciado su carrera en ese grupo punk y que había grabado con ellos su primer simple “Spiral Scratch”. Sin embargo, todos esos nombres no me resultaban ajenos. 

La segunda canción de ese disco que tanto me gustó, “Final Solution”, decía pertenecer a un grupo del que, en los años 80, nunca había oído hablar. Perdón por la ignorancia, pero no se puede estar en todas. Años más tarde, el primero que me mencionó el nombre de este grupo, diciéndome que él era un gran fan, fue Norberto Cambiaso. Un día que había pasado por su departamento para dejarle casetes de MUTANTES MELANCÓLICOS y retirar algún ejemplar de su revista “Esculpiendo milagros”, obviamente, hablamos de música. ¿De qué otra cosa vas a hablar con un tipo al que recién conocés y que en el living de su casa tiene un mueble de pared a pared lleno de discos? Sería el año 1993 ó 1994. Yo estaba focalizado en un par de grupos que me gustaban porque para más no me alcanzaba la guita. Eso sí, tomé nota de sus recomendaciones y años más tarde me desquité.

El desquite, de entrada, vino de prestado porque la primera vez que escuché un disco completo de Pere Ubu fue en el departamento de San Telmo de mi amigo Cristian. Un día que había pasado a verlo para ultimar detalles sobre la publicación de “Sing” de NO:ID., él estaba escuchando un vinilo que me sorprendió y cuando le pregunté de qué se trataba, me pasó una tapa blanca con una ilustración en tinta negra que decía “The Modern Dance”. Varios años más tarde, cuando vivía en Montréal, fue el primer CD de estos muchachos que compré. No contiene la canción que tanto me había gustado del disco de Peter Murphy, pero fue un excelente comienzo. He ido consiguiendo unos cuantos álbumes de estos locolindos y sigo buscando...



miércoles, 20 de mayo de 2020

DIECIOCHO

Cuando compré el primer álbum de Modern English, “Mesh & Lace”, lo hice por dos razones: lo había publicado el sello 4AD y me encantó la foto de la portada. Nunca había escuchado a ese grupo antes. Más tarde, leyendo los créditos de “It’ll End in Tears” de This Mortal Coil, me di cuenta de que el cantante participaba en uno de los temas. 

En algún momento, mientras vivía en Montréal, como conseguía CDs a un precio bastante razonable, me dio ganas de volver a comprar algunos discos que había tenido en vinilo y nunca había podido volver a escuchar desde que se me rompió la bandeja. Cerca del departamento donde vivía había una disquería de música alternativa: Atom Heart. Con frecuencia iba a charlar un rato sea con Raymond, sea con Francis. Hablábamos de música, obvio, y de muchas otras cosas. La pasaba muy bien. Un día le comenté a Francis que tenía ganas de volver a tener algún disco de los que escuchaba en mi adolescencia, sobre todo algunos de 4AD, a los que les había perdido el rastro hacía mucho tiempo. Con su usual sonrisa, él me anunció que los discos de ese sello se conseguían, nuevos, a un precio asombrosamente económico: acostumbrado a que en Buenos Aires, por un disco “Made in UK” me fajaran treinta dólares, cuando me dijo que cada uno salía 12,99 dólares canadienses (cerca de un 20% más barato que el yanqui), inmediatamente le encargué los tres de Modern English. Cuando los fui a retirar, como sabía que él estudiaba español de vez en cuando le enseñaba alguna expresión porteña. Ese día le dije: Francis, me agarró el viejazo, ahora encargame todos los de Joy Division (que también se conseguían a ese irrisorio precio). Cuando comprendió lo que quería decirle, aunque no paraba de reír, me hizo entender que si se trataba de buena música y que además me gustaba, no tenía por qué sentirme viejo al volver a escucharla. Lo cierto es que con el tiempo me he dado cuenta que la mayoría de la música que más me gusta, la que decido que forme parte de mi colección, tiene como factor común la atemporalidad o simplemente que no envejece patéticamente.