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jueves, 25 de marzo de 2021

CIENTO UNO

En una época en la que estaba bastante seco y no podía comprar casi ningún disco, acepté el desafío de escuchar cualquier CD que se me acercara. Al final, no fue tan mala idea porque me abrí y me permití conocer artistas a los que de otra forma no les hubiera dado pelota. No porque no fueran interesantes, sino porque todos sabemos que los prejuicios musicales nos acompañan y nos atraviesan desde el primer disco que compramos. Algunos aseguran solo escuchar la primera época de tal grupo, porque todavía no se había vendido. Otros, poseídos por la mística de algún sello en particular, solo escuchan los álbumes publicados a través de susodicha compañía. Algunos quieren que la música sea violenta y descarnada, sino les parece demasiado comercial. Otros, no toleran la más mínima síncopa porque perciben todo fuera de tempo y que la estructura se les derrumba; tampoco toleran la más leve disonancia porque sienten que se está traicionando a las escalas que con tanta precisión establecen las relaciones entre nota y nota. Algunos, eligen la música que escuchan por el look o la manera de vestirse de los que la interpretan. Otros, porque fue recomendada y bien criticada por algún especialista, por algún periodista de espectáculos o por algún tipo que logra influenciarlos. Algunos leen notas en las que el músico de su predilección menciona cuáles han sido sus principales influencias, toman nota y allí van, a la pesca del material que supuestamente les revelará cómo el tipo encontró la inspiración para escribir las canciones que a ellos tanto les fascinan. Otros, se encajonan en un género que les hace sentir cierto confort, o que les anula el deseo, porque lo que menos buscan es algo que los sorprenda, y se eternizan escuchando incansablemente los mismos sonidos que los hipnotizan y los dejan en estado catatónico. Bueno, el hecho es que mi vieja, después de muchos años, retomó sus estudios de francés en la Alianza Francesa y tenía acceso a la Médiathèque, donde había una gran cantidad de discos y podía tomar en préstamo un par por semana. Creo que si no escuché todos los que tenían, le pasé cerca. Con el tiempo, la lista de lo que me movilizaba se acotó y los artistas que permanecieron en la órbita de mis intereses son unos pocos y pueden ser contados con los dedos de alguna de mis dos manos. Entre ellos está Alain Bashung, del que en ese entonces pude escuchar “Novice”. Ese disco no solo despertó en mí cierto interés por este cantante francés, sino que, además, me hizo recordar que unos años antes había visto el video de una canción que me había gustado mientras miraba la tele en un hotel de París. Más tarde supe, relacionando las imágenes que había visto en los afiches de promoción que estaban pegados en el “métro” de la capital francesa con las tapas de los discos de este tipo que se trataba de la canción “La nuit je mens” del álbum “Fantaisie militaire”. Muchos años más tarde lo conseguí nuevo, de oferta, en la disquería Archambault, en la esquina de Ste-Catherine est y Berri, en Montréal. Obviamente, estaba muy contento. Sin embargo, antes de ponerlo en el equipo, aunque se trataba de un disco que tenía ganas de comprar, nunca habría adivinado que estaba a punto de escuchar un disco del que no podría desprenderme jamás.