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domingo, 5 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y UNO

¿Qué tienen en común los siguientes álbumes y artistas: “Danger in the Past” de Robert Forster, “Second Revelator” de Hugo Race / The True Spirit, “The Blink of an Eye” de Once Upon a Time, “The Honeymoon is Over” de The Cruel Sea, “Honeymoon in Red” de Lydia Lunch, “The World’s a Girl”, “Dirty Pearl”, “The Next Man That I See”, “Do That Thing” y “Sex O’Clock” de Anita Lane, “Music to Remember Him by” de Congo Norvell, “The Thing About Women” y “Trouble” de Brian Henry Hooper, “Stories From the City, Stories From the Sea”, “Is This Desire?” y “Let England Shake” de PJ Harvey, “Headless Body in Topless Bar” de Die Haut, “Nothing Broken” Conway Savage, “Far Be It From Me” de Tex Perkins, “Teenage Snuff Film” y “Pop Crimes” de Rowland S. Howard, “You Can’t Hide From Your Yesterdays” de The Nearly Brothers, “Invisible You” de J.P. Shilo, “Kick the Drugs” de The Wallbangers, “We Are Only Riders”, “The Journey is Long” y “Axels & Sockets” de The Jeffrey Lee Pierce Sessions Project, y tantos otros que aún no he incluido en mi colección? ¿Qué tienen en común los siguientes proyectos musicales: Crime & the City Solution, Nick Cave & the Bad Seeds, The Birthday Party, The Boys Next Door, The Ministry of Wolves? Que de alguna forma, sea como instrumentista o cantante, sea como arreglador o compositor, sea como productor, sea por su mera presencia, Mick Harvey metió mano y colaboró con estos músicos y artistas, grupos o solistas, para enaltecer el espíritu de sus canciones a la hora de grabarlas y plasmar su obra en una producción discográfica.

¿Qué diferencias hay entre un compositor y un arreglador? Mejor preguntale a Mr. Harvey, el responsable de la composición y de los arreglos de gran cantidad de las canciones del repertorio de los estimados Nick Cave o Simon Bonney, además de multiinstrumentista comodín que se ha sabido adaptar a todas y cada una de las necesidades de los Bad Seeds, de Crime & the City Solution y mismo los Birthday Party, ocupándose de las guitarras, los bajos, los pianos, los órganos, las baterías y andá a saber de cuántos instrumentos más con tal de que los grupos no se quedaran rengos y permanecieran en la ruta. Un capo. De esos de los que hay pocos ejemplares.

¿Cuál es realmente la ardua tarea de un productor de discos de rock? Me imagino que debe haber unas cuántas respuestas posibles. Para empezar, yo diría que elige desde el estudio donde se va a grabar un álbum hasta los instrumentos que se van a usar, las cuerdas, los amplificadores, los efectos. Elige desde los temas que se van a grabar hasta los arreglos que le hacen más justicia a una linda canción para transformarla en una canción memorable. Trata de hacer que todo suene menos caótico que en la sala de ensayo, aunque sin perder cierta frescura. Para la oreja para afinar los instrumentos. Lima asperezas. Está en los detalles en los que los músicos no logran concentrarse porque la resaca de la borrachera o de las substancias no los deja comprender que no deben basar su carrera solo en su carisma. Seguramente, muchas otras veces debe esconder las botellas de las bebidas alcohólicas para mantener a los miembros de la banda lo suficientemente sobrios para que lleguen a terminar la sesión de grabación. Al final, parece que es un tipo al que le interesa más la música que la fama, que la joda que generalmente se asocia al mundo de la música. En síntesis, todo lo que delinea y justifica a la perfección el perfil del señor Mick Harvey. Un laburante del ocio ajeno. 

Como si fuera poco, este talentoso músico encontró tiempo para componer una gran cantidad de bandas de sonido altamente disfrutables y recomendables, a veces solo, otras en coautoría con algunos de sus usuales colegas: “Ghosts ...of the Civil Dead”, “Alta Marea & Vaterland”, “To Have and to Hold”, “And the Ass Saw the Angel”, “Australian Rules”, “Motion Picture Music ’94-’05”, “Waves Of Anzac / The Journey” y seguramente otras de las que no he conseguido todavía el disco compacto.

Evidentemente no le gusta desperdiciar su tiempo y nos ha ofrecido a lo largo de los años unos cuántos álbumes solistas de canciones interpretadas por él mismo. Algunas de su autoría, otras de gente con la que ha laburado en sus diferentes proyectos, otras que debe haber elegido de entre sus influencias. “One Man’s Treasure”, “Two Of Diamonds”, “Four (Acts Of Love)”, los cuatro volúmenes de versiones en inglés de las canciones de Serge Gainsbourg y el imperdible “Sketches From The Book of the Dead”. Un laburante que ha recorrido un largo camino, que ha servido de apoyo a más de uno que de no haber sido por Mick, no podría sostener una carrera tan sólida.

Entre nos, compro discos en los que participa Mick Harvey desde mis quince años, desde el año 1987, desde hace rato. Los he comprado por todos lados y de las más diversas maneras. La única constante es mi satisfacción al escucharlos. Conseguite alguno, disfrutalo y salí a buscar otro... 

jueves, 29 de julio de 2021

CIENTO VEINTE

Tengo que confesar que me encuentro en una encrucijada. Nunca termino de decidirme. Una dualidad carcome mis pensamientos. Los cimientos de mis ideales se resquebrajan y afrontan grave peligro de derrumbe. A veces, hasta no logro conciliar el sueño. Tengo pesadillas y retortijones. Migrañas y punzantes dolores de cabeza de tanto pensar y pensar sobre este tema.

Ya te he contado antes que soy un devoto fan de un difunto guitarrista único en su especie, con un sonido que ha despeinado a más de uno y que, además, escribía canciones con mayúsculas. Tanto me fascinan sus canciones, su forma de tocar que, como más de uno, soñé con comprarme una guitarra igualita a la que él usaba. Como si eso me fuera a brindar alguna habilidad complementaria. Como si al usar esa guitarra, él, desde donde esté, pudiera guiarme. Quizás iluminarme un poquito. ¡Patrañas! Muchos han usado ese mismo modelo, sin embargo, casi ninguno de los que se han atrevido a mostrarse en público luciéndola logra hacerla sonar como corresponde. Lo cierto es que casi ninguno le llega a los talones a aquel esmirriado flacucho. Están a miles de años luz de la magia que ofrece este instrumento y no logran aprovecharlo en todo su esplendor. Por lo que a esta altura resulta cansador verla colgada del cogote de cualquier sátrapa sin talento que solo la usa para rasguear tímidamente algún que otro acordecito. Esa es una guitarra para hacerle sacar chispas, mierda. Sin temor a que se te estallen los transistores de los pedales, a que se te desconen los parlantes, a que se te quemen las válvulas del amplificador.

Cuando visité las tiendas de música de Tokyo, la tuve en mis manos. El mismo color de la que tenía mi ídolo. Idéntica. Calcadita. En ese momento contaba con una tarjeta que podría haber respaldado la locura de llevármela para casita que fugazmente atravesó mis pensamientos. Lamentablemente, la voz de la conciencia me hizo poner los pies sobre la tierra y me recordó que ya tenía varias guitarras eléctricas además de la criolla de la Antigua Casa Nuñez heredada de mi madrina y que mucha falta no me hacía. Conclusión, me gasté la guita en otros aparatos que me han sido igualmente útiles para la creación musical. No me arrepiento. Pero, ¡qué lindo sería tener una Fender Jaguar!

Ya te he dicho que me gusta mucho el grupo Crime & the City Solution. Tengo todos sus álbumes. Obviamente tengo mis preferencias dentro de su discografía, como cualquiera. Mi dilema es que después de haber escuchado infinidad de veces cada uno de esos discos, siempre llego a la misma conclusión: mi preferido no es “Room of Lights” sino “Shine”. Me dirás que es una pelotudez. Pero a mí, me afecta mucho. Esta realidad se me presenta como una gran disyuntiva porque no logro admitir que sea posible que un álbum en el que participa Rowland S. Howard, el gran ícono de las seis cuerdas al que le debo gran cantidad lecciones de guitarra desde mi adolescencia, me guste menos que otro para el que no fue ni siquiera convocado. Sufro, che. Sufro al estar convencido de que este grupo, que nació en Sydney, transitó por Melbourne, marcó terreno en Londres, se popularizó en Berlin y trató de resucitar en Detroit, grabó su mejor álbum sin que mi estimadísimo músico y compositor haya aportado una triste nota, un triste acorde. Todavía hoy, después de tantos años de conocer casi de memoria estos discos, me cuesta creerlo. Como no me resigno a aceptarlo, vuelvo a escuchar ambos discos para tratar de revertir mi opinión. No me convenzo. Sigo pensando lo mismo, que mi preferido no es “Room of Lights” sino “Shine”. Todo vuelve a empezar. Estoy en el mismo lugar que antes. Me entristezco. No logro quitarme esta idea de la cabeza. Sigo pensando a pesar de saber que nada va a cambiar, que mi decisión va a seguir siendo la misma, que las luces pueden llegar a iluminar pero que difícilmente lleguen a brillar.

martes, 20 de julio de 2021

CIENTO DIECINUEVE

Es cierto que he ido coleccionando discos de Nick Cave. Tanto con los Boys Next Door y Birthday Party como con los Bad Seeds. Admito que me han gustado mucho y que siguen complaciéndome, sobre todo los más corrosivos. La única diferencia entre la primera vez que escuché uno de sus álbumes y hoy es que se ha ido gestando una sensación irreversible en mí. Antes pensaba que el viejo Nicholas era genial. Ahora pienso que es muy bueno, sobre todo, eligiendo compañeros de banda, músicos o musas inspiradoras que al colaborar con él en sus proyectos los enriquecen y los hacen brillar más intensamente. Lamentablemente, el talento de todos estos colaboradores, tarde o temprano, se ve eclipsado por el carisma de Cave, o por alguna otra de sus cualidades. Al final, el cantante se lleva todo el crédito por una obra que no habría alcanzado tales dimensiones de no haber sido por la mano, el consejo, el arreglo o la letra de esos que siempre están allí pero que nunca logran que la cámara haga foco sobre ellos pues el dominio escénico del querido Nick logra que nadie pueda quitarle los ojos de encima. Opacados, invisibilizados, ocultos, velados. Muchos han transitado por su lado, por la derecha o por la izquierda, esperando recibir alguna migaja de popularidad de un supuesto amigote que se traga la hogaza de un solo bocado. Los ejemplos son muchos y el aporte al sonido de la música del australiano poquito a poco se va reconociendo más allá de su propia discografía, lo que nos permite disfrutar de esos grandes artistas a sus anchas y con todas las de la ley. Se lo merecen, el reconocimiento, obvio. Aunque nunca vayan a seducir y conquistar estadios repletos de gente con palmas y movimientos premeditados simulando espontaneidad.

Rowland S. Howard, guitarrista único con un sonido que ha despeinado a más de uno que, además, escribía canciones con mayúsculas. Mick Harvey, el responsable de la composición y de los arreglos de gran cantidad de las canciones del repertorio del estimado Cave, además de multiinstrumentista comodín que se ha sabido adaptar a todas y cada una de las necesidades del grupo ocupándose de las guitarras, los bajos, los pianos, los órganos, las baterías y andá a saber de cuántos instrumentos más con tal de que el grupo no se quedara rengo y permaneciera en la ruta. Blixa Bargeld, cuya sola presencia debe ser tanto intimidante como inspiradora pues pareciera que la creatividad emana de sus poros y que su férrea voluntad es fulminante. Evidentemente, la lista continúa. Barry Adamson, quien ha demostrado ser un grandísimo maestro en la composición de bandas de sonido sin película. Conway Savage, el de la voz angelical y el piano celestial. Hugo Race, un cantautor que parece entender al blues como una expresión cósmica de dimensiones mántricas de anticipación. Thomas Wydler, el que sostiene el ritmo, imperturbable, sin que se le escape un solo pelo de su peinado engominado, digno de un oficinista de los años ’50. Martyn P. Casey, al que a primera vista pareciera que el bajo le queda un par de talles más grande. No obstante, se las ingenia para taparnos la boca con sus bases monumentalmente sólidas y precisas. No sé si Tracy Pew hubiera logrado la misma destreza musical con el correr de los años y la práctica, pero no creo que le hiciera falta. El flaco tenía una estampa que muy pocos han igualado en la ardua tarea de compartir escenario con el histriónico Nick. James Johnston, un guitarrista demoledor al que mandaron a tocar el organito. Kid Congo Powers, con su espantosa voz y su entrañable sonrisa que oculta una boca más que sucia que se anima a vocalizar con más onda que justeza. Un vomitador serial de esos que tan simpáticos nos caen. Jim Sclavunos, con un extenso currículum vitæ que lo avala como percusionista de culto, que ha sabido demostrar que también escribe buenas canciones. Warren Ellis, casi el único que le ha seguido el tren hasta nuestros días. Andá a saber, ¿será porque es tan colgado como sus solos de violín y todavía no se dio cuenta de que el resto de los integrantes del grupo ya se fueron a la mierda? 

Creo que me olvido de mencionar a unos cuantos de los que han acompañado a Nick Cave en sus proyectos y ambiciones. Sin embargo, a la que más me apena haber pasado por alto es a Anita Lane. Queda claro que ella no solo ha asistido al que fuera su pareja con la inspiración, con el estímulo necesario que favoreciera la creatividad del muchacho, con la escritura de sus textos, sino que también ha sabido grabar unos cuantos discos exquisitos que atesoro celosamente en mi repisa. Finalmente, queda claro que nadie puede jactarse de existir solo por mérito propio. Las relaciones, la interacción con el medio, contribuyen enormemente en el flujo de las ideas. No sos una ostra, aunque pretendas vivir en una cueva. Quieras aceptarlo o no. Solo solo, no se hace casi nada. Una paja, quizás.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

SETENTA Y OCHO

Quién hubiera dicho que mi reintroducción a la música francesa debería agradecérsela a un australiano al que se le ocurrió grabar canciones originalmente escritas en francés pero cantando los textos en inglés. Un poco rebuscado, pero así fue. Como ya te he contado con anterioridad, mi vieja es fanática de la lengua francesa. Siempre lo fue. En mi casa siempre hubo muchos libros en francés y un poco de música también. Pero nunca me había terminado de picar el bichito hasta que no escuché “Pink Elephants”. El álbum anterior en el que Mick Harvey interpretaba canciones de Serge Gainsbourg, “Intoxicated Man”, lo tenía hacía un par de años, aunque no le había dado suficiente pelota. A decir verdad, lo había comprado porque el flaco era uno de los Bad Seeds y siempre lo consideré como uno de los tantos bastones a los que el viejo Nick recurría para que sus proyectos tuvieran cierta calidad. Hoy, creo que me gusta más el primero que publicó, aunque no puedo precisar la razón. Quizás, me guste más la foto de la tapa.


miércoles, 12 de agosto de 2020

CINCUENTA Y DOS

Cuando empecé a escuchar música, en ningún momento se me pasó por la cabeza que iba a terminar escuchando sobre todo música instrumental. Hoy, a la distancia, analizando la evolución de mis gustos, veo que no existían muchas más posibilidades. Si bien es cierto que me gustan los cantautores, también me queda claro que las condiciones y cualidades que debe tener un cantante para que me guste, aunque no sean demasiadas, son precisas y no negociables. Primero, la pasión con la que el vocalista interprete las canciones, la onda que le ponga, que deje todo al cantar una canción, en una palabra, que movilice. Segundo, el toque personal que lo haga único e irremplazable, que no quede duda de quién es él. Tercero, que aunque cante pelotudeces, que uno no se de por aludido porque, sorprendentemente, cante lo que cante, cualquier cosa queda bien en el contexto de sus canciones ya que sus dotes de intérprete le permiten hacer maravillas de una canción que en boca de otro sería olvidable, pésima y hasta vergonzosa. Finalmente, son pocos los cantantes que han logrado entrar en mi rango de aceptación, de manera que he ido inclinándome por los sonidos de los instrumentos más que por los de las voces. Quizás ese giro no sea enteramente la responsabilidad de los cantantes que no lograron cautivarme. Es muy probable que me haya topado con algunos álbumes que sirvieron para introducirme en este mundo infinito que se abre cuando uno descubre las posibilidades de la música instrumental, de la música que no está al servicio de un texto, de una letra, de un boludo que canta. Esa música que se libera y vuela sin límites. Recuerdo que de chico disfrutaba de la música de jazz que acompañaba a los dibujitos animados. De las bandas de sonido de los spaghetti westerns, las de “James Bond”, “El agente de C.I.P.O.L.”, “Los vengadores”, “Misión imposible” o “Los invasores”. También recuerdo un casete de Glenn Miller, que mi viejo solía poner en el auto. Todas músicas instrumentales que me gustaban. Años más tarde, el primer tema instrumental de una música cercana al rock que me impactó en un álbum que compré por mi propia voluntad fue “No Motion” de Dif Juz que apareció en el compilado “Lonely Is An Eyesore” del sello 4AD. No puedo decir que por esa razón haya sentido que algo iba a cambiar en mis preferencias musicales, sin embargo, fue un comienzo sólido. En fin, en algún momento comencé a explorar las bateas de bandas de sonido, lo que fue revelador. Creo que allá por 1994, la primera que compré, aunque no tenía ni idea de qué película se trataba, fue “Alta Marea & Vaterland”. Sí, ya sé que el autor no era un total desconocido para mí, que era uno de los pilares de uno de mis grupos preferidos. Sin embargo, en este caso, Mick Harvey dejó de lado tanto el sonido de Birthday Party como el de los Bad Seeds o el de Crime and the City Solution y creó una música distinta, atemporal y desgarradora que no me canso de escuchar.