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jueves, 16 de julio de 2020

CUARENTA Y DOS

Mientras tocaba con SU REAL ORDEN, asistí a un curso de grabación y sonido. Ahí pude usar una gran cantidad de equipos que no conocía, lo que contribuyó a que tomara algunas decisiones con respecto a la formación por la que optaría en un futuro nuevo proyecto no muy lejano. Las consolas, los multiefectos, la cinta-abierta, los micrófonos, las salas de grabación me encantaron y me dieron muchas ideas que me han servido desde entonces. Sin embargo, a pesar de que en ese momento no lo valoré, y hasta quizás me reí un poco de lo que estaba viendo, el instrumento que realmente me marcó fue un sequencer. Para practicar, en ese curso, llevábamos grupos y músicos amigos para los que grabábamos y mezclábamos sus canciones. Como éramos varios estudiantes, tuve la posibilidad de ver cómo laburaba gente que no estaba habitualmente en mi entorno, músicos de otros palos. Así fue como conocí a un flaco que apareció solito y con un teclado grandote. Apenas lo vi me pregunté: ¿qué va a hacer este tipo? Claro, yo andaba más con las guitarras filosas, el feedback, y el único teclado que había tenido cerca era un CASIOTONE un poquito más completo que uno de juguete. Al final, el tecladista no tocó casi nada. Ya tenía almacenados todos los arreglos de su canción en el instrumento y en distintas pistas, cada una con el sonido que él le había asignado. ¡Cosa de mandinga! Fue mi primer contacto con ese tipo de instrumento musical y con el MIDI. Aunque no fue de inmediato, cuando pude, me compré uno. Claro, eran aparatos caros y yo acababa de terminar la escuela secundaria, estaba en el C.B.C. y no laburaba. Imposible. No, qué va. Un conocido imprentero bastante atorrante me ofreció una buena cantidad de dinero si lograba vender unas cuantas cajas de libros de contabilidad que había impreso de más. Sí, era algo turbio, pero lo hice. No solo vendí todos los libros que me había dado en un principio, sino que, mientras tanto, imprimió una segunda tirada que también vendí. Resumiendo. Con esa guita compré mi primer sequencer, un ENSONIQ SQ-1, con una disquetera y el pie. Todavía lo uso. Tiene unos sonidos de órgano que me encantan.


lunes, 13 de julio de 2020

TREINTA Y NUEVE

Al terminar con SU REAL ORDEN ya tenía, como lo he dicho anteriormente, una idea clara: no quería tocar con un baterista humano para poder estipular previamente en qué partes de cada canción se escucharían los sonidos de la percusión y en qué partes el instrumento no aparecería, estaría en silencio. Por si no lo sabés, por lo general, los bateristas no pueden lograr quedarse quietos ni dejar de mover sus palillos y necesitan imperiosamente estar tocando todo el tiempo. Pareciera que sienten que apenas apoyan el culo en la banqueta de la batería, se encienden y no paran hasta que no se levantan. Es raro encontrar delicadeza en ese mundo primitivo de la percusión. No olvidemos que se trata de instrumentos que preceden a los registros históricos y no queda claro si los inventaron para amenizar danzas rituales donde los tipos entraban en un trance hipnótico del que les era muy difícil salir, para comunicarse con alguna tribu vecina con la que mantenían lazos de alguna índole o para romperle las bolas al resto de los instrumentistas que no pueden escuchar bien lo que están tocando porque la bestia del baterista le pega a los parches como si quisiera dejar salir a su otro yo maligno, que no lo deja tranquilo, y mientras tanto lo usa para torturar al resto de la banda. Si bien es cierto que he conocido dos o tres bateristas que aprecio, no puedo asegurar que mi lista se prolongue mucho más.

Lo cierto es que empecé a escribir canciones que un baterista hubiera intentado reformular. Se trataba de ritmos un poquito trabados, imposibles de bailar porque no respetaban las métricas convencionales. La máquina de ritmos que había conseguido me permitía hacer de todo. Además, esas canciones las pude grabar gracias a que mi vieja, ese mismo año, me regaló un portaestudio FOSTEX 280. Se me abrió un mundo impensado hasta ese momento: tenía cuatro pistas y podía grabar un instrumento diferente en cada una y podía hacerlo yo solo, pista por pista. Era lo que siempre había soñado con tener, sin siquiera saber que existía. Gracias a este equipo nuevo, mi guitarra, el “pedo bajo” – que en esa época aún funcionaba, el multiefectos, el pedal de distorsión que me quedaba y la máquina de ritmos pude grabar las cuarenta y cinco canciones que publiqué exclusivamente en formato digital a través del sitio bandcamp.com bajo el nombre de: “Chirriantes demonios primitivos”. La antesala de lo que sería mi proyecto MUTANTES MELANCÓLICOS.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/chirriantes-demonios-primitivos




domingo, 12 de julio de 2020

TREINTA Y OCHO

A mediados del año 1991, cuando decidimos que no íbamos a tocar más como SU REAL ORDEN, para mí comenzó una época de grandes cambios y tomé una decisión irrevocable, nunca más iba a tocar con un baterista humano. Aunque años más tarde me desdije, no me sonrojé: empecé a tocar con Omar, el baterista de Exhibición Atroz, en un proyecto que se llamó ASUSTADOS UNIDOS y años después, cuando creé NO:ID., decidí que solamente él podía ocupar el lugar de acompañante y guía al mismo tiempo. Finalmente, tocamos juntos durante cuatro años y dejamos de hacerlo solo porque me mudé a Montréal: quedaba lejos de Flores y juntarnos a ensayar los sábados por la tarde, se hizo imposible. Sin embargo, como en el primer proyecto Omar tocaba la guitarra y cantaba y, en el segundo, tocaba el bajo y cantaba, no creo que cuente como para acusarme de versero. Es cierto, él programaba algunas máquinas de ritmo y tocaba algún instrumento de percusión, pero ahí está el asunto, era un baterista que no tocaba la batería. Rebobinando. Después de mi experiencia con SU REAL ORDEN, quise volver a encarar algún proyecto personal en el que las decisiones que parecieran descocadas, alocadas, no fueran descartadas ni desoídas, lo que sucede generalmente en el contexto de un grupo, ya que hay que conformar a varias personas y las ideas que tratan de salir del molde son las primeras en ir a parar al tacho. Por esa razón, compré la revista Segundamano para averiguar los precios de las máquinas de ritmo usadas. Ya sabía que muchos de los grupos que apreciaba las usaban (Sisters of Mercy, Cocteau Twins, Wolfgang Press) y me importaba un bledo que mis amigos insistieran en que un grupo sin batero no es un grupo. Se pierde la escena, se pierde la sangre, se pierde el rock and roll, decían. No entendían nada. Al final, tomé el toro por las astas, hice lo que se me cantó y compré una ROLAND TR-707, que usé en todas las grabaciones de MUTANTES MELANCÓLICOS. Lamentablemente, al regresar de Canadá, por falta de espacio en mi departamento, tuve que optar por deshacerme de algunos equipos y esa máquina cayó en la volteada porque sentía que, además, ya había cumplido su ciclo.



domingo, 21 de junio de 2020

TREINTA Y DOS

Apenas terminé la escuela secundaria, luego de haber pasado todo el año 1989 ensayando con MATEN AL DISC-JOCKEY, decidí que era el momento de formar un grupo que se acercara más a mis intereses musicales. Así fue como me dirigí a la receptoría de anuncios de la revista Segundamano que se encontraba en la calle Argerich y Rivadavia y redacté un aviso, de los gratuitos, en el que solicitaba gente que quisiera formar una banda que se dejara influenciar por los artistas que me gustaban en ese momento: Joy Division, Bauhaus, Sisters of Mercy, The Smiths, The Cure, Siouxsie and the Banshees... No recuerdo cuántos más habré citado pues el espacio disponible estaba limitado a unas veinte o treinta palabras. A los pocos días de publicado, recibí el llamado de una chica, Flopa, que se postulaba para el puesto de bajista. La fui a ver a la casa y quedé muy satisfecho porque además de que vivíamos muy cerca uno del otro, me cayó simpática enseguida (espero que ella diga lo mismo de mi porque le guardo un gran aprecio). Durante ese verano nos pusimos arduamente a confeccionar nuestro repertorio. Yo ya tenía unas cuantas ideas que había ido anotando en la época de mi anterior grupo y que no habían encontrado su lugar. Rápidamente arreglamos un par de temas y como yo todavía tenía la COMMODORE 128, programamos unos ritmos de lo más básicos para grabarlos. En esa época todavía seguía en contacto con Fabio, el antiguo cantante de MATEN AL DISC-JOCKEY, y él escribió un par de letras que bauticé “Recuerdo el vidrio en sus ojos” y “El símbolo del mal”. La intención era grabar un demo que nos sirviera para buscar un baterista y una cantante. Sí, al principio queríamos escuchar la voz de una chica mientras tocábamos, pero con el tiempo fuimos desistiendo y nos daba lo mismo: solo queríamos a alguien que cantara, fuera del género que fuera. Con el baterista, fue fácil y difícil al mismo tiempo. El primero que vino a tocar era genial, Gustavo, también se llamaba. El problema era que vivía muy lejos, en provincia. Una semana antes del primer show que dimos en Sigfrido Bar de Flores, en la calle Ramón L. Falcón, junto a Homenaje a Joy Division y Víctimas de Hiroshima, todavía no habíamos encontrado cantante. Como Fabio había ido escribiendo letras para las canciones a medida que las armábamos, el repertorio estaba listo, aunque no del todo ensayado. Él se ofreció para hacernos la gamba y cantar, aunque lo hizo con los papeles de las letras en la mano porque memorizarlas en tan corto plazo hubiera sido imposible. Yo, por mi lado, le pegué una linterna al puente de mi guitarra porque el escenario estaba tan mal iluminado que no veía dónde estaban los pedales para pisarlos. Así nació SU REAL ORDEN, a los tumbos. 

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/nunca-pensaste-en-este-final



viernes, 29 de mayo de 2020

VEINTIDÓS

Sobre la avenida Rivadavia, casi esquina Gavilán, había un local de Musimundo. Hablo de la época en la que esos locales eran pequeñitos y solo vendían casetes, grabados y vírgenes. Quedaba a la vuelta de la casa de mi amigo Jorge, de manera que cuando iba a su casa, de vez en cuando, me pegaba una vuelta para ver si me dejaba tentar por alguna oferta o para comprar algún TDK para grabarme algo. Ahí compré los tres casetes de Pink Floyd que tuve: “The Piper at the Gates of Dawn”, “A Saucerful of Secrets” y “Ummagumma”. Casi una premonición porque un tiempo más tarde me daría cuenta de que Christian, el que fuera cantante de MATEN AL DISC-JOCKEY y, más tarde, de SU REAL ORDEN, al que traté de Fabio durante muchísimo tiempo porque sus amigos así lo llamaban, era fanático de este grupo inglés. 

Si bien es cierto que estos álbumes me resultaban interesantes y que gracias a las relaciones que tenía en esas épocas pude escuchar un poco más de la discografía del grupo, nunca los sentí como una influencia determinante pues nunca me decidí a profundizar en el resto de su obra. Para mi sorpresa, a pesar de mi falta de conocimiento de la música de estos británicos, muchos años más tarde, cuando me presenté en vivo en uno de mis últimos recitales, solo con mi guitarra, un par de pedales y mi loop station, un muchacho que creo que se llamaba Renzo me dijo, a modo de piropo: “suena muy Pink Floyd lo tuyo, eh”. En ese entonces, mientras trabajaba en American Eccess, era costumbre hacer una colecta entre los empleados del sector para ofrecer ese dinero al que cumpliera años. Estimulado por el comentario de aquel muchacho adulador, cuando recibí mi regalo, pasé por una disquería y me compré “The Piper at the Gates of Dawn” en CD doble (con mezclas mono y estéreo), el único álbum de Pink Floyd que forma parte de mi colección. Quien desee regalarme algún otro título, será recibido con muchísimo gusto.

 

viernes, 15 de mayo de 2020

TRECE

Otros amigos de la música – o por la música, o gracias a la música – los fui haciendo en el instituto de inglés al que asistía dos veces a la semana, por la tarde, después del colegio. Recuerdo a Gustavo, un gran tipo, al que le gustaba la música nacional y me hizo escuchar “Ciudad de pobres corazones” del Fito Páez. Él era fanático de los Enanitos Verdes y de otras bandas de las que, por suerte, no solo olvidé el nombre sino también la existencia. Unas vacaciones lo invité a ir conmigo a Pinamar: íbamos a jugar al vóley a la playa, después al metegol y, cuando terminábamos, hacíamos una larga caminata por la playa hasta Valeria del Mar, en aquel momento un balneario casi desierto, en el que vendían los mejores churros del mundo. En uno de esos paseos conseguí el casete “Patria o muerte” de Don Cornelio. Yo ya tenía el vinilo de su primer álbum y me gustaba bastante, pero el segundo me pareció arrasador, avasallante y genial: nunca más escuché el primero. 

En otro de nuestros paseos, desatornillamos y descolgamos una de las chapas que identifican las calles. Claro, nos la afanamos. Elegí la de la calle “Del Buen Orden” porque en esa época había comenzado a tocar con SU REAL ORDEN y tenía la loca idea de pintar esa placa para que tuviera el nombre de mi grupo. Nunca lo hice. Sin embargo, ese pedazo de metal sirvió de percusión para muchísimas grabaciones y recitales de NO:ID.

El casete de Don Cornelio, años más tarde, como ya no me funcionaba la casetera y me era imposible reproducirlo, se lo regalé a Flopa. Como una buena acción siempre tiene recompensa, mi amigo Cristian me regaló el CD cuando me propuso hacer una versión de la canción “Luna de fuego” que aparece en el álbum “Silence” de NO:ID. bajo el nombre de “Luna”.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/silence




viernes, 8 de mayo de 2020

SEIS

Era una época en la que escaseaba la información. Solo contaba con las revistas Pelo, Rock & Pop o El Musiquero, según el tipo de datos que estuviera buscando. Con suerte, a veces conseguía la Rock de Lux, revista española que me parecía mucho más interesante y abundante. También estaban los disqueros que, con tal de vender algo, solían ser bastante fabuleros. Así fue como descubrí el parentesco entre The Cure y Siouxsie and the Banshees, grupo del que me hice inmediatamente fanático. Lo prefería porque la cantante no se lamentaba sino que blasfemaba e injuriaba: era ruda. Tuve muchos de sus álbumes. Creo que uno de mis preferidos era “Juju” ya que hoy distingo la gran influencia de los arpeggios de John McGeoch en la forma en que tocaría la guitarra en la época de mi grupo SU REAL ORDEN. Aunque no lo supiera, al escuchar este disco una y otra vez estaba recibiendo una valiosísima educación musical. También sin saberlo, “Feast”, otro álbum que Siouxsie Sioux grabó en Hawaii bajo el nombre de The Creatures – el que por casualidad conseguí en la disquería Abraxas de la calle Santa Fe – me abrió nuevos horizontes hacia el World Music. Quizás esto sea lo que explique mi expansivo gusto musical y mi preferencia por los artistas que no se estancan en una sola forma de expresión, en un solo género musical. El dark y el post-punk, para mí, tenían los minutos contados, aunque en ese momento todavía no me había dado cuenta.