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sábado, 7 de diciembre de 2024

CIENTO SETENTA Y SIETE

No hay nada que hacer. Cuando uno es fanático, es fanático. Todo empieza cuando uno es chiquito. Se van adquiriendo ciertas manías y obsesiones que a medida que uno crece se instalan para quedarse. Orden, equilibrio. Cubrir baches, tratar de no dejar ningún agujero, ningún hueco. Llenar, completar, tener todo. Absolutamente todo. 

A pesar de considerarme un coleccionista empedernido, creo que poseo una conducta pragmática, una mentalidad práctica, que me impiden acumular objetos que no pongo en uso. En una época compraba indistintamente cassettes o vinilos, pues en mi casa disponía de un minicomponente que me permitía escuchar cintas y de un giradiscos con el que escuchaba tanto 7" como 12"... lamentablemente, 10" nunca tuve ninguno. Tant pis... Mucho más tarde, accedí a la tecnología digital y me rendí por completo frente al CD. Me deshice de la inmensa mayoría de los ítems en formato analógico que había ido acumulando durante cuatro ó cinco años, sin que me provocara ningún tipo de pena. ¡Todo sea por el progreso! La nueva experiencia sonora tuvo distintas etapas. Fue evolucionando. Desde un magro discman Sony con el que escuchaba los discos con auriculares hasta mi actual sistema de audio Carver con parlantes Infinity, de madera, importados, de diez pulgadas, de la hostia, que no cambiaría por nada del mundo. Hoy, ya no compro más vinilos. Salvo que sea la única versión del álbum, que contenga el CD replicando el mismo contenido y que no se venda por separado. Mucho menos, cassettes. Porque, finalmente, me es pragmáticamente imposible escuchar música en esos dos formatos. En cambio, es frecuente que posea dos ó tres ejemplares de un mismo álbum en CD ya sea porque uno de los discos presente alguna canción en una versión diferente, que agregue alguna otra o que lo acompañe un segundo disco con material inédito: canciones, videos, lo que venga. Posibilidades hay muchas, pero son concretas y, además, el objeto en cuestión conserva cierta utilidad. 

Vaya uno a saber si las palabras que transcribo a continuación fueron pronunciadas realmente por Umberto Eco. Las encontré en una famosa red social, en internet, por lo que me atrevo a dudar de la autenticidad de la supuesta autoría. Sin embargo, me gustaron y me parecen totalmente trasladables al universo del sonívoro reemplazando todas las partes del texto que pertenecen al mundo de la literatura por análogas que pertenezcan al mundo de la música. “Es una tontería pensar que tienes que leer todos los libros que compras, así como es una tontería criticar a quienes compran más libros de los que jamás podrán leer. Sería como decir que debes usar todos los cubiertos, vasos, destornilladores o brocas que compraste antes de comprar nuevos. Hay cosas en la vida que necesitamos tener en abundancia, aunque solo usemos una pequeña porción.” A pesar de que contradicen en cierta medida mi costadito utilitario, estas palabras me habilitan a seguir coleccionando discos aunque no los pueda escuchar a todos a la misma vez, aunque a muchos de ellos haga años que no los escucho, aunque estén juntando polvo desde tiempos inmemoriales. Aprecio el empujoncito con el que logra hacerme sentir cada día menos culpable por la compra indiscriminada de discos y más discos.

Todo empezó con la compra del cassette de “In the Flat Field” que publicó DG Discos en 1987. En la misma época, el gordo Musri – un compañero de la escuela secundaria – me prestó el vinilo de “Burning from the Inside” para que me lo grabara en una cinta. Juan Carlos tenía “Mask” en vinilo y lo trajo alguna que otra vez a mi casa para escucharlo durante la merienda. Durante la escuela secundaria, generalmente los sábados por la mañana, iba con mi vieja a hacer compras. A veces, zapatos. Otras, libros para el colegio. Todas y cada una de esas salidas desembocaban en una disquería. Si no era en Abraxas, era en El Atril o en Tabú. Una vez que estábamos por Acoyte y Rivadavia, en la galería París, encontramos una tienda en el fondo que vendía remeras, accesorios, boludeces y, además, discos. Creo que se llamaba Atmosphere, como la canción de mis bien amados Joy Division, lo que era un buen indicio, un buen augurio, lo que anticipaba que en ese sitio encontraría algo interesante. En realidad, fue mucho más interesante de lo que me imaginaba. Tuve que elegir entre tres discos que me llamaron la atención. Hoy me pregunto si mi elección fue la correcta. Aunque, de todas maneras no tengo mucho de qué arrepentirme ya que el tiempo subsanó mis errores de juventud. En ese momento, mi madre me habilitó para la compra de solo uno de esos tres discos. Opté por el compilado “1979-1983”, seguramente porque era brasilero, por ende más barato, y encima, era doble, lo que implica mayor cantidad de música, mayor cantidad de canciones. Con una enorme pena, dejé en las bateas el primer álbum de Crime and the City Solution y el primer álbum de These Immortal Souls, que la vendedora, que sabía muy bien lo que hacía, me ofreció con insistencia pues le acababan de llegar fresquitos desde Inglaterra. La vida de un sonívoro no es sencilla, está repleta de abnegación, sacrificio y renuncia. Muchas veces hay que tomar decisiones más que difíciles, acumular paciencia como se pueda, aguantar los desencuentros, esperar y esperar. Respirar hondo y seguir esperando. A la larga, todo llega. Los discos que dejé de lado aquel sábado, los conseguí un par años más tarde en CD y, encima, con bonus tracks. Mucho más tiempo tuve que resistir para lograr escuchar el clásico de la música gótica “Bela Lugosi’s Dead”. Todo el mudo hablaba de esa canción y yo siempre la había escuchado de rebote, nunca había tenido ese single entre mis manos. Un pecado. En Canada me desquité y no sólo compré la versión en CD del single original del sello Small Wonder Records, sino que como Bauhaus reapareció fugazmente en la escena para dar una serie de recitales en los que vendía una nueva versión del archifamoso disco publicada por ellos mismos, también lo compré sin dudarlo porque incluía un tema más y la imagen de la portada era diferente. Muchos años más tarde, ya de regreso en mi Buenos Aires querido, me enteré de la existencia de una nueva versión de este tan ansiado single que se llamaba “Bela Lugosi’s Dead - The Bela Session” que, como bien lo indica el nombre, incluye temas grabados en la misma época, en la misma sesión de grabación, que habían permanecido cajoneados, sin darse a conocer por casi cuarenta años. El sello Leaving Records me hizo caer nuevamente en la tentación y sumé una tercera versión del mismo título. ¡Adentro! Como cada una de ellas presenta diferencias en la lista de temas, no encuentro ninguna razón para no conservarlas en mi tan amada colección de discos. Lo único que justifica que no posea la cuarta versión existente de este single es que vale una fortuna en Discogs, tan solo incluye una canción que no está disponible en las otras versiones que tengo y, además, se trata de un demo de un minuto y medio. ¡Tan obse no soy, che!  

viernes, 30 de octubre de 2020

SETENTA

¡Qué nombre artístico se fue a inventar este flaco! Lo conocí cuando compré el primer álbum de These Immortal Souls y me gustó su estilo al tocar y el sonido de su batería. Un día, vi en la vidriera de Oíd Mortales su álbum “Change My Life”. Lo cambié por algo o lo compré, no recuerdo. Lo cierto es que me gustaron sus canciones simples y su música despojada y todavía lo tengo. Luego, intenté comprar a través de Amazon sus otros dos álbumes: “Sleeping Star” y “Rise Above”, porque me había enterado de que Rowland S. Howard tocaba la guitarra en algunos temas. Como podía fallar, falló y los discos nunca me llegaron. La verdad es que no tuve mucho tiempo para lamentarme porque el primero lo conseguí en Abraxas, unos meses más tarde, mientras miraba la batea de las ofertas, y el otro, un par de años más tarde, cuando vivía en Montréal, se lo encargué a los muchachos de Atom Heart y me lo consiguieron sin mucho trámite. 

Aquí no terminan mis aventuras (o desventuras) para conseguir los álbumes del difunto Epic Soundtracks. De alguna manera, en Canadá, me enteré de la existencia de un compilado llamado “Everything Is Temporary”. Lamentablemente, no aparecía en ninguno de los catálogos que Raymond y Francis consultaban por lo que era imposible encargarlo a través de la disquería de la calle Sherbrooke Est. Una auténtica rareza. 

Como te podrás imaginar, nunca he limitado mis compras de discos a una sola disquería. Me atrevo a asegurar que mientras viví en Montréal compré al menos un disco en cada una de las disquerías que existían en la ciudad. Además, nunca me rendí ante los malos presagios a la hora de preguntar por la disponibilidad de un disco. Si me dicen: está descatalogado, es de importación, es una edición limitada, nunca lo reeditaron; para mí no significa que no se pueda conseguir, e insisto en la búsqueda. Quizás eso sea lo más divertido, lo que le asigna un verdadero y auténtico valor a cada disco: el tiempo que uno le dedica a revolver entre pilas de discos y más discos para obtener como recompensa aquél que uno pensaba inconseguible.

Un día que visitaba La Bouquinerie du Plateau sobre la calle Mont-Royal Est, encontré este compilado fantasma de este muchachito. Para ese entonces, también me había enterado de que era el hermanito menor de Nikki Sudden, lo que acrecentaba un poco más mi respeto por su música y mi alegría al ver ese álbum por primera vez en vivo y en directo. No te apresures, no festejes tanto... Para alimentar aún más la mística de este CD, cuando llegué a mi departamento y lo puse en el reproductor. El único sonido que logré extraerle fue el de la bandeja girando. Subí el volumen. Toqué los cables. Los de los parlantes y los RCA. Nada. Mutis por el foro. No se me ocurrió otra idea mejor que la de insertarlo en el equipo de DVD para confirmar que la causa del inconveniente no era el reproductor de discos. Instantáneamente, al prender la televisión, no solo confirmé que el equipo de audio funcionaba a la perfección sino que también confirmé que sería imposible que pudiera reproducir ese disco porque no se trataba de un disco de música sino de una película: en la pantalla pude ver las imágenes de algún ignoto largometraje asiático que al no haber estado traducido ni subtitulado nunca pude identificar. Miré el disco por delante y por detrás. Las láminas no mostraban signos de falsificación. El estampado del CD era perfecto y coincidía con el álbum que yo esperaba escuchar. Pero nada. El contenido era otro. Si todo esto te parece difícil de creer, dame un poquito más de crédito y creeme un poquito más porque en el negocio me devolvieron la guita sin chistar cuando les expliqué lo que había sucedido. Se reían, claro, pero recuperé mi dinero.

Años más tarde, en alguna de mis salidas en bicicleta de los fines de semana, pasé por Cheap Thrills en la calle Metcalfe y a que no sabés qué encontré. Sí, por segunda vez, me topaba con un ejemplar de “Everything Is Temporary”. Para asegurarme de su contenido, le pedí permiso al vendedor para escucharlo un poco con la excusa de confirmar que esa música podría gustarme. Después de tantas peripecias di con el bueno. No hay duda, este álbum tenía que estar en mi colección. 



miércoles, 15 de julio de 2020

CUARENTA Y UNO

Ahora sí, es necesario que me ponga un poco serio. Del disco del que voy a escribir, solamente puedo decir un par de cosas. Lo compré un día a la tardecita, antes de ir a la facultad. Cursaba en Ciudad Universitaria. Lejos de mi querido barrio de Flores, lejos del centro. En fin, lejos de todos lados. Imaginate, toda la tarde con un disco en el bolsillo del que solo podía fantasear cómo sonaba porque conocía a algunos de sus integrantes. Resumiendo, recién lo pude escuchar cerca de las nueve de la noche, cuando regresé a mi casa. Creo que lo que me sucedió con este álbum nunca antes lo había experimentado (uso el verbo suceder, porque escuchar esta música fue un suceso único e irrepetible). Puse el CD en el reproductor y me quedé sentado en mi cama, frente al equipo, absorto, hipnotizado por el sonido que surgía de los altoparlantes. No tengo palabras para describir la experiencia, porque me quedé mudo, quieto y seducido por una música que sentía familiar aunque era la primera vez que la escuchaba. Era una música que estaba ahí, latente en mi universo sónico, y acababa de descubrirla. Finalmente, escuché el disco seis veces seguidas antes de irme a dormir. No solo es un disco más que me marcó, sino que es un disco que se transformó en inolvidable. Gracias a este disco, decidí que mi canción “Mutantes melancólicos” daría nombre a mi nuevo proyecto. Gracias a este disco, decidí que quería hacer una música corrosiva que corroyera el alma tanto como los oídos. Gracias a este disco, terminé de comprender que una música de cadencia lenta puede taladrar y horadar aún más que cualquier música con ritmo alocado y sin sentido. No pienses que me iba a olvidar de mencionar el nombre de esta maravilla. Se trata de “Get Lost (Don’t Lie)” de These Immortal Souls, el grupo en el que Rowland S. Howard pudo demostrar que aunque el despliegue vocal de un cantautor de fama esquiva no sea el de un carismático líder, igualmente, tiene la capacidad de transportar al oyente a mundos impensados sin que éste logre ofrecer resistencia alguna.