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viernes, 30 de octubre de 2020

SETENTA

¡Qué nombre artístico se fue a inventar este flaco! Lo conocí cuando compré el primer álbum de These Immortal Souls y me gustó su estilo al tocar y el sonido de su batería. Un día, vi en la vidriera de Oíd Mortales su álbum “Change My Life”. Lo cambié por algo o lo compré, no recuerdo. Lo cierto es que me gustaron sus canciones simples y su música despojada y todavía lo tengo. Luego, intenté comprar a través de Amazon sus otros dos álbumes: “Sleeping Star” y “Rise Above”, porque me había enterado de que Rowland S. Howard tocaba la guitarra en algunos temas. Como podía fallar, falló y los discos nunca me llegaron. La verdad es que no tuve mucho tiempo para lamentarme porque el primero lo conseguí en Abraxas, unos meses más tarde, mientras miraba la batea de las ofertas, y el otro, un par de años más tarde, cuando vivía en Montréal, se lo encargué a los muchachos de Atom Heart y me lo consiguieron sin mucho trámite. 

Aquí no terminan mis aventuras (o desventuras) para conseguir los álbumes del difunto Epic Soundtracks. De alguna manera, en Canadá, me enteré de la existencia de un compilado llamado “Everything Is Temporary”. Lamentablemente, no aparecía en ninguno de los catálogos que Raymond y Francis consultaban por lo que era imposible encargarlo a través de la disquería de la calle Sherbrooke Est. Una auténtica rareza. 

Como te podrás imaginar, nunca he limitado mis compras de discos a una sola disquería. Me atrevo a asegurar que mientras viví en Montréal compré al menos un disco en cada una de las disquerías que existían en la ciudad. Además, nunca me rendí ante los malos presagios a la hora de preguntar por la disponibilidad de un disco. Si me dicen: está descatalogado, es de importación, es una edición limitada, nunca lo reeditaron; para mí no significa que no se pueda conseguir, e insisto en la búsqueda. Quizás eso sea lo más divertido, lo que le asigna un verdadero y auténtico valor a cada disco: el tiempo que uno le dedica a revolver entre pilas de discos y más discos para obtener como recompensa aquél que uno pensaba inconseguible.

Un día que visitaba La Bouquinerie du Plateau sobre la calle Mont-Royal Est, encontré este compilado fantasma de este muchachito. Para ese entonces, también me había enterado de que era el hermanito menor de Nikki Sudden, lo que acrecentaba un poco más mi respeto por su música y mi alegría al ver ese álbum por primera vez en vivo y en directo. No te apresures, no festejes tanto... Para alimentar aún más la mística de este CD, cuando llegué a mi departamento y lo puse en el reproductor. El único sonido que logré extraerle fue el de la bandeja girando. Subí el volumen. Toqué los cables. Los de los parlantes y los RCA. Nada. Mutis por el foro. No se me ocurrió otra idea mejor que la de insertarlo en el equipo de DVD para confirmar que la causa del inconveniente no era el reproductor de discos. Instantáneamente, al prender la televisión, no solo confirmé que el equipo de audio funcionaba a la perfección sino que también confirmé que sería imposible que pudiera reproducir ese disco porque no se trataba de un disco de música sino de una película: en la pantalla pude ver las imágenes de algún ignoto largometraje asiático que al no haber estado traducido ni subtitulado nunca pude identificar. Miré el disco por delante y por detrás. Las láminas no mostraban signos de falsificación. El estampado del CD era perfecto y coincidía con el álbum que yo esperaba escuchar. Pero nada. El contenido era otro. Si todo esto te parece difícil de creer, dame un poquito más de crédito y creeme un poquito más porque en el negocio me devolvieron la guita sin chistar cuando les expliqué lo que había sucedido. Se reían, claro, pero recuperé mi dinero.

Años más tarde, en alguna de mis salidas en bicicleta de los fines de semana, pasé por Cheap Thrills en la calle Metcalfe y a que no sabés qué encontré. Sí, por segunda vez, me topaba con un ejemplar de “Everything Is Temporary”. Para asegurarme de su contenido, le pedí permiso al vendedor para escucharlo un poco con la excusa de confirmar que esa música podría gustarme. Después de tantas peripecias di con el bueno. No hay duda, este álbum tenía que estar en mi colección. 



miércoles, 15 de julio de 2020

CUARENTA Y UNO

Ahora sí, es necesario que me ponga un poco serio. Del disco del que voy a escribir, solamente puedo decir un par de cosas. Lo compré un día a la tardecita, antes de ir a la facultad. Cursaba en Ciudad Universitaria. Lejos de mi querido barrio de Flores, lejos del centro. En fin, lejos de todos lados. Imaginate, toda la tarde con un disco en el bolsillo del que solo podía fantasear cómo sonaba porque conocía a algunos de sus integrantes. Resumiendo, recién lo pude escuchar cerca de las nueve de la noche, cuando regresé a mi casa. Creo que lo que me sucedió con este álbum nunca antes lo había experimentado (uso el verbo suceder, porque escuchar esta música fue un suceso único e irrepetible). Puse el CD en el reproductor y me quedé sentado en mi cama, frente al equipo, absorto, hipnotizado por el sonido que surgía de los altoparlantes. No tengo palabras para describir la experiencia, porque me quedé mudo, quieto y seducido por una música que sentía familiar aunque era la primera vez que la escuchaba. Era una música que estaba ahí, latente en mi universo sónico, y acababa de descubrirla. Finalmente, escuché el disco seis veces seguidas antes de irme a dormir. No solo es un disco más que me marcó, sino que es un disco que se transformó en inolvidable. Gracias a este disco, decidí que mi canción “Mutantes melancólicos” daría nombre a mi nuevo proyecto. Gracias a este disco, decidí que quería hacer una música corrosiva que corroyera el alma tanto como los oídos. Gracias a este disco, terminé de comprender que una música de cadencia lenta puede taladrar y horadar aún más que cualquier música con ritmo alocado y sin sentido. No pienses que me iba a olvidar de mencionar el nombre de esta maravilla. Se trata de “Get Lost (Don’t Lie)” de These Immortal Souls, el grupo en el que Rowland S. Howard pudo demostrar que aunque el despliegue vocal de un cantautor de fama esquiva no sea el de un carismático líder, igualmente, tiene la capacidad de transportar al oyente a mundos impensados sin que éste logre ofrecer resistencia alguna.