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martes, 6 de abril de 2021

CIENTO SEIS

Muchas veces he pensado que a pesar de que me gusta que los discos de mi colección estén en buenas condiciones, sin ningún tipo de mancha ni huella dactilar, ni ajados, ni sobados, ni deteriorados, ni estropeados, ni deslucidos, impolutos, inmaculados, lo que más se acerque a nuevitos, encontrar un disco que me sorprenda en una tienda de usados resulta muy enriquecedor. Finalmente, es un hallazgo inesperado. Encargar cualquier disco nuevo a través de catálogos o de sitios de internet nunca alcanzará el mismo nivel de emoción, el mismo nivel de satisfacción, el mismo nivel de asombro, que provoca el descubrimiento de un disco no buscado. Por suerte, varias veces me tiré a la pileta, compré un álbum, un simple, por algún mandato desconocido y tuve la grata sorpresa de encontrar música más que interesante. Muchos dirán: intuición, percepción, visión, clarividencia, perspicacia, presentimiento, corazonada o pálpito. Yo digo: muchos años comprando discos, algo de olfato y un poco de buena suerte. En la época en la que estuve más seco, económicamente hablando, supe aprovechar mis años de experiencia, mi talento innato de la observación y mi enorme culo para no clavarme con ningún disco de esos de los que uno se arrepiente de haber comprado aunque le hayan costado dos mangos. Además, estas habilidades me sirvieron para hacerme de unos cuantos disquitos de interés que, además, me dejaron la puerta entreabierta y la expectativa al máximo para que cuando tuve cierta holganza económica buscara más álbumes de esos artistas. Tal es el caso de “Spanish Dance Troupe” de los Gorky’s Zygotic Mynci, de la banda de sonido “The End of Violence” de Ry Cooder y de “Rings Around the World” de los Super Furry Animals. El primero, la tentación llegó por la ilustración de la portada y no me defraudó. El segundo, lo compré suponiendo que Tom Waits participaba en alguna canción. No me equivocaba, sin embargo, el que había conseguido era el disco de la música instrumental y, a decir verdad, no estaba nada mal. Más tarde, me desquité y compré el de las canciones de la película en el que, efectivamente, había una canción del viejo Tom además de otras que me gustaron bastante. El tercero, no puedo mentir y decir que lo compré sin idea alguna sobre lo que me esperaba al escuchar a esos muchachitos galeses. Unos cuantos años antes, había visitado España y con las últimas monedas que me quedaban compré dos revistas de música en el aeropuerto de Barajas. Un número de Rock Sound que traía un CD y otro de RockdeLux con un casete con diez temas recientes de diez artistas del sello británico Creation. Entre esas canciones estaba “Chupacabras” del segundo álbum de estos pibes. Tan corta como para que no haga falta más tiempo para darse cuenta de que es genial. Tan divertida como para tomarla absolutamente en serio. Tan ganchera como para cantarla sin necesitar entender ni una palabra de lo que dicen. Tan bailable como para hacerle mover la patita hasta a un rengo. Ta-ta-ta-tan... Ta-ta-ta-tan... Ta-ta. Ta-ta. Ta-ta-ta-tan...