viernes, 14 de agosto de 2020

CINCUENTA Y CUATRO

En la búsqueda por la confirmación de los gustos musicales, uno tiene tendencia a escalar el árbol genealógico de los artistas que le agradan, a transitar las distintas ramificaciones de los senderos que cada uno de los integrantes de un grupo apreciado ha trazado o que comienza a esbozar para tratar de encontrar esa nota perdida, ese sonido esquivo que termine de justificar un fanatismo que se ha ido construyendo con amor, entrega y pasión. Así fue que conocí a Die Haut. Primero, no recuerdo si lo compré o me lo regalaron, tuve el álbum “Die Hard” en vinilo. Me habían dicho que Nick Cave era amigo de esta gente y que participaba cantando en alguno de sus temas. No había dudas de que algún vínculo existía pues el baterista era el que tocaba con los Bad Seeds, sin embargo, no solo Nick brillaba por su ausencia sino que, además, nueve de los diez temas eran instrumentales, bastante rockeros y con un sonido que por alguna razón me parecía inusual para un grupo alemán. (Otro álbum que me mostraba el camino a seguir, diría algún prestidigitador.) Ninguna de las realidades anteriormente citadas me molestó. De hecho creo que la música de esta gente me sorprendió positivamente. Lo que sí me molestó fue la elección de la imagen de la portada del álbum. Recuerdo que cada vez que miraba la contratapa, no podía dejar de pensar que esa foto chiquita de un auto en llamas hubiera representado mucho mejor a esa música explosiva y ardiente que el dibujito pixelado y sin gracia, plagado de colores primarios, que habían pegado en la portada. Con los años fui consiguiendo sus otros discos y pude escuchar a Cave y a otros integrantes de los Bad Seeds colaborando con estos muchachos. Los he disfrutado, claro. Sin embargo, siempre llego a la misma conclusión: a pesar de que cada uno de estos cantantes que aprecio en otros contextos ha dado lo mejor de sí y ha tratado de brindar su mejor performance al grabar canciones con Die Haut, este grupo no los hubiera necesitado para hacer un gran disco. Si hubieran tenido las bolas bien puestas para animarse a grabar un álbum totalmente solos, totalmente instrumental, seguramente habrían recibido el respeto que se merecían. Demasiado tarde.



jueves, 13 de agosto de 2020

CINCUENTA Y TRES

Con los años, he ido acumulando una vasta colección de discos de jazz. De distintos artistas. Con distintas formaciones. De diferentes sellos. De diferentes países. De variados subgéneros. De variadas intensidades. A veces, muy interesantes. Otras, demasiado repetitivos. A veces, muy creativos y originales. Otras, demasiado tradicionales y evidentes. He perdido la cuenta de todo el material que he escuchado, razón por la cual trato de llevar una lista actualizada que me ayuda no solo a saber qué discos tengo sino que además me ayuda a saber dónde los tengo, en qué mueble, en qué estante, en qué cajón. Es verdad que sigo comprando discos de jazz, sigo encontrando artistas por conocer, álbumes por descubrir. Sin embargo, no olvidaré jamás al primero que compré. De alguna manera había conseguido un catálogo del sello ROIR. Creo que lo había pedido por correo, pero eso ahora da igual. Leyendo los textos de ese catálogo, recuerdo haber marcado los nombres de algunos grupos por los que se me despertó un interés muy particular. En pocas líneas y sin aclarar demasiado sobre lo que se escucharía en los discos, esos textos lograron hacerme sucumbir ante la idea de conocerlos. Me sedujeron al punto de llevarme casi de las narices a comprar varios CDs del sello sin necesitar escuchar ni siquiera un poco de cada uno para decidirme a hacerlo. Recuerdo un domingo por la mañana, apenas llegué al parque Rivadavia, en una caja de una vendedora que solía llevar material no convencional, vi uno de los títulos de los que había leído en aquel catálogo. Sin dudarlo, saqué la billetera y compré “Live 79/81” de Lounge Lizards. Fueron la “experiencia cinemática” que me habían anticipado. Me anunciaron, además, que me llevarían, pasada la medianoche, a través de “una ciudad cuyas calles estaban humedecidas por una lluvia constante”, y lo hicieron. Me anticiparon que eran “frenéticos, demoníacos, seductores, abrasivos e impredecibles”, y lo fueron. Con los años logré conseguir todos sus álbumes publicados en CD y me considero su fan. Lo que me resulta gracioso es que haya sido un grupo que fue denostado y condenado a la marginalidad por autodefinir su estilo como “fake jazz” – algo así como “falso jazz” – el que invitó a explorar esta música, originalmente negra. Al final, estos sacrílegos blanquitos que para muchos deben haber parecido una broma de mal gusto, hicieron mucho más por el jazz que muchos morochos que no proponen nada nuevo. Mientras que algunos quedan atrapados, estancados en el entramado de las incuestionables tradiciones, John Lurie pergeñó un grupo de música con una elegancia barata, desgastada y aparentemente pasada de moda que nos ofrecía sonidos del futuro. 



miércoles, 12 de agosto de 2020

CINCUENTA Y DOS

Cuando empecé a escuchar música, en ningún momento se me pasó por la cabeza que iba a terminar escuchando sobre todo música instrumental. Hoy, a la distancia, analizando la evolución de mis gustos, veo que no existían muchas más posibilidades. Si bien es cierto que me gustan los cantautores, también me queda claro que las condiciones y cualidades que debe tener un cantante para que me guste, aunque no sean demasiadas, son precisas y no negociables. Primero, la pasión con la que el vocalista interprete las canciones, la onda que le ponga, que deje todo al cantar una canción, en una palabra, que movilice. Segundo, el toque personal que lo haga único e irremplazable, que no quede duda de quién es él. Tercero, que aunque cante pelotudeces, que uno no se de por aludido porque, sorprendentemente, cante lo que cante, cualquier cosa queda bien en el contexto de sus canciones ya que sus dotes de intérprete le permiten hacer maravillas de una canción que en boca de otro sería olvidable, pésima y hasta vergonzosa. Finalmente, son pocos los cantantes que han logrado entrar en mi rango de aceptación, de manera que he ido inclinándome por los sonidos de los instrumentos más que por los de las voces. Quizás ese giro no sea enteramente la responsabilidad de los cantantes que no lograron cautivarme. Es muy probable que me haya topado con algunos álbumes que sirvieron para introducirme en este mundo infinito que se abre cuando uno descubre las posibilidades de la música instrumental, de la música que no está al servicio de un texto, de una letra, de un boludo que canta. Esa música que se libera y vuela sin límites. Recuerdo que de chico disfrutaba de la música de jazz que acompañaba a los dibujitos animados. De las bandas de sonido de los spaghetti westerns, las de “James Bond”, “El agente de C.I.P.O.L.”, “Los vengadores”, “Misión imposible” o “Los invasores”. También recuerdo un casete de Glenn Miller, que mi viejo solía poner en el auto. Todas músicas instrumentales que me gustaban. Años más tarde, el primer tema instrumental de una música cercana al rock que me impactó en un álbum que compré por mi propia voluntad fue “No Motion” de Dif Juz que apareció en el compilado “Lonely Is An Eyesore” del sello 4AD. No puedo decir que por esa razón haya sentido que algo iba a cambiar en mis preferencias musicales, sin embargo, fue un comienzo sólido. En fin, en algún momento comencé a explorar las bateas de bandas de sonido, lo que fue revelador. Creo que allá por 1994, la primera que compré, aunque no tenía ni idea de qué película se trataba, fue “Alta Marea & Vaterland”. Sí, ya sé que el autor no era un total desconocido para mí, que era uno de los pilares de uno de mis grupos preferidos. Sin embargo, en este caso, Mick Harvey dejó de lado tanto el sonido de Birthday Party como el de los Bad Seeds o el de Crime and the City Solution y creó una música distinta, atemporal y desgarradora que no me canso de escuchar.



martes, 11 de agosto de 2020

CINCUENTA Y UNO

Entre tantas bandas que a uno le recomiendan, siempre hay que filtrar la lista para no llevarse ningún chasco. En la época en la que surgió el sobreestimado grunge empezaron a salir grupos que enarbolaban la bandera del despreciable “sonido de Seattle” mismo si vivían en Villa Tesei. Si bien es cierto que los muchachos de Nirvana grabaron una gran canción gran en “Nevermind” que se convirtió en el mantra espiritual de la olorosa adolescencia de la época, apuesto a que el pobrecito del cantante se pegó un tiro cuando se dio cuenta de que nunca alcanzaría a brillar en la posteridad si no lo lograba gracias al estallido pólvora que le voló la cabeza. 

Rebobinando. En los años 90, no perdí ni tiempo ni dinero comprando discos del niño mimado del grunge, sino de algunos de aquellos grupos que él admiraba. Ya te conté que había conseguido algunos de los Pixies, cuyo sonido y espíritu conserva todos sus ingredientes para que sentirse joven y revoltoso no sea cosa del pasado. También compré algo de R.E.M., grupo que el venerado Kurt estimaba con pasión – mucha razón tenía – pues han compuesto una gran cantidad de canciones memorables e imposibles de olvidar. Tuve un par de discos de Dinosaur Jr., también simpáticos, aunque un tanto más marginales. Pero por sobre todas las cosas, me dejé seducir por Sonic Youth. Lamentablemente, no he tenido la posibilidad de escuchar toda su discografía, pero recuerdo cuando compré “Sister” y “Evol” en el parque Rivadavia. Gracias a esos álbumes, dejé de lado mi aversión por la música norteamericana. Gracias a este grupo se me abrieron nuevas puertas que habían permanecido cerradas por un prejuicio que había ido alimentando durante largos años. Yo pensaba que la música yanqui era comercial, que el único objetivo al que apuntaba esa gente era a la venta exponencial de música concebida como un producto, como salida de moldecitos. Me equivocaba. Entre todos aquellos que olvidan sus principios ante el brillo de la primera moneda, hay otros que bregan incansablemente frente a las adversidades de un sistema que nunca dejará de marginalizarlos. 

Mmmm... Pobre pibe ese Cobain. ¡Cómo lo inflaron! Debe haber hecho bastante guita con ese álbum, con ese single. Dicen que lo que sube rápido, baja igual de deprisa. Se le vino la noche... Se le cortó la inspiración... De todas maneras, tengo que admitir que después de más de veinte años, finalmente, por cierta curiosidad, me compré ese famoso disco. Una vez más, gracias a mis prejuicios, no le había dado la posibilidad y tan solo me había contentado con prestarle atención a los temas de difusión. Es cierto que no están mal, sin embargo, agradezco haberlo encontrado de oferta, por no decir de regalo, en una “vente de garage” en Montréal. Lo pagué a un dólar canadiense y después de haber terminado de escucharlo, pensé que, aún a ese precio, me habían estafado.




lunes, 10 de agosto de 2020

CINCUENTA

Cuando empecé a grabar las canciones del proyecto MUTANTES MELANCÓLICOS, tenía el pedal Overdrive ARIA PRO II y lo combinaba con la distorsión del multiefectos YAMAHA FX500 cuando amplificaba mi guitarra. Hacían bastante quilombo cuando los encendía a los dos juntos. Sin embargo, sentía que algo le faltaba a ese sonido. Un poco más de ruido, un poco más de “noise”, como empezaron a decir los periodistas especializados de esa época, un poco más de bardo, como se decía en mi querido barrio de Flores. Fue así que en algún momento, empecé a acumular pedales de distorsión. Primero, mi amigo Martín, me cambió mano a mano un Super Overdrive de BOSS por un metrónomo electrónico que había comprado a instancias de un profesor de guitarra, que seguramente negaría haberme dictado esas clases por vergüenza, deshonra, o simplemente porque se ha olvidado de mí. De más está decir que el flaco se horrorizaría al saber que buscaba acumular pedales para que el sonido de mi guitarra se produjera sobre todo al pisarlos, no al tocar las cuerdas de mi instrumento. Un tiempo después, un sesionista que vino a grabar conmigo, trajo dos pedales más. Un DOD de color amarillo, creo, que sonaba espantoso y nunca utilicé; y un Drive Master de MARSHALL, que es una joya. El flaco dejó de venir y nunca más tuve contacto. Ni siquiera respondió a mis mensajes cuando le avisé que podía llevarse ejemplares de los discos en los que había participado. Por suerte, no se llevó los pedales tampoco. En más de veinticinco años, nunca ha dejado de utilizar estas cuatro distorsiones en sus diversas combinaciones. Los aparatos están un poco avejentados pero conservan el sonido crudo, rasposo y desgarrado que me gusta para mi guitarra. 


domingo, 9 de agosto de 2020

CUARENTA Y NUEVE

Cuando hacía escuchar mis canciones algunas personas reconocían influencias o similitudes en mi música con la de artistas de los que jamás había escuchado una sola nota. En la época de “Voom Voom Va Hell La” y “La vida no les sonríe”, mis dos álbumes más cercanos al rock, punk, garage o como quieras llamarlo, me sugirieron que encontraban en mi propuesta aires de Big Black, de Foetus o de Butthole Surfers. Del primero, nunca tuve ni un solo disco. Del segundo, el primer CD lo conseguí en 1995 – un año después de haber publicado mis dos álbumes en casete. Del tercero, como las tapas de sus álbumes me parecían simpáticas, decidí comprar algún CD, aunque lo hice un tiempo después de haber grabado y publicado los dos álbumes para los que supuestamente había abrevado en esta banda en busca de inspiración. ¡Qué incomprensible es la necesidad que tiene la gente de etiquetarte y de hacerte entrar en un molde! Quizás sea verdad que encontraran parecidos entre las diferentes propuestas, pero de ahí a asegurar que el que compuso tal o cual canción tuvo que haberlo hecho hurtando ideas de algún otro artista es no dar crédito a la capacidad de la persona para crear. No digo que uno no se inspire, sino que es difícil tomar como fuente de inspiración aquello que no se conoce. Hoy, conozco a dos de esos artistas, los valoro y podría asegurar que en alguna forma, desde que tuve la suerte de conocerlos, han comenzado a influenciarme, sin embargo, antes de haberlos escuchado, me parece difícil que hubiera sido posible. Todavía, mi mente no me permite visitar lugares donde mi cuerpo no está presente. 

Te preguntarás cómo conseguí mis primeros CDs de Butthole Surfers. Simple, fue mi segundo pedido internacional por correo. Recuerdo que encargué cinco discos directamente al sello SST: “Psychic... Powerless... Another Man’s Sac”, “Rembrandt Pussyhorse”, “Locust Abortion Technician”, “Hairway to Steven” y “Widowermaker! EP”. Lamentablemente, de esos discos solo me quedaron dos. En la malaria y la desesperación por conseguir unos manguitos para poder acceder a algún otro disco que me interesaba tuve que rematarlos. Afortunadamente, el tiempo se apiadó de mi y pude conseguir otros títulos del grupo, aunque esos tres, los perdí para siempre.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/la-vida-no-les-sonr-e



sábado, 8 de agosto de 2020

CUARENTA Y OCHO

Cuando grabé mi mini-álbum “Mataron a las mujeres, violaron a los caballos”, lo hice como respuesta – o burla – a la infinidad de discos de “versiones acústicas”, también conocidos como “unplugged”, que se publicaron en ese momento. Fue una moda gracias a la que se me ocurrió la loca idea de publicar un disco de “versiones acústicas”. Lo loco de la idea era que solo una de las canciones del disco había sido grabada en su versión eléctrica (“Estoy hambriento”) y el resto eran canciones totalmente nuevas e inéditas. A pesar de eso, en la tapa del casete que vendía en el parque Rivadavia, había pegado una etiquetita redonda que me había impreso un amigo que decía “Versiones Acústicas”.

Como muchos otros incautos, seducido por esa moda pelotuda, sucumbí a la tentación y me compré “Unplugged” de Neil Young. Si escuchás bien este disco – estimo que con los otros de esta misma serie que han publicado pasa lo mismo – te vas a dar cuenta de que nos vendieron un buzón: si bien es cierto que la grabación fue hecha con instrumentos acústicos, es mentira que se trata de un disco totalmente “desenchufado”. Si prestás atención, podés darte cuenta de que no solo muchas de las guitarras – electro-acústicas – fueron grabadas mediante su micrófono incorporado, sino que, además, los bajos acústicos brillan por su ausencia. A pesar de este engaño, creo que este disco, en ese momento, contribuyó con mis propósitos creativos, me divirtió y me sigue gustando. No te ilusiones, la verdad es que es el único álbum que tengo de Neil Young. Además, es el único que tengo de la famosa serie “MTV Unplugged”. ¿Para qué más?

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/mataron-a-las-mujeres-violaron-a-los-caballos



viernes, 7 de agosto de 2020

CUARENTA Y SIETE

Toco la guitarra, es cierto. Sin embargo, no puedo asegurar qué fue lo que me motivó a empezar a hacer música con ese instrumento. No me considero un amante del rock and roll. No me gustan los interminables solos de guitarras filosas. No me sorprende la acrobacia de la enorme mayoría de los violeros. Es más, creo que hasta esas habilidades me repugnan. Hace unos años, apenas había regresado de mi larga estadía en Montréal, intenté volver a tomar clases de guitarra. La primera y única vez que vi al flaco que se autodenominaba “profesor”, me preguntó qué guitarristas me gustaban. Cuando le mencioné a Will Sergeant de Echo & the Bunnymen y a Rowland S. Howard de Birthday Party puso una jeta que me hizo darme cuenta de que estaba perdiendo mi tiempo y que si continuaba con el chiste, también iba a perder mi dinero. Es cierto que conozco muchísimos más guitarristas que aprecio y que gracias a sus diferentes estilos y formas de tocar han nutrido mi propia forma de hacer música. Sin embargo, supongo que hace muchísimos años que me di cuenta, aunque no lo exteriorice con frecuencia, que como guitarrista soy un caso perdido. El secreto es que no tomo a la guitarra como una herramienta para exhibir mis progresos técnicos sino, más bien como una herramienta para la composición y la tortura. Es un instrumento versátil que me permite crear canciones, melodías y sonidos inesperados cuando me lo propongo. 

Vuelvo al tema del que quería hablar, aunque, esta vez, no me había dispersado tanto. Quiero contarte de otro álbum que compré gracias a Roberto, también en Oíd Mortales. En realidad, son tres los discos que compre ese día. En realidad, no los compré yo. Lo que sí es cierto, es que todavía los tengo en mi casa. Alguien me los regaló y no puedo decir quién fue. Una tarde, mi amigo me llamó por teléfono para avisarme que en la disquería había visto en la vidriera un CD del guitarrista de Birthday Party con otro que ni conocía que se llamaba Nikki Sudden. Como buen fan, al día siguiente me acerqué a la disquería y como iba con billetera ajena, terminé llevándome los tres discos del tal Nikki que tenían en stock: “ Kiss You Kidnapped Charabanc”, con Howard, “Dead Men Tell No Tales / Texas”, con los Jacobites, y “The Jewel Thief”, con los de R.E.M. Literalmente, un hallazgo. Si bien es cierto que no profundicé demasiado en la vasta discografía de este cantautor británico, el tipo me parece un capo. Además, no puedo negar que el álbum que grabó en colaboración con Rowland S. Howard es uno de los que terminó de justificar mi pereza en el aprendizaje de las técnicas de ejecución de la guitarra pues me demostró que, sin grandes talentos de instrumentista superdotado y con la mínima expresión, un guitarrista puede ser auténticamente desgarrador y emotivo al tocar la nota justa en el momento adecuado.


jueves, 6 de agosto de 2020

CUARENTA Y SEIS

Un compañero de laburo de mi vieja que escuchaba mucha música y que sabía que yo estaba ávido de nuevos sonidos, me recomendó a Lydia Lunch. Él conocía mi predilección por los australianos de Birthday Party y me la presentó como un Nick Cave pero en versión femenina. En ese momento todavía no la había escuchado y no pude hacer más que tomar nota de sus recomendaciones. Hoy, después de haber tenido la posibilidad de conocer muchísimos de los discos de esta mujer endemoniada, le corregiría. En mi opinión, ella es más bien la versión femenina de Satanás. Por más que a los metaleros les pese, esta mina es más pesada que cualquiera de ellos. Es cruda, salvaje, filosa e indomable. No hay más que escuchar a su banda Teenage Jesus and the Jerks en el compilado “Hysterie” para darse cuenta de que ella no toma chocolatada con vainillas.

Otro de aquellos amigos musicales con el que me encontraba religiosamente todos los domingos en el parque Rivadavia, que también conocía de mi pasión por Birthday Party, mientras repasábamos las discografías de los grupos y artistas que seguíamos, me hizo notar que a pesar de haber conseguido el box-set con todos los álbumes de los australianos, me faltaba una pieza para completarla como correspondía. Insisto, en esa época no existía internet y la información se conseguía de boca en boca y muchas veces te llegaba un tanto distorsionada. Sin embargo, a Roberto, yo lo tenía como una fuente de confianza y tomé nota del título “Honeymoon in Red”. Él me dijo que se trataba de una colaboración entre Lydia y los australianos. No se equivocó. Todavía hoy le agradezco que cuando vio un ejemplar en CD de este disco en la disquería Oíd Mortales, lo compró, me llamó por teléfono para contarme lo que me había conseguido y ante mi apasionada respuesta de júbilo no pudo hacer otra cosa que llevármelo a mi casa esa misma tarde. ¡Un fenómeno!  


miércoles, 5 de agosto de 2020

CUARENTA Y CINCO

No tengo ni idea cómo, en algún momento me encontré con un ejemplar de la revista británica Record Collector. Una biblia, para el coleccionista de discos. O, quizás, más bien un babero que recibía los excesos de baba que derramaba al leer los nombres de una infinidad de discos inaccesibles, no solo por precio sino también por lejanía y distancia de los locales, ferias y disquerías que los ofrecían. Sus páginas repletas de información, listas de precios y anuncios marean a cualquiera. Si te enfrentás a este monstruo, tenés que saber qué estás buscando, sino terminás en un loquero. Imaginate que en esa época no existía internet. No había e-mail, y mucho menos, WhatsApp. Los anuncios pedían que enviaras tu pedido por fax, aclarando el número de tu tarjeta de crédito, de preferencia Visa o Mastercard, porque la American, en el Reino Unido, en aquella época, brillaba por su ausencia. ¡Mierda! Justo había encontrado en la inmensidad de esa descomunal publicación algo que me interesaba, y mucho, y desafortunadamente el negocio no aceptaba la tarjetita americana que había heredado de mi madre. Comentario va, comentario viene, un compañero de la facultad me ofreció su tarjeta para que hiciera el pedido. ¡Un crack ese pibe! El primer escollo sorteado, faltaba atreverse a soportar la ansiedad que provoca la espera de una encomienda conteniendo el deseado tesoro que debe atravesar montañas, valles, mesetas, ríos, mares y océanos; pero por sobre toda las cosas, correos y aduanas, dos de los peores males que se han inventado para torturar a todo coleccionista de discos no disponibles en su país natal o de residencia. Para ser breve, no me importó nada, o no barajé ninguna de esas posibilidades, y me tiré a la pileta e hice el que fuera mi primer pedido internacional de discos. Encargué: “Definitive Missing Link Recordings 1979-1982” de Birthday Party, un box-set con cinco discos que incluye toda la discografía oficial del grupo en el sello australiano Missing Link, con alguna que otra perla que no se encuentra en ninguna otra parte. Una gema que sigue brillando en mi colección de discos.



martes, 4 de agosto de 2020

CUARENTA Y CUATRO

Si la memoria no me falla, el primer recital under al que asistí fue al de Edad de Hielo. Juan Carlos me invitó porque tocaban Ernesto y Omar, a quienes había conocido en la disquería del gordo Charly. ¡Me encantó ir a verlos! No solo porque tocaron un par de covers de Joy Division (“Disorder” y “Day of the Lords”, creo), sino porque con esa gente me sentía cómodo. Compartíamos intereses musicales y no cuestionaban mis gustos como algunas otras personas con las que me había ido relacionando hasta ese momento. Ésos que decían interesarse por la música y poco a poco demostraban su falta de visión... En este caso, ¿no sería mejor decir: audición? Da igual. Es gente con la que nunca más he compartido nota musical alguna. Dommage.

Con el tiempo, Ernesto y Omar formaron Homenaje a Joy Division y más tarde, Exhibición Atroz. Además de ir a sus ensayos, solía ir a sus recitales a proyectar imágenes en las paredes mientras tocaban. Usaba un proyector de diapositivas en el que había ido alternando negativos de fotos en blanco y negro superpuestos, acetatos de colores y alguna que otra diapositiva color que tenía por ahí. Recuerdo los viajes en la caja de la Fiorino blanca. Hablábamos de música y nos divertíamos mucho. Los acompañé también en el estudio mientras grabaron sus dos álbumes, el que publicaron en casete, “Accidental Evolución Virtual”, y el que publicaron en CD, “Atrocity Exhibition”. Finalmente, con Omar tuvimos dos proyectos: ASUSTADOS UNIDOS, que lamentablemente no duró mucho tiempo y con el que nunca nos propusimos hacer presentaciones en vivo, y NO:ID., en el que Ernesto también participó en varias grabaciones aunque no tuvo ganas de acompañarnos en los recitales. Fue una linda época.

Bueno, me estoy yendo por las ramas. Tengo que confesar que en un momento de mi vida, fui ricotero. Sí, tuve cuatro de sus álbumes en casete: “Gulp”, “Oktubre”, “Un baion para el ojo idiota” y “¡Bang! ¡Bang!... Estás liquidado”. Además, como si no hubiera sido suficiente, fui a dos de sus recitales en Obras. Me gustaban, creo yo... Tenían algo que me cautivaba, aunque hoy no recuerdo ni entiendo qué era. En una de mis tantas visitas a la disquería HMV de la calle Sainte-Catherine, en Montréal, hurgando en los cajones de ofertas, encontré un ejemplar de “Oktubre” en CD. Me salió el argento que llevo adentro y me lo compré. Tengo que admitir que no me defraudó y que hasta se me dibujó una leve sonrisa, entre cómplice y nostálgica, al volver a escucharlo. Sin embargo, no se hagan muchas ilusiones, hasta ahí llegó mi amor.