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domingo, 27 de marzo de 2022

CIENTO CUARENTA Y SEIS

Una imagen que violenta.

Una imagen que desestabiliza, que espanta.

Una imagen para capturar el malestar. 

¿Una imagen que interroga?

Colores desagradables, desafiantes.

¿Interrogantes?

¿Para quién?

Lamentablemente, los muchachos del primer mundo manejan el concepto de revuelta social con la ligereza propia de aquel que ha disfrutado de crecer entre algodones, con la liviandad del que experimenta anacrónicamente los hechos acaecidos en tierras lejanas gracias a la primera plana de los periódicos, con el escaso contenido de la información con la que se controla a los pueblos estereotipados.

Un lugar de reposo, con árboles y aire menos contaminado que en otros sitios de nuestra gran ciudad.

Día soleado en la capital.

Temperatura agradable, para remera de manga corta y bermudas.

Preguntas...

Boca abierta, demasiados dientes; actitud primitiva; garrote apretado, dispuesto a partir algún cráneo; ropas rasgadas; harapos sucios, seguramente malolientes.

Una cara que debería meter miedo.

¿A quién?

Clichés y más clichés.

Tengo preguntas...

¿Violencia gratuita?

Desconozco lo que veo.

No encuentro razón alguna para que me interese.

Siempre traté de mantenerme al margen de las modas.

Mucho ruido y pocas nueces.

Reviente al pedo, a veces.

En los años ’90, el ruido invadió y alteró el gusto. 

¿Gusto adulterado?

Algunas pocas veces me sentí un visionario.

La mayor parte del tiempo he llegado tarde a enterarme de lo que estaba en la cresta de la ola; sea por falta de recursos económicos, sea por vivir en el culo del mundo y estar alejado de la información candente.

Dejo las preguntas para después...

Un paso fugaz por el Parque Rivadavia, por el barrio de Caballito, por el hemisferio sur.

Algunos años más tarde, supe que solían retumbar fuerte en New York.

En Buenos Aires, creo que no hicieron tanto barullo.

En Argentina, menos.

Quizás dejé estar mis preguntas y se me escapó el momento...

Pasó bastante tiempo.

Fuego y cenizas de madera en la nieve derretida del invierno boreal.

Una imagen, un título, ninguna fogata.

Nada de brasas.

Mucho humo, aunque sin hollín.

¿Cómo dejará marcas?

Llama la atención cuando la gente se ensaña con los íconos aceptados por la sociedad después de lustros.

Picardía o estupidez...

¿Qué cuestionan?

¿Qué buscan?

¿Logran su cometido?

¿Alguien les da pelota?

¿Creen en lo que dicen?

¿Creen en lo que inventan?

¿No sería mejor ignorarlos?

Pocas cosas terminan siendo ciertas.

La certeza está en lo simple, en lo directo, en lo espontáneo, a veces, en lo banal.

La certeza es tan solo un momento efímero.

Una disquería de mala muerte que me sorprendió gratamente en varias oportunidades, hasta que cerró.

Laburaba un chino alto, buen mozo.

Difícil de creer. aunque cierto.

Mismo cantante.

Mismas temáticas.

Mismas obsesiones.

Sonido menos corrosivo.

Sonido más prolijo.

Sonido casi radial.

Dejo de hacer preguntas...

Nació en mí un interés tardío, fruto del descubrimiento de la participación de un quebranta tímpanos apreciado por sus distorsiones y sus ritmos tribales de blanquito electrocutado, gran revoltoso y genial diseñador de piezas de arte para que las masas se consuman.

Solo compré, y compré, discos hasta completar una discografía, otra y otra más. 

Muchas, quizás demasiadas.

¿Habrá valido la pena?

Quizás debería preguntarme si no se trata de sonidos que han envejecido mal, que han quedado anclados en algún momento olvidado, que no estaban destinados a evolucionar para lograr perdurar en el imaginario colectivo como un ícono, como un símbolo de aquel momento esquivo.

Quizás solamente se trate de una muestra más de la decadencia cultural de una sociedad despreciable que no hace más que vanagloriarse de cuán autodestructiva puede ser. 

¿Quién sabrá?