Mostrando entradas con la etiqueta Lambchop. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Lambchop. Mostrar todas las entradas

domingo, 20 de febrero de 2022

CIENTO CUARENTA Y TRES

Debo admitir que durante mucho tiempo tuve cierta aversión por la música yanqui. A pesar de conocer y apreciar a artistas de la talla de Lou Reed, Bruce Springsteen, R.E.M. o Sonic Youth – todos norteamericanos, asociaba a la música producida en ese país más a una creación comercial que a una creación artística. Contrariamente a los artistas europeos que me ofrecían tanto canciones que encontraba altamente creativas como una producción artística minuciosa, impecable, que me cautivaba, me costaba encontrar en la oferta de la música estadounidense algún artista que despertara pasiones en mí como lo hacían algunos exponentes del viejo mundo. Me siguen gustando más las mezclas, las masterizaciones, de los grupos europeos, donde los graves tienen su lugar para golpearme y hacer mover los pelos de mi pecho, además de erizar los músculos de mi corazón. No tengo dudas sobre mis preferencias. Sin embargo, creo que vivir en Montréal, justito al lado del coloso del norte, me hizo conocer nuevas opciones y ampliar mi abanico de posibilidades.

Si vieras los trazos de las ilustraciones, el grafismo, de las portadas de sus discos, ¿no te darían ganas de escucharlos? Eso me pasó a mí. Acababan de publicar “Amore del Tropico” – el primero de sus álbumes que no llevaba por título el número de orden en su discografía. Escuché los cuatro álbumes que habían publicado hasta ese momento el mismo día, lo que fue un certero flechazo me hizo buscar, rastrear, acumular, los pocos discos que conformaban su magra discografía – algunos álbumes y un par de EPs. Sin dudas, lo que terminó de confirmar mi interés por esta banda fue el concierto que dieron en la Sala Rossa sobre el boulevard Saint-Laurent. Ver a Pall Jenkins cantar con dos chicas delante mío que no paraban de hablar habría sido imposible si mi acompañante no las hubiera amedrentado con su paraguas para que cerraran el pico. Finalmente, pude disfrutar de un gran recital. Seguí coleccionando sus discos, de a poco, hasta que colgaron los guantes. The Black Heart Procession ofrecía una música alternativa diferente, melancólica, imprevista, casi culta. Quizás por esa razón, a pesar de tener varios de los ingredientes necesarios para destacarse, simplemente cayeron en el anonimato, fueron ignorados, pasaron desapercibidos. No me queda claro si se convirtieron en una banda de culto o si solo quedaron ocultos, marginados. ¿Será por el lamento del serrucho que solían incluir en sus temas? Aquellas dos chicas charlando durante el show ejemplifican con claridad la falta de atención que obtuvo esta banda. Una pena. Estos pibes de San Diego ofrecían muy buena música.

Si leyeras una entrevista de un grupo en el que se autodefinieran como  “the most fucked-up country band in Nashville”, ¿no te darían ganas de escucharlo? Eso me pasó a mí. Acababan de publicar “Aw C’mon” y “No, You C’mon” – un disco doble encubierto. Fueron los dos primeros álbumes de Lambchop que escuché y un certero flechazo que me hizo buscar, rastrear, acumular, todos y cada uno de sus discos – desde álbumes, EPs, singles y compilados hasta ediciones europeas, norteamericanas o japonesas con distintas listas de temas, reediciones dobles con material inédito en el segundo disco y álbumes publicados para la venta exclusiva durante las giras. Todo. Sin dudas, lo que terminó de confirmar mi interés por esta banda fue el concierto al que asistimos con mi amigo Philippe, en la sala de espectáculos Le National sobre la rue Sainte-Catherine est. Ver a Kurt Wagner, bastante quieto, en el centro del escenario, cantando con su guitarra gastada canciones que lograban movilizar la fibra más íntima de cada uno de los presentes terminó de convencerme. La audiencia, inmóvil, se limitaba a dejarse empapar de acordes y pulsos esporádicos que lograron hipnotizar hasta al más reticente, al más reacio a disfrutar de un sonido sin tiempo que no buscaba ni completar ni rellenar ninguna de las dimensiones del espacio. Todo lo contrario. Invitaba a descubrir un poco de aquí, un poco de allá, y daba rienda suelta a la imaginación para que cada uno completara su propia historia y disfrutara de ese sonido a su antojo. Lambchop ofrece tanto como reclama y eso es lo que lo hace inigualable, inmejorable.

Si te cruzaras con algún otro grupo yanqui que saliera del molde, que no calzara en el estereotipo del American Way of Life, ¿no te darían ganas de escucharlo? Eso me pasaría a mí, sin dudas.