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viernes, 29 de abril de 2022

CIENTO CUARENTA Y OCHO

Finalmente, después de dar miles de vueltas, llego a otro de los grupos que desestabilizó mi forma de comprender la música, que contribuyó para que comenzara a valorar el sonido per se como parte de una obra musical. Asociados con la música psicodélica, extendiéndose hasta la música experimental. Valiéndose tanto de instrumentos acústicos, eléctricos, como electrónicos. Incluyendo nuevos dispositivos como tablets y teléfonos celulares o desempolvando algún viejo walkman o geloso. Se animan a todo. Resultan indefinibles, inclasificables. Cuando escucho un álbum de un grupo, estar seguro de que el próximo será distinto, para mí, es imprescindible. No saber qué esperar de su siguiente propuesta es lo que me da más ganas de seguirles la carrera, de ir completando su discografía. Estos tipos han publicado cientos de álbumes, a través de innumerables sellos discográficos o por sus propios medios. Dos ó tres discos al año. A veces, hasta cuatro. Su vasta discografía ofrece ítems para todos los gustos y para todas las necesidades: vinilos, CDs, CD-Rs, casetes, DVDs, DVD-Rs, VHS, archivos de audio en el formato que se te antoje. En mi caso, me propuse solo coleccionar los CDs y algunos DVDs. A pesar de esta autorrestricción, haciendo cuentas, entre los discos oficiales del grupo, los de los proyectos paralelos, los álbumes solistas de los miembros principales y las participaciones de cierta relevancia, ya debo haber acumulado unos ciento setenta ítems. ¡Un estante completo! No me arrepiento de haber comprado ninguno de ellos, que quede claro. A pesar de que no todos ofrezcan un sonido pulido, impecable, y de que a veces las ilustraciones de las portadas dejen un poco que desear y desmerezcan el valor de la música que contienen, considero que todos son imprescindibles para mi colección. 

Si bien me habían recomendado sus discos allá por los años ’90, si bien una compañera de la facultad de aquella época había comparado alguna de las canciones de mi proyecto MUTANTES MELANCÓLICOS con la propuesta de estos británicos expatriados en los Países Bajos, recién tuve acceso a su música en el año 2004 ó 2005, cuando en la disquería Volume Boutique Inc., sobre la rue Sainte-Catherine est, en Montréal, vi sobre uno de los anaqueles, una caja gordita – esas que solían usarse para los discos dobles, esas que ahora llaman “fat-box”, esas que hace rato que dejaron de circular. La portada era de color rosa fuerte con un símbolo impreso en plateado y filetes negros en el centro. El álbum se llamaba, oportunamente “The Legendary Pink Box”. Su aparición, me cautivó. Se lo veía macizo, contundente. No lo pude dejar pasar. 

Inmediatamente me di cuenta de que el grupo irradia un magnetismo que hipnotiza, que seduce. Resulta imposible resistirse a sus encantos. Sin embargo, no se esfuerzan por estar a la moda. Resulta difícil clasificarlos. Los géneros “independiente” o “alternativo” les quedan chicos. Son evasivos. Se escapan de lo conocido. Abandonaron hace rato todo vinculo con el universo de la música pop. Parece que no se esforzaran por conquistarte. No ofrecen grandes éxitos aptos, diseñados, para ser difundidos por las radios masivas. No tienen un líder carilindo, aunque sí un tanto carismático, que se encarga de escribir los textos, al que suelen apodar “el profeta”. ¡Ojo! No es el único motor creativo de los Legendary Pink Dots, parece que el que decide sobre la estética sonora, sobre la maquinaria que desplegarán en cada nueva producción, es el tecladista. Sin dudas, los dos se complementan a la perfección. Claro que el sonido ha evolucionado a través de los años. Tené en cuenta que empezaron con muy pocas herramientas, casi con lo puesto. A pesar de ello, su impronta, tan reconocible como disfrutable, perdura desde sus primeros registros – producidos con escasísimos recursos, tanto económicos, técnicos como compositivos – hasta los actuales, que gozan de una bonanza tímbrica que se enriquece con cada nuevo álbum. La verdad sea dicha: no dejan de sorprender con cada nueva producción. Imperdible, cada una de ellas. 

Nota bene: no podés dejar pasar ni su proyecto paralelo The Tear Garden, ni los álbumes solistas del “profeta” Edward Ka-Spel, ni los del tecladista – firmados como The Silverman, ni los de Mimir, ni los de Ulkomaalaiset. Tenés para entretenerte. Pero, si te queda un tiempito, y querés profundizar un poco más, explorá las otras colaboraciones. Seguro que te atrapan también.


martes, 29 de junio de 2021

CIENTO QUINCE

Mi relación con los bateristas siempre ha sido distante. Miento. Con uno de ellos mantuve una relación muy cercana durante una gran cantidad de años. Sin embargo, debo aclarar que durante todo el tiempo en el que hicimos música juntos, Omar, a pesar de ser un eximio baterista y percusionista, rara vez golpeó algún parche. Primero, en el proyecto ASUSTADOS UNIDOS decidió cantar y tocar la guitarra. Más tarde, en el proyecto NO:ID. se vio casi obligado a tocar el bajo porque no queríamos tener que transportar demasiados trastos cada vez que hiciéramos un recital. Una batería es imposible de trasladar en colectivo, en cambio, un bajo abulta menos. Finalmente, para nuestras grabaciones, no pudo evitar dar algunos golpes. Golpes a los botones de la máquina de ritmos, golpes a alguna caja de cartón, golpes a algún pedazo de plástico o golpes a algún objeto de metal. Elementos con los que reemplazamos, sin mucha reflexión previa, a las percusiones afinadas que ofrecen las tiendas de instrumentos musicales. Los resultados han sido diversos, lo admito. Debo confesar que desde mis primeros pasos por la música, preferí las máquinas de ritmos a los bateristas de carne y hueso. No voy a mentir. No tiene que ver con una voluntad de explorar nuevos sonidos, de fusionar nuevas tecnologías con instrumentos tradicionales. La explicación es una sola. Este tipo de instrumentos tienen no solo un botón "start/stop" y otro "on/off", sino que además cuentan con un control de volumen, elementos muy convenientes cuando querés apagarlos o simplemente silenciarlos. Lamentablemente, los bateristas humanos no se consiguen con este tipo de botones o perillas y, por desgracia, generalmente es difícil lograr que hagan silencio cuando la canción lo requiere, que no golpeen demasiado fuerte los platillos, que dejen de golpear lo que tengan a mano en cada momento de su existencia. Pareciera que para ser baterista fuera condición sine qua non ser hiperquinético. Por todas esas razones que acabo de mencionar, uso máquinas de ritmos. He usado dos. Una ROLAND TR-707, con la que grabé todos los discos de MUTANTES MELANCÓLICOS, y una BOSS DR-660, que compré con la indemnización que me dieron en el diario Metro cuando cerró y nos rajaron a todos. Esta maquinita me acompañó a Montréal. La usé para componer algunas canciones que he ido reversionando y grabando durante estos últimos años además de otras que nunca nadie escuchará mientras que me quede vida para impedirlo. La primera máquina, la vendí hace rato. La segunda, está juntando polvo en un estante porque ahora prefiero usar otro tipo de sonidos menos precisos, más primitivos, en mis grabaciones. Des-evolución, le dicen. Evolución degenerativa, le decían. Evolución degenerada, corrijo.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/track/reflejo

miércoles, 9 de diciembre de 2020

OCHENTA Y SEIS

Del artista del que voy a hablar ahora ya he mencionado varios álbumes. Su impronta ha dejado huella en mi música, me ha influenciado profundamente. Este álbum, primero lo tuve en casete, importado. Lo había conseguido en algún boliche del centro. Para ser honesto, muchos años más tarde cuando lo conseguí en CD, como ya conocía todos los temas de memoria, mucho no lo escuché. Como es un disco que no puede faltar en una colección que se digne, siempre estuve contento de saber que estaba ahí, a mi alcance, disponible para ser escuchado. Mientras trataba de definir el sonido que quería adoptar para mi música post MUTANTES MELANCÓLICOS, sabía que buscaba un estilo un poco más directo y frontal, con pocos elementos; cancionero y de fogón, que me permitiera interpretar mi música en cualquier lado, sin necesidad de grandes desplazamientos, ni de instrumentos, ni de equipos. Una formación simple, guitarra-bajo-batería, era lo que se anunciaba. Revisando mis estanterías de discos, llegué a “New York” del viejo y estimado Lou Reed. Inmediatamente comprendí que era precisamente lo que andaba buscando. A pesar de haber estado guardado durante varios años, cuando lo puse en el equipo, todas y cada una de sus canciones resonaban instantáneamente en mi cabeza, Era música inolvidable, para mover la patita aunque sin la euforia desenfrenada de cualquier grupete adolescente, con la instrumentación justa y necesaria. Fue la inspiración que dio el puntapié inicial para mi proyecto NO:ID. 


sábado, 31 de octubre de 2020

SETENTA Y UNO

Después de haber grabado y publicado el álbum “Mi reloj biológico no necesita cuerda” como MUTANTES MELANCÓLICOS, seguí trabajando sobre canciones nuevas aunque sin rumbo fijo. Algunas con piano, otras con guitarras limpias y sin solos demoledores. Con ritmos menos cruzados o con arreglos prefijados. Unas largas, otras más cortas. Sin estribillo, con. Buscando la inspiración por donde pudiera encontrarla. 

Para cada uno de mis álbumes trato de fijar un rumbo, una idea, un concepto, antes de comenzar a escribir y a grabar nuevo material. Algo que defina el nuevo desafío. Sin embargo, en esa época, las grabaciones tenían otro propósito. En mi álbum “Malditos, errantes, marginales, desplazados, olvidados, abandonados” incluí la mayoría de las ideas que me permitieron decidir y definir el nuevo rumbo que tomaría mi música. Son canciones que me sirvieron para delinear el estilo que exploraría en NO:ID., con mi amigo Omar y con unos cuantos amigotes más que nos ayudaron a darle forma al que considero mi proyecto de música pop, desde 1999 hasta 2003. 

Recuerdo que en 1995 ó 1996 había comprado un E-BOW, un electroimán que hace vibrar la cuerda de la guitarra a la que lo acercás y genera una nota interminable, un aparatito genial. También había conseguido un mini-amplificador para la guitarra con un nombre tan extraño como el sonido que produce. Imaginate que la perilla de volumen es una nariz de chancho. Como no podía ser de otra manera, se llama PIGNOSE. Obvio, el sonido que produce es tan sucio como un apestoso chiquero. Además, finalmente había comprado un SLIDE en una casa de música para dejar de usar el porta rollo de papel higiénico metálico que me había sustraído de un baño de una heladería de Pinamar y que había recortado para poder calzarlo en mi dedo y deslizarlo sobre las cuerdas de mi guitarra. Sé en lo que estás pensando. Claro que sí, lo higienicé concienzudamente antes de destinarlo a su nueva profesión. Con estos tres nuevos ingredientes, algunas premisas sobre la simpleza de la canción de fogón y la economía de recursos sonoros que requería mi nuevo proyecto, senté las bases de una forma de hacer música que me permitió grabar más de treinta canciones, muchas de las cuales considero memorables.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/malditos-errantes-marginales-desplazados-olvidados-abandonados




lunes, 12 de octubre de 2020

SESENTA Y SIETE

Instrumentación austera y limitada superposición de sonidos: ya había coqueteado con estas premisas en “Ojalá pudiera” de MUTANTES MELANCÓLICOS. A mediados de 1995 contaba con cuatro canciones para mi futuro quinto álbum. Las había escrito por encargo para una obra de teatro que lamentablemente nunca vio la luz ni salió de detrás de bambalinas. Quizás, el libreto quedó en pañales. Sin haberlo planeado, cuando me dispuse a comenzar a grabar el nuevo material, me vi obligado no solo a continuar con la filosofía de la economía de recursos que abrazaba desde comienzos de 1994, sino que, además, me vi forzado a ajustar un poco más las clavijas. No para afinar mis guitarras pues no formarían parte de la paleta de sonidos del nuevo proyecto. ¿¡Cómo!? No tuve otra opción: haciendo una maqueta para la facultad me rebané un centímetro de la yema del dedo índice de la mano izquierda, dañando por completo con grandes cantidades de sangre fresca mi trabajo universitario y dejándome temporalmente manco. Conclusión: varios meses sin poder tocar las seis cuerdas. Gracias a este impedimento, tuve que dejar fluir nuevas ideas y animarme a usarlas para “Mi reloj biológico no necesita cuerda”, mi álbum preferido. No te anticipo mucho más, escuchalo. Es el único de mis discos del que no modificaría nada si pudiera volver en el tiempo para regrabar mis obras completas. Es un disco que todavía me sorprende. Es un disco disparador de enseñanzas, aunque alguno no lo acepte y pretenda hacer de cuenta que no lo conoce. Él se lo pierde. 

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/mi-reloj-biol-gico-no-necesita-cuerda


martes, 6 de octubre de 2020

SESENTA Y UNO

No recuerdo cómo llegué a conocer a Gallon Drunk, creo que un comentario en la revista Esculpiendo Milagros despertó mi interés. Lo que sí recuerdo es que Leo, un flaco del que me hice amigo en el parque Rivadavia que tocaba la trompeta, instrumento con el que me acompañó en unos cuantos recitales de MUTANTES MELANCÓLICOS, con el que participó en muchísimos de mis temas a lo largo de toda la discografía del grupo, además, compraba discos de jazz en el extranjero para revenderlos y me ofreció traerme algún título que me sedujera, al costo. Una oportunidad para no despreciar. Inmediatamente, pensé en “Tonite...The Singles Bar”, “You, The Night ... and The Music” y “From the Heart of Town” de este grupo británico. Los dos primeros, me los consiguió, nuevitos y en celofán. En el instante en el que vi las imágenes de las portadas supe que este grupo prometía ser genial. Dos collages. En el primero, habían pegado una foto de una chica vestida con malla de leopardo reposando sobre una conga y una alfombra colorada arrugada arriba de una foto deslucida del monte Fuji y unas ramas de árbol de cerezo en flor. Algo que no se ve todos los días. En el segundo, fotos de instrumentos de percusión étnica recortados de alguna enciclopedia barata comprada en alguna tienda de libros de segunda mano se mezclan con fotos de baja definición de estatuillas de arte africano, todas ellas pegadas sobre la imagen de un cocodrilo en la que lo único aterrador es la falta de foco. Felizmente, no solo fui seducido por la gráfica de estos dos álbumes. La música, a pesar de continuar con la línea del rock devastador de garajes à la Birthday Party, proponía un sabor personal, hipnótico y fascinante, que resultaba una patada bien fuerte en las bolas tanto para el amanerado brit-pop como para el putrefacto grunge. Indefinibles, sugestivos, espontáneos y peligrosos: cualidades necesarias para que nunca triunfaran pero para que hayan sido inmensamente respetables a lo largo de su carrera. 



sábado, 12 de septiembre de 2020

CINCUENTA Y NUEVE

Nunca tuve cable. Miento. Al regresar de Canadá, creo que era el año 2009, cuando pedí la instalación de internet, le pregunté inocentemente al técnico si en un futuro sería muy complicada la instalación de la televisión por cable además del servicio de internet, si esto requeriría un recableado, por ende, hacer más agujeros en las paredes de mi departamento; a lo que el flaco respondió: me das unos pesos y te lo instalo hoy. En resumen, si bien es cierto que alguna vez tuve cable, también es cierto que nunca pagué – al menos no formalmente – por ese servicio. Ya lo he dicho anteriormente: no disfruto demasiado del cine, de las series, de la televisión. A pesar de ello, entre los años 1994 y 1996, miré dos series que produjeron cierta influencia sobre mi música: “Twin Peaks” y “The X Files”, de las que trataba de no perderme ningún episodio. La verdad es que David Lynch ha sabido elegir, para sus distintas películas, músicas y sonidos irremplazables en el contexto de cada una de sus historias. Tanto en la serie “Twin Peaks” como en la película “El fuego camina conmigo”, la banda de sonido no está de relleno. Actúa tanto como cualquiera de los personajes. Narra tanto como cualquiera de los textos del guión. Define el decorado tanto como cualquiera de las tomas fotográficas que nos muestran el escenario. Puedo decir que los discos de “Twin Peaks” me gustan tanto como cualquiera de los capítulos de la serie o la película. Lamentablemente, no me pasa lo mismo con la música de “The X Files”. La serie me gustó y me marcó. Me ayudó a descubrir pequeñas ideas para inventar un mundo de ciencia ficción en el que pudieron existir mis MUTANTES MELANCÓLICOS. Sin embargo, la música, aunque la encuentro simpática, tuvo una mínima influencia en una sola canción. Claro, usé el famoso y recurrente cliché de las bandas de sonido de infinidad de películas de este género: una melodía con pocas notas que se repiten intermitentemente por haber conectado la fuente de sonido a varios procesadores de echo o delay programados con alternativos tiempos de repetición. Una fija para sonar como en el espacio, parece.



jueves, 10 de septiembre de 2020

CINCUENTA Y SIETE

“Songs for Drella” fue uno de los primeros álbumes que compré en CD, en 1990 ó 1991, en un Musimundo chiquito que había en Rivadavia y Acoyte. No tengo mucho para decir de este disco, salvo que nadie debería dejar de escucharlo. A pesar de haberlo reproducido infinidad de veces, creo que la influencia de estas canciones recién se empezó a sentir en mi música a partir de 1994 ó 1995 cuando comencé a trabajar en mi álbum “Ojalá pudiera”. En esa época, después de haber ido a ver en vivo a Peter Hammill en el Auditorio del Colegio Misericordia de Belgrano gracias a la insistencia de Roberto, compré “Room Temperature Live”. Un disco que proponía un sonido despojado, esquelético y aterrador que me hizo recuperar mi interés por aquel álbum de Lou Reed y John Cale. Instrumentos, los justos. Arreglos, los necesarios. Nada de malabares ni demostraciones fanfarronas. Solo lo esencial. Solo el calor de un par de amplificadores para encender la llama de un sinnúmero de emociones. Ambas obras, fundamentales, irremplazables, primordiales. Lo que para vos sirva para calificar aquello que es más que necesario.  

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/ojal-pudiera



lunes, 10 de agosto de 2020

CINCUENTA

Cuando empecé a grabar las canciones del proyecto MUTANTES MELANCÓLICOS, tenía el pedal Overdrive ARIA PRO II y lo combinaba con la distorsión del multiefectos YAMAHA FX500 cuando amplificaba mi guitarra. Hacían bastante quilombo cuando los encendía a los dos juntos. Sin embargo, sentía que algo le faltaba a ese sonido. Un poco más de ruido, un poco más de “noise”, como empezaron a decir los periodistas especializados de esa época, un poco más de bardo, como se decía en mi querido barrio de Flores. Fue así que en algún momento, empecé a acumular pedales de distorsión. Primero, mi amigo Martín, me cambió mano a mano un Super Overdrive de BOSS por un metrónomo electrónico que había comprado a instancias de un profesor de guitarra, que seguramente negaría haberme dictado esas clases por vergüenza, deshonra, o simplemente porque se ha olvidado de mí. De más está decir que el flaco se horrorizaría al saber que buscaba acumular pedales para que el sonido de mi guitarra se produjera sobre todo al pisarlos, no al tocar las cuerdas de mi instrumento. Un tiempo después, un sesionista que vino a grabar conmigo, trajo dos pedales más. Un DOD de color amarillo, creo, que sonaba espantoso y nunca utilicé; y un Drive Master de MARSHALL, que es una joya. El flaco dejó de venir y nunca más tuve contacto. Ni siquiera respondió a mis mensajes cuando le avisé que podía llevarse ejemplares de los discos en los que había participado. Por suerte, no se llevó los pedales tampoco. En más de veinticinco años, nunca ha dejado de utilizar estas cuatro distorsiones en sus diversas combinaciones. Los aparatos están un poco avejentados pero conservan el sonido crudo, rasposo y desgarrado que me gusta para mi guitarra. 


domingo, 9 de agosto de 2020

CUARENTA Y NUEVE

Cuando hacía escuchar mis canciones algunas personas reconocían influencias o similitudes en mi música con la de artistas de los que jamás había escuchado una sola nota. En la época de “Voom Voom Va Hell La” y “La vida no les sonríe”, mis dos álbumes más cercanos al rock, punk, garage o como quieras llamarlo, me sugirieron que encontraban en mi propuesta aires de Big Black, de Foetus o de Butthole Surfers. Del primero, nunca tuve ni un solo disco. Del segundo, el primer CD lo conseguí en 1995 – un año después de haber publicado mis dos álbumes en casete. Del tercero, como las tapas de sus álbumes me parecían simpáticas, decidí comprar algún CD, aunque lo hice un tiempo después de haber grabado y publicado los dos álbumes para los que supuestamente había abrevado en esta banda en busca de inspiración. ¡Qué incomprensible es la necesidad que tiene la gente de etiquetarte y de hacerte entrar en un molde! Quizás sea verdad que encontraran parecidos entre las diferentes propuestas, pero de ahí a asegurar que el que compuso tal o cual canción tuvo que haberlo hecho hurtando ideas de algún otro artista es no dar crédito a la capacidad de la persona para crear. No digo que uno no se inspire, sino que es difícil tomar como fuente de inspiración aquello que no se conoce. Hoy, conozco a dos de esos artistas, los valoro y podría asegurar que en alguna forma, desde que tuve la suerte de conocerlos, han comenzado a influenciarme, sin embargo, antes de haberlos escuchado, me parece difícil que hubiera sido posible. Todavía, mi mente no me permite visitar lugares donde mi cuerpo no está presente. 

Te preguntarás cómo conseguí mis primeros CDs de Butthole Surfers. Simple, fue mi segundo pedido internacional por correo. Recuerdo que encargué cinco discos directamente al sello SST: “Psychic... Powerless... Another Man’s Sac”, “Rembrandt Pussyhorse”, “Locust Abortion Technician”, “Hairway to Steven” y “Widowermaker! EP”. Lamentablemente, de esos discos solo me quedaron dos. En la malaria y la desesperación por conseguir unos manguitos para poder acceder a algún otro disco que me interesaba tuve que rematarlos. Afortunadamente, el tiempo se apiadó de mi y pude conseguir otros títulos del grupo, aunque esos tres, los perdí para siempre.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/la-vida-no-les-sonr-e



sábado, 8 de agosto de 2020

CUARENTA Y OCHO

Cuando grabé mi mini-álbum “Mataron a las mujeres, violaron a los caballos”, lo hice como respuesta – o burla – a la infinidad de discos de “versiones acústicas”, también conocidos como “unplugged”, que se publicaron en ese momento. Fue una moda gracias a la que se me ocurrió la loca idea de publicar un disco de “versiones acústicas”. Lo loco de la idea era que solo una de las canciones del disco había sido grabada en su versión eléctrica (“Estoy hambriento”) y el resto eran canciones totalmente nuevas e inéditas. A pesar de eso, en la tapa del casete que vendía en el parque Rivadavia, había pegado una etiquetita redonda que me había impreso un amigo que decía “Versiones Acústicas”.

Como muchos otros incautos, seducido por esa moda pelotuda, sucumbí a la tentación y me compré “Unplugged” de Neil Young. Si escuchás bien este disco – estimo que con los otros de esta misma serie que han publicado pasa lo mismo – te vas a dar cuenta de que nos vendieron un buzón: si bien es cierto que la grabación fue hecha con instrumentos acústicos, es mentira que se trata de un disco totalmente “desenchufado”. Si prestás atención, podés darte cuenta de que no solo muchas de las guitarras – electro-acústicas – fueron grabadas mediante su micrófono incorporado, sino que, además, los bajos acústicos brillan por su ausencia. A pesar de este engaño, creo que este disco, en ese momento, contribuyó con mis propósitos creativos, me divirtió y me sigue gustando. No te ilusiones, la verdad es que es el único álbum que tengo de Neil Young. Además, es el único que tengo de la famosa serie “MTV Unplugged”. ¿Para qué más?

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/mataron-a-las-mujeres-violaron-a-los-caballos



viernes, 17 de julio de 2020

CUARENTA Y TRES

Si te pareció exagerado que hubiera podido comprar un sequencer vendiendo libros de contrabando, chupate esta mandarina, también me compré una guitarra. Podrán juzgarme eternamente por haber participado en esta actividad ilícita, sin embargo, la sigo justificando ya que la compra de estos instrumentos, que aún utilizo desde hace más de veinticinco años, ha sido una causa noble. Desconozco qué giros hubiera tenido mi expresión musical de no haber tenido la posibilidad de acceder a estos equipos. 

Recuerdo que un día fui a la galería Bond Street y, para mi sorpresa, en el subsuelo, al lado de la disquería a la que usualmente iba a mirar discos – los precios eran prohibitivos para mi magra billetera, de manera que me contentaba con anotar los títulos que soñaba con escuchar y solo me llevaba alguno que otro – habían instalado un local de venta de instrumentos de música que se llamaba, si mal no recuerdo, “El Coleccionista”. Me puse a mirar la vidriera y quedé extasiado con una guitarra que tenían en exhibición. Era un modelo que nunca antes había visto y de inmediato me enamoré. Tenía la forma de una Stratocaster con sobrepeso. Cuando la toqué, me sedujo aún más. Desde el mismo instrumento, podían crearse los sonidos de la madera gruesa de una Les Paul y a la vez los sonidos cortantes de una Fender. Tenía que ser mía, y lo es. Gracias a ese imprentero delincuente que murió de un bobazo porque le debía guita a medio mundo y encima intentaba salir con cuanta mina se le cruzaba. No resistió. Pero mi guitarra PEAVEY T-60 de madera de fresno macizo y mástil de arce, sí lo hizo. La tengo desde 1993 y no solo la he usado para grabar cada uno de los álbumes de todos mis proyectos, sino que la he usado en todos los recitales de NO:ID. Recuerdo también haberla llevado a Bahía Blanca donde me presenté como MUTANTES MELANCÓLICOS – aunque toqué solo – y, además, me ha acompañado durante mi estadía en Canadá, por más de cinco años. Somos inseparables.



martes, 14 de julio de 2020

CUARENTA

En el año 1992 decidí estudiar fotografía en una escuela de La Boca, lo que parecería una traición a mi pasión por la música. Pero no. Como todo tiene que ver con todo. Esta decisión tiene una explicación. El año anterior, había decidido que cambiaría la carrera de Ingeniería por la de Diseño Gráfico. Lo cierto es que desde la adolescencia, como ya lo he dicho en varias oportunidades, no solo había comenzado a apreciar los discos que compraba por la música, sino que también prestaba especial atención a las portadas, a los sobres internos, al centro de los discos, a la paleta de colores que usaban, a la fotografía. Entonces, pensé que un buen complemento para mi futura carrera universitaria sería este curso. Duraba dos años. En el primero se estudiaba fotografía en blanco y negro, en el segundo en color. Hice solo el primero porque los horarios me impidieron continuar con las dos cosas a la vez. Sin embargo, este curso me dio infinidad de herramientas, de buenos momentos, de gratas sorpresas y de recuerdos inolvidables. En fin, muchas de las fotos que usé para las portadas de los discos de MUTANTES MELANCÓLICOS las tomé en los safaris fotográficos que hacíamos para tener material para revelar películas o para practicar los procesos de copiado en papel fotográfico. Hoy, 28 años más tarde, estoy trabajando en la portada de mi nuevo álbum que se llamará “Autres Directions” para la que decidí utilizar una fotografía que tomé en aquella época practicando el barrido de un auto en movimiento en la esquina de Caminito sobre diapositiva. 

Retomando el tema del que quería hablar, presentaré el evento que permitió que enriqueciera mi magra colección de discos de esa época. Toda oportunidad para conseguir nueva música siempre es bienvenida y si, además, se trata de algún artista que uno aprecia, los límites para lograrlo se desvanecen. En el edificio de la escuela, había un balcón desde el que se veía el Riachuelo. Allí salíamos a tomar aire en los recreos. Todas las escuelas tienen banderas. Ésta, no era la excepción. Tenía un mástil amurado en ese balcón del que pendía y ondulaba nuestra bandera argentina. Era un mástil largo. La bandera no estaba cerca. Sin embargo, le aposté a una compañera que yo lograría agarrarla con la mano sin ningún esfuerzo ni riesgo sobre mi vida. El premio, para mí, sería un CD que acababa de ver, “Some Girls Wander by Mistake” de Sisters Of Mercy, un compilado imperdible que incluía todos los temas de los EPs que había tenido en vinilo y unos cuantos temas más que nunca había tenido la posibilidad de escuchar. Sabía que no debía fallar. Ansiaba tener ese disco en mis manos y no tenía dinero para comprarlo. Observé el viento, cómo subía y bajaba la tela dejándose llevar por la brisa proveniente de un espacio tan abierto y en un solo y certero movimiento, ya sujetaba nuestro símbolo patrio sin haber puesto en peligro mi vida. Resultado, esa compañera me compró ese disco y fui muy feliz. Años más tarde, en Montréal, tuve la suerte de avistar, en una tienda de discos usados, una versión impagable de ese disco. Era la edición limitada que viene en un una caja de cartón bien grueso y con un desplegable en acordeón impreso sobre una cartulina bastante sólida con la reproducción de cada una de las tapas de los EPs que están incluidos en el CD. Ya sin apuros económicos, no tuve más que sacar la billetera y pedirle a la empleada que lo bajara del anaquel porque, desde el instante en el que le clavé los ojos, cual cazador furtivo, supe que no podría escaparse de mí.  

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/autres-directions




lunes, 13 de julio de 2020

TREINTA Y NUEVE

Al terminar con SU REAL ORDEN ya tenía, como lo he dicho anteriormente, una idea clara: no quería tocar con un baterista humano para poder estipular previamente en qué partes de cada canción se escucharían los sonidos de la percusión y en qué partes el instrumento no aparecería, estaría en silencio. Por si no lo sabés, por lo general, los bateristas no pueden lograr quedarse quietos ni dejar de mover sus palillos y necesitan imperiosamente estar tocando todo el tiempo. Pareciera que sienten que apenas apoyan el culo en la banqueta de la batería, se encienden y no paran hasta que no se levantan. Es raro encontrar delicadeza en ese mundo primitivo de la percusión. No olvidemos que se trata de instrumentos que preceden a los registros históricos y no queda claro si los inventaron para amenizar danzas rituales donde los tipos entraban en un trance hipnótico del que les era muy difícil salir, para comunicarse con alguna tribu vecina con la que mantenían lazos de alguna índole o para romperle las bolas al resto de los instrumentistas que no pueden escuchar bien lo que están tocando porque la bestia del baterista le pega a los parches como si quisiera dejar salir a su otro yo maligno, que no lo deja tranquilo, y mientras tanto lo usa para torturar al resto de la banda. Si bien es cierto que he conocido dos o tres bateristas que aprecio, no puedo asegurar que mi lista se prolongue mucho más.

Lo cierto es que empecé a escribir canciones que un baterista hubiera intentado reformular. Se trataba de ritmos un poquito trabados, imposibles de bailar porque no respetaban las métricas convencionales. La máquina de ritmos que había conseguido me permitía hacer de todo. Además, esas canciones las pude grabar gracias a que mi vieja, ese mismo año, me regaló un portaestudio FOSTEX 280. Se me abrió un mundo impensado hasta ese momento: tenía cuatro pistas y podía grabar un instrumento diferente en cada una y podía hacerlo yo solo, pista por pista. Era lo que siempre había soñado con tener, sin siquiera saber que existía. Gracias a este equipo nuevo, mi guitarra, el “pedo bajo” – que en esa época aún funcionaba, el multiefectos, el pedal de distorsión que me quedaba y la máquina de ritmos pude grabar las cuarenta y cinco canciones que publiqué exclusivamente en formato digital a través del sitio bandcamp.com bajo el nombre de: “Chirriantes demonios primitivos”. La antesala de lo que sería mi proyecto MUTANTES MELANCÓLICOS.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/chirriantes-demonios-primitivos




domingo, 12 de julio de 2020

TREINTA Y OCHO

A mediados del año 1991, cuando decidimos que no íbamos a tocar más como SU REAL ORDEN, para mí comenzó una época de grandes cambios y tomé una decisión irrevocable, nunca más iba a tocar con un baterista humano. Aunque años más tarde me desdije, no me sonrojé: empecé a tocar con Omar, el baterista de Exhibición Atroz, en un proyecto que se llamó ASUSTADOS UNIDOS y años después, cuando creé NO:ID., decidí que solamente él podía ocupar el lugar de acompañante y guía al mismo tiempo. Finalmente, tocamos juntos durante cuatro años y dejamos de hacerlo solo porque me mudé a Montréal: quedaba lejos de Flores y juntarnos a ensayar los sábados por la tarde, se hizo imposible. Sin embargo, como en el primer proyecto Omar tocaba la guitarra y cantaba y, en el segundo, tocaba el bajo y cantaba, no creo que cuente como para acusarme de versero. Es cierto, él programaba algunas máquinas de ritmo y tocaba algún instrumento de percusión, pero ahí está el asunto, era un baterista que no tocaba la batería. Rebobinando. Después de mi experiencia con SU REAL ORDEN, quise volver a encarar algún proyecto personal en el que las decisiones que parecieran descocadas, alocadas, no fueran descartadas ni desoídas, lo que sucede generalmente en el contexto de un grupo, ya que hay que conformar a varias personas y las ideas que tratan de salir del molde son las primeras en ir a parar al tacho. Por esa razón, compré la revista Segundamano para averiguar los precios de las máquinas de ritmo usadas. Ya sabía que muchos de los grupos que apreciaba las usaban (Sisters of Mercy, Cocteau Twins, Wolfgang Press) y me importaba un bledo que mis amigos insistieran en que un grupo sin batero no es un grupo. Se pierde la escena, se pierde la sangre, se pierde el rock and roll, decían. No entendían nada. Al final, tomé el toro por las astas, hice lo que se me cantó y compré una ROLAND TR-707, que usé en todas las grabaciones de MUTANTES MELANCÓLICOS. Lamentablemente, al regresar de Canadá, por falta de espacio en mi departamento, tuve que optar por deshacerme de algunos equipos y esa máquina cayó en la volteada porque sentía que, además, ya había cumplido su ciclo.



sábado, 16 de mayo de 2020

CATORCE

Otro al que conocí en esos cursos de inglés fue un pelirrojo grandote que tocaba la trompeta en la banda de la iglesia evangelista en la que iría a rezar con su familia. Lo había apalabrado para que en algún momento grabara algo conmigo. Un contacto premonitorio que anticipaba mi futuro gran proyecto MUTANTES MELANCÓLICOS, en el que usé los servicios de un trompetista en una gran cantidad de canciones. Afortunadamente, las grabaciones con el colorado nunca se produjeron, sino a él lo hubieran excomulgado de su iglesia y a mí habrían intentado, como mínimo, echarme a la hoguera por haber incitado a uno de los fieles de su rebaño a transitar por los caminos del “pecado sónico”.

También conocí a Martín, fanático de Phil Collins. Algo que me resultaba incomprensible, no solo porque esa música me parecía espantosamente horrible sino que, además, me parecía que solo podía gustarle a una chica. Prejuicios adolescentes que aún hoy conservo. Este Martín me presentó a algunos de sus amigos que querían formar una banda. Él se propuso para tocar el bajo, aunque no tenía uno. Claro, él sabía que yo había logrado comprar un bajo usado y de mala muerte gracias a la venta de unas rifas. Había vendido tan pocos números que, afortunadamente, todos los ganadores habían quedado en el talonario. Resumen, no tuve que gastar ni un peso para comprar los premios y todo lo destiné para comprar un bajo de segunda mano, o más bien de décima, porque creo que nunca volví a ver un instrumento tan erosionado. Lo llamábamos el “pedo-bajo”: todas las notas sonaban iguales, como una flatulencia desesperada y monocorde. Lo único que lo hacía asemejarse a un bajo era que tenía cuatro cuerdas gruesas. A pesar de eso, lo usamos en nuestro grupo MATEN AL DISC-JOCKEY, con el que ensayábamos todos los sábados en el garaje de la casa de la abuela de mi amigo y hasta llegamos a dar un recital en el Club de Abuelos al que asistía mi abuela. Lindos tiempos, aunque la música que hacíamos fuera pésima. 

Lamentablemente, solo se conserva el sonido de aquel bajo en mi tema “Holocausto”, que grabé para el primer álbum de mi proyecto MUTANTES MELANCÓLICOS, “Voom Voom Va Hell La”. Durante el primer recital de este salvaje proyecto, mientras yo lo tocaba con un pedal de bombo preparado, el bajo voló por los aires hasta el público. En su caída, el cuerpo del instrumento se fisuró y nunca pudo recuperar su voz. Aunque algunos de los asistentes al recital intentaron hacerle tocar una última nota, esos intentos fueron en vano: el bajo ya estaba despedazado. 

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/voom-voom-va-hell-la


martes, 12 de mayo de 2020

DIEZ

Durante la escuela secundaria, pasaba los veranos en el club. Entre la pileta, las canchas de tenis y algún que otro partido de basket, me había hecho amigo de unos pibes un poco más grandes que yo que andaban en skate. Se hacían llamar los Skate´s Mutants (quizás les deba una parte del nombre de mi futuro grupo MUTANTES MELANCÓLICOS). Eran buenos chicos, aunque en aquella época, en el año 1988, sus ropas andrajosas, jeans desflecados y zapatillas rotas los hacían parecer más malos de lo que en realidad eran. Ellos me presentaron a los Dead Kennedys, a los Clash, a los Sex Pistols y seguramente a algún otro grupete punk. Recuerdo que un día, antes de ir al club, pasé por la disquería Abraxas y me compré dos discos: “Prayers on Fire” y “Junkyard”, de Birthday Party. Mis amigos no los conocían hasta ese momento. Cuando los escucharon casi se mueren. No entendían nada. Claro, mi gusto musical había empezado a apartarse del sendero de lo previsible. Había encontrado en esos dos álbumes, que no podía dejar de escuchar mientras mi vieja me llamaba para comer el churrasco que me había servido para la cena, un sonido corrosivamente inesperado, unas canciones tan poco amigables que me cautivaban, una música diferente que trazaría mi camino para siempre. Nunca podré negar lo que siento por esos dos discos: son los únicos vinilos que conservo desde mi adolescencia y, además, tengo dos copias de cada uno en CD.