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martes, 24 de noviembre de 2020

SETENTA Y SIETE

Como podría esperarse, de la mano de Portishead llegaron Tricky y Massive Attack. Eran épocas de poquísima guita y demasiados sacrificios. Para poder escuchar “Pre-Millennium Tension” tuve que desprenderme de “Experimental Jet Set, Trash and No Star” de Sonic Youth. Como todo intercambio fue tanto doloroso como enriquecedor. Quizás sea un hito, una marca de crecimiento, de evolución, ya que fue el comienzo de mi búsqueda entre sonidos menos guitarreros. Tengo que admitir que no solo la música de este negro con cara difícil (como lo definiría mi vieja) me gustó, sino que además, la versión del CD que conseguí venía con una calcomanía autoadhesiva con la foto de la tapa. Una foto muy bonita que logró contener la pena de mi reciente pérdida. Dicen que todo es un aprendizaje. Que para ganar, hay que aprender a perder. Que hay que lograr soportar, tolerar, la partida. De eso mismo se trata el mundo de la compra-venta-canje de discos. Los que hemos caído en el canje en épocas de vacas flacas sabemos que pasada la emoción de la nueva adquisición para la colección, sufrimos la partida del disco sacrificado, condenado, como si hubiéramos perdido a un ser querido. Se trata de una herida que demora en cicatrizar y que muchas veces provoca una tristeza inexplicable. Inexplicable pues cada uno, antes de decidir qué disco entregar, cuál dejar partir, evalúa cierta cantidad de variables para tratar de minimizar el daño. Yo, por ejemplo, suelo preguntarme: ¿cuánto hace que no escucho este disco?, ¿me interesa conservar la discografía completa de este artista?, ¿es un disco que aprecio por alguna razón en particular?, ¿es un disco que me sigue provocando lo mismo que el día que lo escuché por primera vez?, ¿cuán fácil sería conseguirlo nuevamente si me arrepiento de haberlo vendido?... Por suerte, el de Sonic Youth, como tantos otros que liquidé en aquella época, pude recuperarlo en épocas de bonanza. Solo me lamento por uno o dos títulos que nunca más volví a ver y por los que he ido perdiendo toda esperanza. 

Cambiando un poco de tema aunque sin alejarme demasiado, recuerdo que en aquel entonces, mi amigo Cristian insistía en que consiguiera material de Moonshake o de Laika. Lamentablemente, mi penosa situación económica de finales de los años 90 no me permitió acceder a ellos oportunamente. Por suerte, años más tarde, en Montréal pude desquitarme y conseguir todos y cada uno de los discos de estos pibes y no tengo más que decir que mi amigo tenía toda la razón. Son de lo mejorcito del género, aunque hayan sido los menos difundidos.

Nota bene: Es totalmente cierto que Tricky es un negro bien fulero y que si fuera por su cara de pocos amigos sería difícil que alguien se le acercara. Creo que era en el año 2008, estaba paseando por Paris, y en una de esas “terrasses de café” tan populares en la capital francesa, vi su inconfundible rostro a la luz del día mientras le hacían una entrevista a una distancia de dos o tres metros y tengo que admitir que su ceño fruncido me dio un poquito de miedo.


martes, 11 de agosto de 2020

CINCUENTA Y UNO

Entre tantas bandas que a uno le recomiendan, siempre hay que filtrar la lista para no llevarse ningún chasco. En la época en la que surgió el sobreestimado grunge empezaron a salir grupos que enarbolaban la bandera del despreciable “sonido de Seattle” mismo si vivían en Villa Tesei. Si bien es cierto que los muchachos de Nirvana grabaron una gran canción gran en “Nevermind” que se convirtió en el mantra espiritual de la olorosa adolescencia de la época, apuesto a que el pobrecito del cantante se pegó un tiro cuando se dio cuenta de que nunca alcanzaría a brillar en la posteridad si no lo lograba gracias al estallido pólvora que le voló la cabeza. 

Rebobinando. En los años 90, no perdí ni tiempo ni dinero comprando discos del niño mimado del grunge, sino de algunos de aquellos grupos que él admiraba. Ya te conté que había conseguido algunos de los Pixies, cuyo sonido y espíritu conserva todos sus ingredientes para que sentirse joven y revoltoso no sea cosa del pasado. También compré algo de R.E.M., grupo que el venerado Kurt estimaba con pasión – mucha razón tenía – pues han compuesto una gran cantidad de canciones memorables e imposibles de olvidar. Tuve un par de discos de Dinosaur Jr., también simpáticos, aunque un tanto más marginales. Pero por sobre todas las cosas, me dejé seducir por Sonic Youth. Lamentablemente, no he tenido la posibilidad de escuchar toda su discografía, pero recuerdo cuando compré “Sister” y “Evol” en el parque Rivadavia. Gracias a esos álbumes, dejé de lado mi aversión por la música norteamericana. Gracias a este grupo se me abrieron nuevas puertas que habían permanecido cerradas por un prejuicio que había ido alimentando durante largos años. Yo pensaba que la música yanqui era comercial, que el único objetivo al que apuntaba esa gente era a la venta exponencial de música concebida como un producto, como salida de moldecitos. Me equivocaba. Entre todos aquellos que olvidan sus principios ante el brillo de la primera moneda, hay otros que bregan incansablemente frente a las adversidades de un sistema que nunca dejará de marginalizarlos. 

Mmmm... Pobre pibe ese Cobain. ¡Cómo lo inflaron! Debe haber hecho bastante guita con ese álbum, con ese single. Dicen que lo que sube rápido, baja igual de deprisa. Se le vino la noche... Se le cortó la inspiración... De todas maneras, tengo que admitir que después de más de veinte años, finalmente, por cierta curiosidad, me compré ese famoso disco. Una vez más, gracias a mis prejuicios, no le había dado la posibilidad y tan solo me había contentado con prestarle atención a los temas de difusión. Es cierto que no están mal, sin embargo, agradezco haberlo encontrado de oferta, por no decir de regalo, en una “vente de garage” en Montréal. Lo pagué a un dólar canadiense y después de haber terminado de escucharlo, pensé que, aún a ese precio, me habían estafado.