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miércoles, 9 de diciembre de 2020

OCHENTA Y SEIS

Del artista del que voy a hablar ahora ya he mencionado varios álbumes. Su impronta ha dejado huella en mi música, me ha influenciado profundamente. Este álbum, primero lo tuve en casete, importado. Lo había conseguido en algún boliche del centro. Para ser honesto, muchos años más tarde cuando lo conseguí en CD, como ya conocía todos los temas de memoria, mucho no lo escuché. Como es un disco que no puede faltar en una colección que se digne, siempre estuve contento de saber que estaba ahí, a mi alcance, disponible para ser escuchado. Mientras trataba de definir el sonido que quería adoptar para mi música post MUTANTES MELANCÓLICOS, sabía que buscaba un estilo un poco más directo y frontal, con pocos elementos; cancionero y de fogón, que me permitiera interpretar mi música en cualquier lado, sin necesidad de grandes desplazamientos, ni de instrumentos, ni de equipos. Una formación simple, guitarra-bajo-batería, era lo que se anunciaba. Revisando mis estanterías de discos, llegué a “New York” del viejo y estimado Lou Reed. Inmediatamente comprendí que era precisamente lo que andaba buscando. A pesar de haber estado guardado durante varios años, cuando lo puse en el equipo, todas y cada una de sus canciones resonaban instantáneamente en mi cabeza, Era música inolvidable, para mover la patita aunque sin la euforia desenfrenada de cualquier grupete adolescente, con la instrumentación justa y necesaria. Fue la inspiración que dio el puntapié inicial para mi proyecto NO:ID. 


jueves, 10 de septiembre de 2020

CINCUENTA Y SIETE

“Songs for Drella” fue uno de los primeros álbumes que compré en CD, en 1990 ó 1991, en un Musimundo chiquito que había en Rivadavia y Acoyte. No tengo mucho para decir de este disco, salvo que nadie debería dejar de escucharlo. A pesar de haberlo reproducido infinidad de veces, creo que la influencia de estas canciones recién se empezó a sentir en mi música a partir de 1994 ó 1995 cuando comencé a trabajar en mi álbum “Ojalá pudiera”. En esa época, después de haber ido a ver en vivo a Peter Hammill en el Auditorio del Colegio Misericordia de Belgrano gracias a la insistencia de Roberto, compré “Room Temperature Live”. Un disco que proponía un sonido despojado, esquelético y aterrador que me hizo recuperar mi interés por aquel álbum de Lou Reed y John Cale. Instrumentos, los justos. Arreglos, los necesarios. Nada de malabares ni demostraciones fanfarronas. Solo lo esencial. Solo el calor de un par de amplificadores para encender la llama de un sinnúmero de emociones. Ambas obras, fundamentales, irremplazables, primordiales. Lo que para vos sirva para calificar aquello que es más que necesario.  

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/ojal-pudiera



martes, 16 de junio de 2020

VEINTISIETE

Recuerdo que en muchas entrevistas y notas de revistas que leía cuando era adolescente se mencionaba el nombre de un tal Lou Reed y el de un grupo suyo recubierto de cierta mística: Velvet Underground. Nunca tuve ni un vinilo de ninguno de los dos, ni tampoco nadie me hizo copias en casete de ninguno de sus discos, pero, mi amigo Jorge, que aunque vivía a escasas ocho cuadras de mi casa tenía cable a finales de los años 80 (a mi casa llegó recién a mediados de los 90 cuando ya me había aburrido de ver videos) logró grabarme un concierto de Lou Reed en Nueva York que me fascinó. Era un cuarteto de rock básico sin ambiciones escénicas, sin embargo, en este caso, el término “básico” no lo uso de manera peyorativa sino aprovechando la acepción que nos remite a “elemental”, a “fundamental”, a “esencial”. Cuando lo vi por primera vez, comprendí la razón por la cual ese hombre había pasado a un estadio superior y no podía ser juzgado como un común mortal. Estaba más allá de todo de lo que me habían hecho imaginar sobre un “rock and roll star”. Primero, aunque llevaba campera de cuero negra – prenda codiciada por cualquier rockero que se precie, su facha era más la de un camionero que la de un “chanteur de charme”. Además, el lugar donde tocaba se parecía más a una cantina de La Boca que a un bar chic de la Gran Manzana. Por otro lado, los tipos que lo acompañaban, lejos de haberse hecho lookear para dar un concierto, estaban vestidos como si hubieran salido a la esquina a comprar facturas: el baterista, casi un quinceañero, parecía el cadete de alguna empresa de mala muerte, el guitarrista pelado, un cajero de banco, y el bajista negro un pariente lejano y pobre de Lionel Richie. Sin embargo, era la banda de rock perfecta. No sobraba nada, ni faltaba nada: el baterista, en su sobriedad, mantenía el ritmo a la perfección; el bajista no se contentaba con delinear una base que sostenía impecablemente a las canciones sino que además usaba su bajo fretless para agregar unos toques de color que las enaltecían aún más; los juegos entre las guitarras, inmejorables en su austeridad de efectos, solos y cambios de acordes; y la voz, el narrador, el “contador” que me enseñó que se pueden decir cosas emotivas sin emocionarse, que se puede hacer una canción demoledora con solo usar los elementos apropiados, que se puede ser grande sin ser masivo.

Unos años más tarde, creo que fue en 1991, cuando compré mi primera máquina para escuchar CDs, uno de los primeros discos que compré, en Musimundo, fue “Legendary Hearts”, que no solo fue grabado por la misma formación que acompañaba a Lou Reed en este recital sino que contenía muchas de las canciones que allí tocaban. Luego conseguí “The Blue Mask”, que completa esa gran época del neoyorquino. Muchísimos años más tarde, creo que fue en 2018, conseguí en Mercado Libre el DVD de “A Night With Lou Reed” – que casualmente es el recital del que venía hablando – a dos mangos en una disquería de cuarta del barrio porteño de Liniers, cerquita de los comercios de especias de la comunidad boliviana. ¡Impagable!