Mostrando entradas con la etiqueta Edwyn Collins. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Edwyn Collins. Mostrar todas las entradas

sábado, 27 de febrero de 2021

NOVENTA Y OCHO

Creo que después de haber escuchado “Punishing Kiss” de la alemana Ute Lemper y por recomendación de algún amigo, decidí prestarle atención a The Divine Comedy. No te confundas. No se trata de un grupo. Se trata de un irlandés que hace y deshace este supuesto grupo a su antojo. No digo que esté mal. Digo que si en las tapas de sus discos hubiera decidido escribir su propio nombre, Neil Hannon, en lugar de este nombre de fantasía, habría sido lo mismo. Finalmente, el que aparece fotografiado en el 99% de las tapas de sus discos es él mismo. Ego, no le falta. No es grave. Cuestión de acostumbrarse. 

Una tarde en la que pasé por la disquería Bonus Track, divisé desde la puerta de entrada, en uno de los estantes, una cajita negra con letras mayúsculas en color verde que decía The Divine Comedy. Era el primer disco de este artista que me llamaba la atención. Seguramente ya había visto otros antes pero no les había dado pelota. Quizás el momento apropiado para escuchar a este tipo había llegado. Sin mucho preámbulo, compré “A Short Album About Love”. En el colectivo, volviendo a mi casa, me di cuenta de que en la parte de atrás de la cajita decía “Limited Edition Number 14688”. Interesante suma para mi colección. Sin embargo, estaba inquieto porque sentía que algo le faltaba, que la cajita estaba medio vacía, que el disco estaba incompleto. En realidad, algo le faltaba, es cierto, pero no a la cajita que había conseguido. Mucho tiempo después, me enteré de que en la misma época en la que publicaron el disco, también habían publicado, simultáneamente, tres simples que lo acompañaban. Los tres con el mismo título, “Everybody Knows (Except You)”, aunque con distintas tapas y distintas canciones. La idea era dejar lugar suficiente en la cajita para que pudieras meter los tres simples adentro acompañando al otro disco. Poquito a poco, los fui consiguiendo. Uno me lo regaló Cristian. Otro lo conseguí en el HMV de la calle Sainte-Catherine Ouest, en Montréal. Y el último, se lo compré directamente al señor Hannon por correo.

Tanto parlotear de la cajita y de las tapitas, no hablé de lo que experimenté al escuchar la música que contenía este CD. Tengo que admitir que me pasó algo diametralmente opuesto a lo que me había pasado con el de Edwyn Collins del que hablé en el capítulo Noventa y siete. En este caso, me encantó la pulcritud y la sobriedad del sonido con el que se presentaban esas divinas canciones de amor. Caí rendido a los pies de este tipo. No solo cantaba estupendamente bien sino que las canciones sonaban de puta madre. Estaban increíblemente bien arregladas y grabadas sin escatimar recursos. Banda, orquesta, todo el kit. A lo grande. Pomposo. Impagable. Contrariamente a lo que me sucedió con Edwyn, seguí comprando cada uno de los discos de Neil porque aún hoy sigo disfrutando de su humor. Aunque muchas veces resulte un tanto infantil, ingenuo e inocente.



viernes, 26 de febrero de 2021

NOVENTA Y SIETE

En la época en la que tocaba con mi grupo NO:ID. empecé a tener un conflicto de intereses. Si bien me quedaba claro que con el grupo nos dedicábamos a hacer canciones, cada vez me interesaban más los arreglos instrumentales que iba tímidamente descubriendo en el jazz, en el post-rock o en las bandas de sonido. Además, me empezaba a costar encontrar cantantes o cantautores que lograran llamar un poquito mi atención. No pedía que alcanzaran, ni mucho menos que sobrepasaran, las mañas que me cautivaban de vocalistas del calibre de Peter Hammill, Tom Waits, Nick Cave, Ian McCulloch, Iggy Pop, Stuart A. Staples o de algún otro que seguramente dejó afuera. Simplemente pedía que me conmovieran un poquito, que me mostraran algo que fuera mínimamente diferente, que me devolvieran el interés por la canción. Fue en ese contexto que me hicieron escuchar “Gorgeous George” de Edwyn Collins. Debo admitir que en ese momento me sorprendió. Tenía lindas canciones, algunas memorables. Pero lo que más me gustó fue que a pesar de haber podido elegir pulir, cuidar y emprolijar el sonido del álbum, para hacerlo más comerciable, el flaco había optado por un sonido medio berreta, en apariencia descuidado. Todo cerraba de maravillas, para mi gusto, claro. Años más tarde, en Montréal, conseguí algunos otros discos de este tipo. No estaban mal, pero lamentablemente, sentí que había puesto su “llama creativa” en piloto.