Mostrando entradas con la etiqueta The The. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta The The. Mostrar todas las entradas

sábado, 29 de mayo de 2021

CIENTO TRECE

Ya te he contado que soy un incondicional seguidor de Lydia Lunch. Gracias a ella, conocí a artistas de la talla de J.G. Thirlwell, alias Foetus (en un sinnúmero de variantes que ni él debe recordar), entre otros. Aunque los discos de este australiano llegaron un poco más tarde a mi colección, la semilla fue plantada con “Stinkfist”, un EP en el que el pelirrojo firma como Clint Ruin, otro de sus tantos seudónimos. Sí, leíste bien, un EP. En algún momento, mi amigo Nacho trató de hacerme entrar en razón para que no continuara acumulando ni singles, ni EPs. Por suerte, no logró convencerme de dejar este hábito. ¡Me encantan estos dos formatos! Permiten plasmar ideas sin necesidad de estirarlas como chicle para completar la duración de un álbum. Son el puñetazo que te descoloca. Son la muestra que te deja con ganas de un poco más. Algunos artistas despliegan algunas de las ideas con que experimentaron en los EPs en álbumes posteriores, otros tiran la piedra y esconden la mano. Si no siguiera comprando discos en estos formatos, me perdería de una enorme cantidad de magníficas producciones de la señora Lunch, por ejemplo. La norteamericana suele lanzarnos un proyecto a la cara y suele sorprendernos. Lamentablemente, como por general convoca distintos músicos para cada sesión de grabación, nos ha dejado en más de una oportunidad rogando que no dejara de explorar el camino que había empezado a recorrer. Rara vez lo ha hecho. No la juzgo. Al final, este formato permite, obliga, a los artistas a conservar la llama creativa, a continuar innovando, a no estancarse. Esta mujer ha hecho eso durante toda su carrera y yo la aplaudo de pie. También aplaudo la existencia de estos dos formatos denostados por su corta duración. Entiendo que la economía de nuestro estimado país nos lleve a contar cada moneda. Entiendo que cuando uno paga por un disco la suma equivalente a lo que gasta para alimentarse durante un par de semanas espere que el disco esté repleto de música. Un CD con al menos 60′. Un vinilo con al menos 45′. Como los EPs rara vez llegan a los 30′, salen perdiendo. Ni te cuento los singles que a duras penas llegan a los 10′. A pesar de eso, yo estoy convencido de que los que más perdemos somos nosotros, los coleccionistas. Cada vez es más difícil ver que los sellos publiquen en estos dos formatos. Cuando son producciones de tres o cuatro temas, nos empoman con una edición digital en todas las plataformas habidas y por haber y, al final, nos quedamos sin nada entre las manos. Con un disco menos para atesorar en nuestros estantes. Imaginate si “Interpretations, Issue 1: ShrunkenMan” de TheThe hubiera aparecido en esta época de descargas digitales, no existiría. A quién se le ocurriría fabricar e imprimir un disco en el que el artista en cuestión solo presenta una canción de su autoría. Aunque el disco contenga cuatro pistas, cuatro versiones, solo en la primera nuestro estimado Matt Johnson interpreta su canción con su banda. Las otras tres versiones son interpretadas libremente, reformuladas, por tres artistas diferentes. Poco y nada de TheThe. Sin embargo, es un disco genial, es una obra genial, y nos la habríamos perdido. Si no hubiera comprado este EP, no habría accedido por primera vez a una grabación de Foetus sin acompañar a nadie más. No habría escuchado a John Parish como solista. Tampoco habría conocido al grupo belga DAAU. Muy triste. Imaginate: si no existieran los EPs, no tendrías la posibilidad de disfrutar de mi obra “Cuenta”, grabada en una semana mientras los muchachos de mi grupo NO:ID. se encontraban de vacaciones. Si no existiera este formato, no me habría abierto a la posibilidad de experimentar con algunas ideas que enriquecieron mi producción musical de ahí en más. Al haberme permitido explorar nuevos caminos, tanto técnicos como compositivos, logré traer aire fresco para mis proyectos. Estoy convencido de que este EP, que contiene solo cuatro canciones, ha provocado un cambio de paradigma en mi forma de escribir, interpretar y grabar música. Me ha permitido animarme a incluir sonidos inesperados. Me ha permitido animarme a usar lo que tenga a la mano para hacer un poco de ruido. Me ha permitido animarme a dejar de incluir instrumentos musicales. Me ha permitido, finalmente, comprender que menos es más.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/cuenta


miércoles, 24 de febrero de 2021

NOVENTA Y CINCO

Gracias a todos los quilombos que aquejan a nuestro país desde hace décadas, se han perdido demasiadas cosas. Muchos han perdido valores. Otros, intereses. Otros, el norte. La mayoría, unas cuantas cuestiones tan importantes para vivir sanamente como el agua potable y el aire que respiramos. Cuando las necesidades básicas no están garantizadas, ¿de dónde se sacan las fuerzas para evolucionar?

Durante muchos años fui a practicar natación a la pileta de la YMCA que queda en el microcentro porteño, más precisamente en Reconquista y la avenida Corrientes. Iba dos o tres veces por semana, por la noche. Era el mejor horario porque había muy poca gente. Terminaba después de las 22:00 horas. A veces, antes de ir a nadar pasaba por alguna disquería y, ocasionalmente, conseguía algo a buen precio que fuera de mi interés. Cuando terminaba de nadar y salía a la calle, tenía que caminar más de cinco cuadras para llegar hasta la parada de un colectivo que me alcanzara hasta mi casa, en el barrio de Flores. A esa hora, las calles del centro eran una boca de lobo, no había nadie y a duras penas había algún farol encendido. La parada del colectivo no era un lugar mucho más acogedor. 

La perversa sociedad de consumo masivo del mundo globalizado del que todos se jactaban durante la década de los años noventa terminó obligando a nuestro país en decadencia a crear agentes para eliminar sus excesos para así permitirse potenciar la distribución de más objetos inútiles, inservibles, adecuados, necesarios y, a veces, imprescindibles. Por ese entonces, habían empezado a proliferar los cartoneros, a los que mucha gente llamaba recicladores o recuperadores urbanos. Recolectaban cartones y papeles en carritos improvisados. Evidentemente, para ellos, el centro era un lugar ideal en el que conseguían su codiciada pasta de celulosa en forma de envases, embalajes, cajas de cartón, diarios, revistas, catálogos o en las formas menos esperadas. Me impresionaba la manera en que muchos de ellos tenían para procesar su materia prima. A veces, ignorando el valor que pudiera haber tenido el objeto original más allá del mero papel que lo componía. Recuerdo que en varias ocasiones los vi manipular y destrozar publicaciones, libros o revistas, que seguramente hubieran sido apreciados y bien pagados en alguno de los puestos de libros usados del parque Centenario, del parque Rivadavia o de alguna de esas ferias en las que ese tipo de material puede recuperar su vida intelectual, cultural o artística, que de otra manera se desdibuja y se esfuma cuando el valor de un libro se estima tomando en cuenta su peso en lugar de evaluar su contenido, su texto, su imaginario, su poesía. Recuerdo que una noche que había ido a nadar y en mi excursión previa por las disquerías de usados de la calle Lavalle había encontrado un ejemplar de “Hanky Panky” de The The, mientras esperaba el colectivo, miraba a unos muchachos hurgar entre los papeles, las cajas y los cartones que habían encontrado en un contenedor. No podía dejar de pensar que, lamentablemente, si esa gente hubiera encontrado algún disco como el que yo llevaba en mi bolsillo, lo habría desarmado y solamente habría conservado el librito y la lámina posterior, pues para ellos, el resto carecería de valor. Ese pensamiento me entristeció muchísimo porque me hizo comprender que una gran cantidad de los objetos culturales y artísticos que nos rodean, ya sea libros, discos, revistas u otros, han ido perdiendo su valor agregado para ser considerados exclusivamente por el valor de su materia prima. Por las dudas, en ese momento, me aseguré de cerrar el bolsillo de mi campera para no perder ese CD. Tenía que evitar que cayera en desgracia y ofrecerle la vida para la que había sido concebido.

Aunque sea doloroso, todo termina por deteriorarse, por degradarse. Todo cae en desgracia. Los materiales, los objetos, los organismos, los seres, los conceptos, las ideas, las sensaciones. Lo único que perdura y gana cada vez más adeptos es el desinterés.

Nota bene: Aunque me era familiar y tenía grabado un concierto en VHS, el primer CD que tuve de Matt Johnson fue “Burning Blue Soul”. Un fin de semana, hace muchísimos años, acompañé a mi viejo a hacer las compras al Jumbo de avenida Cruz y Escalada. En una góndola, entre un montón de otros discos que no me interesaban ni un poquito, lo vi con una etiqueta que decía “5$”. A ese precio, imposible dejarlo escapar. Por si hubiera sido poco, apenas lo escuché, me encantó. Lamentablemente, con el tiempo, me empezó a parecer que la edición nacional de DG discos no sonaba del todo bien. Muchos años más tarde, en Montréal, en otra pila de ofertas, encontré un ejemplar de la edición norteamericana, baratito, y lo compré. Al final, creo que no había tanta diferencia entre el sonido de ambas versiones. Sin embargo, hice diferencia cuando vendí por correo la versión “industria argentina” a un israelita por la suma de cuarenta dólares estadounidenses.


sábado, 20 de febrero de 2021

NOVENTA Y UNO

Mientras cursaba la escuela secundaria el sello DG Discos publicó unos cuantos álbumes de grupos que me cautivaron y por los que aún conservo cierto interés. The Wolfgang Press, Bauhaus, Cocteau Twins, Modern English, The Go-Betweens, Love and Rockets, The Fall, The The, Peter Murphy, son los que puedo citar sin pensar demasiado. De todos ellos tengo discos, de unos más, de otros menos. 

Lamentablemente, la forma de conocer a todos los artistas no siempre es tan directa, tan sencilla. A algunos llegás por recomendaciones, a otros por casualidad. Después de haber escuchado varias veces el casete “Should the World Fail to Fall Apart” de Peter Murphy, me enteré de que dos de las canciones que más me gustaban de ese disco no eran de la autoría del cantante de Bauhaus. Una de ellas, “The Light Pours out of Me”, pertenecía a Magazine, un grupo del que conocía la existencia porque un compañero de banco de la escuela me había hecho escuchar uno de sus álbumes. Además, ya conocía a su cantante, Howard Devoto, por haber leído su nombre en los créditos de varias canciones en los discos de los Buzzcocks. En aquella época, desconocía que Devoto había iniciado su carrera en ese grupo punk y que había grabado con ellos su primer simple “Spiral Scratch”. Sin embargo, todos esos nombres no me resultaban ajenos. 

La segunda canción de ese disco que tanto me gustó, “Final Solution”, decía pertenecer a un grupo del que, en los años 80, nunca había oído hablar. Perdón por la ignorancia, pero no se puede estar en todas. Años más tarde, el primero que me mencionó el nombre de este grupo, diciéndome que él era un gran fan, fue Norberto Cambiaso. Un día que había pasado por su departamento para dejarle casetes de MUTANTES MELANCÓLICOS y retirar algún ejemplar de su revista “Esculpiendo milagros”, obviamente, hablamos de música. ¿De qué otra cosa vas a hablar con un tipo al que recién conocés y que en el living de su casa tiene un mueble de pared a pared lleno de discos? Sería el año 1993 ó 1994. Yo estaba focalizado en un par de grupos que me gustaban porque para más no me alcanzaba la guita. Eso sí, tomé nota de sus recomendaciones y años más tarde me desquité.

El desquite, de entrada, vino de prestado porque la primera vez que escuché un disco completo de Pere Ubu fue en el departamento de San Telmo de mi amigo Cristian. Un día que había pasado a verlo para ultimar detalles sobre la publicación de “Sing” de NO:ID., él estaba escuchando un vinilo que me sorprendió y cuando le pregunté de qué se trataba, me pasó una tapa blanca con una ilustración en tinta negra que decía “The Modern Dance”. Varios años más tarde, cuando vivía en Montréal, fue el primer CD de estos muchachos que compré. No contiene la canción que tanto me había gustado del disco de Peter Murphy, pero fue un excelente comienzo. He ido consiguiendo unos cuantos álbumes de estos locolindos y sigo buscando...



lunes, 4 de mayo de 2020

DOS

Sin embargo, muy a pesar de mi pronóstico, en algún momento el único programa de videos que podía ver en alguno de los cinco canales de televisión por aire disponibles, escuché “Pretty in Pink” de Psychedelic Furs, una canción del disco “Infected” de The The y otra de Jesus and Mary Chain, supongo que de “Psychocandy”. Esas canciones cambiaron mi percepción sobre la música popular y me revelaron sonidos diferentes, deformes, imprevisibles, que iban más allá de las tontas nociones musicales que la profesora de música de la escuela secundaria intentaba inculcarme. Su visión retrógrada y su estilo coercitivo no hicieron más que confirmar que esas canciones que había descubierto por azar me abrían puertas hacia experiencias con el sonido de las que nadie me había hablado. Experiencias que me movilizaban y me incentivaban para que me involucrara en un mundo nuevo y desconocido para mi. Había encontrado una razón para hacer música.