jueves, 30 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y OCHO

¡Qué lindos son los box-sets! Los que ofrecen un álbum y todos sus singles; los que presentan la edición limitada del álbum con material extra – desde recitales en los que se presentan las mismas canciones del álbum en su versión en vivo, sanguínea, sin retoques ni ardides de estudio – pasando por los outtakes de las mismas sesiones de grabación, las tomas descartadas, las mezclas alternativas, los remixes, hasta las famosas sesiones en la radio – las codiciadas Peel Sessions de la BBC; los que suman un DVD con la filmación de algún concierto, de algunas entrevistas o con algunos video clips; los que incluyen la discografía completa de la banda, álbum tras álbum, con su portada de rigor; los que incluyen cada uno de los singles, con la reproducción exacta de las portadas de las ediciones originales; los que compilan minuciosamente y respetando con riguroso orden cronológico las fechas de publicación – o de grabación, si se tratara de alguna pista inédita hasta ese momento – todas y cada una de las grabaciones que el grupo haya producido durante su carrera musical. 

Para el primer cumpleaños que festejé en Montréal, mi vieja me fue a visitar. El regalo, cae de maduro. Me dio rienda suelta para que encargara algún disquito que me interesara. No hizo falta que pensara demasiado, ya sabía lo que quería. Me precipité hasta Atom Heart, que quedaba a escasas cinco cuadritas del departamento donde vivía, y les encargué un box-set con tres discos de una bandita francesa un tanto ignota, aunque prometedora. Hasta ahí todo andaba a la perfección, tanto Francis como Raymond sabían sobre mis gustos eclécticos y tomaron nota de mi pedido sin vacilar. A la semana siguiente, cuando fui a retirar mi regalo, una clienta que estaba charlando con los muchachos, al verme llevar esa cajita amarilla con el nombre de un artista que le resultaba totalmente ajeno, me preguntó de qué se trataba lo que tenía entre manos. Con honestidad brutal, le respondí que no tenía ni la más mínima idea, que desconocía de qué se trataba el grupo, que lo había comprado porque la imagen de la portada me resultaba muy inspiradora. La jeta de la piba me hizo adivinar que pensaba que había entablado conversación con un demente, con un desquiciado o, al menos, con un loco lindo. Hasta se le leía en la cara un nítido “¿en dónde me metí, para qué pregunté?”. Esta compra no fue un acto suicida porque mi vida no corría ningún riesgo, pero debo admitir que podría haberme salido muy mal. Anteriormente había comprado discos siguiendo mi intuición al ver una imagen estimulante sobre una portada, pero era la primera vez que me basaba en mi olfato para comprar una caja conteniendo tres CDs. ¡Demasiado osado! Ojo, al escucharlo, descubrí que este box-set que había elegido como regalo de cumpleaños contenía música más que interesante, que ofrecía todas y cada una de las canciones que el grupo francés Bästard había grabado durante su breve carrera, respetando rigurosamente el orden cronológico de las fechas de grabación o de publicación de cada tema. Otro hallazgo. ¿Entrenamiento, muñeca o, simplemente, culo? 

CIENTO TREINTA Y SIETE

Todo lo que no sé de música; todo lo que nunca quise ni saber, ni aprender, de la música; todo lo que me alejé de la música “culta”; toda mi aversión a la educación musical; todo, se lo debo a la excelsa profesora de Música de la escuela secundaria Nora Anahí López Forte. Admirable pedagoga que me zampó un 0 (cero) en un examen y me hizo padecer esa pesada mochila todo el puto año. Mea culpa: cuando uno es joven e idealista comete algunos errores irreparables. Hasta ese momento, mi vida académica no había tenido demasiados sobresaltos. Materias aprobadas con dedicación aunque sin demasiado esfuerzo. Primer bochazo de mi carrera. No tuve mejor idea que reclamar sobre mis derechos de estudiante, argumentando que mi sola presencia al momento de rendir dicha evaluación escrita, por más que mis conocimientos sobre los contenidos a evaluar hubieran sido nulos, acreditaba, según el reglamento escolar de la institución, que la nota mínima debía ser 1 (uno). ¡Cómo se puso! Loca, desquiciada. Una enferma. Para que logres comprender con qué bueyes arábamos, te cuento que a esta profesora, a la escuela, la acompañaba su mamá. La vieja la esperaba, todos los días, sentadita en el hall de entrada. Vergonzoso que un establecimiento de renombre como la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini haya admitido que en su nómina de docentes de altísimo nivel académico se sumara semejante cachivache. En resumen, casi me llevo a diciembre la asignatura Música de segundo año. Al final, me debe haber aprobado para no tener que asistir a la mesa de examen, para no tener que clavarse. Seguro que se lo debo a su madre que querría comenzar los preparativos para las fiestas con suficiente antelación. Creo que este evento despreciable – todo lo que esta guacha me hizo sufrir en sus clases – puede explicar el desinterés que tuve durante muchos años por las músicas de conservatorio, por las músicas eruditas. Creo que esto puede explicar mi interés por destripar la música, por verla agonizar y desangrarse, por torturarla, por destrozarla. Hasta el día de hoy, sigo prefiriendo las anomalías en la música, lo que resulta difícil de reproducir con precisión, lo que no aparece en los libros. Una fobia o una vendetta, decidí vos. 

En mi búsqueda laboral en Montréal, tenía la fantasía de poder dedicarme a diseñar tapas de discos. Es verdad que durante todo el tiempo que residí en Canadá, viví de mis ingresos como Diseñador Gráfico. Sin embargo, tuve la posibilidad de diseñar la tapa de un solo disco, “Canevas «+»” del Ensemble SuperMusique, un combo local de música improvisada liderado por Joane Hétu, a quien conocí un día en el que toqué a la puerta de la oficina de su sello Ambiances Magnétiques. Creo que a esta mujer tan asentada en la escena de la “Musique actuelle” québécoise, mi “naïveté” con respecto al mundo de la música, le cayó en simpatía. Me invitó a unos cuantos recitales, de ella, de su marido, de algunos grupos del sello, y luego me pidió que le hiciera una propuesta para la tapa de este disco que estaba por publicar. Fue mi primer contacto con este género musical y me gustó. Sobre todo los shows, que eran muy entretenidos, coloridos y, a veces, disparatados, desacartonados, inesperados. ¿Qué cara habría puesto mi profe de Música si los hubiera escuchado? ¿Qué les habría dicho? Seguro que los bochaba a ellos también.

¿Música escrita, arreglada, armonizada? ¿Música improvisada? ¿Cuál de las dos grandes vertientes de la música ofrece un mayor valor? Una es pulcra, coherente, reflexionada. La otra puede ser desprolija, espontánea, imprevista, intuitiva, quizás brutal. Tironeos y argumentos que aparecen en la lucha eterna en la que los sonívoros tratamos de estimar las bondades de cada una de ellas. Algunos valoran la destreza de los intérpretes. Otros, las armonías logradas, estudiadas. Otros, la calidad de los arreglos. Otros, la cantidad de arreglos por compás. Otros, el sentimiento que expresan los artistas. Otros, lo inusual, lo creativo de la creación musical. Otros, el carisma de los músicos, devenidos showmen. Otros, el mensaje que supuestamente transmiten al ofrecernos una secuencia de sonoridades. Otros, la labor del productor que aparentemente logra rescatar a tal o cual artista del karma del anonimato gracias a haber sabido pulir su sonido y despojarlo de todo brote innecesario. Otros, se maravillan de las cualidades técnicas de las últimas grabaciones y anhelan que las más antiguas pudieran retransformarse aprovechando las tecnologías de punta. Otros, escuchamos, solo escuchamos. Con voracidad. Quizás para entender algo que en realidad hay que simplemente disfrutar. A mí, me gusta tanto una como la otra, depende del momento del día, del estado de ánimo, de lo que esté haciendo mientras escucho música. Considero que ambas vertientes tienen su valor. Sin embargo, a veces me pregunto: ¿serán capaces los que hacen música improvisada de escribir una canción – su melodía, sus arreglos, sus armonías – o se dedican a hacer este tipo de música porque no lograrían movilizar ni un pelo de la audiencia si se dedicaran a crear su música con lo que se consideran ideas "convencionales", "tradicionales", "de la vieja escuela"? A veces los melómanos, audiófilos, sonívoros, pecamos de excéntricos, lo sé.

Una vez más, recurro a la literatura para profundizar en el sentido que me proponen mis ideas. Una vez más, te dejo un extracto de la novela “Mont-Oriol”, del escritor y poeta naturalista francés Guy de Maupassant, que cae como anillo al dedo. Enjoy! 

En apercevant Paul et Gontran, Saint-Landri s’élança vers eux. Il avait eu, pendant l’hiver, un tout petit acte en musique joué dans un tout petit théâtre excentrique ; mais les journaux avaient parlé de lui avec une certaine faveur et il traitait de haut, maintenant, MM. Massenet, Reyer et Gounod.

Il tendit ses deux mains avec un élan bienveillant et raconta aussitôt sa discussion avec ces messieurs de l’orchestre qu’il dirigeait.

« – Oui, mon cher, c’est fini, fini, fini, des rengainards de la vieille école. Les mélodistes ont fait leur temps. Voilà ce qu’on ne veut pas comprendre.

» La musique est un art neuf. La mélodie en est le bégaiement. L’oreille ignorante a aimé les ritournelles. Elle y prenait un plaisir d’enfant, un plaisir de sauvage. J’ajoute que les oreilles du peuple ou du public naïf, les oreilles simples aimeront toujours les petites chansons, les airs enfin. C’est un amusement assimilable à celui que prennent les habitués des cafés-concerts.

» Je vais me servir d’une comparaison pour me faire bien comprendre. L’œil du rustre aime les couleurs brutales et les tableaux éclatants, l’œil du bourgeois lettré mais non artiste aime les nuances aimablement prétentieuses et les sujets attendrissants ; mais l’œil artiste, l’œil raffiné, aime, comprend, distingue les insaisissables modulations d’un même ton, les accords mystérieux des nuances, invisibles pour tout le monde.

» De même en littérature : les concierges aiment les romans d’aventures, les bourgeois aiment les romans qui les émeuvent, et les vrais lettrés n’aiment que les livres artistes incompréhensibles pour les autres.

» Quand un bourgeois me parle musique, j’ai envie de le tuer. Et quand c’est à l’Opéra, je lui demande : “Êtes-vous capable de me dire si le troisième violon a fait une fausse note à l’ouverture du troisième acte ? – Non. – Alors taisez-vous. Vous n’avez pas d’oreille.” L’homme qui, dans un orchestre, n’entend pas en même temps l’ensemble, et séparément tous les instruments, n’a pas d’oreille et n’est pas musicien. Voilà ! Bonsoir ! Il pivota sur un talon, et reprit : « Pour un artiste toute la musique est dans un accord. Ah ! mon cher, certains accords m’affolent, me font entrer dans toute la chair un flot de bonheur inexprimable. J’ai aujourd’hui l’oreille tellement exercée, tellement faite, tellement mûre, que je finis par aimer même certains accords faux, comme un amateur dont la maturité de goût arrive à la dépravation. Je commence à être un corrompu qui cherche les extrêmes sensations d’ouïe. Oui, mes amis, certaines fausses notes ! Quelles délices ! Quelles délices perverses et profondes ! Comme ça remue, comme ça ébranle les nerfs, comme ça gratte l’oreille, comme ça gratte... ! comme ça gratte... ! »

Il se frottait les mains avec ravissement, et il chantonna : « Vous entendrez mon opéra, – mon opéra, – mon opéra. – Vous entendrez mon opéra. » 

Gontran dit :

« – Vous faites un opéra ? » 

« – Oui, je l’achève. » 

Para lograr deleitarse plenamente con el texto de este grande de la literatura universal, sería bueno organizar una sesión espiritista para poder preguntarle al autor en persona sobre la última réplica de mi cita. ¿Usa el verbo “achever” en su acepción de “completar” o “terminar”? ¿Recurrió al uso coloquial de dicho verbo para que este personaje, enojado y a disgusto con la vieja escuela de música, con los creadores de simples melodías, manifieste que quiere darle un golpe de gracia a la ópera, a la música “culta”, que quiere matarla, exterminarla? 

Finalmente, este va y viene entre la música escrita y la música improvisada se justifica en una dialéctica, en una complementariedad entre ambas expresiones musicales – que terminan siendo una sola – ya que se interrelacionan, se nutren entre ellas, se enriquecen; ya que se necesitan la una a la otra para existir, conformando una dualidad, el yin y el yang, del arte sonoro. 

miércoles, 29 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y SEIS

Algunos han creado teorías extravagantes con las que aseguran que todas las personas se van cruzando por el mundo en distintas situaciones y que, tarde o temprano, llegan a relacionarse. Recordá la serie televisiva “Lost”... 

Podrán crearse teorías cuasi científicas de lo más sofisticadas, sin embargo, una vez más, la sabiduría popular – con precisión, estilo y tradición – nos brinda su máxima “el mundo es un pañuelo”. Con la que supera toda teoría propuesta por pensadores altaneros. Pensadores que suponen que abstrayéndose del mundo que los rodea, de la realidad que los aprisiona, lograrán superar a aquella sabiduría milenaria. Lástima que estos estudiosos no hayan sabido aprovechar esta máxima, que evidentemente ya existía cuando ellos se pusieron a discutir boludeces y que, además, ofrecía una propuesta mucho más clara, directa y simpática para definir su hipótesis. De haberlo hecho, quizás habrían sido capaces de ofrecernos alguna teoría original en lugar de un refrito insulso sin valor agregado.

En Montréal conocí muchas cosas nuevas, conocí mucha música nueva, conocí mucha gente nueva. Sin embargo, con el tiempo me fui dando cuenta de que conceptos como “novedoso” o “desconocido” son completamente relativos. Recordá... No nos olvidemos de que “el mundo es un pañuelo”. 

En Associés Libres Design conseguí mi primer trabajo en la ciudad. Una agencia pequeña, familiar. Cuando la esposa del propietario de la empresa supo que yo estaba solo, al aproximarse el Thanksgiving Day, me invitó a festejarlo en su casa junto a su familia. Conocí a sus padres y hermanas que venían desde Halifax, en Nova Scotia, y a sus tíos que habían viajado especialmente desde Barbados. Toda una cena en familia.

Durante las semanas siguientes, Jennifer y su marido entraron en confianza conmigo y me dieron un poco más de charla mientras trabajábamos en la oficina. En seguida supieron que mi mayor interés era la música. Charlamos sobre los recitales a los que había ido, sobre los recitales a los que me interesaba ir. Ella me contó que uno de los pocos conciertos de los que habían participado había sido en los años ’80, cuando habían viajado especialmente a New York para ver el show de su primo Pete que tocaba la batería en un grupo británico. Al recordar a su primo, me contó cómo disfrutaba cuando iba de vacaciones a la casa de su parentela en Barbados, cómo le gustaba navegar en el bote de su tío, cómo le gustaba pasear en la moto junto a su primo. En algún momento de nuestras charlas, surgió mi interés por coleccionar discos. Seguramente, cité algunos de los títulos buscaba para engrosar mi colección. Mientras hablaba, adivinaba que este tema resultaba ininteligible, incomprensible, para un par de personas alejadas de la pasión por la música, alejadas del coleccionismo de discos al que dedicamos nuestra vida los sonívoros. 

Luego de cobrar mi primer chequecito, en mi primera visita al HMV de la rue Sainte-Catherine ouest, conseguí tres discos que mencioné inmediatamente el lunes, al regresar al trabajo. Mencioné “National Express” de Divine Comedy, no lo conocían; mencioné “Berlin Babylon” de Einstürzende Neubauten, no lo conocían. Cuando mencioné “It’s Alright” de Echo & the Bunnymen, al escuchar el nombre de este último grupo, Jennifer de Freitas se puso pálida y seria. Solo pudo balbucear, casi sin aliento: “¿Co... conocés a Echo & the Bunnymen?” ¡Claro que lo conozco! Además... ¡Me gusta, me encanta! Le he seguido la carrera desde que cursaba la escuela secundaria. Ha sido uno de mis grupos favoritos desde mi adolescencia y he acumulado pilas y pilas de sus discos, entre álbumes y singles, primero en vinilo, luego en CD. Finalmente, se trataba del grupo de su primo Pete de Freitas, gran baterista que perdió la vida en un estúpido accidente de motocicleta. Todas las piezas calzaban a la perfección. Mismo bote... Misma moto... Mismo apellido... Mismo perfil... Observando mejor el rostro de Jennifer, pude adivinar las facciones de Pete. Él estaba allí. Todas las piezas calzaban a la perfección para que sigamos sosteniendo que “el mundo es un pañuelo”.



jueves, 9 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y CINCO

Un antiguo jefe de mi vieja, que había sido marino y había viajado durante largo tiempo de acá para allá recorriendo el mundo y viviendo lejos de su hogar en la vasta provincia de Buenos Aires, cuando se enteró de que había decidido mudarme a Montréal, me dio un consejo que aún hoy, casi veinte años más tarde, resuena en mi cabeza y lo considero uno de los mejores que recibí al tomar esa decisión. Evidentemente, sabiendo de lo que hablaba luego de muchos años de reflexión, me dijo: “Gustavo, cuando estés en el extranjero, evitá las reuniones de mate y dulce de leche”. Creo haber comprendido hacia dónde iban sus palabras y, en Montréal, cuna de uno de los grupos más emblemáticos del post-rock, no pude hacer otra cosa que dedicarme a explorar un género que había empezado a degustar tímidamente unos cuantos años antes de mi viaje cuando compré de un plumazo todos los discos de Tortoise que encontré en uno de los Tower Records de la ciudad de Buenos Aires. Ya sabrás que me refiero a los muchachos de Godspeed You Black Emperor!, con cada una de las variantes con las que suelen denominar a su grupo. Con el tiempo, fui comprando muchos de sus CDs. Sin embargo, no fue gracias a esta banda que comencé a engrosar mi colección con álbumes del sello Constellation.

Creo que ya te había contado que Francis y Raymond, los muchachos de la disquería Atom Heart, ofrecen un sistema de puntos. Cuando comprás, el 10% del monto de tu factura se transforma en un cupón. Cuando acumulás suficientes cupones con suficientes puntos que sumen el precio sin impuestos de un disco de tu agrado, te lo llevás sin más trámite que entregarles los cuponcitos. De esta manera obtuve el primer CD del sello montréalais que ingresó en mi colección. Al tenerlo en mis manos, no pude sentir más que admiración. El empaque era impecable. Era impecable desde la bolsita que es reutilizable. Pasando por la etiquetita que anuncia tanto el nombre del grupo como el título del álbum. Hasta que al abrirlo, te das cuenta de que la elección de los materiales está perfectamente cuidada. La impresión, las tintas, el sobrecito interno que contiene al disco. Todo. ¡Así da gusto comprar un disco! Como si no fuera suficiente, supe de buena fuente que todos los CDs y vinilos de este sello están empacados a mano. No tengo más que agradecer a estos dos amigos a pesar de las distancias, también melómanos y de exquisito gusto, por haberme recomendado comenzar mi colección de post-rock con “Winter Hymn Country Hymn Secret Hymn”, el que era en ese entonces el último álbum de unos pibes de Toronto que se hacen llamar Do Make Say Think. Es cierto, no eran vecinos del barrio en el que hacía poco tiempo me había instalado. Sin embargo, al momento de elegir un álbum de un grupo canadiense, publicado por un sello canadiense, vendido por una tienda de discos canadiense, comprendí que no había vuelta atrás y que sin prisa y sin pausa había comenzado a insertarme en la sociedad del país que me había recibido. Lo único que me faltaba era visitar una “Cabane à sucre”, degustar una “Poutine” y “Aller aux pommes” pues “Jésus de Montréal” ya la había visto.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y CUATRO

Pocos artistas nacen con todas las herramientas necesarias para producir un lenguaje musical rico, distintivo y cautivante. Habitualmente, todo lenguaje se nutre con el paso del tiempo, se construye gracias a la experiencia, a los aprendizajes, a los errores; se pule gracias a las vivencias, a las interrelaciones con el medio que nos rodea, a la observación. 

La primera vez que compré un disco de este muchacho, oriundo de Brest, Francia, no lo hice por su propio mérito. Honestamente, no tenía ni puta idea de quién era. Me enteré de que los Têtes Raides habían colaborado con él en su más reciente álbum de aquella época – “L’absente” – y se lo encargué inmediatamente a Damián de Oíd Mortales. Me llegó casi recién salidito del horno. Unos meses más tarde, fui al cine en las salas del Village Recoleta y, mientras miraba la película, reconocí el estilo, la impronta, de la música de este pibe en la banda de sonido. Al salir, leí los créditos en el póster para confirmar que mi oreja no me había fallado. Allí estaba su nombre: Yann Tiersen. Un par de años más tarde cuando me fui a vivir a Montréal, rastreé sus álbumes y los fui consiguiendo uno a uno. Linda música componía este tipo, de esas que te movilizan alguna fibra íntima. Algo que muy pocos compositores logran. Debo admitir que casi que se me escapa un lagrimón cada vez que vuelvo a escuchar sus discos. Mientras vivía en Canadá, conseguí todos sus álbumes, hasta la banda de sonido de la película “Tabarly”, que la tuve que encargar por correo porque solamente fue publicada en su país natal. Un par de años más tarde, cambió de compañía discográfica y algo se alteró. Ninguno de los álbumes publicados a través de su nuevo sello británico logró sorprenderme ni renovar mi interés. Sigo comprando sus discos por inercia, por devoción o por estupidez.

Quizás, para este flaco, lo mismo que lo catapultó a la fama fue lo que lo sepultó de por vida. Participar en la banda de sonido de la película “Le fabuleux destin d’Amélie Poulain” del director francés Jean-Pierre Jeunet fue tanto una bendición como una maldición. La película fue un éxito, la música no podía pasar desapercibida. Sin embargo, una música tan íntima, casi artesanal, creada a partir del lamento melancólico del fuelle del acordeón, del filoso aullido de las cuerdas del violín – acariciadas para oírlas sufrir, de los penetrantes tintineos de las teclitas de un piano de juguete en los que se perciben reverberancias de plástico barato, metal oxidado, madera sintética y cola vinílica; una música que desgarra desde las vísceras hasta el alma – perteneciente al mundo de lo interno, de lo profundo, de lo personal. Al exhibirla de una manera tan exuberante en el mundo de la alfombra roja – relacionado con lo externo, con lo superficial, con lo aparente – han obligado a este compositor a cargar con un pesado lastre del que veinte años más tarde debe continuar lamentándose cuando llega el momento de los bises en sus conciertos y el público enajenado le exige a coro “La valse d’Amélie.” Contrariamente a lo que el vulgo se imagina, muchas expresiones artísticas pierden paulatinamente el encanto para sus creadores conforme la popularidad de la obra se acrecienta. Lo que quizás justifique que este tipo haya salido corriendo para buscar otra forma de hacer música. Lamentablemente, en el proceso creativo ha perdido esa voz que lo hacía tan particular, tratando de encontrar una nueva piel, una cáscara con la que cubrirse y ocultarse, para reencontrarse consigo mismo.

A veces me pregunto si pretender que un artista que te gusta te sorprenda con cada nuevo álbum que publica no es una pelotudez. Pero rápidamente recuerdo la guita que invierto en la compra de discos y me siento con absoluto derecho a pedir, a exigir, que el material valga la pena; a reclamar, a patalear, cuando uno se siente defraudado, engañado en su confianza, estafado por la industria de la música.

martes, 7 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y TRES

En épocas de vacas flacas, conocí muchos nombres de artistas que me llamaban la atención, otros que me recomendaban, unos cuantos con los que me cruzaba por ahí cuando visitaba las tiendas de discos. En suma, eran muchísimos más los artistas de los que tenía que privarme la compra de discos que aquellos a los que accedía a escuchar e incluir en mi colección. Acumulaba largas listas con nombres de álbumes o canciones, nombres de grupos o solistas, nombres de sellos o compañías discográficas, nombres de estilos o géneros musicales, con la esperanza, con la ilusión, de que algún día pudiera encontrar, conseguir, alguno de esos álbumes a un precio que me permitiera confirmar que la espera había valido realmente la pena. Debo admitir que el final no siempre fue feliz, que muchos de esos artistas se quedaron en la promesa, que la música que ofrecían no había resistido al paso de los años y que habría sido mejor quedarse con la ilusión. Afortunadamente, con otros el deleite fue tan inmenso que me atrevo a decir que sirvió para compensar las desilusiones, el trago amargo al reconocer las expectativas como vanas e inútiles. No todo lo que brilla es oro. No todos los discos, no todos los artistas, que te recomiendan valen la pena ser escuchados. No todos los discos que ofrecen las tiendas valen la pena ser comprados para hacerles un lugarcito en nuestra colección, para atesorarlos. No toda la música que ha sido grabada vale la pena. Mucha de esa música solo sirve para ilustrar cómo se puede perder el tiempo en un estudio de grabación al registrar sonidos reiterados, imitados, hasta el hartazgo. Sonidos que no proponen nuevas ideas, nuevas sensaciones, nuevas combinaciones, nuevos rumbos. Sonidos a los que les digo basta, les digo que es suficiente, que me cansaron, que me resultan aburridos, sin vida. Hace muchos años, el cantante de un grupo con el que solíamos hacer recitales me preguntó a qué artista imitaba para concebir mi música. Me descolocó. No podía creer su pensamiento. Me parece inútil andar ofreciendo música afanada sin un toque personal. Si bien es cierto que las influencias son necesarias, imprescindibles, para definir el rumbo que se comenzará a transitar, también es cierto que cuando se escucha mucha música las referencias se vuelven difusas, se entrelazan, se entremezclan, se enriquecen. Por otro lado se espera que los distintos grupos que ofrecen músicas que encasillamos en el mismo género, en el mismo estilo, tengan algo diferente, algo singular, para ofrecer que justifique su existencia. 

Conocí al trip-hop gracias a Portishead. Grupo que me impactó por su profunda melancolía y su cadencia eterna. Luego, conseguí algo de Massive Attack, cuya condescendencia a la hora de producir hits tan memorables como cuestionables al navegar por aguas un tanto turbias me pareció digna de admiración. Más tarde, pude escuchar a Tricky, el chico malo. Feo, feísimo, mezcla de asesino serial, violador, pedófilo, proxeneta, dealer, mafioso, o simplemente sociópata. Tan pero tan feo que un día en el que lo vi tomando un café, por la tarde, en una terraza en las calles de París, a plena luz del día, salí corriendo cuando me devolvió la mirada. Una mirada penetrante, de esas que meten miedo, que te dice: me reconociste, pero no te atrevas ni a acercarte ni a dirigirme la palabra o sos boleta. Su música me había causado un efecto similar, casi salgo corriendo, espantado. Entre esquiva y desagradable, con cierto gustito amargo, autodestructivo, que llamaba la atención, a pesar de todo, como para intentar dedicarle un tiempito y enriquecer mis oídos con sus ritmos fracturados, sus voces quebradas, roncas, de noctámbulo crónico que parece no dormir desde que nació. Desafortunadamente, muy a pesar de las recomendaciones de mi amigo Cristian no logré escuchar ni a Laika ni a Moonshake sino hasta varios más tarde. En Montréal, en menos de una semana de hurgar en varias de las disquerías que frecuentaba, en la de Sainte-Catherine est que conocí el día que llegué a la ciudad, en La Subalterne que quedaba a pocas cuadras del departamento donde vivía, en L’échange que me sorprendía cada vez que la visitaba, en la de la esquina de Mont-Royal Est y Saint-Hubert que desapareció sin dejar rastros, en L’oblique que me dio tantas alegrías, en Cheap Thrills en la que a medida que subía las escaleras, el machimbre vencido por la humedad, los años o las polillas, exhalaba el hedor de la decadencia. Cada vez que visitaba esta tienda pensaba que podría ser la última. No me habría extrañado que un día esa casa vieja se derrumbara o que sus cimientos terminaran por hundirse definitivamente. En todas ellas conseguí algún disco sea de Laika, sea de Moonshake, que como sabrás tienen un pasado común, una historia que los emparienta. Sin embargo, el abordaje estético de cada uno de ellos ofrece tintes que los alejan al punto de parecer aguas turbulentas y aceite en ebullición. Ninguno de los dos grupos detenta una basta discografía. Algunos LPs, algunos EPs, algunos singles. Me impactaron, me sorprendieron tanto que no pude resistirme a rastrear todos y cada uno de los CDs que me faltaban por internet. En poco tiempo, había conseguido todos los discos disponibles de estas dos bandas que supieron abusar del sampler y de los loops para crear una música basada en el plagio creativo, en el afano honesto, en la toma de referencias para la deformación, en la influencia sin recurrir a la imitación, al calco. En síntesis, dos bandas que supieron como ninguna crear, cada una de ellas a su manera, su sonido, totalmente nuevo y reconocible – uno femenino y sensual, el otro masculino y desbocado – tomando prestados elementos sonoros de las más diversas fuentes para manipularlos y apropiárselos logrando reinventar un género para el que se suponía que otros pesos pesados ya habían sentado las bases, ya habían creado la receta. Un chispazo, un fogonazo. Sangre nueva que enriquece a este género musical con el que lamentablemente cada uno de sus exponente más interesantes sólo han sabido deleitarnos publicando un puñado de LPs, algunos EPs y unos cuantos singles. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, decía una profesora de historia de mi escuela secundaria a la que seguramente le molestaba leer las interminables tareas mal escritas de sus estudiantes. Lo transpolo al mundo de la música en el que algunos artistas no hacen más que acrecentar, abultar – innecesariamente – su carrera discográfica sumando grabaciones en las que no dejan de repetir, de imitar a otros músicos. No dejan de repetirse ofreciendo una y otra vez la misma canción con distinto título. Valoro la honestidad de grupos como Laika, Moonshake o Portishead que quizás sintieron que no tenían nada nuevo para ofrecer y prefirieron guardarse antes que continuar refritando ideas de antaño hasta el infinito. 

lunes, 6 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y DOS

Trío. ¿Power? No. ¿Enigmático? Parece. Mares del sur. Australianos. Again. Algunos. British. Otro. Expatriados. Continente viejo. Berlin. Alemania. Encore. Europa del este. República Checa. Cambio de rumbo. Apertura. Libertad. Mundo. Relacionados. Genealogía. Emparentados. Familiar. Pariente cercano. Hermano. Entramado. Ramificaciones. Lazos. Sangre. Entrelazados. Camaradería. Amistad. Espíritu de verdad. Semilla de maldad. Crimen en la ciudad. Solución o fatalidad. 

Caída libre. Sonido clásico. Sonido inesperado. Atractivo. Sombrío. Fatídico. Sanguíneo. Con pulso. Latido. Difuso. Anonimato. Desinformación. Conocer. Desconocido. Difícil de rastrear. Sin huellas. Sin pistas. Descubrimiento. Casualidad. Océano reseco. Evaporado. Viento en popa. A buen puerto. Playa. Grietas. Arena en bloques. Fotografía. Encallado. Cautivo. Cautivante. Cautivador. Imagen. Ilustración. Hiperrealismo. Persuasión. Compra. Sello. Internet. Correo. Espera. Paquete. Montréal. Sorpresa. Júbilo. Difícil. Único. Real. ¡Momento! Paren las rotativas. Érase una vez. Ojo. No pestañees. No mires. ¿Atrás? Tiempo al tiempo.

domingo, 5 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y UNO

¿Qué tienen en común los siguientes álbumes y artistas: “Danger in the Past” de Robert Forster, “Second Revelator” de Hugo Race / The True Spirit, “The Blink of an Eye” de Once Upon a Time, “The Honeymoon is Over” de The Cruel Sea, “Honeymoon in Red” de Lydia Lunch, “The World’s a Girl”, “Dirty Pearl”, “The Next Man That I See”, “Do That Thing” y “Sex O’Clock” de Anita Lane, “Music to Remember Him by” de Congo Norvell, “The Thing About Women” y “Trouble” de Brian Henry Hooper, “Stories From the City, Stories From the Sea”, “Is This Desire?” y “Let England Shake” de PJ Harvey, “Headless Body in Topless Bar” de Die Haut, “Nothing Broken” Conway Savage, “Far Be It From Me” de Tex Perkins, “Teenage Snuff Film” y “Pop Crimes” de Rowland S. Howard, “You Can’t Hide From Your Yesterdays” de The Nearly Brothers, “Invisible You” de J.P. Shilo, “Kick the Drugs” de The Wallbangers, “We Are Only Riders”, “The Journey is Long” y “Axels & Sockets” de The Jeffrey Lee Pierce Sessions Project, y tantos otros que aún no he incluido en mi colección? ¿Qué tienen en común los siguientes proyectos musicales: Crime & the City Solution, Nick Cave & the Bad Seeds, The Birthday Party, The Boys Next Door, The Ministry of Wolves? Que de alguna forma, sea como instrumentista o cantante, sea como arreglador o compositor, sea como productor, sea por su mera presencia, Mick Harvey metió mano y colaboró con estos músicos y artistas, grupos o solistas, para enaltecer el espíritu de sus canciones a la hora de grabarlas y plasmar su obra en una producción discográfica.

¿Qué diferencias hay entre un compositor y un arreglador? Mejor preguntale a Mr. Harvey, el responsable de la composición y de los arreglos de gran cantidad de las canciones del repertorio de los estimados Nick Cave o Simon Bonney, además de multiinstrumentista comodín que se ha sabido adaptar a todas y cada una de las necesidades de los Bad Seeds, de Crime & the City Solution y mismo los Birthday Party, ocupándose de las guitarras, los bajos, los pianos, los órganos, las baterías y andá a saber de cuántos instrumentos más con tal de que los grupos no se quedaran rengos y permanecieran en la ruta. Un capo. De esos de los que hay pocos ejemplares.

¿Cuál es realmente la ardua tarea de un productor de discos de rock? Me imagino que debe haber unas cuántas respuestas posibles. Para empezar, yo diría que elige desde el estudio donde se va a grabar un álbum hasta los instrumentos que se van a usar, las cuerdas, los amplificadores, los efectos. Elige desde los temas que se van a grabar hasta los arreglos que le hacen más justicia a una linda canción para transformarla en una canción memorable. Trata de hacer que todo suene menos caótico que en la sala de ensayo, aunque sin perder cierta frescura. Para la oreja para afinar los instrumentos. Lima asperezas. Está en los detalles en los que los músicos no logran concentrarse porque la resaca de la borrachera o de las substancias no los deja comprender que no deben basar su carrera solo en su carisma. Seguramente, muchas otras veces debe esconder las botellas de las bebidas alcohólicas para mantener a los miembros de la banda lo suficientemente sobrios para que lleguen a terminar la sesión de grabación. Al final, parece que es un tipo al que le interesa más la música que la fama, que la joda que generalmente se asocia al mundo de la música. En síntesis, todo lo que delinea y justifica a la perfección el perfil del señor Mick Harvey. Un laburante del ocio ajeno. 

Como si fuera poco, este talentoso músico encontró tiempo para componer una gran cantidad de bandas de sonido altamente disfrutables y recomendables, a veces solo, otras en coautoría con algunos de sus usuales colegas: “Ghosts ...of the Civil Dead”, “Alta Marea & Vaterland”, “To Have and to Hold”, “And the Ass Saw the Angel”, “Australian Rules”, “Motion Picture Music ’94-’05”, “Waves Of Anzac / The Journey” y seguramente otras de las que no he conseguido todavía el disco compacto.

Evidentemente no le gusta desperdiciar su tiempo y nos ha ofrecido a lo largo de los años unos cuántos álbumes solistas de canciones interpretadas por él mismo. Algunas de su autoría, otras de gente con la que ha laburado en sus diferentes proyectos, otras que debe haber elegido de entre sus influencias. “One Man’s Treasure”, “Two Of Diamonds”, “Four (Acts Of Love)”, los cuatro volúmenes de versiones en inglés de las canciones de Serge Gainsbourg y el imperdible “Sketches From The Book of the Dead”. Un laburante que ha recorrido un largo camino, que ha servido de apoyo a más de uno que de no haber sido por Mick, no podría sostener una carrera tan sólida.

Entre nos, compro discos en los que participa Mick Harvey desde mis quince años, desde el año 1987, desde hace rato. Los he comprado por todos lados y de las más diversas maneras. La única constante es mi satisfacción al escucharlos. Conseguite alguno, disfrutalo y salí a buscar otro...