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domingo, 4 de abril de 2021

CIENTO CUATRO

Muchos dirán que se trata de una música mal parida, electrónicamente concebida, poco sanguínea, artificial, sin vida propia pues extrae y se apropia de sonidos, frases, ritmos o melodías de grabaciones de otros artistas, para algunos grandes y con mayúsculas, sin embargo, cuando escuché este disco de este género que muchos presentan como future jazz, debo admitir que me cayó bien. Recuerdo que lo compré en El Ateneo de la avenida Santa Fe. Hacía poco que habían instalado ese local. Finalmente, pasé a conocerlo y recorrerlo como más de un turista curioso que cae en Buenos Aires y no puede resistir a la tentación de visitar este hermosísimo edificio. No importa lo que vendan, subir por sus escaleras, mirar para abajo desde los que otrora fueran los palcos del teatro Grand Splendid, te transporta. Recuperado, en parte conservado, aunque adaptado a su nueva función de local comercial en el que funciona una librería que ha sabido aprovechar el encanto de la arquitectura original del edificio para asegurarse cierta afluencia de visitantes semanales llevados de las narices por los city tours que se ofrecen en nuestra ciudad capital. Todavía no ofrecían una gran selección de discos, pero cuando vi la tapa de “Tourist” de St Germain hubo algo que llamó mi atención. Quizás la imagen entre antigua y otoñal, quizás los colores que mucho no decían y generaban cierto misterio y electricidad al contrastar con la fotografía difusa, quizás la escueta información de la contratapa con la que se anticipaba que, a pesar de tratarse de un disco publicado por el emblemático sello de jazz Blue Note, presentaba una propuesta bastante distinta de la que los fans del género hubieran esperado. No puedo asegurar cuál de las especulaciones anteriores me llevó a decidirme a comprar este disco, lo cierto es que, sin escucharlo, me lo llevé para casa. Como he dicho antes, me gustó la música que ofrecía este francesito, más DJ que jazzman, más productor que intérprete. Poco importa, pues es un disco con cierta búsqueda creativa, a pesar de los palazos que quieran darle. Con el tiempo, fui encontrando otros de los álbumes publicados por el flaco, aunque tengo que admitir que no lograron cautivarme como éste, el primero que escuché. Cuando ya estaba decidido a no comprar ninguno más de los discos de este muchacho, entramos en la disquería Zival’s de Corrientes y Callao con mi hijo y, mientras le mostraba las tapas de algunos discos de jazz que tenía ganas de comprar, me señaló otro en la batea con la foto de la jeta de un hombre demasiado pálido para ser de carne y hueso, demasiado detallado para ser un maniquí, que surge de una duna, de una capa de arena que lo mantiene a medio enterrar. Con sus siete añitos, me dijo que le gustaba esa imagen y que quería comprarlo porque seguramente era un disco con buena música. Le hice caso y lo compré, porque se trataba de una edición nacional y no resultaba demasiado onerosa. Tantas veces he comprado discos porque me gustaba la tapa que no fui capaz de cortarle la inspiración a mi pibe. Aunque no deposité demasiadas expectativas en esta nueva adquisición para la colección, como es muy difícil decidirse a desmoronar la ilusión de un niño, me abstuve de emitir comentario alguno, pelé la tarjeta de crédito y nos fuimos para casa. Lo escuchamos. Él, mucha pelota no le dio. Yo, confirmé que serán mis últimos morlacos destinados a este artista. Tant pis.