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domingo, 17 de mayo de 2020

QUINCE

No recuerdo qué fue lo que me motivó para que comprara un disco de Hendrix. En vinilo tuve dos, “Smash Hits” y “Crash Landing”. Los compré en alguna de las tiendas de usados de la avenida Corrientes. Había empezado a valorar otros sonidos y a abordar otros estilos musicales: mis proveedores de discos habían dejado de ser con exclusividad Tabú de la Bond Street o Abraxas. 

Recuerdo que para comprarlos tuve que pedirle plata a mi viejo, pues aún era un adolescente. Como siempre, en lugar de recibir una palabra de aliento o un consejo sabio, él me dijo: “Para qué querés otro disco si son todos iguales, son todos redondos y negros”. Su respuesta, en lugar de desmoralizarme, me motivó y en ese momento decidí que para comprar más discos tenía que rebuscármela y conseguir el dinero de alguna otra manera: empecé a colarme en el colectivo cada vez que podía; lo que me aseguraba un vinilo al mes si lograba hacerlo todos los días. Claro, alguna vez me agarraron. Creo que fue así que perdí la vergüenza.

Muchísimos años más tarde, en la época en la que vivía en Montréal, en uno de mis cumpleaños, mi vieja me llamó para saludarme y me dijo: “Comprate un par de discos, yo te doy la plata cuando nos veamos”. Me fui al HMV de la calle Sainte-Catherine Ouest y compré los tres primeros de The Jimi Hendrix Experience. Aunque no recuerdo si finalmente me dio el dinero o no, conservo esos tres CDs como un gran regalo de cumpleaños.