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jueves, 27 de mayo de 2021

CIENTO ONCE

La desgracia de escuchar discos de homenaje, o de tributo, o cualquier otro tipo de compilado es que tenés muchísimas posibilidades de descubrir algún artista que despierte cierta atracción en tu alma de melómano y que te haga caer en la tentación de indagar y profundizar un poco en su carrera discográfica. Cuando te pica el bichito es difícil escapar al impulso de comprar algunos discos y, lamentablemente, no hay billetera que aguante. He caído más de una vez en la trampa al comprar este tipo de discos. Recuerdo que en un momento en el que tenía la billetera cargada se me ocurrió encargar en Oíd Mortales “Aux suivant(s) : Hommage à Jacques Brel” y “Les oiseaux de passage” un tributo a Georges Brassens. Dos incunables de la chanson française de los que ya había escuchado varios discos en los que ellos mismos interpretaban sus propias canciones. Ambos interesantes, aunque Brassens, con su cadencia hipnótica, lograba que mis párpados se entregaran sin ofrecer demasiada resistencia y que al ratito de haber puesto el disco me quedara dormidísimo. Si bien es cierto que estos dos discos los compré por mi devoción a los Têtes Raides, de los que intentaba atesorar cada uno de sus discos, me sirvieron para conocer a Bénabar y a Weepers Circus, además de seguir alimentando mi interés por Alain Bashung, Arno, Arthur H y Yann Tiersen, artistas que ya me habían hecho caer en sus redes aunque por aquel entonces no había tenido la posibilidad de explayarme en sus discografías. No reniego de la existencia de este tipo de discos, pero termino sintiéndome un poco abusado porque finalmente nunca encontrás más que un solo tema interpretado por el artista que te invitó a comprar el álbum y siempre te quedás con las ganas de un poquito más. En algún punto, todos los fans hemos caído una y otra vez en la misma trampa y, por desgracia para todos, como a las compañías discográficas no se les ha ocurrido ninguna idea mejor para seguir sosteniendo la industria de la música y expandir sus horizontes, asistimos a la decadencia y el ocaso de un estilo de vida que a muchos nos ha marcado el rumbo desde nuestra adolescencia. Cada vez quedamos menos devotos dispuestos a entregar nuestros billetitos por tales migajas como un par de cancioncitas inéditas o versiones remezcladas de algún clásico olvidado. Cada vez quedamos menos fieles a este estilo de vida en el que la música sostiene nuestro imaginario como un pilar inquebrantable. Cada vez quedamos menos insensatos que no dejamos pasar un día sin mirar discos para comprar, sedientos de nuevos sonidos, hambrientos de completar alguna de las discografías de nuestra colección. Cada vez quedamos menos. Cada día que pasa siento que la llama se extingue, siento que quedan pocas brasitas para mantenerla viva, siento que algunos cerdos ambiciosos han cometido errores irreparables. Veo desaparecer disquería tras disquería y en las que van quedando la falta de interés generalizado del consumidor se refleja en las bateas entre vacías y deslucidas. Se me escapa un lagrimón. Mi universo agoniza.



miércoles, 26 de mayo de 2021

CIENTO DIEZ

Conocí la música de este novelista, dramaturgo, poeta, músico de jazz, ingeniero, periodista y traductor de nacionalidad francesa gracias al programa “Cha Cha Cha” de Alfredo Casero. La usaban de cortina en la presentación, pero no recuerdo que en aquel momento haya leído los créditos como para enterarme de la identidad del autor de la canción. Conocí finalmente el nombre de este tipo cuando mi vieja me trajo de la Alianza Francesa “Boris Vian chante Boris Vian”. Un compilado con muchos de sus clásicos y mientras lo escuchaba, casi llegando al final del disco, apareció “Mozart avec nous” y la reconocí inmediatamente: era la canción del programa del gordo Casero. La verdad es que la obra de este francés no me cautivó de inmediato. Quizás porque mis conocimientos de la lengua francesa en aquella época eran bastante básicos, austeros, y la gracia de la música de Vian está en sus textos, los que comprendía vagamente, a duras penas, casi nada. Quizás porque su música tenía un sonido muy lejano, muy de otra época, que no me movilizaba demasiado y me parecía que sonaba mal. A pesar de todo, escuché el CD de principio a fin, aunque sin pena ni gloria.

Pasaron muchos años, ya vivía en Montréal, mi francés había mejorado a pasos agigantados, cuando encontré en una venta de garage, “L’arrache-cœur”, bastante maltrecho y ajado pero la módica suma de dos dólares canadienses que pedía su dueña original fue lo que me tentó para comprarlo. Así fue como comencé a interesarme por Boris Vian. No tanto por su música, sino por su obra literaria. Luego conseguí la novela “L’écume des jours”, que no leí sino unos cuantos años más tarde porque cada vez que la empezaba algo me impedía continuar, me desconcentraba y tenía que recomenzar desde la primera página. También conseguí una linda versión de “Le loup-garou”, de tapa dura y con una ilustración muy bonita en la sobrecubierta. Sin embargo, las obras que me terminaron de enganchar fueron las que firmó bajo su seudónimo Vernon Sullivan: “J’irai cracher sur vos tombes”, “Les morts ont tous la même peau” y “Et on tuera tous les affreux”. Me encantaron y me hicieron comprender su sarcasmo, sus juegos de palabras, su malabares con los textos y las rimas, su ironía punzante. Solo cuando estuve preparado para seguirle el tren, pude regresar a sus canciones y apreciarlas de la manera en que me imagino que el tipo las concibió: sin prejuicios y mofándose de todo.