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lunes, 10 de agosto de 2020

CINCUENTA

Cuando empecé a grabar las canciones del proyecto MUTANTES MELANCÓLICOS, tenía el pedal Overdrive ARIA PRO II y lo combinaba con la distorsión del multiefectos YAMAHA FX500 cuando amplificaba mi guitarra. Hacían bastante quilombo cuando los encendía a los dos juntos. Sin embargo, sentía que algo le faltaba a ese sonido. Un poco más de ruido, un poco más de “noise”, como empezaron a decir los periodistas especializados de esa época, un poco más de bardo, como se decía en mi querido barrio de Flores. Fue así que en algún momento, empecé a acumular pedales de distorsión. Primero, mi amigo Martín, me cambió mano a mano un Super Overdrive de BOSS por un metrónomo electrónico que había comprado a instancias de un profesor de guitarra, que seguramente negaría haberme dictado esas clases por vergüenza, deshonra, o simplemente porque se ha olvidado de mí. De más está decir que el flaco se horrorizaría al saber que buscaba acumular pedales para que el sonido de mi guitarra se produjera sobre todo al pisarlos, no al tocar las cuerdas de mi instrumento. Un tiempo después, un sesionista que vino a grabar conmigo, trajo dos pedales más. Un DOD de color amarillo, creo, que sonaba espantoso y nunca utilicé; y un Drive Master de MARSHALL, que es una joya. El flaco dejó de venir y nunca más tuve contacto. Ni siquiera respondió a mis mensajes cuando le avisé que podía llevarse ejemplares de los discos en los que había participado. Por suerte, no se llevó los pedales tampoco. En más de veinticinco años, nunca ha dejado de utilizar estas cuatro distorsiones en sus diversas combinaciones. Los aparatos están un poco avejentados pero conservan el sonido crudo, rasposo y desgarrado que me gusta para mi guitarra. 


viernes, 10 de julio de 2020

TREINTA Y SEIS

En algún momento del año 1991 se rompió mi bandeja giradiscos. Como no era una bandeja de las buenas y ya habían empezado a circular los CDs, no pensé en repararla y compré un equipo para escuchar CDs. Un cambio cualitativo importante. Aunque los defensores del vinilo me salten a la yugular, lo voy a decir: yo prefiero los CDs a los discos de vinilo. Es cierto que los vinilos con su gran tamaño, y su inmensa mística, son objetos preciados para un coleccionista, sin embargo, un CD tiene muchas más ventajas. Primero, no requiere cuidados tan extremos como el vinilo (con las bandejas, sucede lo mismo: que no se dañe la púa, que el brazo tenga el peso adecuado porque sino destruye el surco...) El vinilo se ensucia y la mugre se traduce en una desagradable fritura que te impide disfrutar de los pasajes a bajo volumen de la música. Además, cuando vivís en un espacio reducido, podés almacenar mucha más cantidad de CDs que de vinilos; o, cuando te mudás, no estás obligado a deshacerte de algunos CDs porque no podés transportarlos, ya que muchos vienen en cajitas de plástico, los podés meter en sobrecitos y cuando llegás a tu nueva morada, comprás cajitas nuevas, los volvés a empacar y listo (en mi caso, traje cerca de 3.000 CDs de Canadá, estoy seguro de que no hubiera podido traer esa misma cantidad de vinilos). Un dato que no es menor, es el precio al que los usureros de siempre te quieren fajar los discos de vinilo: primero vendé un par de órganos en el mercado negro y apalabrate al diablo para venderle tu alma y después andá a tu disquería preferida. Finalmente, el mito de que el vinilo suena mejor que el CD, no lo comparto: para escuchar un vinilo, seguro que tenés un equipo razonable, con parlantes medianamente buenos, una buena potencia para amplificar... Para escuchar un CD, muchos usan el estéreo del auto o el minicomponente de plástico que tiene parlantitos de diez centímetros de diámetro. Obvio que en esas condiciones va a sonar mejor un vinilo. Comparalos en equipos con prestaciones semejantes y después hablamos. Igualmente, no te juzgo. Los vinilos, como objeto, son más lindos. Pero, siendo más que pragmático, trato de optar por las soluciones más prácticas. De manera que, apenas compré mi primer equipo para escuchar CDs, empecé a ir al Parque Rivadavia para vender los vinilos que había ido atesorando pero que, lamentablemente, ya no podría escuchar. Por otro lado, mis prácticas musicales cada vez me resultaban más interesantes aunque onerosas. Quería producir sonidos que solo lograría con instrumentos de los que no disponía. Tampoco disponía del dinero suficiente para equiparme. Entonces, decidí que los billetes que ahorrara por la venta de los vinilos lo destinaría a la compra de un multiefectos para la guitarra. Muy a mi pesar, dejé de comprarme nueva música por bastante tiempo, hasta que un día, pude tener en mi casa un equipo YAMAHA FX500. Aún hoy lo uso para mi guitarra. Durante mucho tiempo lo usé para lo que fuera, porque era el único procesador que tenía. Imaginate que para poder comprarlo tuve que vender, además, tres de mis cuatro pedales: el flanger, el phaser y el digital delay.