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sábado, 19 de febrero de 2022

CIENTO CUARENTA Y DOS

En Montréal, en los primeros tiempos, trabajé para tres agencias que quedaban cerca del boulevard Saint-Laurent: Associés Libres Design, Enigma Communications Inc. y Agence Code. Si no iba a pata al laburo, iba en bicicleta. Lo que me daba tiempo para recorrer y descubrir los más ignotos rincones del Mile End. Tiempo para ver carteles, placas conmemorativas, monumentos y homenajes a antiguos vecinos célebres del barrio que se cruzaban por mi camino. Sabía que uno de mis mayores ídolos musicales había nacido en esta ciudad pero nunca habría imaginado que algún día iba a pasear, a caminar, a andar, a deambular, por las calles del barrio que vio nacer al enorme Leonard Cohen. Enterarme de esta realidad me hizo sentir la necesidad de escuchar su música. Oportunamente, fue la excusa que necesitaba para impulsarme, para decidirme, a comprar los dos álbumes de estudio que me faltaban, a pesar de que las tapas me parecieran repulsivas. “Ten New Songs” y “Dear Heather”, como la mayoría de los discos de este monstruo, no se destacan gracias a la imagen de sus portadas. Sin embargo, como alguna vez dijo mi amigo Nacho, cuando uno no sabe qué escuchar, cuando uno no se decide sobre qué disco poner en el equipo, no queda otra que recurrir a alguno de los de Cohen, ya que su magnífica voz dorada nunca te defraudará.



viernes, 28 de mayo de 2021

CIENTO DOCE

Ya sabés que soy un seguidor empedernido de Rowland S. Howard. También sabés que Tom Waits es una de mis más grandes debilidades. Imaginate cuando me enteré de que These Immortal Souls, la banda del guitarrista australiano, aparecía haciendo una versión de “You Can’t Unring a Bell” en el compilado “Step Right Up (The Songs of Tom Waits)”. Salí corriendo a buscarlo por todos lados. Recuerdo que lo conseguí en Rock’N Freud, por casualidad. La verdad es que no iba casi nunca a esa disquería. Quedaba muy lejos de mi casa. Muy trasmano. No sé cómo se me ocurrió darme una vuelta por ahí. Quizás era mi última opción. Finalmente, tuve suerte. Hoy, viendo las cosas desde otra perspectiva, a pesar de lo que he disfrutado al escuchar esa y otras canciones reinterpretadas por tipos que me han cautivado, empecé a percibir a estos discos un tanto innecesarios. Me gustan, claro que sí. Sin embargo, siento como si se aprovecharan de nosotros cuando lanzan este tipo de álbumes. Si bien es cierto que yo lo busqué, que yo decidí comprarlo y nadie me obligó formalmente; también es cierto que cuando un artista que te gusta publica material nuevo, inédito, retrabajado o con alguna mejora técnica que te llama la atención, una fuerza inexplicable te tironea y te hace cometer el atropello de comprar algún disquito que de haberte agarrado fresco y con todas las luces, quizás no se te ocurría ni mirarlo. Lo que saben los marketineros de las compañías discográficas son dos cosas bien simples: la carne es débil y es muy difícil que la gente apasionada logre evitar actuar por impulso. No sé qué te pasa a vos, pero cuando encuentro algún álbum que me llama la atención, me ciego y toda la mesura que suelo desplegar en todos los otros ámbitos de mi vida cotidiana, súbitamente desaparece y dejo de tener control sobre mis manos que manotean la billetera, sacan la tarjeta de crédito y sácate. En un acto reflejo irreprimible e irrefrenable, en un santiamén, soy poseedor de un nuevo CD para mi colección. Qué se le va a hacer. Para algunos, será la bebida, la timba, los burros, las minas, los fierros, la joda, el afano, la adrenalina y las experiencias extremas; para otros, las creencias religiosas, las prácticas místicas o los psicofármacos. Para mí, es comprar discos. Eso me da satisfacciones infinitas, inexplicables, muchas veces  incomprensibles. Porque en definitiva, más allá de que la tapa de un disco tenga una terminación impecable, tanto desde su diseño como desde su fabricación, cuando uno compra un disco está comprando algo intangible. El disco lo llevás hasta tu casa, claro que sí. Sin embargo, cuando lo hacés reproducir por el equipo de audio, aunque te pongas a leer los créditos en el librito, los nombres de los temas en la contratapa; aunque te pongas a ver las fotos de la portada o reflexiones sobre el título del álbum, de lo que en realidad estás disfrutando es de la música, de los sonidos, de los ritmos, de las melodías, de las armonías, de todos conceptos abstractos que nunca lograrías poseer entre tus manos si no fuera por la existencia de los distintos medios y soportes que se han ido utilizando desde el siglo XIX: los discos de pasta, los de vinilo, las cintas de magnetofónicas de todo tipo, los 8-Track, los casetes, los VHS, los LaserDiscs los CDs, los MiniDiscs, los DATs, los DVDs, hasta los pendrives y memorias de computadora. Todos inventos que se han diseñado para intentar contener aquello que es más escurridizo que el agua, más esquivo que cualquier gas. Aquello que se escapa, que es incontenible, que rebota aquí y allá sin permanecer en ninguna parte, que logra eludir cualquier intento por atraparlo, por retenerlo. Finalmente, el sonido se desplaza a través del éter en plena libertad, evadiéndose de todos los vanos intentos por poseerlo. Dicha posesión no es más que una ilusión. ¿Será por esta razón que la música despierta tanto interés en mí? ¿Será que con el tiempo me he dado cuenta de que nuestra libertad no es más que un artificio? ¿Será que percibo a la música como la máxima expresión posible de libertad a la que se puede anhelar?

viernes, 9 de octubre de 2020

SESENTA Y CUATRO

Otro grande de cuyas garras no he podido escapar es Leonard Cohen. Su voz cavernosa y varonil. Sus gestos sin tiempo ni apuro. Con él, dejan de importar la destreza y la habilidad. Solo importa la canción despojada y sin decoración. O al menos es lo que quise creer cuando escuché el primero de sus álbumes que sonó en mi equipo, “Songs of Love and Hate”. No era lo primero que escuchaba de él: ya tenía una versión de “Avalanche” interpretada por Nick Cave and the Bad Seeds y el álbum “I´m Your Fan - The Songs of Leonard Cohen by...” en el que una gran cantidad de artistas que me gustaban reinterpretaban su música; sin embargo, era la primera vez que escuchaba esas canciones de primera mano, interpretadas por su creador. Pocos instrumentos, muchas sensaciones. Desgarrador.