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martes, 2 de junio de 2020

VEINTISÉIS

Tuve unos cuantos profesores de guitarra. El primero, odiaba las guitarras eléctricas y me exigía que llevara la guitarra criolla de la Antigua Casa Núñez que había heredado de mi madrina. Estudié con él unos cuantos meses y logró enseñarme varias cosas que me han sido útiles a lo largo de mi carrera musical: algunos acordes y algunas escalas. Sin embargo, cuando se le ocurrió tratar de enseñarme a cantar “Vuele bajo” de Facundo Cabral, sentí que el tipo había enloquecido. Por si no hubiera sido suficiente, con el correr del tiempo, el pobre flaco había ido gestando una infinidad de tics nerviosos que poco a poco comenzaban a perturbarme y decidí que ya era suficiente folclore para un joven rebelde y, sin avisarle, dejé de ir a sus clases. Después, fui a algunas clases – no creo que haya llegado a resistir ni un solo mes – con una mujer que sabía tocar la guitarra tanto como yo con las manos atadas. Recuerdo que me decía: “tocá esta escala”, se iba a atender a sus hijitos y regresaba veinticinco minutos más tarde. Repetía la consigna. Volvía a desaparecer y regresaba para anunciarme que ya era la hora y que la clase ya había terminado. Nunca la vi agarrar una guitarra, ni siquiera para cambiarla de lugar. El tercero, Marcelo, fue diferente. Para empezar, me dejaba llevar la guitarra eléctrica. Además de profundizar en el manejo de las escalas me pasó una gran cantidad de ejercicios de digitación que, aparentemente, habían sido diseñados por un tal Robert Fripp (en esa época, para mí era un auténtico desconocido). Lo que más me interesaba de ese profesor era que, aunque no conocía ni uno de los grupos que yo escuchaba, no menospreciaba mis gustos musicales e intentaba buscar la forma de aprovecharlos para que yo aprendiera algo nuevo. Gracias a él, compré mi segundo pedal, un BOSS PS-2 Digital Pitch Shifter/Delay. Sí, él me lo vendió, pero me enseñó a usarlo. Y lo aproveché durante unos cuantos años. Lo usaba muchísimo porque me gustaba cómo engordaba el sonido de mi guitarra. Sin embargo, no lo usaba solo para procesar mis seis cuerdas. También recuerdo que cuando hice la banda de sonido para el cortometraje “El eterno retorno” (película que nunca vi ni empezada ni terminada) conecté un micrófono e hice estragos. Lamentablemente, por razones económicas, mi profesor tuvo que dejar de dar clases para irse a trabajar a la financiera de su tío y yo tuve que vender ese pedal. Afortunadamente, gracias a las bondades de Mercado Libre, hace un par de años, conseguí el mismo modelo de pedal y, encima, estaba como nuevo porque como el vendedor no quería que se le ensuciara, nunca lo había pisado. Aunque lo guardo en la cajita, debo decir que el pedal recuperó su función original: cada vez que lo uso, lo pongo en el piso, junto con otros pedales, y no dejo de pisarlo de tanto en tanto.