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domingo, 18 de julio de 2021

CIENTO DIECISIETE

Cuando llegué a Montréal, rápidamente encontré una tienda que se llama Dollarama. Algo muy similar a las tiendas de “Todo por 2 pesos” que invadieron la ciudad de Buenos Aires en algún momento de los años ’90, aunque con mayor variedad de productos y mercadería de una calidad sutilmente superior. También encontré tiendas de discos que ofrecían precios inmejorables, aunque muchas veces había que revisar durante un largo rato para descubrir la razón del esfuerzo de tanto tiempo dedicado a lo que muchas veces se acercaba peligrosamente a la búsqueda de una aguja en un pajar. Un día, mágicamente, encontré dos títulos que llamaron mi atención. El primero, al verlo, me transportó inmediatamente a mi adolescencia rockera. Si bien es cierto que ya hacía mucho tiempo que había dejado de consumir música de grandes estadios, al ver el disco, recordé haber asistido al concierto que este grupo dio en el estadio de River Plate. Aunque la verdad, no me trajo más que malos recuerdos. Tuve un flashback del momento en el que entré al campo para acercarme al escenario. Se me vino a la cabeza el hedor de las penetrantes emanaciones de césped húmedo cubierto por lonas vinílicas para evitar que los asistentes al concierto pisotearan y dañaran el campo de juego del monumental. Sistema que no hacía más que dejar macerar la hierba y concentrar ciertos gases que instantáneamente comenzaron a revolverme el estómago. Luego, el segundo golpe bajo de la noche tuvo lugar cuando apareció en escena el grupo rockero rompe-tutti al que había ido a ver con grandes ilusiones y expectativas. Empezaron a tocar e inmediatamente quedó claro que como sistema de sonido, los productores del evento habían elegido unos magros parlantitos para walkman que no lograron capturar ni el esplendor de los riffs del violero, ni los mazazos del batero, ni los aullidos del vocalista. Penoso. Bastante desilusionado, volví a mi casa con la cabeza gacha, agotado y demasiado tarde porque volver del barrio de Núñez al barrio de Flores por la noche era prácticamente una odisea. Además, el estómago vacío me pedía a gritos algo para satisfacerlo. Cuando llegué a casa, afortunadamente, sobre la mesa de la cocina había una bolsita con unos exquisitos polvorones que no dudé en deglutir. Quizás, devorar defina mejor la situación, pues en un instante, no quedaba ni una triste miguita. Luego de una duchita vigorizante me fui a la cama. Error. Como no hay dos sin tres, un tercer golpe bajo fue la cereza del postre que me dejó doblado en el living de mi casa. Luego de comer semejante cantidad de masitas con abundante tenor graso, debería haber esperado a comenzar la digestión antes de decidir irme a dormir. Al rato de estar en posición horizontal, el estómago se me sacudía como el Samba del Italpark y la cabeza me giraba como el Kohinoor. Como pude, me levanté, me acerqué al balcón para tomar aire y al abrir la ventana vomité hasta el apellido. Lo sé, este recuerdo no es del todo grato y te preguntás cómo mierda se me cruzó por la cabeza comprar este disco. Con el CD en la mano, recordé que había tenido los vinilos “Dreamtime” y “Love”, primer y segundo álbum de The Cult, claro, y sabiendo que “Electric”, a pesar de poseer un arte de tapa extremadamente kitsch, era un muy buen disco y lo compré. 

Al enfrentarme al segundo título del que hice referencia al comienzo de mi texto, ya estaba casi inmunizado contra las tapas para el espanto y me dejé seducir por un disco del que la gráfica nunca llamaría la atención de nadie en su sano juicio. La fotito, aunque quizás al artista le haya gustado, es para el olvido. Deslucida, poco pregnante, apagada, sin nada que llame la atención más que su fealdad. Nunca habría comprado este CD si no se tratara de un álbum de Adrian Belew en el que participa David Bowie. Finalmente, ese mismo día, regresé a mi departamento también con el quinto álbum solista del que hasta ese momento conocía como el cantante de King Crimson. Se titula “Young Lions” y a pesar de los malos presagios que inspiraba la imagen de la tapa, fue una grata sorpresa que me abrió el apetito para seguir profundizando en la discografía de este exquisito guitarrista.