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sábado, 8 de julio de 2023

CIENTO SESENTA Y SIETE

Hombre mayor, palabras mayores. A este flaco le sobran las palabras para dejarte sin palabras. Primera pista: a ningún artista vi tantas veces tocar en vivo. Segunda pista: es uno de los pocos artistas de los que tengo todos sus discos solistas, de su banda y de sus proyectos paralelos. Tercera pista: es el ruido de la tormenta, es la calma de la desolación. Cuarta pista: no existe otro igual.

Cuando vivía en Montréal, cada semana me dedicaba a tratar de conseguir los discos de un artista diferente. A veces, me dedicaba a descubrir nuevos valores; otras, a buscar la forma de completar la discografía de algún artista que me gustara, del que se me había hecho difícil seguir la carrera discográfica en Buenos Aires. Compraba CDs por todos lados: en cada una de las disquerías de la ciudad, en Gemm, en Discogs, en Amazon, en los sitios de internet de los sellos discográficos o de los mismos artistas y, obviamente, en E-bay. Lo interesante de este último sitio era la posibilidad de participar en una especie de subasta en la que podías llegar a salir favorecido tanto por la rareza del material que consiguieras como por el módico precio de cierre de muchas de las apuestas; además lo hacía atractivo la popularidad que cobró en aquella época la venta en “lote”. Conseguir un “lote” implicaba la posibilidad de alzarse con una gran cantidad de discos de un mismo artista, de un mismo sello, de un mismo estilo o, simplemente, con todos los discos de la colección de algún fulano que nunca conocerías en tu puta vida porque estaba del otro lado del planeta, que había decido desprenderse de su historia o de algo que lo incriminaba.

A pesar de la pasión y de los gustos, uno tiene un límite: la billetera. Ya te conté que durante mi vida de porteño sufrido no tenía un mango, que lo poco que tenía prefería gastarlo en la compra de algún instrumento musical. Si algo me sobraba, compraba algún que otro disquito. En Montréal, fue bastante diferente. A pasar de no cobrar fortunas, como todo era más barato, podía acceder más fácilmente a los instrumentos, podía acceder a muchos más discos, muchos más. Debés estar cansado de escuchar que compré de todo. Quizás pienses que exagero. Quizás pienses que miento. No es grave. Leé y disfrutá. Divertite. No importa lo verdadero. Solo importa lo verosímil, aunque esté sazonado de verso. 

Creer o reventar, en una de mis tantas compras a través de E-bay pude conseguir cerca de veinte CDs de uno de mis artistas favoritos de un plumazo, a un precio irrisorio. Creo que no debo haber gastado ni cien dólares y en un santiamén pude hacerme de una buena parte de la discografía de este británico que ha grabado la mayoría de sus álbumes con la filosofía “do it yourself” mucho antes de que el concepto se inventara, se acuñara. Ha sido más marginal que los punks. Desborda de rebeldía constructiva. Me encanta. Lo considero una influencia mayor para mi música aunque jamás he intentado imitar su estilo musical. Nos emparienta la forma de grabar música, el entorno en el que trabajamos. Él produjo muchos de sus álbumes en el living de su casa, en su propio estudio llamado Sofa Sound, donde aparentemente tenía todos sus instrumentos instalados alrededor de un sofá. Yo grabé todos los álbumes de mis proyectos musicales en mi casa. No exactamente sentado en el sofá, pero la situación siempre ha sido semejante. Lo que me gusta de este tipo es que descubrí que se trata de un visionario más que de un canta-autor de música popular. Muchas de sus propuestas musicales se han anticipado a las modas. Sin embargo, este gigante no parece agrandarse ni vanagloriarse de sus logros. Además, como si fuera poco, es un gentleman.

El respeto incondicional que siento por este artista hace que no me importe que haya publicado algún que otro álbum flojito. Sé que a pesar de que a veces no logre superarse, le pone toda la garra para experimentar entregándose al máximo. Le perdono todo. Mucha gente lo conoce por su paso por la escena del rock progresivo durante los años ’70. Otros, aunque no los suficientes, lo conocen por su carrera solista, por su voz demoledora, por su pasión. Ha firmado sus álbumes como Rikki Nadir. Ha firmado como Rodney Sofa. Ha firmado como Ego. Ha firmado simplemente como K. También ha firmado con su verdadero nombre, claro. Sin embargo, la marca la deja sin tinta ni trazos. La deja cuando su oyente se percata de que el momento que acaba de presenciar fue único e irrepetible. No importa la cantidad de veces que el señor Peter Hammill interprete alguna de sus canciones. Seguramente nos exponga a una gran cantidad de emociones que difícilmente sean las mismas en cada reinterpretación de una misma canción. Lo efímero, en ese momento único, presenta esa sensación especial que acompaña al descubrimiento de algo nuevo, diferente, distinto, atípico, inigualable. No muchos pueden jactarse de esto.

“The aspects of vision are many, and in addition there are reflections, illusions and hallucinations. If some can be shared that makes us less alone. If the dark can be faced, that makes us less afraid. If we accept sight, that makes us more visible. I feel the city caging me like an animal; I am crushed by the weight of the system, but I can still raise a – human – shout against it. I feel the tension of doubt surge in me, the release of eye-on-eye love, the loss of childhood idols and aspirations; I clutch the transitory prizes of knowledge and unspoken faith. I feel the torch in my hand, the spark in my heart, and I must carry both as long as I can. We all have our torches; but lone flame-bearers do not make a procession of humanity. It has been, and remains, my hope that through songs vision can be shared and enhanced. As for me, disappearing like the Cheshire Cat with hardly even my smile intact, I can still look at you only through the camera. There is more urgent vision than that. Listen to yourself.” (PETER HAMMILL, 1978, Vision, Londres, Charisma Label.)

martes, 6 de octubre de 2020

SESENTA Y DOS

Después de haber asistido a un concierto de Peter Hammill en el que tocó solito, con un piano en algunos temas, con una guitarra en otros, en el auditorio del Colegio Misericordia de Belgrano, en 1993, compré “Room Temperature Live”. Excelente punto de partida para recorrer la vasta obra de este coloso. Un año más tarde, se presentó en el mismo auditorio, pero con un grupo 100% rockero. Si con él solo había alcanzado para que terminada despeinado, imaginate lo que fue este show. Algún boludo definía a Divididos como “la aplanadora del rock”. ¡Qué poca calle tenía! ¡Qué poco mundo! Cuando vi a este “monstruo” en escena, supe cuáles eran las condiciones necesarias para definir exactamente a una banda de rock: pasión desgarradora, pasión demoledora, pasión cautivadora, pasión ilimitada... ilimitada pasión. La semana siguiente al show, caminando por la avenida Callao, entré en una pequeña disquería que estaba entre Corrientes y Lavalle – local en el que hoy funciona un maxi-kiosco – y cuando vi “Enter K” y “Patience”, sin dudarlo, los compré. ¡Lo bien que hice! Lamentablemente, en aquella época no contaba con demasiado dinero como para acceder a otros títulos de mi nuevo héroe, sin embargo, años más tarde, mientras vivía en Montréal, pude recuperar el tiempo perdido y completar la colección de sus álbumes. Conseguí todos sus discos solistas y todos los del inmenso Van Der Graaf Generator. Me desquité.

 

jueves, 10 de septiembre de 2020

CINCUENTA Y SIETE

“Songs for Drella” fue uno de los primeros álbumes que compré en CD, en 1990 ó 1991, en un Musimundo chiquito que había en Rivadavia y Acoyte. No tengo mucho para decir de este disco, salvo que nadie debería dejar de escucharlo. A pesar de haberlo reproducido infinidad de veces, creo que la influencia de estas canciones recién se empezó a sentir en mi música a partir de 1994 ó 1995 cuando comencé a trabajar en mi álbum “Ojalá pudiera”. En esa época, después de haber ido a ver en vivo a Peter Hammill en el Auditorio del Colegio Misericordia de Belgrano gracias a la insistencia de Roberto, compré “Room Temperature Live”. Un disco que proponía un sonido despojado, esquelético y aterrador que me hizo recuperar mi interés por aquel álbum de Lou Reed y John Cale. Instrumentos, los justos. Arreglos, los necesarios. Nada de malabares ni demostraciones fanfarronas. Solo lo esencial. Solo el calor de un par de amplificadores para encender la llama de un sinnúmero de emociones. Ambas obras, fundamentales, irremplazables, primordiales. Lo que para vos sirva para calificar aquello que es más que necesario.  

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/ojal-pudiera