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lunes, 25 de octubre de 2021

CIENTO VEINTIOCHO

Un órgano burdo, desvencijado, destartalado, avejentado, aletargado, que se arrastra, que suena desfalleciente, debilucho, enfermo. Si me dicen que los muchachos del grupo británico ...Bender leyeron en algún momento de sus vidas la novela “Mont-Oriol”, del escritor y poeta naturalista francés Guy de Maupassant, no me atrevería a ponerlo en duda. Aunque el cuento más conocido de este autor, “Le Horla”, es genial, tenés que profundizar. No te quedes solo con la lectura de su obra más famosa. Hacé como estos pibes que le prestaron especial atención a las preciosas descripciones con las que el autor nos presenta a la banda que tocaba en el casino, y le sacaron provecho. Cuando el francés definía el sonido de aquella orquesta que se percibía a la distancia como “un orgue de Barbarie aux sons fluets, un orgue de Barbarie usé, poussif, malade,” seguramente les vino como anillo al dedo, les sirvió como inspiración para precisar los sonidos que buscaban para decidirse a grabar su primer álbum. Este grupito suena a roto pero sin estridencias. Ofrece una música que da la sensación de no avanzar, de necesitar un empujoncito, de estar agonizando por falta de vitaminas. ¡Tiene su encanto! Pareciera que a James Johnston – otrora guitarrista furibundo – cuando lo condenaron a tocar el organito en los Bad Seeds, le hicieron un favor. Le abrieron la puerta para que desempolvara sus viejos y gastados teclados para sacarles el jugo en este proyecto que conocí casi por casualidad. Cuando descubrí E-Bay, hacía rato que coleccionaba sus discos con Gallon Drunk. Gracias a este sitio de internet por fin conseguí los que me faltaban. En una de tantas transacciones, un tipo que vendía un par de EPs que me interesaban, ofrecía incluir en el paquete el mini-álbum “Run Aground” y el álbum homónimo “...Bender”. Anunciaba al grupo como un proyecto paralelo de Johnston. Hasta ese momento, desconocía su existencia. Me picó el bichito. Le compré todo. Finalmente, un hallazgo. 

Con cuatro, es suficiente. No se necesitan muchos más para que el barullo sea considerable. Años más tarde, cuando me enteré de una colaboración entre Lydia Lunch y las tres cuartas partes de Gallon Drunk que llevaba el nombre de Big Sexy Noise, no pude resistirme y encargué el álbum sin preámbulos, creo que en la difunta disquería Parklife del barrio porteño de Belgrano. Se trata de artistas que valoro y de los que colecciono discos, no necesitaba ningún otro estímulo para pelar la billetera. Si me dicen que los muchachos de Big Sexy Noise se han inspirado en la obra de Guy de Maupassant para concebir su proyecto musical, no me atrevería a ponerlo en duda. Si bien es cierto que Gallon Drunk siempre desplegó un fastuoso batifondo a altos decibeles, este nuevo grupo anunciaba desde su nombre que el ruido sería enorme. Por ende, “ils sont quatre à faire ce bruit-là,” podría haber sido el comentario del álbum en la edición original de Les Inrockuptibles en francés. Lástima, Maupassant les ganó de mano. Este enunciado proviene directamente de su pluma. Interesante, sincera, divertida, perspicaz; calificativos que a la revistita quizás le queden un poco grandes. Una vez más, una cita de la novela “Mont-Oriol”, en la que el autor continúa con la descripción de la banda que toca en el casino, parece servir de puntapié inicial para dar vida a un proyecto del guitarrista devenido tecladista devenido guitarrista, para dar vida a un nuevo cuarteto rompe tutti, aunque esta vez, menos tradicional: voz, guitarra, saxo, batería. Sí, leíste bien, sin bajo. Es cierto que el grupo al que hace mención Guy de Maupassant en su novela ejecuta, tortura, masacra, otros instrumentos. Es cierto que nunca podría haber descripto grupos similares a los que nos propone el líder de Gallon Drunk, simplemente por haber vivido en una época diferente. Además, lo habrían tildado de anacrónico, contrario al Naturalismo, movimiento literario que buscaba reproducir en sus obras la realidad con objetividad documental. Sin embargo, debemos darle crédito al francés por haberse animado a la anticipación, a la concepción teórica de sonidos, de músicas, que vieron la luz más de cien años después de su muerte. Para mí, Maupassant era un melómano empedernido. Quizás, hasta un sonívoro. Como prueba, te ofrezco otro pasaje de la novela que ya he citado en dos oportunidades. Estoy seguro de que para lograr expresar de esta manera lo que la música, el sonido de los instrumentos, provocan a su personaje, él debe haber experimentado lo mismo en carne propia. Enjoy! 

« – Aimez-vous la musique, Madame ?

– Beaucoup.

– Moi, elle me ravage. Quand j’écoute une œuvre que j’aime, il me semble d’abord que les premiers sons détachent ma peau de ma chair, la fondent, la dissolvent, la font disparaître et me laissent, comme un écorché vif, sous toutes les attaques des instruments. Et c’est en effet sur mes nerfs que joue l’orchestre, sur mes nerfs à nu, frémissants, qui tressaillent à chaque note. Je l’entends, la musique, non pas seulement avec mes oreilles, mais avec toute la sensibilité de mon corps, vibrant des pieds à la tête. Rien ne me procure un pareil plaisir, ou plutôt un pareil bonheur. »

viernes, 17 de septiembre de 2021

CIENTO VEINTISÉIS

Conocer artistas nuevos no es tarea sencilla cuando lo que se busca va más allá del mero entretenimiento. Estar atento a las recomendaciones es una de las posibilidades. Sin embargo, no hay que fiarse demasiado ni del gusto ni de la percepción ajenos. Dejarse llevar de las narices o de las orejas, si preferís, suele no ser la mejor opción. Te exponés a resultar decepcionado. Cuando estoy a la pesquisa de material nuevo, lo que avala mi decisión al incursionar en la obra de algún artista que desconozco se justifica en los entramados de relaciones entre las obras de diferentes músicos. Por ejemplo, me topé por primera vez con un tema de esta banda oriunda de New York cuando compré el compilado “New Coat Of Paint” con reversiones de canciones de Tom Waits en la disquería Beatnick sobre la rue Saint-Denis, en Montréal. Lo cierto es que en un primer momento, el nombre de la bandita de estos muchachos me pasó completamente desapercibido. Me detuve en otros detalles. Siendo gran fan de la obra del viejo Tom, escuchar las versiones que ofrecía este álbum se auguraba prometedor. Sobre todo porque años antes había conseguido “Step Right Up”, el primer volumen de este homenaje, también publicado por el sello Manifesto, el que me había cautivado. No se repetía ningún artista. ¡Gran noticia! Al leer la contratapa, vi que participaba Lydia Lunch, lo que garantizaba que al menos una de las canciones tendría sentido en mi colección. También aparecían los Knoxville Girls, grupete reventado de mi estimado Kid Congo Powers, y, finalmente, Sally Norvell, una cantante que junto a Kid Congo me había ofrecido un par de lindos discos bajo el nombre de Congo Norvell. Un entramado que puede llegar a marear. A veces, a aclarar las cosas. Otras, a darle cierto sentido a las decisiones que uno toma. Resumiendo, de entrada, conocía solo a tres de los artistas que participaban. Un tiempo más tarde, investigando un poco más, descubrí que Kid Congo había participado con su ronco graznido en un disco que se llamaba “With All Seven Fingers”. Lo encargué por correo al sello en Alemania. Para mi sorpresa, recién cuando recibí el paquete me di cuenta de que se trataba de aquella banda oriunda de New York que participaba en el homenaje a Tom Waits a la que no le había dado ni un poquito de pelota. A fin de cuentas, todo tuvo sentido. Porque ese disco de Botanica me pareció genial. Aunque sigo sin comprender cómo se les puede haber ocurrido ponerle un nombre tan poco sugerente a su banda, tan poco pregnante. De esos que pueden pasar inadvertidos, sin pena ni gloria, sin llamar tu atención a pesar de tenerlo justo enfrente de tus ojos. Eso sí que no tiene sentido.

lunes, 22 de febrero de 2021

NOVENTA Y TRES

Escuché por primera vez a este grupo danés en 1994, gracias a Lydia Lunch. Ella había participado en uno de sus álbumes y, más tarde, una de las canciones en las que ella proveía su salvaje genio había sido publicada en el compilado “Hysterie”, uno de los primeros discos de la locuaz yanqui que tuve. Recordarás que te conté que lo conseguí en la difunta disquería Stone Crazy. Los buenos son los primeros en irse, diría mi abuela Dora. Mejor dicho, ella habría vomitado directamente, “era bueno y se murió”. Le quise dar un tonito menos fatalista, pero, al final, de una u otra manera, tan equivocada, no estaba. Retomo el hilo. La verdad es que el nombre de este grupo, calculo que procedente de Copenhague, ya lo conocía desde mucho antes de haber podido escucharlo. Mi amigo Juan Carlos, durante nuestras tardes de degustación de discos, en la época en la que iba a la escuela secundaria y todavía no había tenido ni un solo CD en las manos, contaba que él había visto un catálogo de 4AD, el sello que nos hacía soñar despiertos por aquel entonces, en el que aparecía citado un simple de 7 pulgadas de un grupo del que no podíamos conseguir demasiada información. El grupo se llamaba Sort Sol ‎y el título del disco era “Marble Station”. Imaginate la cantidad de fantasías que tuvimos con ese disquito. La cantidad de boludeces de las que habremos hablado en torno de un grupo del que ninguno de nosotros tenía la más puta idea de dónde venía. De un disco del que ninguno de nosotros jamás había visto la tapa. Finalmente, el momento llegó. Tenemos mucho que agradecerle a la era de la informática y al e-commerce. A pesar de que muchos de nosotros, con el tiempo, nos hemos dado cuenta de que los monstruosos sitios de internet de venta de discos son insaciables e intentan alimentar nuestra gula hasta exprimir nuestra última gota de voluntad y de dinero, es cierto, que más de una vez hemos pecado y hemos sucumbido ante sus jugosas y sabrosas publicaciones. Claro, si con abrir una simple pantallita tenés acceso a infinidad de material que anhelás y deseás incluir en tu colección, es raro que no caigas en la trampa. Así fue, como en mis primeras excursiones por Amazon, allá por el 2001, encontré “Dagger & Guitar” de estos muchachos de los que te venía hablando. Recuerdo que en esa época laburaba en el diario PubliMetro y me llegó el  aviso del correo para retirar el paquete. Pedí que me lo entregaran en una oficina que tenían sobre la avenida Córdoba y me acerqué durante la hora del almuerzo. Se me pasó la hora de comer pero no me importó. No hacía falta probar bocado, ya tenía algo muy nutritivo entre mis manos.

Aunque pasaron más de cinco años hasta que volví a usar los servicios de este emporio – por no decir imperio, lamento admitir que, a pesar de mi resistencia, de tanto en tanto caigo en su redes y les entrego mi morlacos sin chistar demasiado porque continúan ofreciendo algunas perlitas que me hipnotizan y logran seducirme.




viernes, 27 de noviembre de 2020

OCHENTA

La venganza será terrible, dicen algunos. La venganza se sirve fría, dicen otros. No sé si este fue el caso porque mi revancha la sufrió un pobre tipo que nunca me había hecho nada porque no me conocía, era la primera vez que me veía, y obviamente, fue la última. Sin embargo, si lo tomo como una revancha simbólica a todos y cada uno de los que me chuparon la sangre en mi búsqueda por el disco soñado, me considero vengado.

Ya te conté antes que fui consiguiendo, poquito a poco, los discos de la corrosiva y filosa Lydia Lunch. En los años 90, rastrear los títulos de los álbumes que uno quería agregar a su colección era tan difícil como comprarlos. Recordá que no teníamos internet y que las revistas con información de interés llegaban a cuentagotas. Era un mundo muy distinto. La Argentina siempre estuvo lejos de todo, pero en esa época quedaba más que claro que estábamos en el culo del mundo. Las novedades llegaban cuando ya estaban de oferta en otros lados y, encima, acá te las fajaban al precio de un petrodólar que, sospechosamente, siempre era más salado que el del mercado oficial. Lo mismo de siempre, nada de qué sorprenderse. 

Como te decía, fui acumulando una linda cantidad de discos de la señora Lunch. Entre los tantos que sumé a mi colección se encontraban “Conspiracy Of Women” y “The Uncensored/Oral Fixation”. Lindas las gráficas para las portadas. Negro profundo, juegos tipográficos interesantes. El problema es que nunca nadie me había anticipado que tuviera cuidado porque muchos de sus álbumes contenían performances de poesía, monólogos tan verborrágicos como escatológicos, discursos tan feministas como anarquistas. Donde su arenga irrefrenable de ninfómana ultrajada resulta un tanto empalagosa. Too much. En inglés, a esos álbumes los denominan “spoken-word”. Parece que a los yankis les interesan bastante, los aprecian. La verdad es que a mi no me gustaron ni medio y me sentí total y completamente estafado. Con lo que me había costado conseguir la guita para comprar esos discos y al ponerlos en la bandeja, ni un solo acorde. Solo esta energúmena gritando e insultando a medio mundo, dando rienda suelta a su afilada lengua. Imaginate mi ánimo. Encima, mucho no podía hacer porque nadie me había obligado a comprarlos. Estaban ahí, en un cajón de un flaco en el Parque Rivadavia y yo los agarré. El trago amargo aún persiste, a pesar de que el tiempo ha pasado, de que esos dos discos ya no los tengo.

El primero de los dos, logré vendérselo a alguien en el parque, y como no volvió a cagarme a trompadas, quiero suponer que sabía lo que estaba comprando. El segundo, el que me sirvió como herramienta de mi venganza, lo tuve cajoneado durante varios años hasta que un día, visitando una galería en el barrio de Belgrano, tuve una suerte de iluminación. En la vidriera de un comercio que ofrecía tanto discos como accesorios de moda, vi, juntitos, “Up” de R.E.M. y uno de Lydia Lunch que ya tenía. El de R.E.M. había sido publicado recientemente, era nuevito, y se me ocurrió que si alguien lo presentaba en su vidriera junto a un álbum de la vieja y estimada Lydia, quizás tendría una oportunidad. Un punto a mi favor era que en ese barrio no me conocía nadie. Yo vivía en Flores, estaba de paso hacia la facultad y no era frecuente que pasara por allí. Al día siguiente, me presenté en esa tienda ofreciéndoles canjear mi disco de Lydia Lunch, mano a mano, por el de R.E.M. Ignoro si fui totalmente convincente y persuasivo o si el vendedor era un atolondrado ignorante pero, para mi sorpresa, cayó en mi trampa y me di a la fuga llevando entre mis garras un álbum recién salidito del horno por el que había entregado a cambio un disco que cada vez que lo veía me recordaba cuán boludo había sido al comprarlo. 


sábado, 10 de octubre de 2020

SESENTA Y CINCO

Después de mucho escuchar a Siouxsie and the Banshees, había perdido el interés por escuchar grupos en los que cantaran chicas. Fueron pocos los álbumes que compré en los años 90 donde la voz líder fuera femenina. La que me hizo cambiar un poco de opinión fue Lydia Lunch, gracias a “Honeymoon in Red” e “Hysterie”. Sin embargo, un poco reticente y esquivo, me costó decidirme a profundizar aún más en su discografía, y lo mal que hacía. Recuerdo que en el parque Rivadavia un flaco tenía en venta “Stinkfist”, un EP en el que participan J.G. Thirlwell – más conocido como Foetus – y Thurston Moore de Sonic Youth. Una perla que agradezco haber incluido en mi colección. Sin embargo, en el momento en el que vi el CD, dudé y me pregunté, varias veces, si era una buena idea comprar otro disco de esta mina. Me pasó lo mismo con “Queen of Siam”, “13.13” y “Shotgun Wedding”, tres álbumes que Wilfredo, un fanático empedernido de Siouxsie no paraba de mencionar y emparentar con aquella “anciana vaca tonta”. Que Lydia de acá, que Lydia de allá; al final me convenció y accedí a dilapidar mis últimos manguitos en esos tres discazos. Con el tiempo, comprendí que lo mágico de esta mujer no era ofrecer una música similar a la de Siouxsie. Con extrema habilidad, Lydia, al codearse y rodearse de músicos diferentes, aprovecha las bondades de cada instrumentista para enriquecer la propuesta de cada uno de sus álbumes. Finalmente, como rara vez en los álbumes de la famosa Lydia se repite la formación, el sonido de sus discos es siempre diferente y, para el fan, cada nuevo proyecto en el que ella se involucra termina siendo una sorpresa, generalmente grata.


jueves, 6 de agosto de 2020

CUARENTA Y SEIS

Un compañero de laburo de mi vieja que escuchaba mucha música y que sabía que yo estaba ávido de nuevos sonidos, me recomendó a Lydia Lunch. Él conocía mi predilección por los australianos de Birthday Party y me la presentó como un Nick Cave pero en versión femenina. En ese momento todavía no la había escuchado y no pude hacer más que tomar nota de sus recomendaciones. Hoy, después de haber tenido la posibilidad de conocer muchísimos de los discos de esta mujer endemoniada, le corregiría. En mi opinión, ella es más bien la versión femenina de Satanás. Por más que a los metaleros les pese, esta mina es más pesada que cualquiera de ellos. Es cruda, salvaje, filosa e indomable. No hay más que escuchar a su banda Teenage Jesus and the Jerks en el compilado “Hysterie” para darse cuenta de que ella no toma chocolatada con vainillas.

Otro de aquellos amigos musicales con el que me encontraba religiosamente todos los domingos en el parque Rivadavia, que también conocía de mi pasión por Birthday Party, mientras repasábamos las discografías de los grupos y artistas que seguíamos, me hizo notar que a pesar de haber conseguido el box-set con todos los álbumes de los australianos, me faltaba una pieza para completarla como correspondía. Insisto, en esa época no existía internet y la información se conseguía de boca en boca y muchas veces te llegaba un tanto distorsionada. Sin embargo, a Roberto, yo lo tenía como una fuente de confianza y tomé nota del título “Honeymoon in Red”. Él me dijo que se trataba de una colaboración entre Lydia y los australianos. No se equivocó. Todavía hoy le agradezco que cuando vio un ejemplar en CD de este disco en la disquería Oíd Mortales, lo compró, me llamó por teléfono para contarme lo que me había conseguido y ante mi apasionada respuesta de júbilo no pudo hacer otra cosa que llevármelo a mi casa esa misma tarde. ¡Un fenómeno!