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viernes, 7 de agosto de 2020

CUARENTA Y SIETE

Toco la guitarra, es cierto. Sin embargo, no puedo asegurar qué fue lo que me motivó a empezar a hacer música con ese instrumento. No me considero un amante del rock and roll. No me gustan los interminables solos de guitarras filosas. No me sorprende la acrobacia de la enorme mayoría de los violeros. Es más, creo que hasta esas habilidades me repugnan. Hace unos años, apenas había regresado de mi larga estadía en Montréal, intenté volver a tomar clases de guitarra. La primera y única vez que vi al flaco que se autodenominaba “profesor”, me preguntó qué guitarristas me gustaban. Cuando le mencioné a Will Sergeant de Echo & the Bunnymen y a Rowland S. Howard de Birthday Party puso una jeta que me hizo darme cuenta de que estaba perdiendo mi tiempo y que si continuaba con el chiste, también iba a perder mi dinero. Es cierto que conozco muchísimos más guitarristas que aprecio y que gracias a sus diferentes estilos y formas de tocar han nutrido mi propia forma de hacer música. Sin embargo, supongo que hace muchísimos años que me di cuenta, aunque no lo exteriorice con frecuencia, que como guitarrista soy un caso perdido. El secreto es que no tomo a la guitarra como una herramienta para exhibir mis progresos técnicos sino, más bien como una herramienta para la composición y la tortura. Es un instrumento versátil que me permite crear canciones, melodías y sonidos inesperados cuando me lo propongo. 

Vuelvo al tema del que quería hablar, aunque, esta vez, no me había dispersado tanto. Quiero contarte de otro álbum que compré gracias a Roberto, también en Oíd Mortales. En realidad, son tres los discos que compre ese día. En realidad, no los compré yo. Lo que sí es cierto, es que todavía los tengo en mi casa. Alguien me los regaló y no puedo decir quién fue. Una tarde, mi amigo me llamó por teléfono para avisarme que en la disquería había visto en la vidriera un CD del guitarrista de Birthday Party con otro que ni conocía que se llamaba Nikki Sudden. Como buen fan, al día siguiente me acerqué a la disquería y como iba con billetera ajena, terminé llevándome los tres discos del tal Nikki que tenían en stock: “ Kiss You Kidnapped Charabanc”, con Howard, “Dead Men Tell No Tales / Texas”, con los Jacobites, y “The Jewel Thief”, con los de R.E.M. Literalmente, un hallazgo. Si bien es cierto que no profundicé demasiado en la vasta discografía de este cantautor británico, el tipo me parece un capo. Además, no puedo negar que el álbum que grabó en colaboración con Rowland S. Howard es uno de los que terminó de justificar mi pereza en el aprendizaje de las técnicas de ejecución de la guitarra pues me demostró que, sin grandes talentos de instrumentista superdotado y con la mínima expresión, un guitarrista puede ser auténticamente desgarrador y emotivo al tocar la nota justa en el momento adecuado.