Cuando empecé a coquetear con la idea de hacer música, a mediados de 1987, no tenía ni puta idea de cómo tocar un instrumento musical, ni mucho menos de cómo escribir una canción. Mi única educación musical hasta ese momento se remontaba a la escuela primaria, donde habían intentado enseñarme – sin éxito – a tocar la flauta dulce: el maestro de música se desesperaba cuando me escuchaba soplar desaforadamente sin lograr emitir más que pitidos y zumbidos disonantes con un instrumento considerado simple y elemental. La verdad es que en esa época todavía no había escuchado ninguna música popular que me estimulara. Solamente me sentía atraído por algunos temas instrumentales como los de la presentación de las series “La Pantera Rosa”, “Misión Imposible” y “El Superagente 86” o por la música de los spaghetti western que miraba los sábados por la tarde. Muchos años pasaron antes de que supiera que las músicas que más me gustaban habían sido compuestas por Ennio Morricone. Todas esas bandas de sonido, aún hoy las aprecio. En las fiestas que organizaban mis compañeros de colegio pasaban músicas pop de moda que no despertaban ningún interés en mí. Todo esto logró hacerme pensar que la música nunca me movería ni un solo pelo.
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