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viernes, 23 de abril de 2021

CIENTO OCHO

Orilla del mar. Objetos perdidos, olvidados, abandonados. Bajamar, desaparición irrefrenable. La naturaleza captura y engulle todo lo que encuentra a su paso. Intenta lo imposible. Intenta transformar la esencia de la materia cual alquimista empedernido. Se apropia de cosas útiles para los seres vivos y de cosas inútiles también. Basura, desechos. Objetos descartados, dados por inservibles por el ser humano, gran responsable de la proliferación de residuos contaminantes. Turistas distraídos y descuidados, prestadores de servicios desconsiderados. Gentuza que tira todo lo que no le sirve en cualquier sitio, donde se les ocurre sin prestar atención a lo que los rodea. Pleamar. Después de un tiempo, mucho de aquello que el mar ha devorado resurge de entre las olas para ser sepultado en las arenas de la costa marina pues al medio ambiente le resulta imposible extraer algún beneficio de ciertos materiales sintéticos. La naturaleza escupe y descarta lo que no puede aprovechar. Aquello que finalmente es nocivo. 

Siendo un gran caminante y un gran observador de lo que me rodea, en mis salidas para estirar las patas y renovar el aire de mis pulmones, he encontrado una gran cantidad de objetos útiles y funcionales además de otros que requerían reparación. Una vez, vi una mesita de luz de pino en muy buen estado en la vereda. La llevé a mi casa, la pinté de negro mate y la usé durante bastante tiempo para apoyar el equipo de guitarra. Parecían hechos el uno para el otro. Calzaban tan bien apilados que tenían la pinta de una columna de sonido profesional, aunque se trataba de un engendro fatto in casa.

Mi buen amigo Omar sabía que me daba maña arreglando cosas. Un día, me trajo un sensor de los que usaban en Exhibición Atroz con el trigger de su batería. Lo transformé en un micrófono de contacto y lo usamos para grabar la guitarra rítmica de la canción “Rain”. ¡Qué sonido! Como el pelado recordaba aquella hazaña, en otro momento, se apareció con uno de esos órganos italianos con mueble de madera. Se lo había regalado uno de sus amigotes que lo había encontrado arrumbado en un galpón abandonado. Funcionaba cuando se le antojaba, estaba bastante cascoteado y era imprevisible como instrumento musical. En esa época, necesitábamos amplificar el bajo. Lo desarmé y le saqué el parlante de 15" que parecía menos estropeado que el resto del aparato. Sin mucho preámbulo, calé un círculo en la puerta de mi mesita de luz de pino, le atornillé el parlante y le hice las conexiones necesarias para sacar un cable hasta un amplificador que otro amigo nos había prestado. Anduvo perfecto. Fue el sistema de amplificación que usamos para grabar todos los bajos del disco “Silence” de NO:ID. Le decíamos el “bajo mesada”. Un éxito para el sonido lo-fi y para la filosofía Do It Yourself que defendíamos a ultranza en nuestro grupo. Sobre todo porque no teníamos un mango para comprar otros instrumentos, claro.

En uno de mis paseos por las playas de la ciudad balnearia de Pinamar encontré otro objeto que me ilusionó. Algo que imaginé que contribuiría con mis ansias de experimentación sonora, siempre y cuando funcionara. Era un día horrible, en el mes de marzo, cuando la mayoría de los turistas ya han retomado sus quehaceres cotidianos y uno se siente en un pueblo fantasma cuando deambula por la costa verde. Caminaba cerca del único boliche bailable de la zona y decidí atravesar el lote del estacionamiento, calculo que para encontrar un lugar para mear. Tené en cuenta que el viento en el bajo vientre acelera las necesidades fisiológicas y que el chiflete era intenso. Salí por una zona en la que apilaban los tachos de basura y por el olor nauseabundo se notaba que aún contenían gran cantidad de desperdicios. Cierran y dejan todo como quedó después de la última fiestecita. Una mugre, bah. Al bajar del médano, distinguí una forma inusual, artificial, que surgía de entre la arena y los matorrales. Mi curiosidad me llevó a levantar esa cosa gris topo y, para mi sorpresa, era un micrófono de radio-taxi. Lleno de arena, bastante oxidado y con el cable cortado. Aparentemente arruinado, fuera de servicio. Lo sacudí, lo metí en la mochila y seguí mi camino. Al regresar a mi estimado barrio de Flores en el corazón de mi Buenos Aires querido, lo limpié a conciencia, lijé algunos contactos, soldé algunos cables y, para mi asombro, funcionaba. Debo reconocer que a pesar de que este nuevo artefacto lo usamos para grabar arreglos de varias canciones de “Silence”, resulta imposible usarlo para lograr un sonido pulcro, pulido, de alta definición. Te invito a escuchar el riff de guitarra en la canción “Fire”, el estribillo de “Flower” o los coros de “Palestina” para que te deleites con la participación de este aparatejo. Como ya te habrás dado cuenta, la prolijidad y la pulcritud no me preocupan demasiado y continúo usándolo en las grabaciones de todos mis proyectos. Me siento especialmente orgulloso del sonido que logro al combinar este micrófono maltrecho para grabar guitarras podridas y reventadas cuando uso el Pignose. Sin embargo, también lo uso para grabar trompetas, melódicas, latas, tachos y todo aquello que quiera ensuciar un poco más. No te olvides que lo encontré descansando al lado de un contenedor de basura. Descartado. Dándolo por difunto.