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sábado, 2 de mayo de 2020

CERO

En mi casa, cuando era chiquito, había un tocadiscos. Luego un grabador de casete mono y más tarde uno estéreo. Mi viejo es ingeniero y laburó para Ranser y para Kenia-Sharp. Por esa razón, había bastante aparataje. Sin embargo, eso no garantiza que hubiera música que a mi me interesara. Tuve un vinilo de Meteoro, bastante gracioso, que incluía el hit “Blues de la goma pinchada”. Otro de Trapito – sí, el de la película de García Ferré – que era tan deprimente que haría quedar a cualquier grupete dark-emo-gótico como un bebé de pecho llorando por la teta. Infaltable, el simple del Dragoncito Chipy cantándome el feliz cumpleaños. El resto de los discos, tan olvidables y prescindibles que se me hace imposible traerlos nuevamente a mi memoria. En casete, hubo unos cuantos también. Esos títulos los recuerdo un poco más porque al ser un medio portátil, mis viejos los llevaban de vacaciones. Había uno de los Bee Gees, uno de los Carpenters, un par de ABBA, un par de Paul McCartney, de Edith Piaf, de Charles Aznavour y algún que otro franchute – porque a mi vieja siempre le gustó mucho escuchar cantar en francés, Recuerdo especialmente uno de Eydie Gormé y el Trio los Panchos que mi viejo ponía siempre en el auto, que me parecía bastante gracioso, del que aún podría tararear “Luna lunera”. Un amigo de mi vieja, para un cumpleaños, me regaló uno de Kiss y el primero de Queen. Ese fue mi primer coqueteo con el rock. Era lo que había y, la verdad, no me convencía para nada. Por eso no profundicé. En algún momento, no sé cómo, tuve uno de Tears for Fears. Creo que estaba de moda mientras cursaba séptimo de primaria. En ese momento, comencé a comprender que el hecho de que algo estuviera de moda y que a mucha gente le gustara, no significaba que a mi también me gustaría. Más o menos en esa misma época, me regalaron “90125” de Yes. El temita de difusión invitaba a algo, pero a mi no me despertó ningún interés. Quizás sea la voz del cantante que me resultaba tan poco convincente, tan gélida y decepcionante, tan falta de sangre y de vida... De los casetes que había en mi casa durante mi niñez, solo recuerdo con estima el de Glenn Miller, el de Frank Sinatra y una colección de tres casetes que incluían temas de películas antiguas, música que estaba interpretada por Big Bands de jazz. Hoy, después de tantos años, he cerrado el círculo pues, finalmente, mucha de la música que más aprecio está vinculada al jazz en alguna de sus tantas variantes.