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martes, 29 de junio de 2021

CIENTO QUINCE

Mi relación con los bateristas siempre ha sido distante. Miento. Con uno de ellos mantuve una relación muy cercana durante una gran cantidad de años. Sin embargo, debo aclarar que durante todo el tiempo en el que hicimos música juntos, Omar, a pesar de ser un eximio baterista y percusionista, rara vez golpeó algún parche. Primero, en el proyecto ASUSTADOS UNIDOS decidió cantar y tocar la guitarra. Más tarde, en el proyecto NO:ID. se vio casi obligado a tocar el bajo porque no queríamos tener que transportar demasiados trastos cada vez que hiciéramos un recital. Una batería es imposible de trasladar en colectivo, en cambio, un bajo abulta menos. Finalmente, para nuestras grabaciones, no pudo evitar dar algunos golpes. Golpes a los botones de la máquina de ritmos, golpes a alguna caja de cartón, golpes a algún pedazo de plástico o golpes a algún objeto de metal. Elementos con los que reemplazamos, sin mucha reflexión previa, a las percusiones afinadas que ofrecen las tiendas de instrumentos musicales. Los resultados han sido diversos, lo admito. Debo confesar que desde mis primeros pasos por la música, preferí las máquinas de ritmos a los bateristas de carne y hueso. No voy a mentir. No tiene que ver con una voluntad de explorar nuevos sonidos, de fusionar nuevas tecnologías con instrumentos tradicionales. La explicación es una sola. Este tipo de instrumentos tienen no solo un botón "start/stop" y otro "on/off", sino que además cuentan con un control de volumen, elementos muy convenientes cuando querés apagarlos o simplemente silenciarlos. Lamentablemente, los bateristas humanos no se consiguen con este tipo de botones o perillas y, por desgracia, generalmente es difícil lograr que hagan silencio cuando la canción lo requiere, que no golpeen demasiado fuerte los platillos, que dejen de golpear lo que tengan a mano en cada momento de su existencia. Pareciera que para ser baterista fuera condición sine qua non ser hiperquinético. Por todas esas razones que acabo de mencionar, uso máquinas de ritmos. He usado dos. Una ROLAND TR-707, con la que grabé todos los discos de MUTANTES MELANCÓLICOS, y una BOSS DR-660, que compré con la indemnización que me dieron en el diario Metro cuando cerró y nos rajaron a todos. Esta maquinita me acompañó a Montréal. La usé para componer algunas canciones que he ido reversionando y grabando durante estos últimos años además de otras que nunca nadie escuchará mientras que me quede vida para impedirlo. La primera máquina, la vendí hace rato. La segunda, está juntando polvo en un estante porque ahora prefiero usar otro tipo de sonidos menos precisos, más primitivos, en mis grabaciones. Des-evolución, le dicen. Evolución degenerativa, le decían. Evolución degenerada, corrijo.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/track/reflejo

sábado, 29 de mayo de 2021

CIENTO TRECE

Ya te he contado que soy un incondicional seguidor de Lydia Lunch. Gracias a ella, conocí a artistas de la talla de J.G. Thirlwell, alias Foetus (en un sinnúmero de variantes que ni él debe recordar), entre otros. Aunque los discos de este australiano llegaron un poco más tarde a mi colección, la semilla fue plantada con “Stinkfist”, un EP en el que el pelirrojo firma como Clint Ruin, otro de sus tantos seudónimos. Sí, leíste bien, un EP. En algún momento, mi amigo Nacho trató de hacerme entrar en razón para que no continuara acumulando ni singles, ni EPs. Por suerte, no logró convencerme de dejar este hábito. ¡Me encantan estos dos formatos! Permiten plasmar ideas sin necesidad de estirarlas como chicle para completar la duración de un álbum. Son el puñetazo que te descoloca. Son la muestra que te deja con ganas de un poco más. Algunos artistas despliegan algunas de las ideas con que experimentaron en los EPs en álbumes posteriores, otros tiran la piedra y esconden la mano. Si no siguiera comprando discos en estos formatos, me perdería de una enorme cantidad de magníficas producciones de la señora Lunch, por ejemplo. La norteamericana suele lanzarnos un proyecto a la cara y suele sorprendernos. Lamentablemente, como por general convoca distintos músicos para cada sesión de grabación, nos ha dejado en más de una oportunidad rogando que no dejara de explorar el camino que había empezado a recorrer. Rara vez lo ha hecho. No la juzgo. Al final, este formato permite, obliga, a los artistas a conservar la llama creativa, a continuar innovando, a no estancarse. Esta mujer ha hecho eso durante toda su carrera y yo la aplaudo de pie. También aplaudo la existencia de estos dos formatos denostados por su corta duración. Entiendo que la economía de nuestro estimado país nos lleve a contar cada moneda. Entiendo que cuando uno paga por un disco la suma equivalente a lo que gasta para alimentarse durante un par de semanas espere que el disco esté repleto de música. Un CD con al menos 60′. Un vinilo con al menos 45′. Como los EPs rara vez llegan a los 30′, salen perdiendo. Ni te cuento los singles que a duras penas llegan a los 10′. A pesar de eso, yo estoy convencido de que los que más perdemos somos nosotros, los coleccionistas. Cada vez es más difícil ver que los sellos publiquen en estos dos formatos. Cuando son producciones de tres o cuatro temas, nos empoman con una edición digital en todas las plataformas habidas y por haber y, al final, nos quedamos sin nada entre las manos. Con un disco menos para atesorar en nuestros estantes. Imaginate si “Interpretations, Issue 1: ShrunkenMan” de TheThe hubiera aparecido en esta época de descargas digitales, no existiría. A quién se le ocurriría fabricar e imprimir un disco en el que el artista en cuestión solo presenta una canción de su autoría. Aunque el disco contenga cuatro pistas, cuatro versiones, solo en la primera nuestro estimado Matt Johnson interpreta su canción con su banda. Las otras tres versiones son interpretadas libremente, reformuladas, por tres artistas diferentes. Poco y nada de TheThe. Sin embargo, es un disco genial, es una obra genial, y nos la habríamos perdido. Si no hubiera comprado este EP, no habría accedido por primera vez a una grabación de Foetus sin acompañar a nadie más. No habría escuchado a John Parish como solista. Tampoco habría conocido al grupo belga DAAU. Muy triste. Imaginate: si no existieran los EPs, no tendrías la posibilidad de disfrutar de mi obra “Cuenta”, grabada en una semana mientras los muchachos de mi grupo NO:ID. se encontraban de vacaciones. Si no existiera este formato, no me habría abierto a la posibilidad de experimentar con algunas ideas que enriquecieron mi producción musical de ahí en más. Al haberme permitido explorar nuevos caminos, tanto técnicos como compositivos, logré traer aire fresco para mis proyectos. Estoy convencido de que este EP, que contiene solo cuatro canciones, ha provocado un cambio de paradigma en mi forma de escribir, interpretar y grabar música. Me ha permitido animarme a incluir sonidos inesperados. Me ha permitido animarme a usar lo que tenga a la mano para hacer un poco de ruido. Me ha permitido animarme a dejar de incluir instrumentos musicales. Me ha permitido, finalmente, comprender que menos es más.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/cuenta


viernes, 23 de abril de 2021

CIENTO OCHO

Orilla del mar. Objetos perdidos, olvidados, abandonados. Bajamar, desaparición irrefrenable. La naturaleza captura y engulle todo lo que encuentra a su paso. Intenta lo imposible. Intenta transformar la esencia de la materia cual alquimista empedernido. Se apropia de cosas útiles para los seres vivos y de cosas inútiles también. Basura, desechos. Objetos descartados, dados por inservibles por el ser humano, gran responsable de la proliferación de residuos contaminantes. Turistas distraídos y descuidados, prestadores de servicios desconsiderados. Gentuza que tira todo lo que no le sirve en cualquier sitio, donde se les ocurre sin prestar atención a lo que los rodea. Pleamar. Después de un tiempo, mucho de aquello que el mar ha devorado resurge de entre las olas para ser sepultado en las arenas de la costa marina pues al medio ambiente le resulta imposible extraer algún beneficio de ciertos materiales sintéticos. La naturaleza escupe y descarta lo que no puede aprovechar. Aquello que finalmente es nocivo. 

Siendo un gran caminante y un gran observador de lo que me rodea, en mis salidas para estirar las patas y renovar el aire de mis pulmones, he encontrado una gran cantidad de objetos útiles y funcionales además de otros que requerían reparación. Una vez, vi una mesita de luz de pino en muy buen estado en la vereda. La llevé a mi casa, la pinté de negro mate y la usé durante bastante tiempo para apoyar el equipo de guitarra. Parecían hechos el uno para el otro. Calzaban tan bien apilados que tenían la pinta de una columna de sonido profesional, aunque se trataba de un engendro fatto in casa.

Mi buen amigo Omar sabía que me daba maña arreglando cosas. Un día, me trajo un sensor de los que usaban en Exhibición Atroz con el trigger de su batería. Lo transformé en un micrófono de contacto y lo usamos para grabar la guitarra rítmica de la canción “Rain”. ¡Qué sonido! Como el pelado recordaba aquella hazaña, en otro momento, se apareció con uno de esos órganos italianos con mueble de madera. Se lo había regalado uno de sus amigotes que lo había encontrado arrumbado en un galpón abandonado. Funcionaba cuando se le antojaba, estaba bastante cascoteado y era imprevisible como instrumento musical. En esa época, necesitábamos amplificar el bajo. Lo desarmé y le saqué el parlante de 15" que parecía menos estropeado que el resto del aparato. Sin mucho preámbulo, calé un círculo en la puerta de mi mesita de luz de pino, le atornillé el parlante y le hice las conexiones necesarias para sacar un cable hasta un amplificador que otro amigo nos había prestado. Anduvo perfecto. Fue el sistema de amplificación que usamos para grabar todos los bajos del disco “Silence” de NO:ID. Le decíamos el “bajo mesada”. Un éxito para el sonido lo-fi y para la filosofía Do It Yourself que defendíamos a ultranza en nuestro grupo. Sobre todo porque no teníamos un mango para comprar otros instrumentos, claro.

En uno de mis paseos por las playas de la ciudad balnearia de Pinamar encontré otro objeto que me ilusionó. Algo que imaginé que contribuiría con mis ansias de experimentación sonora, siempre y cuando funcionara. Era un día horrible, en el mes de marzo, cuando la mayoría de los turistas ya han retomado sus quehaceres cotidianos y uno se siente en un pueblo fantasma cuando deambula por la costa verde. Caminaba cerca del único boliche bailable de la zona y decidí atravesar el lote del estacionamiento, calculo que para encontrar un lugar para mear. Tené en cuenta que el viento en el bajo vientre acelera las necesidades fisiológicas y que el chiflete era intenso. Salí por una zona en la que apilaban los tachos de basura y por el olor nauseabundo se notaba que aún contenían gran cantidad de desperdicios. Cierran y dejan todo como quedó después de la última fiestecita. Una mugre, bah. Al bajar del médano, distinguí una forma inusual, artificial, que surgía de entre la arena y los matorrales. Mi curiosidad me llevó a levantar esa cosa gris topo y, para mi sorpresa, era un micrófono de radio-taxi. Lleno de arena, bastante oxidado y con el cable cortado. Aparentemente arruinado, fuera de servicio. Lo sacudí, lo metí en la mochila y seguí mi camino. Al regresar a mi estimado barrio de Flores en el corazón de mi Buenos Aires querido, lo limpié a conciencia, lijé algunos contactos, soldé algunos cables y, para mi asombro, funcionaba. Debo reconocer que a pesar de que este nuevo artefacto lo usamos para grabar arreglos de varias canciones de “Silence”, resulta imposible usarlo para lograr un sonido pulcro, pulido, de alta definición. Te invito a escuchar el riff de guitarra en la canción “Fire”, el estribillo de “Flower” o los coros de “Palestina” para que te deleites con la participación de este aparatejo. Como ya te habrás dado cuenta, la prolijidad y la pulcritud no me preocupan demasiado y continúo usándolo en las grabaciones de todos mis proyectos. Me siento especialmente orgulloso del sonido que logro al combinar este micrófono maltrecho para grabar guitarras podridas y reventadas cuando uso el Pignose. Sin embargo, también lo uso para grabar trompetas, melódicas, latas, tachos y todo aquello que quiera ensuciar un poco más. No te olvides que lo encontré descansando al lado de un contenedor de basura. Descartado. Dándolo por difunto.




domingo, 21 de febrero de 2021

NOVENTA Y DOS

Al tiempito de terminar de grabar el primer disco de NO:ID., nos propusieron participar en un compilado en homenaje a The Cure. El proyecto era bastante ambicioso: buscaban versionar todos los álbumes y canciones que la banda británica había grabado hasta ese momento, hasta el año 2000, y publicar un bodoque de 14 CDs. Lo lograron. No sé cómo. El experimento lleva el título “Concise Pink Pig Atlas: The Whole Cure In The Mirror” y, a pesar de que nunca tuve un ejemplar en mis manos, por las fotos que he visto se lo ve bastante atractivo y muy bien terminado. Pareciera que tiene un acabado a mano que le sienta bastante bien ya que la mayoría de los participantes, todos y cada uno de nosotros exclusivamente conocidos por nuestros progenitores, lo hicimos a pulmón y con poquísimos recursos. Para nuestro grupo no era ninguna novedad la de ajustarse el cinturón porque para grabar el primer disco no habíamos gastado ni un mísero centavo. Lo hicimos con los instrumentos que teníamos y con lo que algunos amigos nos prestaron, que tampoco fueron demasiados. Además, el estudio, aunque lo he popularizado bajo el nombre de El Quinto, no era otro lugar que mi propia casa. Eso sí, para grabar el tema para este compilado, “Another Journey by Train”, que elegimos porque era instrumental y no teníamos ganas de lidiar con la vocecita del viejo Robert, rompimos el chanchito y compramos cuerdas lisas para el bajo. ¿Cómo se nos ocurrió? Charlando con Omar sobre algunos discos que nos gustaban mucho, recordamos “The Waking Hour” de Dalis Car, una magnífica colaboración entre Peter Murphy, cantante de Bauhaus, y Mick Karn, bajista de Japan. (Si no escuchaste ese disco, hacelo ya mismo, no sabés de lo que te perdés.) ¡Cómo nos gustaba el sonido de ese bajo! Nos pusimos a investigar un poco y un amigo nos dijo: “seguro que ese tipo usa cuerdas lisas y, además, el bajo es fretless”. Cagamos. El bajo que teníamos no era fretless. Era lo que podía ser. Sin embargo, tuvimos más culo que cabeza, porque nos enteramos de que otros dos amigos, Mariano Marcos y Gabriel Mateos, habían hecho un experimento con un viejo bajo destartalado. Le habían sacado todos los trastes, habían emparejado y alisado el mástil con algún tipo de masilla, lo habían lijado, emprolijado y barnizado. Finalmente, lo habían transformado en fretless. Para darle un poco más de onda, se encargaron de pintarle el cuerpo al mejor estilo Jackson Pollock. ¡Un golazo! Era justo lo que necesitábamos y nos lo prestaron. En principio, para grabar el tema para el compilado, pero, como nos gustó tanto el resultado, nuestros amigos nos lo prestaron por tiempo ilimitado. Finalmente, pudimos usarlo para grabar nuestro álbum “Sang” completito y, además, para unos cuantos de nuestros posteriores experimentos sonoros.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/sang


domingo, 20 de diciembre de 2020

NOVENTA

En el mundillo de la música, a lo largo de los años, he establecido entrañables amistades y vínculos duraderos nacidos de una pasión en común, sin embargo, desafortunadamente, también he encontrado mucha gente envidiosa, mal intencionada y de poca monta que entre su mediocre ambición y su ego de cotillón, no deja de intentar hacer trastabillar a cualquiera poniéndole palos en la rueda. Por lo general, usan como arma palabras denigrantes y difamatorias con las que intentan esparcir calumnias y humillaciones. Hay diferentes tipos de estas personas pero todas ellas tienen una cualidad en común: suponen haber superado el estadío en el que estuvieron en algún momento de sus vidas, en tu mismo nivel, a tu lado, y te miran desdeñosamente por sobre sus hombros como si hubieran logrado elevarse, hacerse inalcanzables, intocables o ajenos al mundo terrenal. Como si estuvieran más allá del alcance de los humildes mortales. Imbéciles. Tengo dos anécdotas que ilustran la estupidez de este tipo de gentuza de pacotilla justo en la misma época de mi vida musical, ambas relacionadas con el disco “Sing” de mi grupo NO:ID. No me interesa dar nombres por dos razones. Primero, los he sepultado en el olvido. Segundo, sería darle a pobres individuos, tan muertos de hambre como vos y como yo, demasiado crédito. 

El primer encuentro se dio mientras grabábamos la primera canción del disco, “Dead”. Para un corte que separaba las estrofas, se me antojó grabar un arreglo que se entrelazaba con el bajo y para hacerlo no se me ocurrió mejor idea que llamar a un flaco con el que había tocado muchos años antes. Yo sabía exactamente cómo quería que sonara su instrumento y la melodía que quería que ejecutara. Quería que hubiera un toque de melancolía en esa canción. Con los destellos de un spaghetti western y el humo espeso y brumoso de una taberna sudorosa pasada la medianoche. Cuando le dijimos lo que queríamos que tocara, el muy imbécil nos miró, a cada uno de los presentes en el estudio, y con el máximo de desdén posible a la música que estábamos creando con el grupo, dejó salir de su boca un "yo ahora no toco más así". Sin salir de mi asombro y un perplejo por ese azote sin piedad, recuerdo haberle dicho que tocara lo que quisiera. Para sorpresa de todos, lo único que salía de su instrumento eran pitiditos sin sentido que demostraban que el tipo no tenía ni la más mínima noción de la estética. Esos soniditos seguramente hubieran quedado bien en otro contexto, en algún otro de mis proyectos. Nunca en el primer proyecto en el que intentaba crear canciones de fogón, alejándome de las sonoridades bizarras por un tiempo. Finalmente, Alejandra, la mujer de mi amigo Omar grabó, la melodía con su voz y la canción quedó impecable.

El segundo encuentro tuvo lugar apenas terminada la grabación del disco. Por si hubiera sido poco, este otro tarado no tuvo mejor idea que intentar despreciarme dos veces en la misma tarde. Si hubiera sido violento, le habría llenado la cara de dedos, y el culo de patadas. Sin embargo, me conformé con disfrutar silenciosamente cómo un tipo que se cree superior cae en cuenta, al menos internamente, que su soberbia le hace cometer errores tontos e irreparables. Recuerdo que a los pocos minutos de haber entrado en mi estudio, divisó mi colección de CDs de los Têtes Raides. Claro, en ese momento, no seríamos muchos los que teníamos la discografía completa de estos magníficos franchutes en la ciudad de Buenos Aires. Pero, como suponía que el único con derecho a conocerlos y a disfrutarlos era él solito, no pudo resistir y preguntar con la insistencia de una víbora que se traga un poco de su veneno pero que no puede resistir intentar esparcir otro poco para ver si logra hacer algo de daño. Repitiendo “¿vos tenés esto?, ¿vos conocés esto? ¿a vos te gusta esto?”, no podía soltar mis discos mientras los miraba nerviosamente por delante y por detrás. Finalmente, se calmó, pero al rato, no pudo con su genio e intentó fustigarme atentando contra mi ego. Recientemente habíamos terminado de grabar, mezclar y masterizar el disco “Sing”, el mismo del que estuve hablando hasta ahora. Estábamos todos muy contentos porque el resultado excedía nuestras expectativas, sobre todo sabiendo que lo habíamos grabado con un DAT, una computadora que no supimos aprovechar demasiado, una máquina de ritmos, un sequencer, un par de guitarras con cuerdas oxidadas, algunos pedales y varios instrumentos prestados. Todo muy precario. No teníamos un mango. Nuestro presupuesto se agotó al comprar las cuerdas del bajo. Estaban tan viejas que parecían alambre de púas y era imposible afinarlas, no nos quedaba otra que reemplazarlas. Vuelvo a la anécdota que me compete. Como te dije, mi estudio siempre fue LO-FI. Berreta, pero en serio. Para hacer sonar las pistas de la computadora tenía que hacer unas conexiones que requerían pasar cables por diversos lados y como no disponía de mucho tiempo, decidí hacerle escuchar a este ganso mis canciones con auriculares. ¿Para qué? Como sabía del paupérrimo equipamiento del que disponíamos a la hora de grabarlas, y él acababa de gastarse una buena suma de dinero en un estudio de grabación en el que no había logrado un mejor resultado que nosotros, cargado de envidia y desazón, lo único que pudo balbucear fue la furtiva estocada “la música siempre suena bien con auriculares”. Pobre loser. Seguí participando. Yo sé que no soy un músico famoso, ni un gran guitarrista, ni un aclamado cantante, pero tampoco me interesa serlo. Este pobre tipejo, hace añares busca desaforadamente salir del anonimato y a pesar de sus esfuerzos no es mucho más conocido que cualquiera de nosotros. Ya que tenés plata, comprate una vida. Gil.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/sing




miércoles, 9 de diciembre de 2020

OCHENTA Y SEIS

Del artista del que voy a hablar ahora ya he mencionado varios álbumes. Su impronta ha dejado huella en mi música, me ha influenciado profundamente. Este álbum, primero lo tuve en casete, importado. Lo había conseguido en algún boliche del centro. Para ser honesto, muchos años más tarde cuando lo conseguí en CD, como ya conocía todos los temas de memoria, mucho no lo escuché. Como es un disco que no puede faltar en una colección que se digne, siempre estuve contento de saber que estaba ahí, a mi alcance, disponible para ser escuchado. Mientras trataba de definir el sonido que quería adoptar para mi música post MUTANTES MELANCÓLICOS, sabía que buscaba un estilo un poco más directo y frontal, con pocos elementos; cancionero y de fogón, que me permitiera interpretar mi música en cualquier lado, sin necesidad de grandes desplazamientos, ni de instrumentos, ni de equipos. Una formación simple, guitarra-bajo-batería, era lo que se anunciaba. Revisando mis estanterías de discos, llegué a “New York” del viejo y estimado Lou Reed. Inmediatamente comprendí que era precisamente lo que andaba buscando. A pesar de haber estado guardado durante varios años, cuando lo puse en el equipo, todas y cada una de sus canciones resonaban instantáneamente en mi cabeza, Era música inolvidable, para mover la patita aunque sin la euforia desenfrenada de cualquier grupete adolescente, con la instrumentación justa y necesaria. Fue la inspiración que dio el puntapié inicial para mi proyecto NO:ID. 


viernes, 17 de julio de 2020

CUARENTA Y TRES

Si te pareció exagerado que hubiera podido comprar un sequencer vendiendo libros de contrabando, chupate esta mandarina, también me compré una guitarra. Podrán juzgarme eternamente por haber participado en esta actividad ilícita, sin embargo, la sigo justificando ya que la compra de estos instrumentos, que aún utilizo desde hace más de veinticinco años, ha sido una causa noble. Desconozco qué giros hubiera tenido mi expresión musical de no haber tenido la posibilidad de acceder a estos equipos. 

Recuerdo que un día fui a la galería Bond Street y, para mi sorpresa, en el subsuelo, al lado de la disquería a la que usualmente iba a mirar discos – los precios eran prohibitivos para mi magra billetera, de manera que me contentaba con anotar los títulos que soñaba con escuchar y solo me llevaba alguno que otro – habían instalado un local de venta de instrumentos de música que se llamaba, si mal no recuerdo, “El Coleccionista”. Me puse a mirar la vidriera y quedé extasiado con una guitarra que tenían en exhibición. Era un modelo que nunca antes había visto y de inmediato me enamoré. Tenía la forma de una Stratocaster con sobrepeso. Cuando la toqué, me sedujo aún más. Desde el mismo instrumento, podían crearse los sonidos de la madera gruesa de una Les Paul y a la vez los sonidos cortantes de una Fender. Tenía que ser mía, y lo es. Gracias a ese imprentero delincuente que murió de un bobazo porque le debía guita a medio mundo y encima intentaba salir con cuanta mina se le cruzaba. No resistió. Pero mi guitarra PEAVEY T-60 de madera de fresno macizo y mástil de arce, sí lo hizo. La tengo desde 1993 y no solo la he usado para grabar cada uno de los álbumes de todos mis proyectos, sino que la he usado en todos los recitales de NO:ID. Recuerdo también haberla llevado a Bahía Blanca donde me presenté como MUTANTES MELANCÓLICOS – aunque toqué solo – y, además, me ha acompañado durante mi estadía en Canadá, por más de cinco años. Somos inseparables.



viernes, 15 de mayo de 2020

TRECE

Otros amigos de la música – o por la música, o gracias a la música – los fui haciendo en el instituto de inglés al que asistía dos veces a la semana, por la tarde, después del colegio. Recuerdo a Gustavo, un gran tipo, al que le gustaba la música nacional y me hizo escuchar “Ciudad de pobres corazones” del Fito Páez. Él era fanático de los Enanitos Verdes y de otras bandas de las que, por suerte, no solo olvidé el nombre sino también la existencia. Unas vacaciones lo invité a ir conmigo a Pinamar: íbamos a jugar al vóley a la playa, después al metegol y, cuando terminábamos, hacíamos una larga caminata por la playa hasta Valeria del Mar, en aquel momento un balneario casi desierto, en el que vendían los mejores churros del mundo. En uno de esos paseos conseguí el casete “Patria o muerte” de Don Cornelio. Yo ya tenía el vinilo de su primer álbum y me gustaba bastante, pero el segundo me pareció arrasador, avasallante y genial: nunca más escuché el primero. 

En otro de nuestros paseos, desatornillamos y descolgamos una de las chapas que identifican las calles. Claro, nos la afanamos. Elegí la de la calle “Del Buen Orden” porque en esa época había comenzado a tocar con SU REAL ORDEN y tenía la loca idea de pintar esa placa para que tuviera el nombre de mi grupo. Nunca lo hice. Sin embargo, ese pedazo de metal sirvió de percusión para muchísimas grabaciones y recitales de NO:ID.

El casete de Don Cornelio, años más tarde, como ya no me funcionaba la casetera y me era imposible reproducirlo, se lo regalé a Flopa. Como una buena acción siempre tiene recompensa, mi amigo Cristian me regaló el CD cuando me propuso hacer una versión de la canción “Luna de fuego” que aparece en el álbum “Silence” de NO:ID. bajo el nombre de “Luna”.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/silence