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martes, 11 de agosto de 2020

CINCUENTA Y UNO

Entre tantas bandas que a uno le recomiendan, siempre hay que filtrar la lista para no llevarse ningún chasco. En la época en la que surgió el sobreestimado grunge empezaron a salir grupos que enarbolaban la bandera del despreciable “sonido de Seattle” mismo si vivían en Villa Tesei. Si bien es cierto que los muchachos de Nirvana grabaron una gran canción gran en “Nevermind” que se convirtió en el mantra espiritual de la olorosa adolescencia de la época, apuesto a que el pobrecito del cantante se pegó un tiro cuando se dio cuenta de que nunca alcanzaría a brillar en la posteridad si no lo lograba gracias al estallido pólvora que le voló la cabeza. 

Rebobinando. En los años 90, no perdí ni tiempo ni dinero comprando discos del niño mimado del grunge, sino de algunos de aquellos grupos que él admiraba. Ya te conté que había conseguido algunos de los Pixies, cuyo sonido y espíritu conserva todos sus ingredientes para que sentirse joven y revoltoso no sea cosa del pasado. También compré algo de R.E.M., grupo que el venerado Kurt estimaba con pasión – mucha razón tenía – pues han compuesto una gran cantidad de canciones memorables e imposibles de olvidar. Tuve un par de discos de Dinosaur Jr., también simpáticos, aunque un tanto más marginales. Pero por sobre todas las cosas, me dejé seducir por Sonic Youth. Lamentablemente, no he tenido la posibilidad de escuchar toda su discografía, pero recuerdo cuando compré “Sister” y “Evol” en el parque Rivadavia. Gracias a esos álbumes, dejé de lado mi aversión por la música norteamericana. Gracias a este grupo se me abrieron nuevas puertas que habían permanecido cerradas por un prejuicio que había ido alimentando durante largos años. Yo pensaba que la música yanqui era comercial, que el único objetivo al que apuntaba esa gente era a la venta exponencial de música concebida como un producto, como salida de moldecitos. Me equivocaba. Entre todos aquellos que olvidan sus principios ante el brillo de la primera moneda, hay otros que bregan incansablemente frente a las adversidades de un sistema que nunca dejará de marginalizarlos. 

Mmmm... Pobre pibe ese Cobain. ¡Cómo lo inflaron! Debe haber hecho bastante guita con ese álbum, con ese single. Dicen que lo que sube rápido, baja igual de deprisa. Se le vino la noche... Se le cortó la inspiración... De todas maneras, tengo que admitir que después de más de veinte años, finalmente, por cierta curiosidad, me compré ese famoso disco. Una vez más, gracias a mis prejuicios, no le había dado la posibilidad y tan solo me había contentado con prestarle atención a los temas de difusión. Es cierto que no están mal, sin embargo, agradezco haberlo encontrado de oferta, por no decir de regalo, en una “vente de garage” en Montréal. Lo pagué a un dólar canadiense y después de haber terminado de escucharlo, pensé que, aún a ese precio, me habían estafado.