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viernes, 25 de noviembre de 2022

CIENTO SESENTA

Es muy difícil encontrar las palabras adecuadas, las palabras justas, las palabras precisas, para describir la emoción que sentí al enterarme de que el cantante de uno de mis grupos preferidos de todos los tiempos se había embarcado en un nuevo proyecto y que, después de más de diez años de silencio, estaba por publicar un nuevo álbum. Todo era prometedor. Desde el título del álbum, pasando por la misteriosa imagen de la portada, por el curriculum del músico electrónico que lo acompañaba, hasta la ansiedad del fan que quería volver a escuchar aquella voz grave interpretar nuevas melodías y hacer vibrar los parlantes. En lo único en lo que le pifiaron – y bastante fulero – fue en el nombre del grupo. Quisieron hacerse los geniecillos, los lingüistas avezados, e inventaron una palabra sin ninguna gracia ni sentido, quizás hasta infantil, poco pregnante y para el olvido. Errare humanum est.

Intenté comprarlo en las habituales tiendas de discos nuevos que frecuentaba en Montréal y me desayuné con que no estaba disponible en ninguno de los catálogos de las distribuidoras. Inhabitual para un país en el que logré conseguir de todo. Sin hacerme demasiado drama, encargué el disco por correo, directamente al ignoto y minúsculo sello europeo. El vocalista británico acababa de publicar su primer álbum en muchísimos años, con un colega italiano del que nunca había escuchado hablar, a través de un sello discográfico sueco desconocido hasta para la madre de su propio dueño. Una decisión un tanto excéntrica, creo. ¿Habrá querido asegurarse de que nadie lo reconociera para no quedar pegado con su propia historia, para poder despojarse de su personaje? ¿De artista de culto a artista oculto? Me da la impresión de que un tipo fácil nunca debe haber sido. Nunca lo sabremos con certeza, no hay suficiente información circulando por internet sobre este tipo.

Una vez más, había que armarse de paciencia y esperar. Afortunadamente, la espera fue breve y me fue preparando para el momento en el que inserté el disco en el equipo. Con ganas pero sin desesperación, pude disfrutar de la nueva propuesta musical de este artista al que empecé a escuchar a los quince años de edad gracias a un par de casetes del enigmático sello británico 4AD que habría publicado el empresario argentino Daniel Grimbank a través de su sello DG discos, allá por la mitad de los años ’80. ¡Qué lo parió! Habían pasado una ponchada de años y había podido deleitarme gracias a unas cuantas experiencias enriquecedoras para mi vida musical non-stop. Sin embargo, estaba atento a la sorpresa y tan contento como perro con dos colas al poder disfrutar nuevamente de la voz grave de este cantante que tanto me había cautivado. Desde los primeros sonidos, la música me dejó sin palabras, casi perplejo, y me llenó de emociones. El título de la obra se amoldaba a la perfección a la propuesta sonora y rítmica. Mejor, imposible. La cadencia de la música, entre gomosa y oscura, donde los pulsos electrónicos avanzaban con dificultad, daba ganas de sumergirse en un sofá esponjoso y dejarse engullir por sus almohadones. Un placer. “Mud Black” era, sin duda alguna, el título ideal para un álbum con tales características. Michael Allen, el vocalista en cuestión, no se conformaba con haberme seducido, con haberme hipnotizado con su magnífico grupo The Wolfgang Press en mi tierna adolescencia sino que apostaba aún más fuerte, me dejaba boquiabierto y a la espera de una nueva entrega de su maduro y casi incuestionable Geniuser. – Como te imaginarás, el muy turro no tuvo mejor idea que dejar macerar su proyecto y hacer desear a todos sus fans hasta el hartazgo, como se le había hecho costumbre. – Se trataba claramente palabras mayores entre las propuestas existentes, entre las producciones de un género que suele repetirse, que suele apostar a hipnotizar al oyente con su monotonía. Que suele estar loopeado y ofrecer mínimas variaciones. Se trataba de un paso más allá para la música electrónica. Una música creada gracias a las nuevas tecnologías en expansión, a los bits y a los beats. Una paradoja… Este grupo creó una música sin tiempo preciso, atemporal, que logra alinearse con un género musical que requiere y exige una precisión rítmica milimétrica no negociable. Se trata de un grupo que se atreve a quebrantar al género del que se alimenta para ofrecernos una música personal y sublime, única e impagable.

Es cierto que los nombres que los artistas eligen para sus proyectos nos hacen soñar, nos hace volar. Algunos más, otros menos, otros casi nada. También es cierto que esos nombres pueden llegar a desmerecer la calidad de un proyecto, de su música. Una mala elección puede llegar a condenar al proyecto de un artista reconocido a que pase desapercibido, a que su público lo pase por alto al no provocarle ninguna sensación que lo invite a descubrirlo, además, a que no despierte el interés en ningún potencial nuevo oyente. No nos olvidemos que el nombre marca, que el nombre define. Sin embargo, aunque el nombre del proyecto no sea prueba fehaciente de ninguna genialidad, lo que finalmente debe importarle a un melómano, a un sonívoro, es el genio musical, la impronta sonora, las sensaciones auditivas que provoca el ruido armónico, el ruido elegante. ¿No?

sábado, 20 de febrero de 2021

NOVENTA Y UNO

Mientras cursaba la escuela secundaria el sello DG Discos publicó unos cuantos álbumes de grupos que me cautivaron y por los que aún conservo cierto interés. The Wolfgang Press, Bauhaus, Cocteau Twins, Modern English, The Go-Betweens, Love and Rockets, The Fall, The The, Peter Murphy, son los que puedo citar sin pensar demasiado. De todos ellos tengo discos, de unos más, de otros menos. 

Lamentablemente, la forma de conocer a todos los artistas no siempre es tan directa, tan sencilla. A algunos llegás por recomendaciones, a otros por casualidad. Después de haber escuchado varias veces el casete “Should the World Fail to Fall Apart” de Peter Murphy, me enteré de que dos de las canciones que más me gustaban de ese disco no eran de la autoría del cantante de Bauhaus. Una de ellas, “The Light Pours out of Me”, pertenecía a Magazine, un grupo del que conocía la existencia porque un compañero de banco de la escuela me había hecho escuchar uno de sus álbumes. Además, ya conocía a su cantante, Howard Devoto, por haber leído su nombre en los créditos de varias canciones en los discos de los Buzzcocks. En aquella época, desconocía que Devoto había iniciado su carrera en ese grupo punk y que había grabado con ellos su primer simple “Spiral Scratch”. Sin embargo, todos esos nombres no me resultaban ajenos. 

La segunda canción de ese disco que tanto me gustó, “Final Solution”, decía pertenecer a un grupo del que, en los años 80, nunca había oído hablar. Perdón por la ignorancia, pero no se puede estar en todas. Años más tarde, el primero que me mencionó el nombre de este grupo, diciéndome que él era un gran fan, fue Norberto Cambiaso. Un día que había pasado por su departamento para dejarle casetes de MUTANTES MELANCÓLICOS y retirar algún ejemplar de su revista “Esculpiendo milagros”, obviamente, hablamos de música. ¿De qué otra cosa vas a hablar con un tipo al que recién conocés y que en el living de su casa tiene un mueble de pared a pared lleno de discos? Sería el año 1993 ó 1994. Yo estaba focalizado en un par de grupos que me gustaban porque para más no me alcanzaba la guita. Eso sí, tomé nota de sus recomendaciones y años más tarde me desquité.

El desquite, de entrada, vino de prestado porque la primera vez que escuché un disco completo de Pere Ubu fue en el departamento de San Telmo de mi amigo Cristian. Un día que había pasado a verlo para ultimar detalles sobre la publicación de “Sing” de NO:ID., él estaba escuchando un vinilo que me sorprendió y cuando le pregunté de qué se trataba, me pasó una tapa blanca con una ilustración en tinta negra que decía “The Modern Dance”. Varios años más tarde, cuando vivía en Montréal, fue el primer CD de estos muchachos que compré. No contiene la canción que tanto me había gustado del disco de Peter Murphy, pero fue un excelente comienzo. He ido consiguiendo unos cuantos álbumes de estos locolindos y sigo buscando...



martes, 19 de mayo de 2020

DIECISIETE

Uno de los primeros álbumes que colaboró a que mi percepción y valoración de la música evolucionara fue “Lonely is an Eyesore”, el compilado de 4AD que había publicado DG Discos en 1987 y que yo había conseguido en casete en la avenida Corrientes. Todos los temas del disco me gustaban pero había dos que mostraron y me abrieron nuevos caminos. 

El primero, el de Wolfgang Press, “Cut the Tree”, que me hizo conocer uno de los grupos que aún hoy considero como uno de mis favoritos. Por suerte, ese mismo sello nacional también había publicado “Standing up Straight” que tuve en casete y hoy tengo y escucho en CD.

El otro era el de Dif Juz, “No Motion”. Si no recuerdo mal, fue el primer tema de rock instrumental al que me exponía. ¡Me encantaba! Además, fue premonitorio. Muchos años después, cuando escuché por primera vez el álbum “Die Hard” de Die Haut entendí que la música instrumental me proponía algo diferente y que en algún punto empezaba a interesarme más que la canción. Luego, cuando conocí a Tortoise, quedé inmediatamente fascinado. Es cierto que para ese entonces ya había empezado a escuchar cada vez más discos de jazz y me había expuesto a varios tipos de música experimental, sin embargo, llegué a pensar que si el post-rock – género que exploré muchísimo durante los más de cinco años que viví en Montréal – había logrado engancharme tanto y lo sentía como una evolución natural de la música en los años 2000 era gracias a aquel temita de Dif Juz que había conocido quince años antes. A mi humilde entender, ellos crearon este famoso género al menos diez años antes de que se inventara y se popularizara. 


sábado, 9 de mayo de 2020

SIETE

Cuando me preguntaban si me gustaba algún grupo de rock nacional decía que no. Claro, el único disco que había escuchado que se acercaba a la condición de ser “argento” era “Llegando los monos” de Sumo y, para mí, no cabía en esa definición. En esa época desconocía los detalles de la historia del grupo o de Luca Prodan, no tenía ni idea de dónde venía. A mí me había quedado claro que no sonaban como otros grupos argentinos, no solo porque algunas canciones fueran en inglés o porque Luca lucía un marcado acento extranjero, era algo más. Los conocí una noche en la Rock & Pop. Pasaron “Estallando en el océano”. Me pareció increíble al instante de empezar a escucharlo. Sin embargo, no supe de qué grupo se trataba hasta que un amigo me prestó el vinilo unos meses más tarde. También en esa radio escuché por primera vez “Barbarism Begins at Home” del disco “Meat is Murder” de los Smiths. Era un lugar obligado para conocer cosas nuevas en los años ’80. El dueño de la radio también tenía un sello a través del que publicaba discos que no eran tan convencionales, aquellos que otros sellos nacionales no traían, o no se animaban a traer. Gracias a DG Discos. conocí: “In the Flat Field” de Bauhaus, “Standing up Straight” de The Wolfgang Press y “Lonely Is an Eyesore” compilado del sello 4AD que incluía a Cocteau Twins y a Dif Juz, entre otros. Todos grupos que aún hoy aprecio y de los que conservo algo de material.