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jueves, 17 de diciembre de 2020

OCHENTA Y SIETE

Conocí a esta banda irlandesa gracias a mi amigo Omar. Recuerdo haber visto un VHS con la grabación de un concierto en el que festejaban el Saint Patrick´s Day junto a Joe Strummer y a algunos otros invitados. Creo que se trataba de “Live at the Town and Country”, aunque me es imposible asegurarlo porque se trataba de una copia sin ningún tipo de portada ni mayor información que el nombre del grupo escrito de puño y letra de mi amigo sobre la etiqueta del videocasete. El grupo me produjo algo profundo, intenso. Tocaban con la naturalidad, la destreza y la poca necesidad de esfuerzo que solo aquellos que han nacido con un instrumento musical bajo el brazo pueden lograr. Las canciones me parecieron emotivas, vibrantes. Quizás haya sido su costado rockero y aguerrido el que hizo reflotar mi adolescencia rebelde. Quizás hayan sido sus melodías gancheras, pegadizas, anticipables y encantadoras. Quizás haya sido su ritmo festivo y entrador que me invitaba a mover la patita. Quizás, simplemente, hayan caído en el momento justo porque como estaba muy enganchado con los Têtes Raides, que también usaban acordeón, me encontraron permeable a su sonido celtic-punk-folk. Debo admitir que unos cuantos años antes había conseguido un simple en el que Nick Cave interpretaba a dúo con el cantante de este grupo la canción “What a Wonderful World”. Aunque la versión me gustó y me parecía bastante sobria, a pesar de la eterna borrachera de sendos intérpretes, no busqué conocer la procedencia de este tipo tan bizarro. 

Nada de lo anteriormente citado puede asegurarse total y completamente sin incurrir en una afirmación desatinada. Lo único que me es posible afirmar sin temor a equivocarme es que un día que estaba paseando por el barrio más cheto y chic de la ciudad de Buenos Aires, descubrí que en el shopping de la calle Vicente López, que otrora se llamara Village Recoleta, también había un Tower Records y, para mi sorpresa, bastante grande y bien surtido. En las bateas encontré tres discos del grupo del que había visto el recital en la casa de Omar. El hallazgo me agarró desprevenido porque no tenía idea ni de la envergadura de la discografía de la banda ni de cuál sería la mejor opción entre sus discos de estudio para iniciarme en su mundo. Luego de meditar unos breves instantes, al no encontrar respuestas a mis interrogantes, tomé una decisión desfachatada y desenfrenada. Compré: “If I Should Fall from Grace with God”, “Rum Sodomy & the Lash” y “Red Roses for Me”. Sí, contás bien, los tres de los Pogues que tenían en stock en ese momento. Si ese día también hubiera encontrado algún otro título, seguro que habría formado parte de mi colección un tiempito antes. Como siempre, todo es cuestión de tiempo.