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domingo, 20 de octubre de 2024

CIENTO SETENTA Y CINCO

Cuando uno decide aprender a tocar un instrumento, debería tener en cuenta el esfuerzo físico que requiere dicha empresa para tomar una decisión sin remordimientos.

Con los años descubrí que me habría gustado tocar la trompeta. Pucha, algo que me quedó en el tintero. ¿Me ganó la fiaca o se me fue el tren? Hay que admitir que es un instrumento demasiado demandante, complicado. Mucho pulmón, mucho estado físico. Con soplar, casi que no es suficiente. Soplar y hacer botellas es inadmisible en este contexto. Hasta hay gente a la que le cuesta hacer un globo con un chicle, imaginate. Ni hablar durante la época de las alergias. ¡Hay que ser guapo! Debería haber perseguido ese sueño cuando aún era joven. Sin embargo, no puedo quejarme. Tuve la posibilidad de incluir el sonido de este preciado instrumento de viento en muchos de mis álbumes. Aunque en realidad, no fue del todo fácil conseguirlo. La primera vez que intenté usar una trompeta en mi música, quise convencer a un flaco que estudiaba inglés conmigo para que tocara algún arreglito sin propósito en un proyecto que nunca daré a conocer. Yo todavía estaba en la escuela secundaria, un púber inexperto era. Me faltaba escuchar mucha música todavía, debo asumirlo. Además, es muy difícil reclutar gente para hacer música fuera de los cánones de la normalidad, de lo estandarizado. Para colmo de males, más de una vez, los argumentos y explicaciones sobre mi búsqueda musical podrían ser mal interpretados. Para colmo, el pibe pertenecía a la banda estable de una iglesia evangelista y casi casi me hace exorcizar. Un fanático religioso resultó ser el colorado, lástima. Años más tarde, conocí a Leo Kaplan en el parque Rivadavia. Él vendía discos, exclusivamente de jazz. Era otro tipo de fanático. Bastante más sanito, claro. Además, tocaba la trompeta, fiel al estilo de sus ídolos de antaño aunque con la férrea voluntad de abrir nuevos caminos a través de ese género musical. Por mi lado, yo encadenaba dos ó tres distorsionadores para procesar y destruir el sonido de mi guitarra eléctrica y la tocaba como un demonio sobre las bases que programaba fuera de tempo en mi sequencer ENSONIQ SQ-1 y en mi máquina de ritmos ROLAND TR-707 para romper con cuanta tradición se interpusiera en mi camino. En síntesis, cuando a Leo lo invité a grabar, aceptó de buen grado. Además, no dudó en participar del proyecto en varios recitales. Creo que entendió a la perfección cuál era mi búsqueda de ese momento. El resultado se puede escuchar en todos y cada uno de los álbumes que grabé bajo el seudónimo de MUTANTES MELANCÓLICOS durante los años ´90. No puedo afirmar que sea una música genial u original porque nunca fui tan consciente de mis logros ni tampoco aprendí a sostener mi ego mediante una obstinada y necia soberbia. No obstante, después de haber escuchado cerca de siete mil álbumes de cuanto género se te ocurra, creo haber encontrado argumentos más que suficientes como para afirmar que mi producción musical se basa en la creatividad sin fin. 

Con el tiempo también fui acumulando instrumentos. Entre tantos trastos, no pude evitar hacerme de una trompeta a pesar de no poseer ninguna cualidad reconocible para ejecutar ese instrumento de viento. La compra la hice a través de Ebay, famosísimo sitio de subastas en línea. Podría intentar argumentar que el precio que pagué por ella resultó muy conveniente y que resultó imposible resistirse a la oferta. A decir verdad, creo que como no me habría animado a exponerme a presentarme en una tienda de instrumentos musicales en la que me ofrecieran una trompeta esperando que la probara para decidir si su sonido se acomodaba a lo que esperaba de ella, simplemente porque no tenía ni puta idea de cómo sacar una mísera notita de ese tubo enroscado, la compra a distancia, por correo, fue la mejor opción. Suerte de principiante mediante, luego de un mes de no recibir el instrumento según los términos pactados con el vendedor, inicié un reclamo. Inmediatamente, el tipo, muy acongojado por no haber podido enviar a tiempo el instrumento, me propuso un reembolso del costo de envío para subsanar los daños y perjuicios provocados por la espera suplementaria. Parece que el flaco vivía en el fondo del bosque, en el fondo de las montañas de British Columbia y se había enfermado, por lo que no bajó de su cueva al pueblito para ir a la oficina postal. Evidentemente, acepté de buen grado semejante oferta y, sin temor a equivocarme, puedo asegurar que la trompeta me costó menos de noventa dólares canadienses. Algo así como sesenta y cinco de los verdes. Una ganga. Trompeta, tengo. Tocarla, la toco para sacarle brillo o para limpiarla, porque sacarle sonido se me dificulta. A pesar de todo, me animé a usarla para grabar en un par de canciones en los álbumes de ENSAMBLE DESMEMBRADO con un resultado aún mejor de lo esperado. De todas maneras, no puedo agrandarme. Me falta mucho para afirmar que puedo tocar ese condenado instrumento. 

No recuerdo haber mencionado las bondades de las "ventes de garage". Sitios infectos donde salen a la luz objetos decadentes que revelan las miserias mejor guardadas de aquellos hogares que deciden exponerse para dar pena y lástima durante todo el fin de semana en el que se despliega una exhibición atroz de trastos polvorientos, generalmente cubiertos de moho y rastros de humedad, cuyo destino más sensato sería un tacho de basura. Sin embargo, esta pobre gente se obstina en rescatar hasta el más ínfimo valor, hasta el más ínfimo céntimo, de algún pedacito insignificante de su historia familiar que a todo aquel que pase por el frente de su casa y se detenga a echarle un vistazo a la mesita improvisada en la vereda, no deja de causarle una mezcla de risa contenida y angustia solapada. Entre esos rejuntes, a pesar de todos los pronósticos, uno siempre termina cediendo a la tentación y compra algún objeto desvencijado, deteriorado, al magro precio de alguna que otra insignificante monedita. Así fue como compré el que fue el tercer disco del sello alemán ECM que incorporé en mi colección. El primero había sido “Eternity and a Day”, la banda de sonido de la compositora griega Eleni Karaindrou de la que te hablé en el capítulo CIEN. El segundo, “Der Mann Im Fahrstuhl = The Man in the Elevator” del compositor alemán Heiner Goebbels al que había llegado por seguir las andanzas de un tal Arto Lindsay, esquivo cantante y guitarrista que a pesar de negarse a tocar su guitarra siguiendo alguna de las técnicas usualmente aceptadas, a pesar de no utilizar ninguna de las afinaciones reconocidas por los estudiosos del instrumento, produce un sonido desgarrador y provocante que no deja de maravillarme. Finalmente, el tercero, fue “Khmer” del compositor y trompetista noruego Nils Petter Molvær, el que ya había logrado fascinarme en algunos de los álbumes de David Sylvian. El disco estaba un poco maltrecho, baqueteado, pero era un versión doble, con un segundo disco de remixes como bonus promocional. Un hallazgo. Sirvió como disparador para comenzar a coleccionar la obra de este tipo y abrir mis gustos hacia las bondades del jazz nórdico con su sonido contemplativo de abstracción electrónica y ensoñación mística. Lamentablemente, años más tarde tuve que procurarme un nuevo ejemplar del álbum, esta vez en versión estándar de sólo un disco – flambant neuf – porque la superficie del CD estaba bastante castigada y la portada rozaba lo impresentable por las manchas de grasa y las huellas dactilares impregnadas sobre la cartulina negra. De todas maneras, no dudé ni en hacerla guita para recuperar algunos manguitos, ni en quedarme con el disco de material adicional ya que es inconseguible de otra manera.  

Conocer al sello ECM fue como una segunda iluminación en mi vida musical. La primera había sido durante mi adolescencia, gracias al sello británico 4AD con toda su caterva de artistas que hicieron crecer mi interés por la música pop no convencional y por el arte de tapa como parte fundamental para que un álbum cierre como una obra única. Toda la música que publicaban estaba bien grabada y sonaba de puta madre. La que publican los de ECM, está mucho mejor grabada y el sonido es muchísimo más pulido. Lejos. Todos los artistas que publica el sello alemán se aproximan al virtuosismo y son intérpretes de la san puta. Todos los discos que publican tienen una gráfica cuidadísima, con imágenes sugerentes, con la que han sabido generar una identidad propia y única al sello que visibiliza inconfundiblemente sus discos entre todos los discos del resto de los sellos de los géneros en los que se especializan: jazz, música contemporánea, world music. Después de haber escuchado, después de haber apilado una ponchada de discos de este sello, después de haberme sumergido en este mundo ideal para disfrutar de una música sin igual, sin fallas – lo más cercana a la perfección que nunca nadie ha logrado aproximarse – para muchos melómanos y audiófilos, sin nada que criticar. No aguanto más, tengo que plantarme y dar mi opinión. Como sonívoro, escucho desde otro ángulo. Con el tiempo, fui dándome cuenta de que a pesar de apreciar la propuesta de este gran sello, mi gusto personal tiende a alejarse de la perfección. Cada vez más, noto que disfruto de ciertos elementos en la música que muchos marcan como errores, tanto técnicos como humanos, que siento que terminan dándole vida a las obras, que las hacen menos artificiales, más humanas. Dado que pienso que las limitaciones se vinculan íntimamente a la creatividad, estoy convencido que lo único perfecto que se puede encontrar en cualquier obra, del estilo que sea, del género que sea, es una imperfección que la distinga y que la haga salir del molde de lo esperable. En síntesis, me gusta la música bien hecha, que suene bien, que tenga lindos arreglos, que tenga una producción acabada, impecable. No obstante, si no presenta algún que otro desliz, alguna situación inesperada o desbordante, algún elemento de quiebre, con el tiempo, empiezo a perder el interés por esa música artificiosa.  

martes, 29 de junio de 2021

CIENTO QUINCE

Mi relación con los bateristas siempre ha sido distante. Miento. Con uno de ellos mantuve una relación muy cercana durante una gran cantidad de años. Sin embargo, debo aclarar que durante todo el tiempo en el que hicimos música juntos, Omar, a pesar de ser un eximio baterista y percusionista, rara vez golpeó algún parche. Primero, en el proyecto ASUSTADOS UNIDOS decidió cantar y tocar la guitarra. Más tarde, en el proyecto NO:ID. se vio casi obligado a tocar el bajo porque no queríamos tener que transportar demasiados trastos cada vez que hiciéramos un recital. Una batería es imposible de trasladar en colectivo, en cambio, un bajo abulta menos. Finalmente, para nuestras grabaciones, no pudo evitar dar algunos golpes. Golpes a los botones de la máquina de ritmos, golpes a alguna caja de cartón, golpes a algún pedazo de plástico o golpes a algún objeto de metal. Elementos con los que reemplazamos, sin mucha reflexión previa, a las percusiones afinadas que ofrecen las tiendas de instrumentos musicales. Los resultados han sido diversos, lo admito. Debo confesar que desde mis primeros pasos por la música, preferí las máquinas de ritmos a los bateristas de carne y hueso. No voy a mentir. No tiene que ver con una voluntad de explorar nuevos sonidos, de fusionar nuevas tecnologías con instrumentos tradicionales. La explicación es una sola. Este tipo de instrumentos tienen no solo un botón "start/stop" y otro "on/off", sino que además cuentan con un control de volumen, elementos muy convenientes cuando querés apagarlos o simplemente silenciarlos. Lamentablemente, los bateristas humanos no se consiguen con este tipo de botones o perillas y, por desgracia, generalmente es difícil lograr que hagan silencio cuando la canción lo requiere, que no golpeen demasiado fuerte los platillos, que dejen de golpear lo que tengan a mano en cada momento de su existencia. Pareciera que para ser baterista fuera condición sine qua non ser hiperquinético. Por todas esas razones que acabo de mencionar, uso máquinas de ritmos. He usado dos. Una ROLAND TR-707, con la que grabé todos los discos de MUTANTES MELANCÓLICOS, y una BOSS DR-660, que compré con la indemnización que me dieron en el diario Metro cuando cerró y nos rajaron a todos. Esta maquinita me acompañó a Montréal. La usé para componer algunas canciones que he ido reversionando y grabando durante estos últimos años además de otras que nunca nadie escuchará mientras que me quede vida para impedirlo. La primera máquina, la vendí hace rato. La segunda, está juntando polvo en un estante porque ahora prefiero usar otro tipo de sonidos menos precisos, más primitivos, en mis grabaciones. Des-evolución, le dicen. Evolución degenerativa, le decían. Evolución degenerada, corrijo.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/track/reflejo

domingo, 12 de julio de 2020

TREINTA Y OCHO

A mediados del año 1991, cuando decidimos que no íbamos a tocar más como SU REAL ORDEN, para mí comenzó una época de grandes cambios y tomé una decisión irrevocable, nunca más iba a tocar con un baterista humano. Aunque años más tarde me desdije, no me sonrojé: empecé a tocar con Omar, el baterista de Exhibición Atroz, en un proyecto que se llamó ASUSTADOS UNIDOS y años después, cuando creé NO:ID., decidí que solamente él podía ocupar el lugar de acompañante y guía al mismo tiempo. Finalmente, tocamos juntos durante cuatro años y dejamos de hacerlo solo porque me mudé a Montréal: quedaba lejos de Flores y juntarnos a ensayar los sábados por la tarde, se hizo imposible. Sin embargo, como en el primer proyecto Omar tocaba la guitarra y cantaba y, en el segundo, tocaba el bajo y cantaba, no creo que cuente como para acusarme de versero. Es cierto, él programaba algunas máquinas de ritmo y tocaba algún instrumento de percusión, pero ahí está el asunto, era un baterista que no tocaba la batería. Rebobinando. Después de mi experiencia con SU REAL ORDEN, quise volver a encarar algún proyecto personal en el que las decisiones que parecieran descocadas, alocadas, no fueran descartadas ni desoídas, lo que sucede generalmente en el contexto de un grupo, ya que hay que conformar a varias personas y las ideas que tratan de salir del molde son las primeras en ir a parar al tacho. Por esa razón, compré la revista Segundamano para averiguar los precios de las máquinas de ritmo usadas. Ya sabía que muchos de los grupos que apreciaba las usaban (Sisters of Mercy, Cocteau Twins, Wolfgang Press) y me importaba un bledo que mis amigos insistieran en que un grupo sin batero no es un grupo. Se pierde la escena, se pierde la sangre, se pierde el rock and roll, decían. No entendían nada. Al final, tomé el toro por las astas, hice lo que se me cantó y compré una ROLAND TR-707, que usé en todas las grabaciones de MUTANTES MELANCÓLICOS. Lamentablemente, al regresar de Canadá, por falta de espacio en mi departamento, tuve que optar por deshacerme de algunos equipos y esa máquina cayó en la volteada porque sentía que, además, ya había cumplido su ciclo.