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viernes, 29 de abril de 2022

CIENTO CUARENTA Y OCHO

Finalmente, después de dar miles de vueltas, llego a otro de los grupos que desestabilizó mi forma de comprender la música, que contribuyó para que comenzara a valorar el sonido per se como parte de una obra musical. Asociados con la música psicodélica, extendiéndose hasta la música experimental. Valiéndose tanto de instrumentos acústicos, eléctricos, como electrónicos. Incluyendo nuevos dispositivos como tablets y teléfonos celulares o desempolvando algún viejo walkman o geloso. Se animan a todo. Resultan indefinibles, inclasificables. Cuando escucho un álbum de un grupo, estar seguro de que el próximo será distinto, para mí, es imprescindible. No saber qué esperar de su siguiente propuesta es lo que me da más ganas de seguirles la carrera, de ir completando su discografía. Estos tipos han publicado cientos de álbumes, a través de innumerables sellos discográficos o por sus propios medios. Dos ó tres discos al año. A veces, hasta cuatro. Su vasta discografía ofrece ítems para todos los gustos y para todas las necesidades: vinilos, CDs, CD-Rs, casetes, DVDs, DVD-Rs, VHS, archivos de audio en el formato que se te antoje. En mi caso, me propuse solo coleccionar los CDs y algunos DVDs. A pesar de esta autorrestricción, haciendo cuentas, entre los discos oficiales del grupo, los de los proyectos paralelos, los álbumes solistas de los miembros principales y las participaciones de cierta relevancia, ya debo haber acumulado unos ciento setenta ítems. ¡Un estante completo! No me arrepiento de haber comprado ninguno de ellos, que quede claro. A pesar de que no todos ofrezcan un sonido pulido, impecable, y de que a veces las ilustraciones de las portadas dejen un poco que desear y desmerezcan el valor de la música que contienen, considero que todos son imprescindibles para mi colección. 

Si bien me habían recomendado sus discos allá por los años ’90, si bien una compañera de la facultad de aquella época había comparado alguna de las canciones de mi proyecto MUTANTES MELANCÓLICOS con la propuesta de estos británicos expatriados en los Países Bajos, recién tuve acceso a su música en el año 2004 ó 2005, cuando en la disquería Volume Boutique Inc., sobre la rue Sainte-Catherine est, en Montréal, vi sobre uno de los anaqueles, una caja gordita – esas que solían usarse para los discos dobles, esas que ahora llaman “fat-box”, esas que hace rato que dejaron de circular. La portada era de color rosa fuerte con un símbolo impreso en plateado y filetes negros en el centro. El álbum se llamaba, oportunamente “The Legendary Pink Box”. Su aparición, me cautivó. Se lo veía macizo, contundente. No lo pude dejar pasar. 

Inmediatamente me di cuenta de que el grupo irradia un magnetismo que hipnotiza, que seduce. Resulta imposible resistirse a sus encantos. Sin embargo, no se esfuerzan por estar a la moda. Resulta difícil clasificarlos. Los géneros “independiente” o “alternativo” les quedan chicos. Son evasivos. Se escapan de lo conocido. Abandonaron hace rato todo vinculo con el universo de la música pop. Parece que no se esforzaran por conquistarte. No ofrecen grandes éxitos aptos, diseñados, para ser difundidos por las radios masivas. No tienen un líder carilindo, aunque sí un tanto carismático, que se encarga de escribir los textos, al que suelen apodar “el profeta”. ¡Ojo! No es el único motor creativo de los Legendary Pink Dots, parece que el que decide sobre la estética sonora, sobre la maquinaria que desplegarán en cada nueva producción, es el tecladista. Sin dudas, los dos se complementan a la perfección. Claro que el sonido ha evolucionado a través de los años. Tené en cuenta que empezaron con muy pocas herramientas, casi con lo puesto. A pesar de ello, su impronta, tan reconocible como disfrutable, perdura desde sus primeros registros – producidos con escasísimos recursos, tanto económicos, técnicos como compositivos – hasta los actuales, que gozan de una bonanza tímbrica que se enriquece con cada nuevo álbum. La verdad sea dicha: no dejan de sorprender con cada nueva producción. Imperdible, cada una de ellas. 

Nota bene: no podés dejar pasar ni su proyecto paralelo The Tear Garden, ni los álbumes solistas del “profeta” Edward Ka-Spel, ni los del tecladista – firmados como The Silverman, ni los de Mimir, ni los de Ulkomaalaiset. Tenés para entretenerte. Pero, si te queda un tiempito, y querés profundizar un poco más, explorá las otras colaboraciones. Seguro que te atrapan también.