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sábado, 24 de abril de 2021

CIENTO NUEVE

Cuando uno no tiene mucha guita, apuesta por un disco porque la intuición o el olfato le dicen que se arriesgue y si resulta que el disco está más que bueno, es un evento que vale la pena festejar. Si la jugada sale bien en dos oportunidades seguidas, es mucho más que una carambola. Significa que tenés mucha muñeca o mucho más culo que cabeza. No hay punto medio. A mí me pasó algo así cuando revisando las ofertas de Cesar Po, en la esquina de Varela y Rivadavia, vi el disco “Jesus' Blood Never Failed Me Yet” del compositor inglés Gavin Bryars. Si bien es cierto que lo compré porque decía que el viejo Tom Waits interpretaba una canción, también es cierto que el resto del disco podría haberme resultado infumable. No fue el caso. No solo me fascinó la obra sino que, además, fue el compositor que me abrió las puertas a la música contemporánea. Me picó el bichito y cada vez que veo un disco de este genial músico británico no puedo resistir a la tentación y lo sumo a mi colección. Unos trece discos de su autoría en mis estanterías me respaldan. ¿Si compraría más? ¡Obvio!

Como segundo ejemplo de mi sobredimensionada suerte en la compra de discos voy a citar otro CD que compré en la misma disquería de mi barrio de Flores, la que lamentablemente ha bajado su persiana para dejarla oxidándose y que nunca más podamos ver abiertas sus puertas al paraíso. Se me escapa un lagrimón por cada disquería que he visitado y que hoy descansa en paz. No somos nada. Retomo el hilo de mis memorias. Finalmente en Cesar Po compré unos cuantos discos. Fue mi proveedor habitual durante mi adolescencia, cuando daba mis primeros pasos en el mundo del coleccionismo musical. De más grande, creo que no visité tanto el local porque andaba mucho más por los cien barrios porteños y tenía la posibilidad de encontrar nuevas cuevas donde descubrir discos interesantes. Además, lo cierto es que los muchachos de esta disquería emblemática de Flores habían cambiado el rumbo y ya no ofrecían demasiadas novedades sino que se habían dedicado a satisfacer la creciente demanda del público cumbiero y ellos solitos se cavaron la fosa. Nunca supe de nadie que comprara más de dos discos de cumbia. ¿Para qué? Si son todos iguales. En resumen, en la sección de las ofertas, ponían todo aquello que tuviera poco color y poco brillo en la imagen de la portada. Si la tapa era en blanco y negro, estaba condenada. Por suerte, el disco “Urban Urbane” de David J cumplía la pena máxima y estaba marcado con un valor irrisorio, casi regalado. Entre toda la brillantina, las lentejuelas y el raso flúo, esa tapa tan oscura pasaba desapercibida. Estaba en el fondo de la batea, olvidado, escondido, quizás. Imaginate que el público fiestero se hubiera percatado de su existencia. Esos pobres mortales a los que les gusta mover el esqueleto habrían caído en un pozo depresivo irremontable si sus retinas hubieran sido expuestas a semejante representación de las tinieblas. Al final, fue como en el cuentito del patito feo. El que parecía ser el disco más deslucido, menos agraciado de la pila, resultó ser un discazo que por suerte no dejé pasar. Cuando se es sapo de otro pozo, no hay nada que hacer. No se es valorado como se merece y se depende del azar para salir a flote.



jueves, 18 de junio de 2020

VEINTINUEVE

Otra fija del mundillo de los grupetes dark era The Mission. Cuando vi el vinilo de “Gods Own Medicine” de fabricación nacional en Cesar Po, me lo compré. En aquella época me gustaba. Creo que las canciones quizás sigan gustándome, aunque hace tanto tiempo que no las escucho que no puedo asegurarlo al ciento por ciento. Lo que sí me parece que puedo asegurar, y con énfasis, es que la imagen de la portada es de una pobreza y de un mal gusto exagerado. Creo que jamás he visto algo tan obvio, ni tan berreta. Decidir poner una estampita en la tapa, porque tocan temas religiosos en sus textos, ya era bastante. Sin embargo, como al parecer esa idea no era suficientemente decadente, decidieron llevarla a cabo de la peor manera posible, para que no quedaran dudas de que el diseño de la tapa era horrible. Agrandaron al máximo un dibujito tipo clip-art – afanado de la colección de ilustraciones del Corel Draw – y lo pegaron sobre un fondo de mármol azul marino y, por si fuera poco, agregaron el dorado – infaltable en toda reliquia religiosa para agregarle la Luminosidad Divina que convence a los pobres feligreses de seguir agachando la cabeza. 

Tuve varios vinilos del grupo: “Gods Own Medicine”, “Children”, “Carved in Sand”, todos con tapas espantosas. Para un cumpleaños, a penas me había comprado la primera máquina para escuchar CDs, un amigo me regaló “The First Chapter” que sucumbió a mi necesidad de cambiarlo por otra cosa que me resultara de mayor interés durante los años 90. Afortunadamente, porque debo admitir que este disco me caía bien, en Montréal compré el CD a escasos cinco dólares y como justito al lado estaba “Gods Own Medicine” al mismo irrisorio precio, no quise abandonarlo a su suerte y me llevé los dos. Aunque, insisto, hace muchísimo tiempo que no me apetece escuchar la música de estos muchachos.