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miércoles, 27 de marzo de 2024

CIENTO SETENTA

La primera vez que escuché un disco de ellos fue gracias a mi amigo Nacho. Recuerdo que me prestó un compilado de las codiciadas Peel Sessions. Nostalgia mediante, al tenerlo entre mis manos, instantáneamente, me hizo recordar mi charlas con Juan Carlos en la disquería del gordo Charly, allá, a finales de los años ’80. ¡Cómo venerábamos a esas sesiones sin siquiera saber quién mierda era ese tal John Peel! Loco, ¿no? Pensábamos que acceder a grabar con ese tipo daba a los artistas una certificación de calidad. Con el correr de los años fui descubriendo que en el Reino Unido, en las esferas de la música independiente, era todavía más respetado y apreciado de lo que me hubiera podido imaginar. Además, aparentemente, muchos artistas se desvivían por ser incluidos en su colección de discos y le regalaban cada uno de los álbumes que publicaban. El tipo era un freak, padecía de glotonería musical. Uno de los míos, aunque dudo de que algún día llegue a alcanzarlo. Difícil, muy difícil. Parece que en vida llegó a amarrocar toneladas de vinilos: más de veintiséis mil LPs, más cuarenta mil singles; además de miles de CDs, de los que no era devoto, aunque, sin embargo, los compraba cuando no existía una versión en vinilo del álbum en cuestión. Cassettes, VHS, DVD y otros formatos menos convencionales tampoco se privaría de tener, me imagino. 

Hablar de pluralidad frente a tanta singularidad parece extraño, raro. Vuelvo… Todo es poco comparado con las estadísticas que rodean a esta banda de Manchester. Si se la puede llamar así, claro. Tuvieron solo un miembro estable desde el primer ensayo hasta el último concierto. Cuando ese tipo crepó, luego de haber existido durante cuarenta y dos años, la banda también murió sin siquiera haber agonizado. Sigamos con los números. A lo largo de los años en los que el proyecto estuvo en actividad, circularon más de sesenta músicos en unas treinta formaciones diferentes, los que entre idas y vueltas lograron grabar unos treinta y pico álbumes en estudio, una enorme cantidad de singles y EPs – más de sesenta entre ambos formatos; además de innumerables álbumes en vivo, tanto oficiales como piratas o bootlegs, si preferís. Sin olvidarnos de que también fueron prolíficos a la hora de publicar recopilaciones de la más variada índole – contándose más de cincuenta; a la hora de grabar sesiones con el antes mencionado John Peel – llegándose a contabilizar unas veinticuatro, entre junio de 1978 y agosto de 2004. ¡Un montón! Me imagino que para los fans debe ser bastante difícil coleccionar los discos de este grupo, pobrecitos. Tienen demasiados. Rozan lo inaccesible, lo inabordable. Además, me pregunto si todos valdrán la pena. Quizás el fanático número uno de la banda, John Peel – sí, otra vez él, nos haya dado la respuesta cuando afirmó: “They are always different; they are always the same”. Y nos cagó: dijo de todo sin decir absolutamente nada, connard. Parece que todo el mundo estaba al tanto de que este DJ británico había escuchado cada uno de los álbumes, singles y EPs que este grupo publicaba y de que todos esos discos formaban parte de su vasta colección, entonces, la pregunta obligada era cuál de todos ellos podría recomendar como punto de partida para adentrarse en semejante masa de discos, en semejante masa de plástico redondo, negro o plateado. El tipo estoicamente respondía con un profunda capacidad de síntesis: “all of them.” 

Tengo que ser totalmente honesto. Aquella primera vez que los escuché no disfruté demasiado de esta propuesta musical. El grupo me llamaba la atención, sobre todo por una nota que había leído en mi adolescencia en la revista española Rockdelux en la que recorrían la discografía de la banda hasta ese momento, intensa aunque todavía en expansión. Creo que lo que me interesó fue la sensación de hecho a mano que se reflejaba en las portadas de sus álbumes. Se veía algo elemental, primario, primitivo, sin agregados superfluos. Finalmente, lo mismo que me cautivó en un primer momento fue lo que me fastidió cuando pude escuchar uno de sus discos. Tosco, destartalado, repetitivo, quizás, vulgar. Recién en Montréal, comprendí que tenía que darles una nueva oportunidad. Me informé un poquito más para descubrir que debía comenzar por escuchar sus álbumes de mediados de los años ’80 para no salir espantado por su enfático quilombo. El primero que encargué a los muchachos de Atom Heart fue “This Nation’s Saving Grace”. Cuando lo fui a buscar, Raymond me contó que cada vez que salía algo nuevo de The Fall, él lo compraba, que no lo podía evitar, que acumulaba los discos de los británicos religiosamente en su habitación de la primera planta de la casa de sus padres, la que gracias al descomunal peso de su gigantesca colección de vinilos mostraba una notoria deformación e inclinación en el piso de madera. ¡Otro loco lindo! Hoy, después de muchos años de mi bautismo de fuego, sin considerarme fanático, me arrepiento de no haber acumulado unos cuantos discos más de estos tipos en mi colección. Tristemente, tengo apenas ocho. Si bien es cierto que escuchar al áspero Mark E. Smith es una ardua tarea que puede provocar sensaciones encontradas, hay que admitir que no existe ningún grupo, de ningún género, que le llegue a los talones a este coloso sin rival, que es imposible que no queden como unos nenes de pecho al intentar medir su dureza, su consistencia, su furia, con la de los poderosos, los “Mighty Fall”. También lo ha dicho John Peel: “The Fall are the group against which all others must measure themselves.” Hay que darle pelota. Él lo supo comprender antes que cualquiera de nosotros. No nos resistamos más.