lunes, 6 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y DOS

Trío. ¿Power? No. ¿Enigmático? Parece. Mares del sur. Australianos. Again. Algunos. British. Otro. Expatriados. Continente viejo. Berlin. Alemania. Encore. Europa del este. República Checa. Cambio de rumbo. Apertura. Libertad. Mundo. Relacionados. Genealogía. Emparentados. Familiar. Pariente cercano. Hermano. Entramado. Ramificaciones. Lazos. Sangre. Entrelazados. Camaradería. Amistad. Espíritu de verdad. Semilla de maldad. Crimen en la ciudad. Solución o fatalidad. 

Caída libre. Sonido clásico. Sonido inesperado. Atractivo. Sombrío. Fatídico. Sanguíneo. Con pulso. Latido. Difuso. Anonimato. Desinformación. Conocer. Desconocido. Difícil de rastrear. Sin huellas. Sin pistas. Descubrimiento. Casualidad. Océano reseco. Evaporado. Viento en popa. A buen puerto. Playa. Grietas. Arena en bloques. Fotografía. Encallado. Cautivo. Cautivante. Cautivador. Imagen. Ilustración. Hiperrealismo. Persuasión. Compra. Sello. Internet. Correo. Espera. Paquete. Montréal. Sorpresa. Júbilo. Difícil. Único. Real. ¡Momento! Paren las rotativas. Érase una vez. Ojo. No pestañees. No mires. ¿Atrás? Tiempo al tiempo.

domingo, 5 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y UNO

¿Qué tienen en común los siguientes álbumes y artistas: “Danger in the Past” de Robert Forster, “Second Revelator” de Hugo Race / The True Spirit, “The Blink of an Eye” de Once Upon a Time, “The Honeymoon is Over” de The Cruel Sea, “Honeymoon in Red” de Lydia Lunch, “The World’s a Girl”, “Dirty Pearl”, “The Next Man That I See”, “Do That Thing” y “Sex O’Clock” de Anita Lane, “Music to Remember Him by” de Congo Norvell, “The Thing About Women” y “Trouble” de Brian Henry Hooper, “Stories From the City, Stories From the Sea”, “Is This Desire?” y “Let England Shake” de PJ Harvey, “Headless Body in Topless Bar” de Die Haut, “Nothing Broken” Conway Savage, “Far Be It From Me” de Tex Perkins, “Teenage Snuff Film” y “Pop Crimes” de Rowland S. Howard, “You Can’t Hide From Your Yesterdays” de The Nearly Brothers, “Invisible You” de J.P. Shilo, “Kick the Drugs” de The Wallbangers, “We Are Only Riders”, “The Journey is Long” y “Axels & Sockets” de The Jeffrey Lee Pierce Sessions Project, y tantos otros que aún no he incluido en mi colección? ¿Qué tienen en común los siguientes proyectos musicales: Crime & the City Solution, Nick Cave & the Bad Seeds, The Birthday Party, The Boys Next Door, The Ministry of Wolves? Que de alguna forma, sea como instrumentista o cantante, sea como arreglador o compositor, sea como productor, sea por su mera presencia, Mick Harvey metió mano y colaboró con estos músicos y artistas, grupos o solistas, para enaltecer el espíritu de sus canciones a la hora de grabarlas y plasmar su obra en una producción discográfica.

¿Qué diferencias hay entre un compositor y un arreglador? Mejor preguntale a Mr. Harvey, el responsable de la composición y de los arreglos de gran cantidad de las canciones del repertorio de los estimados Nick Cave o Simon Bonney, además de multiinstrumentista comodín que se ha sabido adaptar a todas y cada una de las necesidades de los Bad Seeds, de Crime & the City Solution y mismo los Birthday Party, ocupándose de las guitarras, los bajos, los pianos, los órganos, las baterías y andá a saber de cuántos instrumentos más con tal de que los grupos no se quedaran rengos y permanecieran en la ruta. Un capo. De esos de los que hay pocos ejemplares.

¿Cuál es realmente la ardua tarea de un productor de discos de rock? Me imagino que debe haber unas cuántas respuestas posibles. Para empezar, yo diría que elige desde el estudio donde se va a grabar un álbum hasta los instrumentos que se van a usar, las cuerdas, los amplificadores, los efectos. Elige desde los temas que se van a grabar hasta los arreglos que le hacen más justicia a una linda canción para transformarla en una canción memorable. Trata de hacer que todo suene menos caótico que en la sala de ensayo, aunque sin perder cierta frescura. Para la oreja para afinar los instrumentos. Lima asperezas. Está en los detalles en los que los músicos no logran concentrarse porque la resaca de la borrachera o de las substancias no los deja comprender que no deben basar su carrera solo en su carisma. Seguramente, muchas otras veces debe esconder las botellas de las bebidas alcohólicas para mantener a los miembros de la banda lo suficientemente sobrios para que lleguen a terminar la sesión de grabación. Al final, parece que es un tipo al que le interesa más la música que la fama, que la joda que generalmente se asocia al mundo de la música. En síntesis, todo lo que delinea y justifica a la perfección el perfil del señor Mick Harvey. Un laburante del ocio ajeno. 

Como si fuera poco, este talentoso músico encontró tiempo para componer una gran cantidad de bandas de sonido altamente disfrutables y recomendables, a veces solo, otras en coautoría con algunos de sus usuales colegas: “Ghosts ...of the Civil Dead”, “Alta Marea & Vaterland”, “To Have and to Hold”, “And the Ass Saw the Angel”, “Australian Rules”, “Motion Picture Music ’94-’05”, “Waves Of Anzac / The Journey” y seguramente otras de las que no he conseguido todavía el disco compacto.

Evidentemente no le gusta desperdiciar su tiempo y nos ha ofrecido a lo largo de los años unos cuántos álbumes solistas de canciones interpretadas por él mismo. Algunas de su autoría, otras de gente con la que ha laburado en sus diferentes proyectos, otras que debe haber elegido de entre sus influencias. “One Man’s Treasure”, “Two Of Diamonds”, “Four (Acts Of Love)”, los cuatro volúmenes de versiones en inglés de las canciones de Serge Gainsbourg y el imperdible “Sketches From The Book of the Dead”. Un laburante que ha recorrido un largo camino, que ha servido de apoyo a más de uno que de no haber sido por Mick, no podría sostener una carrera tan sólida.

Entre nos, compro discos en los que participa Mick Harvey desde mis quince años, desde el año 1987, desde hace rato. Los he comprado por todos lados y de las más diversas maneras. La única constante es mi satisfacción al escucharlos. Conseguite alguno, disfrutalo y salí a buscar otro... 

miércoles, 27 de octubre de 2021

CIENTO TREINTA

Estéticamente, nada tienen que ver estos dos autores que me vinieron a la memoria al tratar de reconstruir mis pasos en el descubrimiento de melodías, sonidos o, simplemente, ruidos grabados y comercializados en algún formato, sea disco compacto, sea vinilo, sea casete. Uno pareciera ser condescendiente, presto a ofrecerte una caricia. El otro, descortés, presto a sacudirte de una bofetada. Tampoco los une su lugar de origen. Uno es australiano. El otro, francés. Uno publicó unos pocos discos solistas y se dedicó a acompañar con su voz angelical y su piano celestial a otro cantautor australiano que ya he mencionado hasta el hartazgo. El otro publicó gran cantidad de discos solistas pero también hizo carrera logrando que las más bellas mujeres de su época tomaran el micrófono para interpretar canciones de su autoría, las que ensayaban en la intimidad de su lecho, seguramente a media luz, ligeras de ropa, trasnochando. Uno ofrece canciones simples, directas, sin meandros. El otro, juega con el lenguaje, la fonética, la semántica; se anima a combinar palabras, términos, en diferentes idiomas, en diferentes lenguas, onomatopeyas, simples sílabas, a veces sonidos producidos por el aparato fonatorio que no necesariamente entran en ninguna de estas categorías gramaticales, todo para crear su propio universo de sentido. Formalmente, nada tienen que ver estos dos objetos que me vinieron a la memoria. Uno es un CD. El otro, un libro. Lo único que tienen en común es que los compré en la misma tienda. Mi queridísima Librairie L´Échange, sobre la rue Mont-Royal Est, donde conseguí una enorme cantidad de discos que aún hoy sigo disfrutando. Siempre me quedaba de paso. Cuando laburaba en Associés libres Design o en Agence code, cuando iba al supermercado L´inter marché, cuando iba a la panadería La première moisson, cuando salía a pasear en bicicleta o a pie. Los empleados ya me conocían de memoria. Si no era por todos los discos que les pedía escuchar antes de pelar la billetera, era porque me veían a cualquier hora del día. Además, tenían un horario amplio y sept-jours-sur-sept. Siempre que pasaba por la puerta, estaba abierta y me invitaba a pasar. No estoy seguro de que supieran con certeza qué material ofrecían. Creo que cuando compré el disco de Conway Savage, la chica de la caja debe haber pensado: “al fin nos sacamos esto de encima, tenía que estar casi regalado para que alguien se interesara en llevarlo.” Sí, es cierto, lo pagué muy barato: “$ 8.00 CAD”, dice la etiquetita del precio que está pegada en la cajita del disco. Una verdadera ganga. Sin embargo, si hubiera estado marcado doce ó catorce, como la mayoría de los álbumes, también lo habría comprado. Hoy, este mismo disco cotiza entre veinticinco y cincuenta dólares en Discogs. ¡Toda una inversión! Al fin puedo asegurar que la música me ha dado un poco de dinero. Con el libro de Gainsbourg, fue un poco diferente. La misma cajera, que habitualmente me sonreía, frunció el ceño y masculló un “tabarnak” que mi fino oído delicado, entrenado, no pudo dejar pasar. Resulta que la piba hacía rato que estaba esperando que apareciera en la tienda un ejemplar de la única novela que escribió el estimadísimo Serge. Sin preverlo, yo le había ganado de mano al manotear de la estantería la única copia de “Evguénie Sokolov” que tenían en stock. Tant pis, à la prochaine !


martes, 26 de octubre de 2021

CIENTO VEINTINUEVE

Australia... el mar que rodea a esa inmensa isla, las grandes olas, el surf. Australia... una fauna salvaje más que extraña: el koala, el canguro, el ualabí, el dingo, el ornitorrinco. Australia... Cocodrilo Dundee, Steve el cazador de cocodrilos – que en paz descanse. Australia... Nick Cave, cantautor de culto adorado hasta el hartazgo. Australia... cuna de algunos otros artistas de la música pop tan geniales como desconocidos para el vulgo. 

En la escuela secundaria, leí para la clase de inglés la novela post-apocalíptica “The Day of the Triffids”, del escritor británico de ciencia ficción John Wyndham. Casi una premonición. Años más tarde, no solo continué interesándome por este género literario sino que, además, comprendí que el título de esta obra había servido de inspiración para que los muchachos de una bandita originaria de la ciudad australiana de Perth dieran nombre a su proyecto musical. Para mi sorpresa, se dice que otra bandita australiana, esta vez oriunda de la ciudad de Brisbane también tomó su nombre de una obra literaria, aunque de otro novelista británico, claro. No he leído “The Go-Between”, no he leído ninguna obra de L. P. Hartley. Sin embargo, la perspicacia que adivino en ambos cantautores del grupo en cuestión me lleva a confiar en que se trata de una lectura pendiente para mi cultura general. Resulta muy interesante descubrir que unos pibes que comenzaron su carrera artística estimulados por los coletazos del movimiento punk de la época, movimiento habitualmente estereotipado como contracultural, movimiento que busca demoler los pilares de la cultura establecida, recurrieran desde un principio a la literatura, a los libros, como base en la construcción de su obra, medio tradicional e históricamente utilizado para la conservación y la transmisión de la cultura.

Ambos grupos poseen una calidad inestimable para la música pop. Su carrera ha sido incuestionable e intachable. No han grabado ni un solo álbum flojo. Algo que no se pude asegurar de otros que detentan público a rabiar. Dado que estos dos grupos sostienen su valor gracias a diferentes elementos, me resulta imposible establecer una preferencia. El primero, con un cantautor carismático y metódico. Con un bajista al que a primera vista pareciera que el instrumento le queda un par de talles más grande y, no obstante, se las ingenia para taparnos la boca con sus bases monumentalmente sólidas y precisas. Con otros cuatro miembros que completan a la perfección un combo inigualable. El segundo, más sintético aunque no por eso menos contundente, con dos cantautores ingeniosos y personales. Con una serie de acompañantes inestables que supieron ser reemplazados sin remordimientos. Con esos dos líderes que eran el corazón del proyecto. Ellos dos eran los que estaban en el centro de la atención, los que llevaban y traían las bellas canciones, los intermediarios entre la razón y las pasiones.

A pesar de que conocía sobre su existencia desde mi adolescencia, recién pude empezar a comprar discos de estos grupos mientras vivía en Montréal. Recuerdo que el primero que conseguí fue “Liberty Belle and the Black Diamond Express” de los Go-Betweens. Lo compré en la disquería Cheap Thrills, sobre la rue Metcalfe, a media cuadra de la rue Sherbrooke ouest, cerquita de la Université McGill, en un primer piso por escalera. Iba en bicicleta o a pata, según el clima o la época del año. Me quedaba a unas quince cuadras. Ese día había salido a pasear con la bici. De pasada, subí a pispear las bateas y, como de costumbre, encontré algo de mi interés. Lo que me sorprendió ese día, no fue mi proceder, no fue esa disquería que llegué a conocer casi de memoria. Sino que, al regresar al edificio donde vivía, me encontré en el hall de entrada con un vecino con el que solía conversar. Seguramente, yo estaba muy contento por haber finalmente conseguido un disco de este grupo australiano y quise compartirlo con el primero que se me cruzó. Luego de mostrarle el disco, la jeta del tipo combinada con un comentario desvalorizante sobre el gasto de dinero en este tipo de objetos, que para él eran innecesarios, superfluos e inútiles, me invitaron a reflexionar sobre lo aburrida que debía ser la vida de ese pobre mortal. No solo no escuchaba música de ningún tipo, sino que parecía no tener ninguna pasión. ¿Para qué carajo amarrocar los pocos morlacos que un laburante llega a acumular si no es para darse un gustito con pequeños placeres cotidianos? ¡Vaya vida de mierda llevaba ese flaco! Aunque, pensándolo bien, quizás me equivoque. Andá a saber si no se patinaba toda la guita en escorts. Mmmmm... Ahora que recuerdo, siempre me presentaba un primo diferente. Seguro que se la patinaba toda en taxi-boys. No queda otra. 

lunes, 25 de octubre de 2021

CIENTO VEINTIOCHO

Un órgano burdo, desvencijado, destartalado, avejentado, aletargado, que se arrastra, que suena desfalleciente, debilucho, enfermo. Si me dicen que los muchachos del grupo británico ...Bender leyeron en algún momento de sus vidas la novela “Mont-Oriol”, del escritor y poeta naturalista francés Guy de Maupassant, no me atrevería a ponerlo en duda. Aunque el cuento más conocido de este autor, “Le Horla”, es genial, tenés que profundizar. No te quedes solo con la lectura de su obra más famosa. Hacé como estos pibes que le prestaron especial atención a las preciosas descripciones con las que el autor nos presenta a la banda que tocaba en el casino, y le sacaron provecho. Cuando el francés definía el sonido de aquella orquesta que se percibía a la distancia como “un orgue de Barbarie aux sons fluets, un orgue de Barbarie usé, poussif, malade,” seguramente les vino como anillo al dedo, les sirvió como inspiración para precisar los sonidos que buscaban para decidirse a grabar su primer álbum. Este grupito suena a roto pero sin estridencias. Ofrece una música que da la sensación de no avanzar, de necesitar un empujoncito, de estar agonizando por falta de vitaminas. ¡Tiene su encanto! Pareciera que a James Johnston – otrora guitarrista furibundo – cuando lo condenaron a tocar el organito en los Bad Seeds, le hicieron un favor. Le abrieron la puerta para que desempolvara sus viejos y gastados teclados para sacarles el jugo en este proyecto que conocí casi por casualidad. Cuando descubrí E-Bay, hacía rato que coleccionaba sus discos con Gallon Drunk. Gracias a este sitio de internet por fin conseguí los que me faltaban. En una de tantas transacciones, un tipo que vendía un par de EPs que me interesaban, ofrecía incluir en el paquete el mini-álbum “Run Aground” y el álbum homónimo “...Bender”. Anunciaba al grupo como un proyecto paralelo de Johnston. Hasta ese momento, desconocía su existencia. Me picó el bichito. Le compré todo. Finalmente, un hallazgo. 

Con cuatro, es suficiente. No se necesitan muchos más para que el barullo sea considerable. Años más tarde, cuando me enteré de una colaboración entre Lydia Lunch y las tres cuartas partes de Gallon Drunk que llevaba el nombre de Big Sexy Noise, no pude resistirme y encargué el álbum sin preámbulos, creo que en la difunta disquería Parklife del barrio porteño de Belgrano. Se trata de artistas que valoro y de los que colecciono discos, no necesitaba ningún otro estímulo para pelar la billetera. Si me dicen que los muchachos de Big Sexy Noise se han inspirado en la obra de Guy de Maupassant para concebir su proyecto musical, no me atrevería a ponerlo en duda. Si bien es cierto que Gallon Drunk siempre desplegó un fastuoso batifondo a altos decibeles, este nuevo grupo anunciaba desde su nombre que el ruido sería enorme. Por ende, “ils sont quatre à faire ce bruit-là,” podría haber sido el comentario del álbum en la edición original de Les Inrockuptibles en francés. Lástima, Maupassant les ganó de mano. Este enunciado proviene directamente de su pluma. Interesante, sincera, divertida, perspicaz; calificativos que a la revistita quizás le queden un poco grandes. Una vez más, una cita de la novela “Mont-Oriol”, en la que el autor continúa con la descripción de la banda que toca en el casino, parece servir de puntapié inicial para dar vida a un proyecto del guitarrista devenido tecladista devenido guitarrista, para dar vida a un nuevo cuarteto rompe tutti, aunque esta vez, menos tradicional: voz, guitarra, saxo, batería. Sí, leíste bien, sin bajo. Es cierto que el grupo al que hace mención Guy de Maupassant en su novela ejecuta, tortura, masacra, otros instrumentos. Es cierto que nunca podría haber descripto grupos similares a los que nos propone el líder de Gallon Drunk, simplemente por haber vivido en una época diferente. Además, lo habrían tildado de anacrónico, contrario al Naturalismo, movimiento literario que buscaba reproducir en sus obras la realidad con objetividad documental. Sin embargo, debemos darle crédito al francés por haberse animado a la anticipación, a la concepción teórica de sonidos, de músicas, que vieron la luz más de cien años después de su muerte. Para mí, Maupassant era un melómano empedernido. Quizás, hasta un sonívoro. Como prueba, te ofrezco otro pasaje de la novela que ya he citado en dos oportunidades. Estoy seguro de que para lograr expresar de esta manera lo que la música, el sonido de los instrumentos, provocan a su personaje, él debe haber experimentado lo mismo en carne propia. Enjoy! 

« – Aimez-vous la musique, Madame ?

– Beaucoup.

– Moi, elle me ravage. Quand j’écoute une œuvre que j’aime, il me semble d’abord que les premiers sons détachent ma peau de ma chair, la fondent, la dissolvent, la font disparaître et me laissent, comme un écorché vif, sous toutes les attaques des instruments. Et c’est en effet sur mes nerfs que joue l’orchestre, sur mes nerfs à nu, frémissants, qui tressaillent à chaque note. Je l’entends, la musique, non pas seulement avec mes oreilles, mais avec toute la sensibilité de mon corps, vibrant des pieds à la tête. Rien ne me procure un pareil plaisir, ou plutôt un pareil bonheur. »

sábado, 18 de septiembre de 2021

CIENTO VEINTISIETE

Todos tienen que ver con todos. Los entramados de las relaciones entre los músicos del universo del dilecto Nick Cave, para desgracia del bolsillo del coleccionista fiel, aumentan exponencialmente. En algún momento me interesé por escuchar la producción discográfica de los distintos proyectos de esta gente, hasta que me parecieron demasiados. Al enterarme de la existencia de un álbum en el que uno de los percusionistas de los Bad Seeds cantaba sus propias canciones engrosando un extenso currículum vitæ que lo avalaba como percusionista de culto, lo rastreé por internet y lo encargué, creo que al sello que lo había publicado. Colaboraban una gran cantidad de personajes, también vinculados al adorado australiano, como era de esperar. Me gustaron las canciones de ese álbum debut, por lo que decidí arriesgarme con la segunda producción del grupo que vio la luz tres años más tarde. El proyecto llevaba el mismo nombre, The Vanity Set. Sin embargo, desafortunadamente, no conservaba ninguno de los músicos que habían participado en el primer álbum. El cantante se había quedado solo como perro malo. Dicen las malas lenguas que Jim Sclavonus, percusionista devenido vocalista, habría reclutado a los nuevos miembros de su banda en alguna fiesta de la colectividad griega de New Jersey. No hay forma de probarlo. Fue suficiente. Quizás demasiado. Supongo que no publicaron otros discos. Por el bien de la reputación del otrora respetado baterista, espero que no hayan osado hacerlo. No me dediqué a informarme. Hasta aquí llegó mi amor, macho.



viernes, 17 de septiembre de 2021

CIENTO VEINTISÉIS

Conocer artistas nuevos no es tarea sencilla cuando lo que se busca va más allá del mero entretenimiento. Estar atento a las recomendaciones es una de las posibilidades. Sin embargo, no hay que fiarse demasiado ni del gusto ni de la percepción ajenos. Dejarse llevar de las narices o de las orejas, si preferís, suele no ser la mejor opción. Te exponés a resultar decepcionado. Cuando estoy a la pesquisa de material nuevo, lo que avala mi decisión al incursionar en la obra de algún artista que desconozco se justifica en los entramados de relaciones entre las obras de diferentes músicos. Por ejemplo, me topé por primera vez con un tema de esta banda oriunda de New York cuando compré el compilado “New Coat Of Paint” con reversiones de canciones de Tom Waits en la disquería Beatnick sobre la rue Saint-Denis, en Montréal. Lo cierto es que en un primer momento, el nombre de la bandita de estos muchachos me pasó completamente desapercibido. Me detuve en otros detalles. Siendo gran fan de la obra del viejo Tom, escuchar las versiones que ofrecía este álbum se auguraba prometedor. Sobre todo porque años antes había conseguido “Step Right Up”, el primer volumen de este homenaje, también publicado por el sello Manifesto, el que me había cautivado. No se repetía ningún artista. ¡Gran noticia! Al leer la contratapa, vi que participaba Lydia Lunch, lo que garantizaba que al menos una de las canciones tendría sentido en mi colección. También aparecían los Knoxville Girls, grupete reventado de mi estimado Kid Congo Powers, y, finalmente, Sally Norvell, una cantante que junto a Kid Congo me había ofrecido un par de lindos discos bajo el nombre de Congo Norvell. Un entramado que puede llegar a marear. A veces, a aclarar las cosas. Otras, a darle cierto sentido a las decisiones que uno toma. Resumiendo, de entrada, conocía solo a tres de los artistas que participaban. Un tiempo más tarde, investigando un poco más, descubrí que Kid Congo había participado con su ronco graznido en un disco que se llamaba “With All Seven Fingers”. Lo encargué por correo al sello en Alemania. Para mi sorpresa, recién cuando recibí el paquete me di cuenta de que se trataba de aquella banda oriunda de New York que participaba en el homenaje a Tom Waits a la que no le había dado ni un poquito de pelota. A fin de cuentas, todo tuvo sentido. Porque ese disco de Botanica me pareció genial. Aunque sigo sin comprender cómo se les puede haber ocurrido ponerle un nombre tan poco sugerente a su banda, tan poco pregnante. De esos que pueden pasar inadvertidos, sin pena ni gloria, sin llamar tu atención a pesar de tenerlo justo enfrente de tus ojos. Eso sí que no tiene sentido.

jueves, 16 de septiembre de 2021

CIENTO VEINTICINCO

¿Qué le dirías a un tipo que se cuelga una guitarra y que, a pesar de no demostrar habilidad alguna, insiste y consigue tocar en unos cuantos grupos junto a varios pesos pesados de la música independiente? Chapeau ! ¿Qué le dirías a un tipo que tiene una voz espantosa y que a pesar de eso se anima a cantar y, encima, logra codearse con varios pesos pesados de la música alternativa, tanto en Europa como en los Estados Unidos? Chapeau ! ¿Qué le dirías a un tipo que escribe y compone canciones intelectualmente básicas que te hacen mover la patita y mientras las escuchás se te va dibujando una sonrisa? Chapeau ! ¿Qué le dirías a un tipo muy pero muy fulero que tiene toda la onda? Chapeau ! 

La primera vez que vi una foto de la trucha de este flaco que aparentaba ser un proxeneta chicano de alguna película de los años ´70 fue en el librito del álbum “The Good Son” de los Bad Seeds. En los créditos lo citaban como guitarrista. Sin embargo, no puedo asegurar que haya distinguido sus aportes en ese disco. No fue sino hasta años más tarde que sus infortunadas cualidades musicales me sorprendieron y me desestabilizaron. No logro comprender cómo un tipo con una voz tan horrible, ronca, áspera, logró caerme tan simpático. ¿Será por su entrañable sonrisa? Cuando lo escuché cantar en “Headless Body in Topless Bar” de Die Haut comprendí que sus habilidades como vocalista eran expresivas, aunque muy limitadas. Quizás tan limitadas como sus habilidades como instrumentista. Dicen las malas lenguas que lo echaron de los Cramps por ser poco diestro con la guitarra, por no llegar a cumplir con las expectativas del grupo. Sin eufemismos, porque pensaban que era de madera. La guitarrista líder del grupo asegura que para uno de sus álbumes en el que participó Kid Congo, ella tuvo que hacerse cargo de regrabar todas las partes que él había interpretado porque no servían para nada, porque el tipo no le había puesto ni un poquito de onda al grabarlas. La verdad, no le creo demasiado. Considero que este muchacho, que no puede ni cantar ni tocar la guitarra como Dios manda, debe poseer algún encanto. Debe desplegar alguna que otra herramienta de seducción. Considero que en la música la sangre, el sudor y las lágrimas, combinados con cierto carisma pueden ofrecer sensaciones que desequilibren las bases de los teóricos y compositores más detallistas, más perfeccionistas, más avezados. También las de los instrumentistas más instruidos, más virtuosos, más abnegados. Muchos estudiosos se preguntarán ¿qué diantres le habrán visito a este tipejo falto de toda cultura musical? Les respondo: salve Kid Congo Powers, el cautivador serial. 





miércoles, 15 de septiembre de 2021

CIENTO VEINTICUATRO

Pasaron varios años desde la primera vez que vi la tapa de aquel disco en el que dominaban tintes azules de pinceladas gruesas para delinear la silueta de una sirena. Pasaron varios años hasta que tuve unos mangos disponibles para comprarlo en La Subalterne, en Montréal. Recuerdo haberlo visto infinidad de veces colgado en la pared de una de las disquerías del subsuelo de la galería Bond Street. Recuerdo haberme interesado tanto por el nombre del grupo como para preservar la imagen de esta portada grabada en mi retina. Recuerdo no haber logrado encontrar excusas válidas para pedir escucharlo. Recuerdo haber intentado comprender sin éxito las dos o tres palabras que el disquero anotaba en una microscópica etiquetita con la que intentaba seducir a su clientela. Recuerdo que mencionaba algo sobre Nick Cave, lo que seguramente debería haber garantizado algo. Recuerdo mis ilusiones sobre Australia. Creo que aún las conservo.

Pasaron varios años desde la primera vez que vi la tapa de aquel disco en la que dominaba una ilustración central que se asemejaba a un rostro humano visto de perfil al que parecían haberle arrancado la piel para dejar a la vista solo músculos y tendones faciales sobre un fondo negro pleno. Pasaron varios años hasta que Francis de Atom Heart, gran disquería alternativa de Montréal, me aseguró que podría conseguirme un ejemplar. Recuerdo haberlo visto infinidad de veces en los escasos sitios de internet que ofrecían cierta información sobre su existencia mientras estaba al pedo en el diario PubliMetro. Recuerdo haber anotado con éxito el título de este álbum que me cautivó desde el momento en el que lo descubrí. Recuerdo no haber logrado escuchar ni una sola nota para justificar mi interés. Recuerdo que su veracidad rondaba el campo de lo hipotético y que su tangibilidad fue cuestionada. Recuerdo que se mencionaba algo sobre Rowland S Howard, lo que para mí resultaba una garantía. Recuerdo mis pasiones sobre Australia. Creo que aún las conservo. 

Robert Forster, sutil e ingenioso australiano, cantante, guitarrista, compositor y cofundador de una banda genial que se hacía llamar Go-Betweens, escribió en sus “Diez reglas para el Rock and Roll” que el trío es la forma más pura en la expresión del rock and roll. Es cierto. Hubo más de un trío rockero famoso por su contundencia, con lo justo y necesario para incitarnos a dejar salir al primitivo que todos llevamos dentro. Finalmente, es un estilo musical que justifica su fama en un clamor visceral que provoca, en un pulso tribal que unifica, en una insistencia mántrica que hipnotiza. Resulta interesante que todo esto sirva también para definir a la perfección a otras formas de la expresión musical bastante alejadas de este género, no obstante, igualmente intensas. Sin alejarnos demasiado, en su Australia natal, encontramos dos ejemplos concretos: Dirty Three y Hungry Ghosts. Se trata de dos tríos, en apariencia similares, aunque de naturaleza diferente. En el primero, Warren Ellis, más conocido por ser casi el único que continúa siguiéndole el tren a Nick Cave, parece tan colgado como sus solos de violín, parece que todavía no se dio cuenta de que el resto de los integrantes de los Bad Seeds ya se fueron a la mierda, sigue tocando su instrumento endemoniado en un vórtice de feedback que lo envuelve y lo aísla del mundo. Tiene cierto encanto, obvio. Sin embargo, en el segundo grupo, alejado de la popularidad, abrazando el concepto “obscurity is the new fame” que conocí gracias al artista y escritor irlando-canadiense Andrew Forster, amigo de uno de mis tantos jefes en Montréal, el violín de J.P. Shilo me resulta aún más punzante y desgarrador. Más económico en lo que a decibeles se refiere, los abundantes silencios que acompañan a las melodías resultan más perturbadores que las toneladas de acoples, distorsiones y disonancias que hacen que los vúmetros permanezcan clavados al rojo vivo. Ambos tríos, instrumentales, me transportan, logran hipnotizarme. Sin embargo, como desde muy joven abrazo la máxima “menos es más”, me quedo con la magra e ignota discografía de los Hungry Ghosts y espero que nunca se junten a grabar otro disco. Sería demasiado.


martes, 14 de septiembre de 2021

CIENTO VEINTITRÉS

Durante la infancia, durante la adolescencia, nos vemos forzados a padecer las inquisidoras demandas de cuanto adulto nos rodea. La envidia de aquel al que el tiempo le ha ganado la partida no hace más que revelar una ansiedad devastadora que se traduce en la voluntad de sabotear lo poco de niñez que aún le quede a ese ser en desarrollo al que se suele interrogar sin piedad para luego pisotear sus sueños como a un miserable insecto. La jugada más vil a la que más de uno se ha visto expuesto viene de la mano de un inocente salto temporal que invita a definir qué es lo que ese pibe sin experiencias piensa que va a querer ser cuando sea grande, en qué sitio va a querer trabajar, cómo pretende ganarse la vida... ¿Para qué mierda le sirve a un purrete exponerse a un futuro impreciso, vago, indefinido, cuando en ese momento de su vida seguramente no le interese pensar en lo que le están preguntando ni mucho menos ponerse a planificar a largo plazo? No jodan. No recuerdo qué profesiones pasaron por mi imaginario cuando niño. No recuerdo ninguna afirmación contundente con la que podría haber definido mi camino. Algunos querrían ser bomberos, otros como Martín Karadagian o Mister Moto. Otros seguir el camino de Charly o de León. De Vilas o de Kempes. Yo quería seguir siendo niño y seguir jugando con mis muñequitos de Star Wars, con mis Playmobil o con mis Matchbox. Hoy, la música me subyuga. Sin embargo, debo admitir que de chico la música estaba muy lejos de mis prioridades o de mis intereses. No tocaba ningún instrumento, no me interesaba hacerlo tampoco. Tenía una guitarra criolla arrumbada, llena de polvo y humedad, desvencijada, olvidada sobre un ropero en la casa de mis abuelos. También tuve un par de flautas dulces Melos que pasaron fugazmente, sin pena ni gloria, entre mis manos para luego ser rematadas en alguna venta de artículos usados en la que me deshice de esos objetos que consideraba de una enorme inutilidad. Nunca definí qué quería hacer de mi vida con demasiada firmeza. Sin embargo, desde una tierna edad tuve muy claro que haría lo posible por no trabajar en una oficina. Además, como desde primer grado estuve obligado a vestirme de saco y corbata para ir a la escuela, siempre supe que trataría de evitar cualquier trabajo en el que el código vestimentario exigiera el uso de corbata. Por otro lado, como cualquier pibe con rulos, odiaba peinarme. Te tira, te duele. En resumen, siempre estaba despeinado. Jamás me he vestido a la moda. La ropa de marca me chupa un huevo. Usé jeans gastados y agujereados desde muy chico. Recuerdo cuando iba a la casa de mi amigo Jorge, su mamá, con ternura, me preguntaba si no tenía algún otro pantalón sanito. A lo que le respondía que me gustaban así porque eran fresquitos. Te darás cuenta que ni la prolijidad, ni la etiqueta, ni mi apariencia, han sido mi fuerte.

Conforme pasaban los años y me adentraba en el mundo del coleccionismo discográfico, me sorprendí apreciando las fotos de un tal Thomas Wydler en las portadas de los discos de los Bad Seeds. Un baterista que suele sostener el ritmo, imperturbable, sin que se le escape un solo pelo de su peinado engominado, digno de un oficinista de los años ´50. Siempre trajeado, impecable con su corbata al tono. Prolijísimo. Una imagen diametralmente opuesta a la que anticipaba para mí mismo. También me resulta raro admitir que disfruto de su estilo al ejecutar la percusión. Difícil de creer, lo sé. He confesado en varias oportunidades no tolerar demasiado los arranques de los bateristas ni de los percusionistas. Esta debe ser la excepción que confirma la regla, obvio. No solo disfruto de su estilo cuando toca con los Bad Seeds. También disfruto de su estilo en sus grabaciones con Die Haut, su banda de rock instrumental. Sin embargo, disfruto muchísimo más de cualquiera de sus cuatro discos solistas. Los atesoro celosamente pues considero que incrementan el valor de mi colección de discos, mucho más que otros álbumes de los satélites de Nick el icónico acaparador. Piezas difíciles de ver, opacadas, eclipsadas, por el brillo de la obra de los otros proyectos en los que este suizo de bajo perfil participa. Si pudieras elegir entre distintas obras de su vasta carrera, no te dejes obnubilar por los títulos más difundidos. Osá, animate a lo desconocido. Vas a desear que la historia sea diferente, que de una puta vez los que cantan bajito logren ser escuchados. Vas terminar de comprender lo que querían decir los pibes cuando gritaban desde el fondo del micro de la escuela: “canto que es el mejor, infinito punto rojo”.