sábado, 27 de marzo de 2021

CIENTO TRES

Sin prisa y sin pausa, me fui interesando cada vez más por la música instrumental. Será porque cada vez me costaba más encontrar un cantante que cumpliera ciertos requisitos como para complacer a mis exigentes oídos. Será porque no encontraba uno que igualara, o superara, a los que ya me gustaban y respetaba. Será porque cuando uno va creciendo, o envejeciendo, como prefieras definirlo, se va dando cuenta de que no es necesario agotar la palabra para expresar algo, que hay otras formas de expresión menos claras, más esquivas, menos directas, que demandan un poco más de vuelo para poder disfrutarlas, que ofrecen tantos puntos de vista para valorarlas como personas que decidan dedicarles su atención, finalmente, menos digeridas de antemano y muchas veces más enriquecedoras. Abrir caminos. Ofrecer aquello que ni siquiera va a ser recibido de la misma manera en la que lo imaginamos. Que sorprenda a cada nueva inmersión. A cada nueva escucha. Eso es lo que empezó a interesarme de la música instrumental. Como si no tuviera ningún límite, ninguna atadura. Como si pudiera permitirse explayarse porque no tiene que estar al servicio de una letra, de un poema, de una poesía, acompañando a una voz que le indica el camino. Como si los instrumentos al recuperar la libertad pudieran empezar a buscar otros rumbos, nuevas direcciones, y estuvieran habilitados para sorprender. Hace rato que no me tiento con ningún cantautor nuevo. Es cierto que continúo apreciando a algunos de los que en mi historia personal ya pasaron a ser clásicos, aunque, de tanto en tanto voy perdiendo alguno y no hago mucho esfuerzo por recuperarlo. Pero eso te lo cuento otro día. Hoy quería, evidentemente, referirme a un grupo de música instrumental. Más precisamente de jazz, o algo similar, porque estos tipos son reacios a las clasificaciones. No porque lo hayan dicho expresamente, sino porque es lo que me han hecho sentir al ir escuchando sus discos, los que evolucionan y cambian para sorprenderme y deleitarme como oyente avezado. La primera vez que escuché uno de sus discos fue gracias a Omar o, mejor dicho, gracias a un amigo suyo que le regaló el álbum “Combustication” para su cumpleaños. Como el flaco en cuestión trabajaba en una agencia de publicidad y se autodefinía como “creativo publicitario”, tengo que admitir que entró con la pata izquierda y mi prejuicio – mi desprecio – por esa gentuza con ínfulas de visionario, de iluminado, sabelotodo casi hacen que me pierda la posibilidad de conocer un grupazo. Lo cierto es que unos días después del cumpleaños, cuando ya se me había pasado la mufa, le pedí a Omar que trajera el disco negro con las letritas caladas a uno de nuestros ensayos sabáticos y tengo que admitir que disfruté muchísimo de la propuesta de Medeski Martin & Wood. Tanto que, poquito a poco, fui comprando sus discos. Me faltan algunos. Las rarezas, esos por los que tenés que vender algún órgano, alguna hermana o algo peor. No hace falta, ya tengo suficientes. Además, soy hijo único.



No hay comentarios:

Publicar un comentario