sábado, 25 de octubre de 2025

CIENTO OCHENTA Y DOS

Nunca podré negar que mientras vivía en Montréal me fue imposible resistir a la tentación de buscar propuestas musicales, sonoras, desconocidas para mí. Nunca podré negar que en Montréal exploré, descubrí, visité, recorrí, todas y cada una de las disquerías que existían en la ciudad. Nunca podré negar que en Montréal conocí muchas músicas, muchos géneros, muchos estilos, que no tenía ni idea de que existían. Nunca podré negar que en Montréal los precios de los discos resultaban accesibles para mis ingresos; que los precios de los discos muchas veces resultaban irrisorios, insignificantes, ridículos. Nunca podré negar que en Montréal acumulé muchos discos, montones desfachatados de discos, pilas obscenas de discos. Nunca podré negar que compré al menos uno en cada una de las disquerías de la ciudad, además de los títulos que encontré en las ventes de garage de los fines de semana estivales. Nunca podré negar que todo lo que no se conseguía en las disquerías de Montréal podía encargarlo por correo sin demasiado trámite a cualquier lugar del mundo. Nunca podré negar que me parecen más estimulantes las instancias de búsqueda y de descubrimiento que el momento de la obtención per sé. Nunca podré negar que añoro aquellas épocas en las que ir a una disquería no implicaba forzosamente ir de compras ni regresar a casa con una nueva adquisición discográfica; que añoro esas épocas en las que ir a una disquería significaba encontrarse con gente con la que uno compartía gustos, experiencias, charlas, risas, anécdotas; lo que implicaba un intercambio social y cultural, lo que implicaba un enriquecimiento asegurado. Nunca podré negar que debe haberme agarrado el viejazo, que el paso de los años es evidente, que la sociedad en la que me toca vivir hoy no me parece tan interesante como me lo parecía aquella en la que me tocó crecer, que paulatinamente me he ido desvinculando de las expresiones artísticas que ofrece la tan mentada cultura de masas. Nunca podré negar que la música me brindó la posibilidad de hacer amistades – algunas más duraderas que otras, algunas más interesantes que otras, algunas más auténticas que otras – sin embargo, nadie puede garantizar que en otros ámbitos la cosa no sea semejante. Nunca podré negar que la música me permitió desarrollar habilidades para apreciar la soledad y sus beneficios, sus privilegios. Nunca podré negar que me he ido convirtiendo en un ser marginal. Nunca podré negar que mi experiencia con la música es pura y exclusivamente mía, que por más que intente hacer que otro la valore de la misma manera en la que yo lo hago, es muy posible que no logre el mismo impacto en esa otra persona aunque trate de expresar mi pasión con la máxima precisión y esmero. Nunca podré negar que la experiencia de cada uno de los melómanos, audiófilos, coleccionistas de discos o sonívoros es única e irrepetible, que las elecciones que uno hace cuando se relaciona con los sonidos, con la música, es tan abstracta como inexplicable. Nunca podré negar que las fuentes de interés que me han provocado las ansias de conocer distintas músicas, distintos artistas, han sido de lo más variadas e inverosímiles. Nunca podré negar que las últimas dos semanas en las que viví en Montréal compré, sin demasiada reflexión, todos los discos que pude encontrar de una banda japonesa llamada Mono y de otra alemana llamada Kammerflimmer Kollektief por temor a no poder acceder a ese material de regreso a mi Buenos Aires querido. Nunca podré negar que el primero me gustó pero no tanto y que el segundo me sorprendió a duras penas. Nunca podré negar que a pesar de todo sigo teniendo todos esos discos en mi colección, aunque no los escuche demasiado. Nunca podré negar que decidí no comprar nada más de los japoneses porque no encuentro ninguna diferencia substancial entre cada uno de sus álbumes como para que merezca la pena seguir invirtiendo dinero en ellos – son todos muy parecidos, casi idénticos entre sí, calcaditos, ¿te queda claro? Nunca podré negar que algunos de los álbumes de los alemanes me sorprendieron para bien y que, aunque les seguí la carrera con cierto interés, creo que llegaron a un punto en el que sería bueno que no publicaran más discos porque su propuesta ha empezado a parecerme chata e insulsa, desabrida. Nunca podré negar que es difícil sostener el interés por la música cuando cada vez menos artistas ofrecen una propuesta que me sorprenda, que al menos logre gustarme un poquito – ojo que no pido que me impresione a lo grande. Nunca podré negar que estoy convencido de que la música, de la manera en la que la conocí, de la manera en la que me sedujo, de la manera en la que me acompañó desde mi adolescencia, agoniza, bastante maltrecha y sin muchas posibilidades de subsistencia. Nunca podré negar que creo que las nuevas generaciones serán, en todo sentido, cada vez menos creativas conforme pasen los años. Nunca podré negar que no creo que la cosa mejore. Nunca podré negar que pienso que las expresiones artísticas se encuentran en franca decadencia, desnutridas, faltas de contenido, faltas de sangre, sudor o lágrimas. Nunca podrán negar. Bye bye, baby. Baby caput.

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