viernes, 9 de octubre de 2020

SESENTA Y CUATRO

Otro grande de cuyas garras no he podido escapar es Leonard Cohen. Su voz cavernosa y varonil. Sus gestos sin tiempo ni apuro. Con él, dejan de importar la destreza y la habilidad. Solo importa la canción despojada y sin decoración. O al menos es lo que quise creer cuando escuché el primero de sus álbumes que sonó en mi equipo, “Songs of Love and Hate”. No era lo primero que escuchaba de él: ya tenía una versión de “Avalanche” interpretada por Nick Cave and the Bad Seeds y el álbum “I´m Your Fan - The Songs of Leonard Cohen by...” en el que una gran cantidad de artistas que me gustaban reinterpretaban su música; sin embargo, era la primera vez que escuchaba esas canciones de primera mano, interpretadas por su creador. Pocos instrumentos, muchas sensaciones. Desgarrador.


jueves, 8 de octubre de 2020

SESENTA Y TRES

Ya había escuchado “The Stooges”, “Fun House” y “Raw Power” de los Stooges, en vinilo, gracias a Juan Carlos. “Lust for Life” de Iggy Pop solista, en CD, en la disquería de Charly, también mientras iba a la escuela secundaria. “Fun House” lo compré en el parque Rivadavia, un par de años más tarde. “Lust for Life” lo compré un tiempo después en Musimundo. (Seguro que un poco más barato de lo que pedía Charly, porque la verdad es que aunque la pasaba bien yendo a charlar a esa disquería, no había que tener un sexto sentido para darse cuenta de que el gordo inflaba tanto los precios como se le fue inflando su panza con el correr de los años. Argumentos sobre la dificultad de conseguir el material, la dificultad de encontrar uno en tan buen estado – aunque estuviera bastante maltratado. Argumentos sobre las diversas cotizaciones, del dólar, de la libra esterlina y hasta del yen para intentar vacunarte. Argumentos sin fin para desvalijarte. Lamentablemente, solo algunas de las malas costumbres de muchísimos de estos tipejos que operan en el mundillo de la compra-venta de discos – estos viles sujetos – que a pesar de los años no pasan de moda. Por lo general, se trata de gente infame que opera sobre la necesidad de todo sonívoro, o simplemente de todo fanático de algún grupo de música, de conocer alguna nueva obra, algún nuevo disco, alguna nueva expresión musical que lo ha cautivado.) Me enojé y me fui de tema. Estaba hablando de Iggy Pop e iba a mencionar que revisando los discos que ofrecían en una pequeña disquería sin nombre que estaba a media cuadra de la plaza Flores, en la misma en la que compré varios de los discos de Tom Waits de la primera época a precios más que razonables, también compré “The Idiot”. Apenas lo vi, recordé que Juan Carlos me lo había recomendado. No dudé y me lo llevé. Aunque este álbum lo disfruté solo, extrañando aquellos memorables encuentros musicales en los que intercambiábamos información, anécdotas y nombres de discos que no podíamos dejar de escuchar, mientras sonaba en mi equipo, no podía evitar recordar a Juan Carlos asegurando que este álbum había servido de inspiración a muchos de los grupetes “dark” que apreciábamos. Otro clásico.   



martes, 6 de octubre de 2020

SESENTA Y DOS

Después de haber asistido a un concierto de Peter Hammill en el que tocó solito, con un piano en algunos temas, con una guitarra en otros, en el auditorio del Colegio Misericordia de Belgrano, en 1993, compré “Room Temperature Live”. Excelente punto de partida para recorrer la vasta obra de este coloso. Un año más tarde, se presentó en el mismo auditorio, pero con un grupo 100% rockero. Si con él solo había alcanzado para que terminada despeinado, imaginate lo que fue este show. Algún boludo definía a Divididos como “la aplanadora del rock”. ¡Qué poca calle tenía! ¡Qué poco mundo! Cuando vi a este “monstruo” en escena, supe cuáles eran las condiciones necesarias para definir exactamente a una banda de rock: pasión desgarradora, pasión demoledora, pasión cautivadora, pasión ilimitada... ilimitada pasión. La semana siguiente al show, caminando por la avenida Callao, entré en una pequeña disquería que estaba entre Corrientes y Lavalle – local en el que hoy funciona un maxi-kiosco – y cuando vi “Enter K” y “Patience”, sin dudarlo, los compré. ¡Lo bien que hice! Lamentablemente, en aquella época no contaba con demasiado dinero como para acceder a otros títulos de mi nuevo héroe, sin embargo, años más tarde, mientras vivía en Montréal, pude recuperar el tiempo perdido y completar la colección de sus álbumes. Conseguí todos sus discos solistas y todos los del inmenso Van Der Graaf Generator. Me desquité.

 

SESENTA Y UNO

No recuerdo cómo llegué a conocer a Gallon Drunk, creo que un comentario en la revista Esculpiendo Milagros despertó mi interés. Lo que sí recuerdo es que Leo, un flaco del que me hice amigo en el parque Rivadavia que tocaba la trompeta, instrumento con el que me acompañó en unos cuantos recitales de MUTANTES MELANCÓLICOS, con el que participó en muchísimos de mis temas a lo largo de toda la discografía del grupo, además, compraba discos de jazz en el extranjero para revenderlos y me ofreció traerme algún título que me sedujera, al costo. Una oportunidad para no despreciar. Inmediatamente, pensé en “Tonite...The Singles Bar”, “You, The Night ... and The Music” y “From the Heart of Town” de este grupo británico. Los dos primeros, me los consiguió, nuevitos y en celofán. En el instante en el que vi las imágenes de las portadas supe que este grupo prometía ser genial. Dos collages. En el primero, habían pegado una foto de una chica vestida con malla de leopardo reposando sobre una conga y una alfombra colorada arrugada arriba de una foto deslucida del monte Fuji y unas ramas de árbol de cerezo en flor. Algo que no se ve todos los días. En el segundo, fotos de instrumentos de percusión étnica recortados de alguna enciclopedia barata comprada en alguna tienda de libros de segunda mano se mezclan con fotos de baja definición de estatuillas de arte africano, todas ellas pegadas sobre la imagen de un cocodrilo en la que lo único aterrador es la falta de foco. Felizmente, no solo fui seducido por la gráfica de estos dos álbumes. La música, a pesar de continuar con la línea del rock devastador de garajes à la Birthday Party, proponía un sabor personal, hipnótico y fascinante, que resultaba una patada bien fuerte en las bolas tanto para el amanerado brit-pop como para el putrefacto grunge. Indefinibles, sugestivos, espontáneos y peligrosos: cualidades necesarias para que nunca triunfaran pero para que hayan sido inmensamente respetables a lo largo de su carrera. 



domingo, 13 de septiembre de 2020

SESENTA

No me gustan los discos en vivo. Me molestan los aplausos. Me molestan los interminables solos de batería. Me molesta que se escuchen los coros del público. Generalmente suenan mal y me hacen dudar sobre mis gustos musicales. A veces, cuando escucho una grabación en vivo de un grupo que aprecio, ese álbum me hace sentir que ese artista al que tenía en alta estima cae estrepitosamente en mi valoración y, luego, me lleva mucho tiempo reconciliarme con él. Decidir volver a escuchar nuevamente alguno de sus otros álbumes se me hace difícil y, obviamente, la grabación en vivo la desecho y nunca más vuelvo a escucharla. Es cierto que muchos de esos álbumes duermen en mis repisas para completar mi colección, porque las portadas me parecen lindas, porque el disco contiene alguna canción que no aparece en ningún otro álbum o simplemente porque les guardo cierto cariño. Sin embargo, conservarlos no implica volver a escucharlos.

Con el tiempo, de la mano de mis descubrimientos musicales, me fui dando cuenta de que muchos artistas solo publican grabaciones de sus shows, sobre todo muchos músicos de jazz y de músicas improvisadas. Lo que me hizo comprender que no todas las grabaciones en vivo son prescindibles. 

Hurgando en mi inconsciente, llego a una conclusión: tengo que confesar algo. No es nada grave, sin embargo, temo que haya mentido. Uno de mis discos favoritos, al que he escuchado incansablemente, es “Nighthawks at the Diner” de Tom Waits. Se trata de una grabación en vivo, con muchísimos aplausos.


sábado, 12 de septiembre de 2020

CINCUENTA Y NUEVE

Nunca tuve cable. Miento. Al regresar de Canadá, creo que era el año 2009, cuando pedí la instalación de internet, le pregunté inocentemente al técnico si en un futuro sería muy complicada la instalación de la televisión por cable además del servicio de internet, si esto requeriría un recableado, por ende, hacer más agujeros en las paredes de mi departamento; a lo que el flaco respondió: me das unos pesos y te lo instalo hoy. En resumen, si bien es cierto que alguna vez tuve cable, también es cierto que nunca pagué – al menos no formalmente – por ese servicio. Ya lo he dicho anteriormente: no disfruto demasiado del cine, de las series, de la televisión. A pesar de ello, entre los años 1994 y 1996, miré dos series que produjeron cierta influencia sobre mi música: “Twin Peaks” y “The X Files”, de las que trataba de no perderme ningún episodio. La verdad es que David Lynch ha sabido elegir, para sus distintas películas, músicas y sonidos irremplazables en el contexto de cada una de sus historias. Tanto en la serie “Twin Peaks” como en la película “El fuego camina conmigo”, la banda de sonido no está de relleno. Actúa tanto como cualquiera de los personajes. Narra tanto como cualquiera de los textos del guión. Define el decorado tanto como cualquiera de las tomas fotográficas que nos muestran el escenario. Puedo decir que los discos de “Twin Peaks” me gustan tanto como cualquiera de los capítulos de la serie o la película. Lamentablemente, no me pasa lo mismo con la música de “The X Files”. La serie me gustó y me marcó. Me ayudó a descubrir pequeñas ideas para inventar un mundo de ciencia ficción en el que pudieron existir mis MUTANTES MELANCÓLICOS. Sin embargo, la música, aunque la encuentro simpática, tuvo una mínima influencia en una sola canción. Claro, usé el famoso y recurrente cliché de las bandas de sonido de infinidad de películas de este género: una melodía con pocas notas que se repiten intermitentemente por haber conectado la fuente de sonido a varios procesadores de echo o delay programados con alternativos tiempos de repetición. Una fija para sonar como en el espacio, parece.



viernes, 11 de septiembre de 2020

CINCUENTA Y OCHO

Estimo que la mayoría de los buceadores de las disquerías under de Buenos Aires han debido toparse con la jeta del dueño de una famosa y duradera tienda de discos, al solicitarle alguno de los títulos en exhibición en el afán de escucharlo para confirmar que se trataba de una música que cumplía con los requisitos necesarios y suficientes como para desembolsar la faraónica suma de billetes que uno debía estar dispuesto a dilapidar para obtener ese placer fugaz, efímero y pasajero que significa comprar un disco nuevo. El problema real se desvelaba cuando finalmente uno se decidía por la negativa y se veía en la inconfortable situación de anunciarle al susodicho que el disco que acababa de escuchar no era de su agrado o interés. En ese instante, a este disquero, al que conocí cuando tenía entre catorce o quince años, se le transfiguraba la expresión y se notaba que debajo de esa cara de orto hacía un esfuerzo sobrehumano para ocultar al asesino serial que quería descuartizarte por no haberle comprado el disquito que le habías pedido de escuchar. Algo muy diferente sucedía cuando el disco era de tu interés y le anunciabas, sacando la billetera, que aunque habías tenido que vender un riñón, estabas dispuesto a pagarle esa suma que sacudiría la economía de cualquier humilde coleccionista. Teniendo conocimiento de las cualidades de este tipejo, rara vez le pedía un disco para escuchar. Sin embargo, un día tomé valor, pues en el anaquel relucía un álbum del que había escuchado hablar, o del que había leído algún comentario, y al ver la foto de la portada estaba casi seguro de que se trataba de un grupo que superaría mis expectativas. Solo necesitaba exponer mis oídos a unos pocos segundos de alguna canción para obtener una confirmación completa. Simplemente, porque en aquella época no me sobraba el dinero y comprar un disco que no me gustara representaba una doble frustración: malgastar el dinero en un álbum no fundamental era perder la posibilidad de acceder a otro que, quizás, lo fuera. Así fue que con mi mejor cara de póker le pedí el segundo álbum de Tindersticks, el de la foto en blanco y negro en la que los flacos están en una sastrería esperando para confeccionarse unos trajes a medida, el que dice el nombre del grupo en celeste. Ese día, como muy pocas otras veces, tuve la dicha de poder ver el rostro de este disquero bipolar brillar por el reflejo de las monedas con las que le pagué un disco que nunca me he arrepentido de haber comprado.


jueves, 10 de septiembre de 2020

CINCUENTA Y SIETE

“Songs for Drella” fue uno de los primeros álbumes que compré en CD, en 1990 ó 1991, en un Musimundo chiquito que había en Rivadavia y Acoyte. No tengo mucho para decir de este disco, salvo que nadie debería dejar de escucharlo. A pesar de haberlo reproducido infinidad de veces, creo que la influencia de estas canciones recién se empezó a sentir en mi música a partir de 1994 ó 1995 cuando comencé a trabajar en mi álbum “Ojalá pudiera”. En esa época, después de haber ido a ver en vivo a Peter Hammill en el Auditorio del Colegio Misericordia de Belgrano gracias a la insistencia de Roberto, compré “Room Temperature Live”. Un disco que proponía un sonido despojado, esquelético y aterrador que me hizo recuperar mi interés por aquel álbum de Lou Reed y John Cale. Instrumentos, los justos. Arreglos, los necesarios. Nada de malabares ni demostraciones fanfarronas. Solo lo esencial. Solo el calor de un par de amplificadores para encender la llama de un sinnúmero de emociones. Ambas obras, fundamentales, irremplazables, primordiales. Lo que para vos sirva para calificar aquello que es más que necesario.  

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/ojal-pudiera



miércoles, 9 de septiembre de 2020

CINCUENTA Y SEIS

En algún momento difuso y esquivo de mi pasado y de alguna manera que no recuerdo con claridad, tuve a mi disposición el primer álbum de Garbage. No puedo decir ¡qué banda!, porque creo que presentan severos altos y bajos durante su carrera innecesariamente larga. Muy a pesar de su futuro cansadoramente reiterativo, ese primer disco, el de las plumitas rosaditas, me cautivó. Es cierto, tiene lindas canciones. Es cierto, me interesó que un grupo de música recontra pop pudiera incluir ciertos sonidos no tan obvios en su paleta. Creo que gracias a este disco me animé a procesar las baterías electrónicas de ASUSTADOS UNIDOS con varias modulaciones. Sea phaser, flanger o chorus. Sin embargo, no seguí usando esas ideas durante mucho tiempo. Supongo que no tuvieron lugar en mi forma de componer o directamente me aburrí del sonido gomoso que se logra con esos efectos de modulación y preferí buscar deformidades sónicas desde otros ángulos. Pese a todo, mientras vivía en Montréal, me dejé cautivar por las bondades de Ebay para conseguir discos y recuerdo que en una oportunidad, algún fanático de la primera hora puso en venta todos y cada uno de los simples relacionados con este disco y se los compré, bastante devaluados pues no hubo otros contendientes en la famosa puja que proponía este sitio que he dejado de frecuentar hace ya largo tiempo.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/aauu



martes, 8 de septiembre de 2020

CINCUENTA Y CINCO

Nunca me imaginé que alguna música bailable pudiera seducirme. Para mi, nunca fue una prioridad que la música permitiera mover el esqueleto. Las pistas de baile me aburrían, me aburren y me aburrirán. Alguna vez escuché por ahí: el que toca no baila. Creo que es cierto, sin embargo, en el mismo catálogo en el que había leído un comentario que me llevó a sucumbir ante la magia de Lounge Lizards, leí algo sobre otro artista que me sedujo. Recuerdo que en una época había una disquería de unos muchachos muy simpáticos, en Suipacha y Avenida Santa Fe. Se llamaba Stone Crazy. Traían discos por encargo. Nada demasiado extraordinario, muchos otros disqueros lo hacían. Lo extraordinario era que en un mundo donde la avaricia y la codicia opacan el don de gente, pudieras encontrar unos disqueros con la sonrisa franca y sin dobleces. Duraron poco, pero les compré unos cuantos discos. Entre ellos, los dos de James Chance and the Contortions de los que había leído en aquel catálogo del sello Roir: “Live in New York” y “Soul Exorcism”. Dos increíbles discazos que me iniciaron en el jazz-funk. Aunque a decir verdad, lo más profundo que indagué en este género fue tratar de completar la discografía de este esquivo saxofonista que a veces firma como James Chance y otras como James White. Como si fuera poco, embarra un poco más la cancha cambiando el nombre de su grupo en cada nuevo álbum: “The Contortions”, “The Blacks”, “Flaming Demonics”, “Terminal City”... Por suerte, un tiempo después de haber conseguido estos dos discos, hurgando en el Tower Records de Santa Fe y Riobamba, encontré los cuatro discos en estudio con sus variados alias. Un tesoro que me transporta y hasta me hace soñar con poner una bola de espejos y una máquina de humo rosa en el living de mi casa.