domingo, 20 de diciembre de 2020

NOVENTA

En el mundillo de la música, a lo largo de los años, he establecido entrañables amistades y vínculos duraderos nacidos de una pasión en común, sin embargo, desafortunadamente, también he encontrado mucha gente envidiosa, mal intencionada y de poca monta que entre su mediocre ambición y su ego de cotillón, no deja de intentar hacer trastabillar a cualquiera poniéndole palos en la rueda. Por lo general, usan como arma palabras denigrantes y difamatorias con las que intentan esparcir calumnias y humillaciones. Hay diferentes tipos de estas personas pero todas ellas tienen una cualidad en común: suponen haber superado el estadío en el que estuvieron en algún momento de sus vidas, en tu mismo nivel, a tu lado, y te miran desdeñosamente por sobre sus hombros como si hubieran logrado elevarse, hacerse inalcanzables, intocables o ajenos al mundo terrenal. Como si estuvieran más allá del alcance de los humildes mortales. Imbéciles. Tengo dos anécdotas que ilustran la estupidez de este tipo de gentuza de pacotilla justo en la misma época de mi vida musical, ambas relacionadas con el disco “Sing” de mi grupo NO:ID. No me interesa dar nombres por dos razones. Primero, los he sepultado en el olvido. Segundo, sería darle a pobres individuos, tan muertos de hambre como vos y como yo, demasiado crédito. 

El primer encuentro se dio mientras grabábamos la primera canción del disco, “Dead”. Para un corte que separaba las estrofas, se me antojó grabar un arreglo que se entrelazaba con el bajo y para hacerlo no se me ocurrió mejor idea que llamar a un flaco con el que había tocado muchos años antes. Yo sabía exactamente cómo quería que sonara su instrumento y la melodía que quería que ejecutara. Quería que hubiera un toque de melancolía en esa canción. Con los destellos de un spaghetti western y el humo espeso y brumoso de una taberna sudorosa pasada la medianoche. Cuando le dijimos lo que queríamos que tocara, el muy imbécil nos miró, a cada uno de los presentes en el estudio, y con el máximo de desdén posible a la música que estábamos creando con el grupo, dejó salir de su boca un "yo ahora no toco más así". Sin salir de mi asombro y un perplejo por ese azote sin piedad, recuerdo haberle dicho que tocara lo que quisiera. Para sorpresa de todos, lo único que salía de su instrumento eran pitiditos sin sentido que demostraban que el tipo no tenía ni la más mínima noción de la estética. Esos soniditos seguramente hubieran quedado bien en otro contexto, en algún otro de mis proyectos. Nunca en el primer proyecto en el que intentaba crear canciones de fogón, alejándome de las sonoridades bizarras por un tiempo. Finalmente, Alejandra, la mujer de mi amigo Omar grabó, la melodía con su voz y la canción quedó impecable.

El segundo encuentro tuvo lugar apenas terminada la grabación del disco. Por si hubiera sido poco, este otro tarado no tuvo mejor idea que intentar despreciarme dos veces en la misma tarde. Si hubiera sido violento, le habría llenado la cara de dedos, y el culo de patadas. Sin embargo, me conformé con disfrutar silenciosamente cómo un tipo que se cree superior cae en cuenta, al menos internamente, que su soberbia le hace cometer errores tontos e irreparables. Recuerdo que a los pocos minutos de haber entrado en mi estudio, divisó mi colección de CDs de los Têtes Raides. Claro, en ese momento, no seríamos muchos los que teníamos la discografía completa de estos magníficos franchutes en la ciudad de Buenos Aires. Pero, como suponía que el único con derecho a conocerlos y a disfrutarlos era él solito, no pudo resistir y preguntar con la insistencia de una víbora que se traga un poco de su veneno pero que no puede resistir intentar esparcir otro poco para ver si logra hacer algo de daño. Repitiendo “¿vos tenés esto?, ¿vos conocés esto? ¿a vos te gusta esto?”, no podía soltar mis discos mientras los miraba nerviosamente por delante y por detrás. Finalmente, se calmó, pero al rato, no pudo con su genio e intentó fustigarme atentando contra mi ego. Recientemente habíamos terminado de grabar, mezclar y masterizar el disco “Sing”, el mismo del que estuve hablando hasta ahora. Estábamos todos muy contentos porque el resultado excedía nuestras expectativas, sobre todo sabiendo que lo habíamos grabado con un DAT, una computadora que no supimos aprovechar demasiado, una máquina de ritmos, un sequencer, un par de guitarras con cuerdas oxidadas, algunos pedales y varios instrumentos prestados. Todo muy precario. No teníamos un mango. Nuestro presupuesto se agotó al comprar las cuerdas del bajo. Estaban tan viejas que parecían alambre de púas y era imposible afinarlas, no nos quedaba otra que reemplazarlas. Vuelvo a la anécdota que me compete. Como te dije, mi estudio siempre fue LO-FI. Berreta, pero en serio. Para hacer sonar las pistas de la computadora tenía que hacer unas conexiones que requerían pasar cables por diversos lados y como no disponía de mucho tiempo, decidí hacerle escuchar a este ganso mis canciones con auriculares. ¿Para qué? Como sabía del paupérrimo equipamiento del que disponíamos a la hora de grabarlas, y él acababa de gastarse una buena suma de dinero en un estudio de grabación en el que no había logrado un mejor resultado que nosotros, cargado de envidia y desazón, lo único que pudo balbucear fue la furtiva estocada “la música siempre suena bien con auriculares”. Pobre loser. Seguí participando. Yo sé que no soy un músico famoso, ni un gran guitarrista, ni un aclamado cantante, pero tampoco me interesa serlo. Este pobre tipejo, hace añares busca desaforadamente salir del anonimato y a pesar de sus esfuerzos no es mucho más conocido que cualquiera de nosotros. Ya que tenés plata, comprate una vida. Gil.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/sing




No hay comentarios:

Publicar un comentario