Palabras mayores. Mayores que las palabras que uno pueda imaginar para intentar definirlos. Sin hacer una música con la que traten de diferenciarse, estos tipos terminan haciendo una música única, especial. Sin ser música que uno conoce de antemano, cada vez que suena un disco nuevo de este grupo francés, las canciones resultan familiares. Como si ya las lleváramos adentro desde antes de haberlas escuchado. Como si al escucharlas se despabilara un recuerdo adormecido y nos reencontráramos con un mundo cercano y acogedor. ¿Música que se lleva en los genes? ¡Quién sabe! Lo cierto es que apenas escuché “Les oiseaux” de los Têtes Raides me sentí total y completamente a gusto en el universo que estos pibes proponían. ¿Será que hacía rato que venía escuchando música cantada en francés? ¿Será que las canciones me hipnotizaron? ¿Será que la firmeza de la voz del cantante no me dio lugar a la duda? ¿Será que la instrumentación era sanguínea y pulcra a la vez? ¿Será que lo poco que entendía de las letras me cautivaba? ¿Será que la poesía del arte de tapa me invitaba a soñar con mundos paralelos en los que la tecnología era innecesaria? ¿Será que percibía que había algo más, oculto aunque evidente a la vez? Podría seguir especulando sobre la razón que me hizo caer en las redes de estos muchachos durante días. Pero, en aquel momento, no filosofé demasiado. Conseguí contactarme con su manager – o algo así – le mandé una orden de pago a través del Banco Piano (no te olvides que los e-shops en los que podés usar la tarjeta de crédito o pagar con PayPal aparecieron mucho más tarde) y un mes después me llegaron los siete CDs que el grupo había publicado hasta ese momento. Ese día fui feliz. Hoy, después de haber escuchado la totalidad de sus discos – sí, siguieron publicando y, obvio, los seguí comprando –, después de haberlos visto en vivo dos veces; puedo asegurar que es uno de los pocos grupos cuya música logra dibujar una sonrisa en mis oídos, otra en mis ojos y otra en mi corazón.
domingo, 6 de diciembre de 2020
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