En Montréal, en los primeros tiempos, trabajé para tres agencias que quedaban cerca del boulevard Saint-Laurent: Associés Libres Design, Enigma Communications Inc. y Agence Code. Si no iba a pata al laburo, iba en bicicleta. Lo que me daba tiempo para recorrer y descubrir los más ignotos rincones del Mile End. Tiempo para ver carteles, placas conmemorativas, monumentos y homenajes a antiguos vecinos célebres del barrio que se cruzaban por mi camino. Sabía que uno de mis mayores ídolos musicales había nacido en esta ciudad pero nunca habría imaginado que algún día iba a pasear, a caminar, a andar, a deambular, por las calles del barrio que vio nacer al enorme Leonard Cohen. Enterarme de esta realidad me hizo sentir la necesidad de escuchar su música. Oportunamente, fue la excusa que necesitaba para impulsarme, para decidirme, a comprar los dos álbumes de estudio que me faltaban, a pesar de que las tapas me parecieran repulsivas. “Ten New Songs” y “Dear Heather”, como la mayoría de los discos de este monstruo, no se destacan gracias a la imagen de sus portadas. Sin embargo, como alguna vez dijo mi amigo Nacho, cuando uno no sabe qué escuchar, cuando uno no se decide sobre qué disco poner en el equipo, no queda otra que recurrir a alguno de los de Cohen, ya que su magnífica voz dorada nunca te defraudará.
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