Los videojuegos son una porquería. Te absorben, te aislan del mundo real, te hipnotizan. Crean una ilusión paralela del mundo, sin vida, fría, impersonal, sin esencia, sin consistencia. Intangibles, son como un espejismo. La nada misma. Desde un punto de vista empírico-pragmático, alguno podría afirmar que no existen. A pesar de su inexistencia, logran ponerme nervioso. Los colores de los grafiquitos son estridentes y dañinos para las pupilas. Además, muchas veces los dibujos son feos, horribles, espantosos. ¡Puaj! Son ruidosos y molestos. ¡Ufff! Hay tantas cosas en la pantalla explotando todo el tiempo que es difícil entender lo que pasa. ¡Pim! ¡Pam! ¡Pum! ¡Basta! Nunca me enganché con ese pasatiempo porque me da la impresión de que cuando uno se pone a jugar con estos aparatitos se pierde la noción del tiempo que uno permanece a su merced. Además, es una actividad para perezosos faltos de proyección en el futuro. Parece que el que está jugando está en estado vegetativo, en trance. No entiendo cuál es la gracia de permanecer sentado tanto rato apretando dos ó tres botoncitos, moviendo una manijita, alguna que otra palanquita, siempre en la misma posición, mirando hacia adelante como si te hubieran obligado a usar anteojeras como a los pobres caballos, con un único punto de vista al que se llega a estimar como el único valedero. A veces me pregunto si la gente que se obsesiona por esas cosas llega a apreciar algo del mundo tangible, de la vida real como dicen los pibes. A veces me pregunto si la gente que se obsesiona por esas cosas llega a desarrollar habilidades para relacionarse con otras personas, si llega a percibirse como persona humana. A veces me pregunto si la gente que se obsesiona por esas cosas pierde habilidades sociales, habilidades emocionales, habilidades empáticas, habilidades físicas, habilidades…
Dicen que las matemáticas están en todos lados, que están en todas partes. Aparentemente, Galileo Galilei – considerado como el “padre de la astronomía moderna”, el “padre de la física moderna” y, finalmente, el “padre de la ciencia moderna”, dijo que las matemáticas son el lenguaje en el que Dios ha escrito el Universo. ¡Chau! ¿No será mucho? ¿No será demasiado? A pesar de mi escepticismo montante, hay que admitir que las matemáticas están presentes en nuestra vida cotidiana de maneras muy diferentes. Sirven para resolver estrategias, para elaborar presupuestos, para trazar mediciones para construir edificios, para ir a la verdulería, para abordar las tareas habituales de las profesiones más diversas. También, aunque no lo creas, dicen que son fuente de inspiración para artistas plásticos y para músicos. Sí, leíste bien. Para músicos. ¡Chan, chan! Es sabido que las matemáticas se encuentran en las escalas, en las relaciones entre las notas musicales, en la formación de los acordes, en los patrones, en las figuras rítmicas, en la métrica de los compases, en la melodía, en la armonía, en el rango dinámico del sonido, en la afinación de los instrumentos, en el diseño y la confección de todos los instrumentos musicales… Seguí contando…
Sin embargo, nunca se me hubiera ocurrido que entre tantas posibilidades para definir, para identificar, a un sub-género del rock, expresión contracultural por excelencia, a alguien se le cruzara por la cabeza recurrir al término “math-rock”. Pensar que más de uno de los pibes que tenían banditas en la escuela le escapaban a las matemáticas como al cuco, como a la luz mala, como a la peste bubónica, como al hombre de la bolsa… ¡Juira, che! Existió el “mono matemático”, ahora también existe el “rock matemático”. Loco, loco, loco… ¿Harán música con una calculadora? ¿Con un ábaco? ¿Con reglas, escuadras, transportadores y compases? ¿Con hojas cuadriculadas? Me parece demasiado.
Parafraseando al estimadísimo Negro Fontanarrosa, puedo afirmar que el mundo ha nacido y sique estando equivocado. Hay quienes hacemos música para distendernos, para distraernos. Otros necesitan complicarse la vida priorizando la complejidad rítmica y las estructuras intrincadas, a través de un enfoque técnico de precisión quirúrgica milimétricamente rigurosa, en lugar de aprovechar la expresividad de la espontaneidad humana. 01000101 01111000 01110000 01110010 01100101 01110011 01101001 01110110 01101001 01100100 01100001 01100100 00100000 01110001 01110101 01100101 00100000 01101101 01100101 00100000 01110000 01100101 01110010 01101101 01101001 01110100 01100101 00101100 00100000 01110011 01101001 00100000 01110011 01100101 00100000 01101101 01100101 00100000 01100001 01101110 01110100 01101111 01101010 01100001 00101100 00100000 01100101 01110011 01100011 01110010 01101001 01100010 01101001 01110010 00100000 01101100 01100001 00100000 01110011 01101001 01100111 01110101 01101001 01100101 01101110 01110100 01100101 00100000 01100110 01110010 01100001 01110011 01100101 00100000 01100100 01100101 00100000 01101101 01101001 00100000 01110100 01100101 01111000 01110100 01101111 00100000 01100100 01100101 00100000 01110101 01101110 01100001 00100000 01101101 01100001 01101110 01100101 01110010 01100001 00100000 01100100 01101001 01100110 01100101 01110010 01100101 01101110 01110100 01100101 00100000 01100001 00100000 01101100 01100001 00100000 01110000 01100001 01100011 01110100 01100001 01100100 01100001 00100000 01110000 01101111 01110010 00100000 01101100 01101111 01110011 00100000 01110101 01110011 01110101 01100001 01110010 01101001 01101111 01110011 00100000 01100100 01100101 00100000 01101100 01100001 00100000 01101100 01100101 01101110 01100111 01110101 01100001 00100000 01100011 01100001 01110011 01110100 01100101 01101100 01101100 01100001 01101110 01100001 00100000 01100001 00100000 01101100 01101111 01110011 00100000 01110001 01110101 01100101 00100000 01101101 01100101 00100000 01100100 01101001 01110010 01101001 01101010 01101111 00100000 01110000 01100001 01110010 01100001 00100000 01110001 01110101 01100101 00100000 01101100 01100101 01110011 00100000 01110011 01100101 01100001 00100000 01110100 01101111 01110100 01100001 01101100 01101101 01100101 01101110 01110100 01100101 00100000 01100001 01101010 01100101 01101110 01100001 00100000 01100101 00100000 01101001 01101110 01100011 01101111 01101101 01110000 01110010 01100101 01101110 01110011 01101001 01100010 01101100 01100101 00100000 01111001 00100000 01110001 01110101 01100101 00100000 01100001 00100000 01110000 01100101 01110011 01100001 01110010 00100000 01100100 01100101 00100000 01100101 01101100 01101100 01101111 00100000 01101100 01101111 01100111 01110010 01100101 00100000 01100001 01110010 01110010 01100001 01101110 01100011 01100001 01110010 01101100 01100101 01110011 00100000 01110101 01101110 01100001 00100000 01110011 01101111 01101110 01110010 01101001 01110011 01100001 00101110. ¡Basta! Se complican la vida haciendo esa música. Paren de sufrir, muchachos.
Una tarde, mientras revolvía las bateas en L’Oblique, escuché a un cliente hablando fervientemente con Luc, el propietario de una de las más lindas disquerías de Montréal, sobre unos discos que se había comprado en un viaje al país del sol naciente, versiones japonesas evidentemente. ¡Sep! Se trataba de un murmullo franco-canadiense del que para esa época ya me había apropiado y al que comprendía a la perfección. Blablá, blablá, blablá, blablá… Con actitud lejana, indiferente, distante, seguía en mi búsqueda desinteresada. Los escuchaba sin prestarles demasiada atención. Como quien escucha el viento soplar durante una tarde invernal de tormenta tomando un té sentado al lado de una ventana empañada mirando los copos de nieve caer sin rumbo fijo para luego depositarse suavemente sobre el espeso manto blanco que cubre las calles de una ciudad que le es ajena, que se transforma, que se torna irreconocible. Sin embargo, en el instante en el que comentaron algo sobre la música del grupo, instrumental, cercana al post-rock, paré la oreja y tomé nota: Atlas, Battles, Mirrored, Tonto. Título de un single, nombre de la banda, título de un álbum, título de otro single. Hasta ese momento aquella era una banda desconocida para mí. ¡Yes! Tampoco tenían mucha historia que digamos, seamos honestos: un álbum, un par de singles de los que me había enterado haciendo un poquito de espionaje musical, un par de singles más que descubrí unos días más tarde cuando me propuse conocer definitivamente a este tan alardeado fenómeno naciente de la música independiente yanqui buscando más información en internet sin necesidad de recurrir a los servicios de ningún tipo de hacker.
Caí como un chorlito. Música interesante, peligrosamente cercana a la banda de sonido de un dibujito animado o, lo que sería peor, a la banda de sonido de un videojuego. ¡Nooooo! Algunas voces que parecen interpretadas a dúo por las ardillitas Chip ’n Dale de las películas del Pato Donald creadas por Walt Disney, allá por el año 1943, planean sobre una instrumentación grandilocuente y ostentosa. El resultado, una propuesta bastante personal y diferente a la de otros artistas asociados con este género de música instrumental. ¡Atención! La discografía de estos tipos no es demasiado amplia. Hasta los mismos miembros del grupo se deben haber dado cuenta de que se trata de una propuesta musical que puede resultar empalagosa. Por lo tanto, debe ser consumida con moderación.
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