viernes, 26 de febrero de 2021

NOVENTA Y SIETE

En la época en la que tocaba con mi grupo NO:ID. empecé a tener un conflicto de intereses. Si bien me quedaba claro que con el grupo nos dedicábamos a hacer canciones, cada vez me interesaban más los arreglos instrumentales que iba tímidamente descubriendo en el jazz, en el post-rock o en las bandas de sonido. Además, me empezaba a costar encontrar cantantes o cantautores que lograran llamar un poquito mi atención. No pedía que alcanzaran, ni mucho menos que sobrepasaran, las mañas que me cautivaban de vocalistas del calibre de Peter Hammill, Tom Waits, Nick Cave, Ian McCulloch, Iggy Pop, Stuart A. Staples o de algún otro que seguramente dejó afuera. Simplemente pedía que me conmovieran un poquito, que me mostraran algo que fuera mínimamente diferente, que me devolvieran el interés por la canción. Fue en ese contexto que me hicieron escuchar “Gorgeous George” de Edwyn Collins. Debo admitir que en ese momento me sorprendió. Tenía lindas canciones, algunas memorables. Pero lo que más me gustó fue que a pesar de haber podido elegir pulir, cuidar y emprolijar el sonido del álbum, para hacerlo más comerciable, el flaco había optado por un sonido medio berreta, en apariencia descuidado. Todo cerraba de maravillas, para mi gusto, claro. Años más tarde, en Montréal, conseguí algunos otros discos de este tipo. No estaban mal, pero lamentablemente, sentí que había puesto su “llama creativa” en piloto. 



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