jueves, 9 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y CINCO

Un antiguo jefe de mi vieja, que había sido marino y había viajado durante largo tiempo de acá para allá recorriendo el mundo y viviendo lejos de su hogar en la vasta provincia de Buenos Aires, cuando se enteró de que había decidido mudarme a Montréal, me dio un consejo que aún hoy, casi veinte años más tarde, resuena en mi cabeza y lo considero uno de los mejores que recibí al tomar esa decisión. Evidentemente, sabiendo de lo que hablaba luego de muchos años de reflexión, me dijo: “Gustavo, cuando estés en el extranjero, evitá las reuniones de mate y dulce de leche”. Creo haber comprendido hacia dónde iban sus palabras y, en Montréal, cuna de uno de los grupos más emblemáticos del post-rock, no pude hacer otra cosa que dedicarme a explorar un género que había empezado a degustar tímidamente unos cuantos años antes de mi viaje cuando compré de un plumazo todos los discos de Tortoise que encontré en uno de los Tower Records de la ciudad de Buenos Aires. Ya sabrás que me refiero a los muchachos de Godspeed You Black Emperor!, con cada una de las variantes con las que suelen denominar a su grupo. Con el tiempo, fui comprando muchos de sus CDs. Sin embargo, no fue gracias a esta banda que comencé a engrosar mi colección con álbumes del sello Constellation.

Creo que ya te había contado que Francis y Raymond, los muchachos de la disquería Atom Heart, ofrecen un sistema de puntos. Cuando comprás, el 10% del monto de tu factura se transforma en un cupón. Cuando acumulás suficientes cupones con suficientes puntos que sumen el precio sin impuestos de un disco de tu agrado, te lo llevás sin más trámite que entregarles los cuponcitos. De esta manera obtuve el primer CD del sello montréalais que ingresó en mi colección. Al tenerlo en mis manos, no pude sentir más que admiración. El empaque era impecable. Era impecable desde la bolsita que es reutilizable. Pasando por la etiquetita que anuncia tanto el nombre del grupo como el título del álbum. Hasta que al abrirlo, te das cuenta de que la elección de los materiales está perfectamente cuidada. La impresión, las tintas, el sobrecito interno que contiene al disco. Todo. ¡Así da gusto comprar un disco! Como si no fuera suficiente, supe de buena fuente que todos los CDs y vinilos de este sello están empacados a mano. No tengo más que agradecer a estos dos amigos a pesar de las distancias, también melómanos y de exquisito gusto, por haberme recomendado comenzar mi colección de post-rock con “Winter Hymn Country Hymn Secret Hymn”, el que era en ese entonces el último álbum de unos pibes de Toronto que se hacen llamar Do Make Say Think. Es cierto, no eran vecinos del barrio en el que hacía poco tiempo me había instalado. Sin embargo, al momento de elegir un álbum de un grupo canadiense, publicado por un sello canadiense, vendido por una tienda de discos canadiense, comprendí que no había vuelta atrás y que sin prisa y sin pausa había comenzado a insertarme en la sociedad del país que me había recibido. Lo único que me faltaba era visitar una “Cabane à sucre”, degustar una “Poutine” y “Aller aux pommes” pues “Jésus de Montréal” ya la había visto.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y CUATRO

Pocos artistas nacen con todas las herramientas necesarias para producir un lenguaje musical rico, distintivo y cautivante. Habitualmente, todo lenguaje se nutre con el paso del tiempo, se construye gracias a la experiencia, a los aprendizajes, a los errores; se pule gracias a las vivencias, a las interrelaciones con el medio que nos rodea, a la observación. 

La primera vez que compré un disco de este muchacho, oriundo de Brest, Francia, no lo hice por su propio mérito. Honestamente, no tenía ni puta idea de quién era. Me enteré de que los Têtes Raides habían colaborado con él en su más reciente álbum de aquella época – “L’absente” – y se lo encargué inmediatamente a Damián de Oíd Mortales. Me llegó casi recién salidito del horno. Unos meses más tarde, fui al cine en las salas del Village Recoleta y, mientras miraba la película, reconocí el estilo, la impronta, de la música de este pibe en la banda de sonido. Al salir, leí los créditos en el póster para confirmar que mi oreja no me había fallado. Allí estaba su nombre: Yann Tiersen. Un par de años más tarde cuando me fui a vivir a Montréal, rastreé sus álbumes y los fui consiguiendo uno a uno. Linda música componía este tipo, de esas que te movilizan alguna fibra íntima. Algo que muy pocos compositores logran. Debo admitir que casi que se me escapa un lagrimón cada vez que vuelvo a escuchar sus discos. Mientras vivía en Canadá, conseguí todos sus álbumes, hasta la banda de sonido de la película “Tabarly”, que la tuve que encargar por correo porque solamente fue publicada en su país natal. Un par de años más tarde, cambió de compañía discográfica y algo se alteró. Ninguno de los álbumes publicados a través de su nuevo sello británico logró sorprenderme ni renovar mi interés. Sigo comprando sus discos por inercia, por devoción o por estupidez.

Quizás, para este flaco, lo mismo que lo catapultó a la fama fue lo que lo sepultó de por vida. Participar en la banda de sonido de la película “Le fabuleux destin d’Amélie Poulain” del director francés Jean-Pierre Jeunet fue tanto una bendición como una maldición. La película fue un éxito, la música no podía pasar desapercibida. Sin embargo, una música tan íntima, casi artesanal, creada a partir del lamento melancólico del fuelle del acordeón, del filoso aullido de las cuerdas del violín – acariciadas para oírlas sufrir, de los penetrantes tintineos de las teclitas de un piano de juguete en los que se perciben reverberancias de plástico barato, metal oxidado, madera sintética y cola vinílica; una música que desgarra desde las vísceras hasta el alma – perteneciente al mundo de lo interno, de lo profundo, de lo personal. Al exhibirla de una manera tan exuberante en el mundo de la alfombra roja – relacionado con lo externo, con lo superficial, con lo aparente – han obligado a este compositor a cargar con un pesado lastre del que veinte años más tarde debe continuar lamentándose cuando llega el momento de los bises en sus conciertos y el público enajenado le exige a coro “La valse d’Amélie.” Contrariamente a lo que el vulgo se imagina, muchas expresiones artísticas pierden paulatinamente el encanto para sus creadores conforme la popularidad de la obra se acrecienta. Lo que quizás justifique que este tipo haya salido corriendo para buscar otra forma de hacer música. Lamentablemente, en el proceso creativo ha perdido esa voz que lo hacía tan particular, tratando de encontrar una nueva piel, una cáscara con la que cubrirse y ocultarse, para reencontrarse consigo mismo.

A veces me pregunto si pretender que un artista que te gusta te sorprenda con cada nuevo álbum que publica no es una pelotudez. Pero rápidamente recuerdo la guita que invierto en la compra de discos y me siento con absoluto derecho a pedir, a exigir, que el material valga la pena; a reclamar, a patalear, cuando uno se siente defraudado, engañado en su confianza, estafado por la industria de la música.

martes, 7 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y TRES

En épocas de vacas flacas, conocí muchos nombres de artistas que me llamaban la atención, otros que me recomendaban, unos cuantos con los que me cruzaba por ahí cuando visitaba las tiendas de discos. En suma, eran muchísimos más los artistas de los que tenía que privarme la compra de discos que aquellos a los que accedía a escuchar e incluir en mi colección. Acumulaba largas listas con nombres de álbumes o canciones, nombres de grupos o solistas, nombres de sellos o compañías discográficas, nombres de estilos o géneros musicales, con la esperanza, con la ilusión, de que algún día pudiera encontrar, conseguir, alguno de esos álbumes a un precio que me permitiera confirmar que la espera había valido realmente la pena. Debo admitir que el final no siempre fue feliz, que muchos de esos artistas se quedaron en la promesa, que la música que ofrecían no había resistido al paso de los años y que habría sido mejor quedarse con la ilusión. Afortunadamente, con otros el deleite fue tan inmenso que me atrevo a decir que sirvió para compensar las desilusiones, el trago amargo al reconocer las expectativas como vanas e inútiles. No todo lo que brilla es oro. No todos los discos, no todos los artistas, que te recomiendan valen la pena ser escuchados. No todos los discos que ofrecen las tiendas valen la pena ser comprados para hacerles un lugarcito en nuestra colección, para atesorarlos. No toda la música que ha sido grabada vale la pena. Mucha de esa música solo sirve para ilustrar cómo se puede perder el tiempo en un estudio de grabación al registrar sonidos reiterados, imitados, hasta el hartazgo. Sonidos que no proponen nuevas ideas, nuevas sensaciones, nuevas combinaciones, nuevos rumbos. Sonidos a los que les digo basta, les digo que es suficiente, que me cansaron, que me resultan aburridos, sin vida. Hace muchos años, el cantante de un grupo con el que solíamos hacer recitales me preguntó a qué artista imitaba para concebir mi música. Me descolocó. No podía creer su pensamiento. Me parece inútil andar ofreciendo música afanada sin un toque personal. Si bien es cierto que las influencias son necesarias, imprescindibles, para definir el rumbo que se comenzará a transitar, también es cierto que cuando se escucha mucha música las referencias se vuelven difusas, se entrelazan, se entremezclan, se enriquecen. Por otro lado se espera que los distintos grupos que ofrecen músicas que encasillamos en el mismo género, en el mismo estilo, tengan algo diferente, algo singular, para ofrecer que justifique su existencia. 

Conocí al trip-hop gracias a Portishead. Grupo que me impactó por su profunda melancolía y su cadencia eterna. Luego, conseguí algo de Massive Attack, cuya condescendencia a la hora de producir hits tan memorables como cuestionables al navegar por aguas un tanto turbias me pareció digna de admiración. Más tarde, pude escuchar a Tricky, el chico malo. Feo, feísimo, mezcla de asesino serial, violador, pedófilo, proxeneta, dealer, mafioso, o simplemente sociópata. Tan pero tan feo que un día en el que lo vi tomando un café, por la tarde, en una terraza en las calles de París, a plena luz del día, salí corriendo cuando me devolvió la mirada. Una mirada penetrante, de esas que meten miedo, que te dice: me reconociste, pero no te atrevas ni a acercarte ni a dirigirme la palabra o sos boleta. Su música me había causado un efecto similar, casi salgo corriendo, espantado. Entre esquiva y desagradable, con cierto gustito amargo, autodestructivo, que llamaba la atención, a pesar de todo, como para intentar dedicarle un tiempito y enriquecer mis oídos con sus ritmos fracturados, sus voces quebradas, roncas, de noctámbulo crónico que parece no dormir desde que nació. Desafortunadamente, muy a pesar de las recomendaciones de mi amigo Cristian no logré escuchar ni a Laika ni a Moonshake sino hasta varios más tarde. En Montréal, en menos de una semana de hurgar en varias de las disquerías que frecuentaba, en la de Sainte-Catherine est que conocí el día que llegué a la ciudad, en La Subalterne que quedaba a pocas cuadras del departamento donde vivía, en L’échange que me sorprendía cada vez que la visitaba, en la de la esquina de Mont-Royal Est y Saint-Hubert que desapareció sin dejar rastros, en L’oblique que me dio tantas alegrías, en Cheap Thrills en la que a medida que subía las escaleras, el machimbre vencido por la humedad, los años o las polillas, exhalaba el hedor de la decadencia. Cada vez que visitaba esta tienda pensaba que podría ser la última. No me habría extrañado que un día esa casa vieja se derrumbara o que sus cimientos terminaran por hundirse definitivamente. En todas ellas conseguí algún disco sea de Laika, sea de Moonshake, que como sabrás tienen un pasado común, una historia que los emparienta. Sin embargo, el abordaje estético de cada uno de ellos ofrece tintes que los alejan al punto de parecer aguas turbulentas y aceite en ebullición. Ninguno de los dos grupos detenta una basta discografía. Algunos LPs, algunos EPs, algunos singles. Me impactaron, me sorprendieron tanto que no pude resistirme a rastrear todos y cada uno de los CDs que me faltaban por internet. En poco tiempo, había conseguido todos los discos disponibles de estas dos bandas que supieron abusar del sampler y de los loops para crear una música basada en el plagio creativo, en el afano honesto, en la toma de referencias para la deformación, en la influencia sin recurrir a la imitación, al calco. En síntesis, dos bandas que supieron como ninguna crear, cada una de ellas a su manera, su sonido, totalmente nuevo y reconocible – uno femenino y sensual, el otro masculino y desbocado – tomando prestados elementos sonoros de las más diversas fuentes para manipularlos y apropiárselos logrando reinventar un género para el que se suponía que otros pesos pesados ya habían sentado las bases, ya habían creado la receta. Un chispazo, un fogonazo. Sangre nueva que enriquece a este género musical con el que lamentablemente cada uno de sus exponente más interesantes sólo han sabido deleitarnos publicando un puñado de LPs, algunos EPs y unos cuantos singles. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, decía una profesora de historia de mi escuela secundaria a la que seguramente le molestaba leer las interminables tareas mal escritas de sus estudiantes. Lo transpolo al mundo de la música en el que algunos artistas no hacen más que acrecentar, abultar – innecesariamente – su carrera discográfica sumando grabaciones en las que no dejan de repetir, de imitar a otros músicos. No dejan de repetirse ofreciendo una y otra vez la misma canción con distinto título. Valoro la honestidad de grupos como Laika, Moonshake o Portishead que quizás sintieron que no tenían nada nuevo para ofrecer y prefirieron guardarse antes que continuar refritando ideas de antaño hasta el infinito. 

lunes, 6 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y DOS

Trío. ¿Power? No. ¿Enigmático? Parece. Mares del sur. Australianos. Again. Algunos. British. Otro. Expatriados. Continente viejo. Berlin. Alemania. Encore. Europa del este. República Checa. Cambio de rumbo. Apertura. Libertad. Mundo. Relacionados. Genealogía. Emparentados. Familiar. Pariente cercano. Hermano. Entramado. Ramificaciones. Lazos. Sangre. Entrelazados. Camaradería. Amistad. Espíritu de verdad. Semilla de maldad. Crimen en la ciudad. Solución o fatalidad. 

Caída libre. Sonido clásico. Sonido inesperado. Atractivo. Sombrío. Fatídico. Sanguíneo. Con pulso. Latido. Difuso. Anonimato. Desinformación. Conocer. Desconocido. Difícil de rastrear. Sin huellas. Sin pistas. Descubrimiento. Casualidad. Océano reseco. Evaporado. Viento en popa. A buen puerto. Playa. Grietas. Arena en bloques. Fotografía. Encallado. Cautivo. Cautivante. Cautivador. Imagen. Ilustración. Hiperrealismo. Persuasión. Compra. Sello. Internet. Correo. Espera. Paquete. Montréal. Sorpresa. Júbilo. Difícil. Único. Real. ¡Momento! Paren las rotativas. Érase una vez. Ojo. No pestañees. No mires. ¿Atrás? Tiempo al tiempo.

domingo, 5 de diciembre de 2021

CIENTO TREINTA Y UNO

¿Qué tienen en común los siguientes álbumes y artistas: “Danger in the Past” de Robert Forster, “Second Revelator” de Hugo Race / The True Spirit, “The Blink of an Eye” de Once Upon a Time, “The Honeymoon is Over” de The Cruel Sea, “Honeymoon in Red” de Lydia Lunch, “The World’s a Girl”, “Dirty Pearl”, “The Next Man That I See”, “Do That Thing” y “Sex O’Clock” de Anita Lane, “Music to Remember Him by” de Congo Norvell, “The Thing About Women” y “Trouble” de Brian Henry Hooper, “Stories From the City, Stories From the Sea”, “Is This Desire?” y “Let England Shake” de PJ Harvey, “Headless Body in Topless Bar” de Die Haut, “Nothing Broken” Conway Savage, “Far Be It From Me” de Tex Perkins, “Teenage Snuff Film” y “Pop Crimes” de Rowland S. Howard, “You Can’t Hide From Your Yesterdays” de The Nearly Brothers, “Invisible You” de J.P. Shilo, “Kick the Drugs” de The Wallbangers, “We Are Only Riders”, “The Journey is Long” y “Axels & Sockets” de The Jeffrey Lee Pierce Sessions Project, y tantos otros que aún no he incluido en mi colección? ¿Qué tienen en común los siguientes proyectos musicales: Crime & the City Solution, Nick Cave & the Bad Seeds, The Birthday Party, The Boys Next Door, The Ministry of Wolves? Que de alguna forma, sea como instrumentista o cantante, sea como arreglador o compositor, sea como productor, sea por su mera presencia, Mick Harvey metió mano y colaboró con estos músicos y artistas, grupos o solistas, para enaltecer el espíritu de sus canciones a la hora de grabarlas y plasmar su obra en una producción discográfica.

¿Qué diferencias hay entre un compositor y un arreglador? Mejor preguntale a Mr. Harvey, el responsable de la composición y de los arreglos de gran cantidad de las canciones del repertorio de los estimados Nick Cave o Simon Bonney, además de multiinstrumentista comodín que se ha sabido adaptar a todas y cada una de las necesidades de los Bad Seeds, de Crime & the City Solution y mismo los Birthday Party, ocupándose de las guitarras, los bajos, los pianos, los órganos, las baterías y andá a saber de cuántos instrumentos más con tal de que los grupos no se quedaran rengos y permanecieran en la ruta. Un capo. De esos de los que hay pocos ejemplares.

¿Cuál es realmente la ardua tarea de un productor de discos de rock? Me imagino que debe haber unas cuántas respuestas posibles. Para empezar, yo diría que elige desde el estudio donde se va a grabar un álbum hasta los instrumentos que se van a usar, las cuerdas, los amplificadores, los efectos. Elige desde los temas que se van a grabar hasta los arreglos que le hacen más justicia a una linda canción para transformarla en una canción memorable. Trata de hacer que todo suene menos caótico que en la sala de ensayo, aunque sin perder cierta frescura. Para la oreja para afinar los instrumentos. Lima asperezas. Está en los detalles en los que los músicos no logran concentrarse porque la resaca de la borrachera o de las substancias no los deja comprender que no deben basar su carrera solo en su carisma. Seguramente, muchas otras veces debe esconder las botellas de las bebidas alcohólicas para mantener a los miembros de la banda lo suficientemente sobrios para que lleguen a terminar la sesión de grabación. Al final, parece que es un tipo al que le interesa más la música que la fama, que la joda que generalmente se asocia al mundo de la música. En síntesis, todo lo que delinea y justifica a la perfección el perfil del señor Mick Harvey. Un laburante del ocio ajeno. 

Como si fuera poco, este talentoso músico encontró tiempo para componer una gran cantidad de bandas de sonido altamente disfrutables y recomendables, a veces solo, otras en coautoría con algunos de sus usuales colegas: “Ghosts ...of the Civil Dead”, “Alta Marea & Vaterland”, “To Have and to Hold”, “And the Ass Saw the Angel”, “Australian Rules”, “Motion Picture Music ’94-’05”, “Waves Of Anzac / The Journey” y seguramente otras de las que no he conseguido todavía el disco compacto.

Evidentemente no le gusta desperdiciar su tiempo y nos ha ofrecido a lo largo de los años unos cuántos álbumes solistas de canciones interpretadas por él mismo. Algunas de su autoría, otras de gente con la que ha laburado en sus diferentes proyectos, otras que debe haber elegido de entre sus influencias. “One Man’s Treasure”, “Two Of Diamonds”, “Four (Acts Of Love)”, los cuatro volúmenes de versiones en inglés de las canciones de Serge Gainsbourg y el imperdible “Sketches From The Book of the Dead”. Un laburante que ha recorrido un largo camino, que ha servido de apoyo a más de uno que de no haber sido por Mick, no podría sostener una carrera tan sólida.

Entre nos, compro discos en los que participa Mick Harvey desde mis quince años, desde el año 1987, desde hace rato. Los he comprado por todos lados y de las más diversas maneras. La única constante es mi satisfacción al escucharlos. Conseguite alguno, disfrutalo y salí a buscar otro... 

miércoles, 27 de octubre de 2021

CIENTO TREINTA

Estéticamente, nada tienen que ver estos dos autores que me vinieron a la memoria al tratar de reconstruir mis pasos en el descubrimiento de melodías, sonidos o, simplemente, ruidos grabados y comercializados en algún formato, sea disco compacto, sea vinilo, sea casete. Uno pareciera ser condescendiente, presto a ofrecerte una caricia. El otro, descortés, presto a sacudirte de una bofetada. Tampoco los une su lugar de origen. Uno es australiano. El otro, francés. Uno publicó unos pocos discos solistas y se dedicó a acompañar con su voz angelical y su piano celestial a otro cantautor australiano que ya he mencionado hasta el hartazgo. El otro publicó gran cantidad de discos solistas pero también hizo carrera logrando que las más bellas mujeres de su época tomaran el micrófono para interpretar canciones de su autoría, las que ensayaban en la intimidad de su lecho, seguramente a media luz, ligeras de ropa, trasnochando. Uno ofrece canciones simples, directas, sin meandros. El otro, juega con el lenguaje, la fonética, la semántica; se anima a combinar palabras, términos, en diferentes idiomas, en diferentes lenguas, onomatopeyas, simples sílabas, a veces sonidos producidos por el aparato fonatorio que no necesariamente entran en ninguna de estas categorías gramaticales, todo para crear su propio universo de sentido. Formalmente, nada tienen que ver estos dos objetos que me vinieron a la memoria. Uno es un CD. El otro, un libro. Lo único que tienen en común es que los compré en la misma tienda. Mi queridísima Librairie L´Échange, sobre la rue Mont-Royal Est, donde conseguí una enorme cantidad de discos que aún hoy sigo disfrutando. Siempre me quedaba de paso. Cuando laburaba en Associés libres Design o en Agence code, cuando iba al supermercado L´inter marché, cuando iba a la panadería La première moisson, cuando salía a pasear en bicicleta o a pie. Los empleados ya me conocían de memoria. Si no era por todos los discos que les pedía escuchar antes de pelar la billetera, era porque me veían a cualquier hora del día. Además, tenían un horario amplio y sept-jours-sur-sept. Siempre que pasaba por la puerta, estaba abierta y me invitaba a pasar. No estoy seguro de que supieran con certeza qué material ofrecían. Creo que cuando compré el disco de Conway Savage, la chica de la caja debe haber pensado: “al fin nos sacamos esto de encima, tenía que estar casi regalado para que alguien se interesara en llevarlo.” Sí, es cierto, lo pagué muy barato: “$ 8.00 CAD”, dice la etiquetita del precio que está pegada en la cajita del disco. Una verdadera ganga. Sin embargo, si hubiera estado marcado doce ó catorce, como la mayoría de los álbumes, también lo habría comprado. Hoy, este mismo disco cotiza entre veinticinco y cincuenta dólares en Discogs. ¡Toda una inversión! Al fin puedo asegurar que la música me ha dado un poco de dinero. Con el libro de Gainsbourg, fue un poco diferente. La misma cajera, que habitualmente me sonreía, frunció el ceño y masculló un “tabarnak” que mi fino oído delicado, entrenado, no pudo dejar pasar. Resulta que la piba hacía rato que estaba esperando que apareciera en la tienda un ejemplar de la única novela que escribió el estimadísimo Serge. Sin preverlo, yo le había ganado de mano al manotear de la estantería la única copia de “Evguénie Sokolov” que tenían en stock. Tant pis, à la prochaine !


martes, 26 de octubre de 2021

CIENTO VEINTINUEVE

Australia... el mar que rodea a esa inmensa isla, las grandes olas, el surf. Australia... una fauna salvaje más que extraña: el koala, el canguro, el ualabí, el dingo, el ornitorrinco. Australia... Cocodrilo Dundee, Steve el cazador de cocodrilos – que en paz descanse. Australia... Nick Cave, cantautor de culto adorado hasta el hartazgo. Australia... cuna de algunos otros artistas de la música pop tan geniales como desconocidos para el vulgo. 

En la escuela secundaria, leí para la clase de inglés la novela post-apocalíptica “The Day of the Triffids”, del escritor británico de ciencia ficción John Wyndham. Casi una premonición. Años más tarde, no solo continué interesándome por este género literario sino que, además, comprendí que el título de esta obra había servido de inspiración para que los muchachos de una bandita originaria de la ciudad australiana de Perth dieran nombre a su proyecto musical. Para mi sorpresa, se dice que otra bandita australiana, esta vez oriunda de la ciudad de Brisbane también tomó su nombre de una obra literaria, aunque de otro novelista británico, claro. No he leído “The Go-Between”, no he leído ninguna obra de L. P. Hartley. Sin embargo, la perspicacia que adivino en ambos cantautores del grupo en cuestión me lleva a confiar en que se trata de una lectura pendiente para mi cultura general. Resulta muy interesante descubrir que unos pibes que comenzaron su carrera artística estimulados por los coletazos del movimiento punk de la época, movimiento habitualmente estereotipado como contracultural, movimiento que busca demoler los pilares de la cultura establecida, recurrieran desde un principio a la literatura, a los libros, como base en la construcción de su obra, medio tradicional e históricamente utilizado para la conservación y la transmisión de la cultura.

Ambos grupos poseen una calidad inestimable para la música pop. Su carrera ha sido incuestionable e intachable. No han grabado ni un solo álbum flojo. Algo que no se pude asegurar de otros que detentan público a rabiar. Dado que estos dos grupos sostienen su valor gracias a diferentes elementos, me resulta imposible establecer una preferencia. El primero, con un cantautor carismático y metódico. Con un bajista al que a primera vista pareciera que el instrumento le queda un par de talles más grande y, no obstante, se las ingenia para taparnos la boca con sus bases monumentalmente sólidas y precisas. Con otros cuatro miembros que completan a la perfección un combo inigualable. El segundo, más sintético aunque no por eso menos contundente, con dos cantautores ingeniosos y personales. Con una serie de acompañantes inestables que supieron ser reemplazados sin remordimientos. Con esos dos líderes que eran el corazón del proyecto. Ellos dos eran los que estaban en el centro de la atención, los que llevaban y traían las bellas canciones, los intermediarios entre la razón y las pasiones.

A pesar de que conocía sobre su existencia desde mi adolescencia, recién pude empezar a comprar discos de estos grupos mientras vivía en Montréal. Recuerdo que el primero que conseguí fue “Liberty Belle and the Black Diamond Express” de los Go-Betweens. Lo compré en la disquería Cheap Thrills, sobre la rue Metcalfe, a media cuadra de la rue Sherbrooke ouest, cerquita de la Université McGill, en un primer piso por escalera. Iba en bicicleta o a pata, según el clima o la época del año. Me quedaba a unas quince cuadras. Ese día había salido a pasear con la bici. De pasada, subí a pispear las bateas y, como de costumbre, encontré algo de mi interés. Lo que me sorprendió ese día, no fue mi proceder, no fue esa disquería que llegué a conocer casi de memoria. Sino que, al regresar al edificio donde vivía, me encontré en el hall de entrada con un vecino con el que solía conversar. Seguramente, yo estaba muy contento por haber finalmente conseguido un disco de este grupo australiano y quise compartirlo con el primero que se me cruzó. Luego de mostrarle el disco, la jeta del tipo combinada con un comentario desvalorizante sobre el gasto de dinero en este tipo de objetos, que para él eran innecesarios, superfluos e inútiles, me invitaron a reflexionar sobre lo aburrida que debía ser la vida de ese pobre mortal. No solo no escuchaba música de ningún tipo, sino que parecía no tener ninguna pasión. ¿Para qué carajo amarrocar los pocos morlacos que un laburante llega a acumular si no es para darse un gustito con pequeños placeres cotidianos? ¡Vaya vida de mierda llevaba ese flaco! Aunque, pensándolo bien, quizás me equivoque. Andá a saber si no se patinaba toda la guita en escorts. Mmmmm... Ahora que recuerdo, siempre me presentaba un primo diferente. Seguro que se la patinaba toda en taxi-boys. No queda otra. 

lunes, 25 de octubre de 2021

CIENTO VEINTIOCHO

Un órgano burdo, desvencijado, destartalado, avejentado, aletargado, que se arrastra, que suena desfalleciente, debilucho, enfermo. Si me dicen que los muchachos del grupo británico ...Bender leyeron en algún momento de sus vidas la novela “Mont-Oriol”, del escritor y poeta naturalista francés Guy de Maupassant, no me atrevería a ponerlo en duda. Aunque el cuento más conocido de este autor, “Le Horla”, es genial, tenés que profundizar. No te quedes solo con la lectura de su obra más famosa. Hacé como estos pibes que le prestaron especial atención a las preciosas descripciones con las que el autor nos presenta a la banda que tocaba en el casino, y le sacaron provecho. Cuando el francés definía el sonido de aquella orquesta que se percibía a la distancia como “un orgue de Barbarie aux sons fluets, un orgue de Barbarie usé, poussif, malade,” seguramente les vino como anillo al dedo, les sirvió como inspiración para precisar los sonidos que buscaban para decidirse a grabar su primer álbum. Este grupito suena a roto pero sin estridencias. Ofrece una música que da la sensación de no avanzar, de necesitar un empujoncito, de estar agonizando por falta de vitaminas. ¡Tiene su encanto! Pareciera que a James Johnston – otrora guitarrista furibundo – cuando lo condenaron a tocar el organito en los Bad Seeds, le hicieron un favor. Le abrieron la puerta para que desempolvara sus viejos y gastados teclados para sacarles el jugo en este proyecto que conocí casi por casualidad. Cuando descubrí E-Bay, hacía rato que coleccionaba sus discos con Gallon Drunk. Gracias a este sitio de internet por fin conseguí los que me faltaban. En una de tantas transacciones, un tipo que vendía un par de EPs que me interesaban, ofrecía incluir en el paquete el mini-álbum “Run Aground” y el álbum homónimo “...Bender”. Anunciaba al grupo como un proyecto paralelo de Johnston. Hasta ese momento, desconocía su existencia. Me picó el bichito. Le compré todo. Finalmente, un hallazgo. 

Con cuatro, es suficiente. No se necesitan muchos más para que el barullo sea considerable. Años más tarde, cuando me enteré de una colaboración entre Lydia Lunch y las tres cuartas partes de Gallon Drunk que llevaba el nombre de Big Sexy Noise, no pude resistirme y encargué el álbum sin preámbulos, creo que en la difunta disquería Parklife del barrio porteño de Belgrano. Se trata de artistas que valoro y de los que colecciono discos, no necesitaba ningún otro estímulo para pelar la billetera. Si me dicen que los muchachos de Big Sexy Noise se han inspirado en la obra de Guy de Maupassant para concebir su proyecto musical, no me atrevería a ponerlo en duda. Si bien es cierto que Gallon Drunk siempre desplegó un fastuoso batifondo a altos decibeles, este nuevo grupo anunciaba desde su nombre que el ruido sería enorme. Por ende, “ils sont quatre à faire ce bruit-là,” podría haber sido el comentario del álbum en la edición original de Les Inrockuptibles en francés. Lástima, Maupassant les ganó de mano. Este enunciado proviene directamente de su pluma. Interesante, sincera, divertida, perspicaz; calificativos que a la revistita quizás le queden un poco grandes. Una vez más, una cita de la novela “Mont-Oriol”, en la que el autor continúa con la descripción de la banda que toca en el casino, parece servir de puntapié inicial para dar vida a un proyecto del guitarrista devenido tecladista devenido guitarrista, para dar vida a un nuevo cuarteto rompe tutti, aunque esta vez, menos tradicional: voz, guitarra, saxo, batería. Sí, leíste bien, sin bajo. Es cierto que el grupo al que hace mención Guy de Maupassant en su novela ejecuta, tortura, masacra, otros instrumentos. Es cierto que nunca podría haber descripto grupos similares a los que nos propone el líder de Gallon Drunk, simplemente por haber vivido en una época diferente. Además, lo habrían tildado de anacrónico, contrario al Naturalismo, movimiento literario que buscaba reproducir en sus obras la realidad con objetividad documental. Sin embargo, debemos darle crédito al francés por haberse animado a la anticipación, a la concepción teórica de sonidos, de músicas, que vieron la luz más de cien años después de su muerte. Para mí, Maupassant era un melómano empedernido. Quizás, hasta un sonívoro. Como prueba, te ofrezco otro pasaje de la novela que ya he citado en dos oportunidades. Estoy seguro de que para lograr expresar de esta manera lo que la música, el sonido de los instrumentos, provocan a su personaje, él debe haber experimentado lo mismo en carne propia. Enjoy! 

« – Aimez-vous la musique, Madame ?

– Beaucoup.

– Moi, elle me ravage. Quand j’écoute une œuvre que j’aime, il me semble d’abord que les premiers sons détachent ma peau de ma chair, la fondent, la dissolvent, la font disparaître et me laissent, comme un écorché vif, sous toutes les attaques des instruments. Et c’est en effet sur mes nerfs que joue l’orchestre, sur mes nerfs à nu, frémissants, qui tressaillent à chaque note. Je l’entends, la musique, non pas seulement avec mes oreilles, mais avec toute la sensibilité de mon corps, vibrant des pieds à la tête. Rien ne me procure un pareil plaisir, ou plutôt un pareil bonheur. »

sábado, 18 de septiembre de 2021

CIENTO VEINTISIETE

Todos tienen que ver con todos. Los entramados de las relaciones entre los músicos del universo del dilecto Nick Cave, para desgracia del bolsillo del coleccionista fiel, aumentan exponencialmente. En algún momento me interesé por escuchar la producción discográfica de los distintos proyectos de esta gente, hasta que me parecieron demasiados. Al enterarme de la existencia de un álbum en el que uno de los percusionistas de los Bad Seeds cantaba sus propias canciones engrosando un extenso currículum vitæ que lo avalaba como percusionista de culto, lo rastreé por internet y lo encargué, creo que al sello que lo había publicado. Colaboraban una gran cantidad de personajes, también vinculados al adorado australiano, como era de esperar. Me gustaron las canciones de ese álbum debut, por lo que decidí arriesgarme con la segunda producción del grupo que vio la luz tres años más tarde. El proyecto llevaba el mismo nombre, The Vanity Set. Sin embargo, desafortunadamente, no conservaba ninguno de los músicos que habían participado en el primer álbum. El cantante se había quedado solo como perro malo. Dicen las malas lenguas que Jim Sclavonus, percusionista devenido vocalista, habría reclutado a los nuevos miembros de su banda en alguna fiesta de la colectividad griega de New Jersey. No hay forma de probarlo. Fue suficiente. Quizás demasiado. Supongo que no publicaron otros discos. Por el bien de la reputación del otrora respetado baterista, espero que no hayan osado hacerlo. No me dediqué a informarme. Hasta aquí llegó mi amor, macho.



viernes, 17 de septiembre de 2021

CIENTO VEINTISÉIS

Conocer artistas nuevos no es tarea sencilla cuando lo que se busca va más allá del mero entretenimiento. Estar atento a las recomendaciones es una de las posibilidades. Sin embargo, no hay que fiarse demasiado ni del gusto ni de la percepción ajenos. Dejarse llevar de las narices o de las orejas, si preferís, suele no ser la mejor opción. Te exponés a resultar decepcionado. Cuando estoy a la pesquisa de material nuevo, lo que avala mi decisión al incursionar en la obra de algún artista que desconozco se justifica en los entramados de relaciones entre las obras de diferentes músicos. Por ejemplo, me topé por primera vez con un tema de esta banda oriunda de New York cuando compré el compilado “New Coat Of Paint” con reversiones de canciones de Tom Waits en la disquería Beatnick sobre la rue Saint-Denis, en Montréal. Lo cierto es que en un primer momento, el nombre de la bandita de estos muchachos me pasó completamente desapercibido. Me detuve en otros detalles. Siendo gran fan de la obra del viejo Tom, escuchar las versiones que ofrecía este álbum se auguraba prometedor. Sobre todo porque años antes había conseguido “Step Right Up”, el primer volumen de este homenaje, también publicado por el sello Manifesto, el que me había cautivado. No se repetía ningún artista. ¡Gran noticia! Al leer la contratapa, vi que participaba Lydia Lunch, lo que garantizaba que al menos una de las canciones tendría sentido en mi colección. También aparecían los Knoxville Girls, grupete reventado de mi estimado Kid Congo Powers, y, finalmente, Sally Norvell, una cantante que junto a Kid Congo me había ofrecido un par de lindos discos bajo el nombre de Congo Norvell. Un entramado que puede llegar a marear. A veces, a aclarar las cosas. Otras, a darle cierto sentido a las decisiones que uno toma. Resumiendo, de entrada, conocía solo a tres de los artistas que participaban. Un tiempo más tarde, investigando un poco más, descubrí que Kid Congo había participado con su ronco graznido en un disco que se llamaba “With All Seven Fingers”. Lo encargué por correo al sello en Alemania. Para mi sorpresa, recién cuando recibí el paquete me di cuenta de que se trataba de aquella banda oriunda de New York que participaba en el homenaje a Tom Waits a la que no le había dado ni un poquito de pelota. A fin de cuentas, todo tuvo sentido. Porque ese disco de Botanica me pareció genial. Aunque sigo sin comprender cómo se les puede haber ocurrido ponerle un nombre tan poco sugerente a su banda, tan poco pregnante. De esos que pueden pasar inadvertidos, sin pena ni gloria, sin llamar tu atención a pesar de tenerlo justo enfrente de tus ojos. Eso sí que no tiene sentido.