martes, 23 de febrero de 2021

NOVENTA Y CUATRO

Cuando escuché por primera vez “Moss Side Story” de Barry Adamson, no le encontré el gustito. Lo compré porque participaba Rowland S. Howard y algunos otros músicos por los que sentía especial aprecio. Recién cinco o seis años más tarde, cuando decidí comprar “The Negro Inside Me” y “As Above So Below” empecé a entender la propuesta del viejo Barry. Sin embargo, la ficha me cayó por completo con “Oedipus Schmoedipus”. Los discos de este tipo son tan eclécticos que, a pesar de no proponer nada demasiado bizarro, me parecieron difíciles de digerir. Temas instrumentales, canciones en las que rara vez se repite el vocalista, spoken-word en donde recitan poesía, spoken-word en donde pasan las noticias o las necrológicas, sonidos electrónicos, sonidos acústicos, ritmos para la discoteca, para la fiesta, ritmos para el velorio, para el cementerio. Finalmente, ambiente, climas, sugestión y emociones. La obsesión de este tipo por darle a sus álbumes un aire de banda de sonido me resultaba entretenida, las canciones aisladas del concepto de los álbumes, interesantes. El problema era que sus guiños, su intersonoridad (intertextualidad, pero con el sonido), con otros discos, con películas, con obras de teatro, con programas de radio o televisión, con instalaciones, o lo que fuera, la mayoría de las veces no la captaba, me resultaba ajena. Asumo mi propia ignorancia. Con los años, fui descubriendo más y más cosas que me interesaban de sus discos y eso me permitió encariñarme con el “grone” más allá de sus contribuciones con los Bad Seeds o con Magazine. Lamento que en los últimos álbumes que ha publicado haya vuelto a perderle el hilo. Tendré que dedicarles unas cuantas escuchas más. Es cuestión de tiempo.


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