martes, 23 de febrero de 2021

NOVENTA Y CUATRO

Cuando escuché por primera vez “Moss Side Story” de Barry Adamson, no le encontré el gustito. Lo compré porque participaba Rowland S. Howard y algunos otros músicos por los que sentía especial aprecio. Recién cinco o seis años más tarde, cuando decidí comprar “The Negro Inside Me” y “As Above So Below” empecé a entender la propuesta del viejo Barry. Sin embargo, la ficha me cayó por completo con “Oedipus Schmoedipus”. Los discos de este tipo son tan eclécticos que, a pesar de no proponer nada demasiado bizarro, me parecieron difíciles de digerir. Temas instrumentales, canciones en las que rara vez se repite el vocalista, spoken-word en donde recitan poesía, spoken-word en donde pasan las noticias o las necrológicas, sonidos electrónicos, sonidos acústicos, ritmos para la discoteca, para la fiesta, ritmos para el velorio, para el cementerio. Finalmente, ambiente, climas, sugestión y emociones. La obsesión de este tipo por darle a sus álbumes un aire de banda de sonido me resultaba entretenida, las canciones aisladas del concepto de los álbumes, interesantes. El problema era que sus guiños, su intersonoridad (intertextualidad, pero con el sonido), con otros discos, con películas, con obras de teatro, con programas de radio o televisión, con instalaciones, o lo que fuera, la mayoría de las veces no la captaba, me resultaba ajena. Asumo mi propia ignorancia. Con los años, fui descubriendo más y más cosas que me interesaban de sus discos y eso me permitió encariñarme con el “grone” más allá de sus contribuciones con los Bad Seeds o con Magazine. Lamento que en los últimos álbumes que ha publicado haya vuelto a perderle el hilo. Tendré que dedicarles unas cuantas escuchas más. Es cuestión de tiempo.


lunes, 22 de febrero de 2021

NOVENTA Y TRES

Escuché por primera vez a este grupo danés en 1994, gracias a Lydia Lunch. Ella había participado en uno de sus álbumes y, más tarde, una de las canciones en las que ella proveía su salvaje genio había sido publicada en el compilado “Hysterie”, uno de los primeros discos de la locuaz yanqui que tuve. Recordarás que te conté que lo conseguí en la difunta disquería Stone Crazy. Los buenos son los primeros en irse, diría mi abuela Dora. Mejor dicho, ella habría vomitado directamente, “era bueno y se murió”. Le quise dar un tonito menos fatalista, pero, al final, de una u otra manera, tan equivocada, no estaba. Retomo el hilo. La verdad es que el nombre de este grupo, calculo que procedente de Copenhague, ya lo conocía desde mucho antes de haber podido escucharlo. Mi amigo Juan Carlos, durante nuestras tardes de degustación de discos, en la época en la que iba a la escuela secundaria y todavía no había tenido ni un solo CD en las manos, contaba que él había visto un catálogo de 4AD, el sello que nos hacía soñar despiertos por aquel entonces, en el que aparecía citado un simple de 7 pulgadas de un grupo del que no podíamos conseguir demasiada información. El grupo se llamaba Sort Sol ‎y el título del disco era “Marble Station”. Imaginate la cantidad de fantasías que tuvimos con ese disquito. La cantidad de boludeces de las que habremos hablado en torno de un grupo del que ninguno de nosotros tenía la más puta idea de dónde venía. De un disco del que ninguno de nosotros jamás había visto la tapa. Finalmente, el momento llegó. Tenemos mucho que agradecerle a la era de la informática y al e-commerce. A pesar de que muchos de nosotros, con el tiempo, nos hemos dado cuenta de que los monstruosos sitios de internet de venta de discos son insaciables e intentan alimentar nuestra gula hasta exprimir nuestra última gota de voluntad y de dinero, es cierto, que más de una vez hemos pecado y hemos sucumbido ante sus jugosas y sabrosas publicaciones. Claro, si con abrir una simple pantallita tenés acceso a infinidad de material que anhelás y deseás incluir en tu colección, es raro que no caigas en la trampa. Así fue, como en mis primeras excursiones por Amazon, allá por el 2001, encontré “Dagger & Guitar” de estos muchachos de los que te venía hablando. Recuerdo que en esa época laburaba en el diario PubliMetro y me llegó el  aviso del correo para retirar el paquete. Pedí que me lo entregaran en una oficina que tenían sobre la avenida Córdoba y me acerqué durante la hora del almuerzo. Se me pasó la hora de comer pero no me importó. No hacía falta probar bocado, ya tenía algo muy nutritivo entre mis manos.

Aunque pasaron más de cinco años hasta que volví a usar los servicios de este emporio – por no decir imperio, lamento admitir que, a pesar de mi resistencia, de tanto en tanto caigo en su redes y les entrego mi morlacos sin chistar demasiado porque continúan ofreciendo algunas perlitas que me hipnotizan y logran seducirme.




domingo, 21 de febrero de 2021

NOVENTA Y DOS

Al tiempito de terminar de grabar el primer disco de NO:ID., nos propusieron participar en un compilado en homenaje a The Cure. El proyecto era bastante ambicioso: buscaban versionar todos los álbumes y canciones que la banda británica había grabado hasta ese momento, hasta el año 2000, y publicar un bodoque de 14 CDs. Lo lograron. No sé cómo. El experimento lleva el título “Concise Pink Pig Atlas: The Whole Cure In The Mirror” y, a pesar de que nunca tuve un ejemplar en mis manos, por las fotos que he visto se lo ve bastante atractivo y muy bien terminado. Pareciera que tiene un acabado a mano que le sienta bastante bien ya que la mayoría de los participantes, todos y cada uno de nosotros exclusivamente conocidos por nuestros progenitores, lo hicimos a pulmón y con poquísimos recursos. Para nuestro grupo no era ninguna novedad la de ajustarse el cinturón porque para grabar el primer disco no habíamos gastado ni un mísero centavo. Lo hicimos con los instrumentos que teníamos y con lo que algunos amigos nos prestaron, que tampoco fueron demasiados. Además, el estudio, aunque lo he popularizado bajo el nombre de El Quinto, no era otro lugar que mi propia casa. Eso sí, para grabar el tema para este compilado, “Another Journey by Train”, que elegimos porque era instrumental y no teníamos ganas de lidiar con la vocecita del viejo Robert, rompimos el chanchito y compramos cuerdas lisas para el bajo. ¿Cómo se nos ocurrió? Charlando con Omar sobre algunos discos que nos gustaban mucho, recordamos “The Waking Hour” de Dalis Car, una magnífica colaboración entre Peter Murphy, cantante de Bauhaus, y Mick Karn, bajista de Japan. (Si no escuchaste ese disco, hacelo ya mismo, no sabés de lo que te perdés.) ¡Cómo nos gustaba el sonido de ese bajo! Nos pusimos a investigar un poco y un amigo nos dijo: “seguro que ese tipo usa cuerdas lisas y, además, el bajo es fretless”. Cagamos. El bajo que teníamos no era fretless. Era lo que podía ser. Sin embargo, tuvimos más culo que cabeza, porque nos enteramos de que otros dos amigos, Mariano Marcos y Gabriel Mateos, habían hecho un experimento con un viejo bajo destartalado. Le habían sacado todos los trastes, habían emparejado y alisado el mástil con algún tipo de masilla, lo habían lijado, emprolijado y barnizado. Finalmente, lo habían transformado en fretless. Para darle un poco más de onda, se encargaron de pintarle el cuerpo al mejor estilo Jackson Pollock. ¡Un golazo! Era justo lo que necesitábamos y nos lo prestaron. En principio, para grabar el tema para el compilado, pero, como nos gustó tanto el resultado, nuestros amigos nos lo prestaron por tiempo ilimitado. Finalmente, pudimos usarlo para grabar nuestro álbum “Sang” completito y, además, para unos cuantos de nuestros posteriores experimentos sonoros.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/sang


sábado, 20 de febrero de 2021

NOVENTA Y UNO

Mientras cursaba la escuela secundaria el sello DG Discos publicó unos cuantos álbumes de grupos que me cautivaron y por los que aún conservo cierto interés. The Wolfgang Press, Bauhaus, Cocteau Twins, Modern English, The Go-Betweens, Love and Rockets, The Fall, The The, Peter Murphy, son los que puedo citar sin pensar demasiado. De todos ellos tengo discos, de unos más, de otros menos. 

Lamentablemente, la forma de conocer a todos los artistas no siempre es tan directa, tan sencilla. A algunos llegás por recomendaciones, a otros por casualidad. Después de haber escuchado varias veces el casete “Should the World Fail to Fall Apart” de Peter Murphy, me enteré de que dos de las canciones que más me gustaban de ese disco no eran de la autoría del cantante de Bauhaus. Una de ellas, “The Light Pours out of Me”, pertenecía a Magazine, un grupo del que conocía la existencia porque un compañero de banco de la escuela me había hecho escuchar uno de sus álbumes. Además, ya conocía a su cantante, Howard Devoto, por haber leído su nombre en los créditos de varias canciones en los discos de los Buzzcocks. En aquella época, desconocía que Devoto había iniciado su carrera en ese grupo punk y que había grabado con ellos su primer simple “Spiral Scratch”. Sin embargo, todos esos nombres no me resultaban ajenos. 

La segunda canción de ese disco que tanto me gustó, “Final Solution”, decía pertenecer a un grupo del que, en los años 80, nunca había oído hablar. Perdón por la ignorancia, pero no se puede estar en todas. Años más tarde, el primero que me mencionó el nombre de este grupo, diciéndome que él era un gran fan, fue Norberto Cambiaso. Un día que había pasado por su departamento para dejarle casetes de MUTANTES MELANCÓLICOS y retirar algún ejemplar de su revista “Esculpiendo milagros”, obviamente, hablamos de música. ¿De qué otra cosa vas a hablar con un tipo al que recién conocés y que en el living de su casa tiene un mueble de pared a pared lleno de discos? Sería el año 1993 ó 1994. Yo estaba focalizado en un par de grupos que me gustaban porque para más no me alcanzaba la guita. Eso sí, tomé nota de sus recomendaciones y años más tarde me desquité.

El desquite, de entrada, vino de prestado porque la primera vez que escuché un disco completo de Pere Ubu fue en el departamento de San Telmo de mi amigo Cristian. Un día que había pasado a verlo para ultimar detalles sobre la publicación de “Sing” de NO:ID., él estaba escuchando un vinilo que me sorprendió y cuando le pregunté de qué se trataba, me pasó una tapa blanca con una ilustración en tinta negra que decía “The Modern Dance”. Varios años más tarde, cuando vivía en Montréal, fue el primer CD de estos muchachos que compré. No contiene la canción que tanto me había gustado del disco de Peter Murphy, pero fue un excelente comienzo. He ido consiguiendo unos cuantos álbumes de estos locolindos y sigo buscando...



domingo, 20 de diciembre de 2020

NOVENTA

En el mundillo de la música, a lo largo de los años, he establecido entrañables amistades y vínculos duraderos nacidos de una pasión en común, sin embargo, desafortunadamente, también he encontrado mucha gente envidiosa, mal intencionada y de poca monta que entre su mediocre ambición y su ego de cotillón, no deja de intentar hacer trastabillar a cualquiera poniéndole palos en la rueda. Por lo general, usan como arma palabras denigrantes y difamatorias con las que intentan esparcir calumnias y humillaciones. Hay diferentes tipos de estas personas pero todas ellas tienen una cualidad en común: suponen haber superado el estadío en el que estuvieron en algún momento de sus vidas, en tu mismo nivel, a tu lado, y te miran desdeñosamente por sobre sus hombros como si hubieran logrado elevarse, hacerse inalcanzables, intocables o ajenos al mundo terrenal. Como si estuvieran más allá del alcance de los humildes mortales. Imbéciles. Tengo dos anécdotas que ilustran la estupidez de este tipo de gentuza de pacotilla justo en la misma época de mi vida musical, ambas relacionadas con el disco “Sing” de mi grupo NO:ID. No me interesa dar nombres por dos razones. Primero, los he sepultado en el olvido. Segundo, sería darle a pobres individuos, tan muertos de hambre como vos y como yo, demasiado crédito. 

El primer encuentro se dio mientras grabábamos la primera canción del disco, “Dead”. Para un corte que separaba las estrofas, se me antojó grabar un arreglo que se entrelazaba con el bajo y para hacerlo no se me ocurrió mejor idea que llamar a un flaco con el que había tocado muchos años antes. Yo sabía exactamente cómo quería que sonara su instrumento y la melodía que quería que ejecutara. Quería que hubiera un toque de melancolía en esa canción. Con los destellos de un spaghetti western y el humo espeso y brumoso de una taberna sudorosa pasada la medianoche. Cuando le dijimos lo que queríamos que tocara, el muy imbécil nos miró, a cada uno de los presentes en el estudio, y con el máximo de desdén posible a la música que estábamos creando con el grupo, dejó salir de su boca un "yo ahora no toco más así". Sin salir de mi asombro y un perplejo por ese azote sin piedad, recuerdo haberle dicho que tocara lo que quisiera. Para sorpresa de todos, lo único que salía de su instrumento eran pitiditos sin sentido que demostraban que el tipo no tenía ni la más mínima noción de la estética. Esos soniditos seguramente hubieran quedado bien en otro contexto, en algún otro de mis proyectos. Nunca en el primer proyecto en el que intentaba crear canciones de fogón, alejándome de las sonoridades bizarras por un tiempo. Finalmente, Alejandra, la mujer de mi amigo Omar grabó, la melodía con su voz y la canción quedó impecable.

El segundo encuentro tuvo lugar apenas terminada la grabación del disco. Por si hubiera sido poco, este otro tarado no tuvo mejor idea que intentar despreciarme dos veces en la misma tarde. Si hubiera sido violento, le habría llenado la cara de dedos, y el culo de patadas. Sin embargo, me conformé con disfrutar silenciosamente cómo un tipo que se cree superior cae en cuenta, al menos internamente, que su soberbia le hace cometer errores tontos e irreparables. Recuerdo que a los pocos minutos de haber entrado en mi estudio, divisó mi colección de CDs de los Têtes Raides. Claro, en ese momento, no seríamos muchos los que teníamos la discografía completa de estos magníficos franchutes en la ciudad de Buenos Aires. Pero, como suponía que el único con derecho a conocerlos y a disfrutarlos era él solito, no pudo resistir y preguntar con la insistencia de una víbora que se traga un poco de su veneno pero que no puede resistir intentar esparcir otro poco para ver si logra hacer algo de daño. Repitiendo “¿vos tenés esto?, ¿vos conocés esto? ¿a vos te gusta esto?”, no podía soltar mis discos mientras los miraba nerviosamente por delante y por detrás. Finalmente, se calmó, pero al rato, no pudo con su genio e intentó fustigarme atentando contra mi ego. Recientemente habíamos terminado de grabar, mezclar y masterizar el disco “Sing”, el mismo del que estuve hablando hasta ahora. Estábamos todos muy contentos porque el resultado excedía nuestras expectativas, sobre todo sabiendo que lo habíamos grabado con un DAT, una computadora que no supimos aprovechar demasiado, una máquina de ritmos, un sequencer, un par de guitarras con cuerdas oxidadas, algunos pedales y varios instrumentos prestados. Todo muy precario. No teníamos un mango. Nuestro presupuesto se agotó al comprar las cuerdas del bajo. Estaban tan viejas que parecían alambre de púas y era imposible afinarlas, no nos quedaba otra que reemplazarlas. Vuelvo a la anécdota que me compete. Como te dije, mi estudio siempre fue LO-FI. Berreta, pero en serio. Para hacer sonar las pistas de la computadora tenía que hacer unas conexiones que requerían pasar cables por diversos lados y como no disponía de mucho tiempo, decidí hacerle escuchar a este ganso mis canciones con auriculares. ¿Para qué? Como sabía del paupérrimo equipamiento del que disponíamos a la hora de grabarlas, y él acababa de gastarse una buena suma de dinero en un estudio de grabación en el que no había logrado un mejor resultado que nosotros, cargado de envidia y desazón, lo único que pudo balbucear fue la furtiva estocada “la música siempre suena bien con auriculares”. Pobre loser. Seguí participando. Yo sé que no soy un músico famoso, ni un gran guitarrista, ni un aclamado cantante, pero tampoco me interesa serlo. Este pobre tipejo, hace añares busca desaforadamente salir del anonimato y a pesar de sus esfuerzos no es mucho más conocido que cualquiera de nosotros. Ya que tenés plata, comprate una vida. Gil.

https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/sing




sábado, 19 de diciembre de 2020

OCHENTA Y NUEVE

¡Qué lástima que estos pibes hayan grabado tan poquitos discos! Los conocí gracias a su primer álbum. Cuando lo pedí prestado en la Alianza Francesa, creo que lo hice porque me gustó la foto de la tapa. Pero cuando lo escuché, me di cuenta de que era un grupo que prometía. Era un diamante en bruto. Hoy puedo decir que pienso que no se trata de un excelentísimo disco, a pesar de eso, decidí encargarlo en Oíd Mortales. Cuando Damián se fijó en su catálogo, me ofreció también otro título que acababa de publicarse. Así fue que al poco tiempo sumé a mi colección “Bazar” y “Ciel d´encre” de los Hurleurs. El primero, como decía antes, me gustó preo no me sorprendió. El segundo, me impactó. Como tantos otros álbumes que me movilizaron y despertaron tanta admiración en mí, lo escuché sin parar durante una semana. No tiene canciones de esas de las que uno recuerde el estribillo. No tiene melodías pegadizas de esas que uno no pueda dejar de tararear. No tiene ritmos de esos que a uno le hagan mover la patita y, más tarde, el esqueleto. Pero tiene un sonido demoledor. ¡Qué suerte que se me ocurrió comprarlo! Como después de su tercer álbum, el grupo se disolvió, hoy, todos sus discos – LPs, EPs y simples – son inconseguibles o carísimos.


viernes, 18 de diciembre de 2020

OCHENTA Y OCHO

Mientras el Diseño Gráfico era mi segunda pasión, consultaba y leía libros; miraba y atesoraba revistas; conservaba y coleccionaba recortes, fotos y cualquier pedazo de papel impreso que despertara algún interés en mi retina. En la Alianza Francesa, además de los CDs de música, también tuve acceso a mucho material de este tipo. Tomaba en préstamo todas las publicaciones del tema que tuvieran disponibles. Fue así que me enteré que el cantante de los Têtes Raides tenía un atelier artístico que lleva el nombre de Les Chats Pelés junto a dos colegas. En ese estudio de diseño realizaban todo el material gráfico del grupo: tapas de discos, afiches, volantes, anuncios, esculturas, collages, ilustraciones, escenografías; además de hacer libros para niños muy bonitos e interesantes. Resulta que uno de esos dos muchachos también era cantante y tenía un grupito. Parecían los hermanitos menores de los Têtes Raides. No porque fueran inferiores en calidad, porque a decir verdad eran buenísimos, sino porque eran menos en cantidad de integrantes. Eran solo tres, y con eso bastaba. Atención: uso el pasado al mencionar a este proyecto musical porque, lamentablemente, han dejado de hacer música. Recomiendo ampliamente su breve discografía compuesta por cuatro discos en estudio y uno en vivo. La Tordue probablemente no cause el mismo impacto inicial que sus hermanos mayores, pero los acordes de sus guitarras, las melodías de su acordeón, los sonidos de su batería de cocina y de cada uno de sus otros instrumentos sumados a la lírica de la voz y las palabras de su cantante, perduran y vencen al inexorable paso del tiempo demostrando que la buena música, la buena poesía, son atemporales.


jueves, 17 de diciembre de 2020

OCHENTA Y SIETE

Conocí a esta banda irlandesa gracias a mi amigo Omar. Recuerdo haber visto un VHS con la grabación de un concierto en el que festejaban el Saint Patrick´s Day junto a Joe Strummer y a algunos otros invitados. Creo que se trataba de “Live at the Town and Country”, aunque me es imposible asegurarlo porque se trataba de una copia sin ningún tipo de portada ni mayor información que el nombre del grupo escrito de puño y letra de mi amigo sobre la etiqueta del videocasete. El grupo me produjo algo profundo, intenso. Tocaban con la naturalidad, la destreza y la poca necesidad de esfuerzo que solo aquellos que han nacido con un instrumento musical bajo el brazo pueden lograr. Las canciones me parecieron emotivas, vibrantes. Quizás haya sido su costado rockero y aguerrido el que hizo reflotar mi adolescencia rebelde. Quizás hayan sido sus melodías gancheras, pegadizas, anticipables y encantadoras. Quizás haya sido su ritmo festivo y entrador que me invitaba a mover la patita. Quizás, simplemente, hayan caído en el momento justo porque como estaba muy enganchado con los Têtes Raides, que también usaban acordeón, me encontraron permeable a su sonido celtic-punk-folk. Debo admitir que unos cuantos años antes había conseguido un simple en el que Nick Cave interpretaba a dúo con el cantante de este grupo la canción “What a Wonderful World”. Aunque la versión me gustó y me parecía bastante sobria, a pesar de la eterna borrachera de sendos intérpretes, no busqué conocer la procedencia de este tipo tan bizarro. 

Nada de lo anteriormente citado puede asegurarse total y completamente sin incurrir en una afirmación desatinada. Lo único que me es posible afirmar sin temor a equivocarme es que un día que estaba paseando por el barrio más cheto y chic de la ciudad de Buenos Aires, descubrí que en el shopping de la calle Vicente López, que otrora se llamara Village Recoleta, también había un Tower Records y, para mi sorpresa, bastante grande y bien surtido. En las bateas encontré tres discos del grupo del que había visto el recital en la casa de Omar. El hallazgo me agarró desprevenido porque no tenía idea ni de la envergadura de la discografía de la banda ni de cuál sería la mejor opción entre sus discos de estudio para iniciarme en su mundo. Luego de meditar unos breves instantes, al no encontrar respuestas a mis interrogantes, tomé una decisión desfachatada y desenfrenada. Compré: “If I Should Fall from Grace with God”, “Rum Sodomy & the Lash” y “Red Roses for Me”. Sí, contás bien, los tres de los Pogues que tenían en stock en ese momento. Si ese día también hubiera encontrado algún otro título, seguro que habría formado parte de mi colección un tiempito antes. Como siempre, todo es cuestión de tiempo. 


miércoles, 9 de diciembre de 2020

OCHENTA Y SEIS

Del artista del que voy a hablar ahora ya he mencionado varios álbumes. Su impronta ha dejado huella en mi música, me ha influenciado profundamente. Este álbum, primero lo tuve en casete, importado. Lo había conseguido en algún boliche del centro. Para ser honesto, muchos años más tarde cuando lo conseguí en CD, como ya conocía todos los temas de memoria, mucho no lo escuché. Como es un disco que no puede faltar en una colección que se digne, siempre estuve contento de saber que estaba ahí, a mi alcance, disponible para ser escuchado. Mientras trataba de definir el sonido que quería adoptar para mi música post MUTANTES MELANCÓLICOS, sabía que buscaba un estilo un poco más directo y frontal, con pocos elementos; cancionero y de fogón, que me permitiera interpretar mi música en cualquier lado, sin necesidad de grandes desplazamientos, ni de instrumentos, ni de equipos. Una formación simple, guitarra-bajo-batería, era lo que se anunciaba. Revisando mis estanterías de discos, llegué a “New York” del viejo y estimado Lou Reed. Inmediatamente comprendí que era precisamente lo que andaba buscando. A pesar de haber estado guardado durante varios años, cuando lo puse en el equipo, todas y cada una de sus canciones resonaban instantáneamente en mi cabeza, Era música inolvidable, para mover la patita aunque sin la euforia desenfrenada de cualquier grupete adolescente, con la instrumentación justa y necesaria. Fue la inspiración que dio el puntapié inicial para mi proyecto NO:ID. 


martes, 8 de diciembre de 2020

OCHENTA Y CINCO

Cualquiera que estudie durante largo tiempo cómo tocar un instrumento, llegará a hacerlo con cierta soltura, logrará la agilidad necesaria para demostrar cuán dotado es y cuánto le han beneficiado las largas horas de estudio y práctica. La gran dedicación y el profundo sacrificio, aparentemente, habrán dado sus frutos. Sin embargo, todo ese circo no garantiza que esa persona, ese instrumentista, llegue a expresar algún sentimiento a través de su instrumento, que su interpretación musical sea movilizante para el oyente. Creo que en este punto existe una confusión bastante común. Ejecutar bien un instrumento musical, lograr cierta velocidad en la digitación, conocer miles de escalas, permitirse demostrar que esos raros acordes de libro son moneda corriente para el intérprete, hacer malabares y acrobacias tanto al ejecutar el instrumento como mientras se lo ejecuta, no debería elevar al instrumentista superdotado, o súper entrenado, al rango de “artista”. Ser buen músico, ser buen instrumentista, no significa ser creativo. Pienso que para ser considerado un “artista”, en la rama del arte que sea, el tipo debe transpirar creatividad. Al resto, se los puede apreciar por otras cualidades, pero, lamentablemente, no nos ofrecen nada nuevo, nada diferente, nada singular, nada único en su música.

Cualquiera puede hacer ruido. Solo algunos consiguen, o se permiten, encontrar la belleza en el caos. Claro, para algunas cosas hay que animarse. Ojo, para hacer mucho batifondo, no hace falta romper nada. Quizás, el secreto esté en lo primitivo, en lo que ha dado origen, en aquello que sirve de base, en algo que está ahí desde tiempos inmemoriales aunque permanece aún virgen, sin ser descubierto, sin ser develado...

Cuando compré el disco del que voy a hablar en este capítulo de mis memorias, fue como un cachetazo. Primero, porque nada ni nadie me había anticipado ninguna noticia sobre su publicación y un día que entré en la disquería El Oasis, lo vi ahí, en el anaquel que tenían detrás del mostrador. Obviamente, no demoré ni un nanosegundo en decidir que lo compraba, esta vez, sin importar el precio. (Entendé que se trata de uno de mis dos guitarristas de predilección – el otro es el de Echo & the Bunnymen, que posee un toque menos visceral y corrosivo aunque igualmente particular y único.) Segundo, porque, tras siete años sabáticos, este monstruo de las seis cuerdas presentaba finalmente su primer álbum solista. Hasta ese momento, a pesar de haber sido opacado por los egos de sus colegas y compañeros de banda, había logrado brillar y trascender casi desde el anonimato, desde la oscuridad, desde las sombras. Claro, aunque no conozcas su nombre, nunca dejarás de reconocer el sonido que extraen sus penetrantes e incisivos garfios de su desgarradora guitarra. Tampoco podrás olvidarlo. Estará ahí latente, latiendo hasta su próxima entrega. Tercero, y último, porque cuando puse el disco en el lector, no pude dejar de escucharlo durante una semana completa. Contrariamente a sus proyectos anteriores, en este se disfrutaba de un silencio ensordecedor, de una sobrecarga despojada de sonidos y de instrumentos que demolía casi con delicadeza. Era el famoso power-trio, aunque sin la necesidad de estresarse, ni de alocarse, ni de patear ningún tacho de basura o el pie de micrófono. Es un disco atemporal, maduro y preciso en el que Rowland S. Howard tomó las riendas e hizo todo bien. Lo único malo que tiene el disco es que ha puesto la varita tan alta para los discos del género que nunca he logrado encontrar otro que lo iguale ni, mucho menos, que lo supere. 

En definitiva, “Teenage Snuff Film” no es un disco que sirva para mostrarnos la técnica de este magnífico guitarrista. No es un disco que exhiba un catálogo de las habilidades musicales, ni de Howard ni de los tipos que lo acompañan. No es un disco en donde los arreglos resulten engorrosos y desvíen la atención del oyente hasta que pierda noción de la canción que está escuchando. Es un disco directo y a la vez creativo, especial, único, personal. Es un disco que expresa las pasiones al desnudo de un tipo que excede la calificación de “músico”: Un tipo al que nadie podría acusar de “comerciante”. Un tipo que se ha ganado su merecido lugar en el panteón de los “artistas”.