jueves, 29 de octubre de 2020

SESENTA Y NUEVE

Compré los discos de Simon Bonney porque se trataba del cantante de un grupo que me gustaba mucho: Crime and the City Solution. El primero de sus discos solistas, “Forever”, me satisfizo aunque sin sorprenderme, ni movilizarme. La luminosidad de la imagen de la portada, la paleta de colores, las fuentes tipográficas, me anticipaban que algo había cambiado en este muchacho. Sin embargo, en el momento en el que compré el CD no reparé en estos detalles. Desde la primera estrofa, se percibe un giro extravagante donde la intención debe haber sido pulir las asperezas de este cantante experto en el cuelgue para lograr que sus canciones pudieran entrar en un molde, sur melodías pudieran ser tarareadas y sus estribillos pudieran ser seguidos con la patita. Craso error: los productores de este álbum se olvidaron de que a la mayoría de sus fans lo que nos caía bien de este tipo eran justamente sus imperfecciones. Su tono impreciso y desolador, su métrica desencajada y volátil, sus canciones inimitables aunque angustiantes. 

Cuando publicó su segundo álbum solista, “Everyman”, la foto de la portada fue un cachetazo de frescura. Me pareció una excelente imagen para la tapa de un disco de rock. Inteligente e inesperada. Atrevida y desencajada. Más allá de cualquier moda. Desprejuiciada y madura. Finalmente, de una ternura, veracidad y autenticidad que no se acostumbran a ver en un artista. ¿Qué artista se anima a sacarse la careta y mostrarse como cualquier mortal llevando una vida mundana y familiar? Con este disco impecable, este Señor (con mayúscula) terminó de conquistarme y ganó enteramente mi respeto.



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